Nací en un país
nacional-católico, con una religión oficial del Estado. El año que hice la
primera comunión, la constitución declaró que España es aconfesional. Pero
cuarenta años después, y contrariamente a lo que decía Alfonso Guerra, España
sigue siendo católica, porque el proceso de sana
secularización es tan lento como profundo fue el arraigo de la Iglesia en la
entraña de la cultura española. Desde
ahí trato de comprender y situarme en una situación completamente contraria,
como el negativo de una foto.
Porque acá, en esta zona de la Amazonía peruana, la Iglesia Católica
está en clara minoría. Queda un resto del nacional-catolicismo heredado de la
época del virreinato: me llaman para bautizar
ceremonias públicas (el día de Fiestas Patrias, el aniversario del distrito,
etc.) con la misa Te Deum (nadie sabe
qué significa eso, ni yo mismo), o celebrar una paraliturgia en el colegio, cosas de esas que permanecen indelebles
en los archivos word de las programaciones año tras año y se repiten “porque
siempre se ha hecho así”. Y esto en la ciudad, el distrito. Como si todos los
peruanos fuesen católicos, como antaño.
Pero la realidad es
bien distinta: una amalgama de religiones, sectas, denominaciones, iglesias de
todo pelaje, evangélicos de varias marcas,
adventistas, bautistas, Movimiento Misionero Mundial, los israelitas, los
crucistas… Y entre todos, nosotros como
una propuesta más, expuesta como todos a la indiferencia globalizada y gozando
de una posición de “privilegio” meramente puntual y postiza. Presidir la
ceremonia de izamiento del pabellón nacional me hace sentirme a menudo como una
pieza de museo que sacaran a pasear los domingos.
Confieso que me cuesta.
Fui formado para el trabajo pastoral,
entre bautizados por tradición; no para desarrollar tareas de primera
evangelización ni para convivir con tantísimos grupos del gremio. Es más, hay situaciones donde una secta se impone por
mayoritaria o histórica, pueblos en los
que existe una “religión oficial” con pretensiones de totalidad y de
identificación absoluta con los valores de esa cultura o población, como el
catolicismo castizo español. Ahí el asunto se vuelve aún más arduo, y el ánimo
pasa de la perplejidad a la torpeza, y de la ignorancia a la incomodidad.
Aquel día llegamos a
Erené temprano porque queríamos ver el partido Perú-Francia, que era a las 10.
Habíamos coordinado con las autoridades por teléfono, pero no obstante fuimos a
buscar y hallamos a todos: el apu, el
agente y teniente confirmaron la reunión a las 4 de la tarde, todo en orden.
Cuando iba la contienda 0-0 vimos llegar un tremendo yate con 9 gringos, ellos
y ellas, norteamericanos, blancos y angloparlantes, jóvenes misioneros que
venían a apoyar a la iglesia principal del pueblo. Pertrechados con cocina,
enorme nevera, megafonía… y su pastor. A
pesar de que avisaron por el parlante, nadie acudió a la convocatoria de los
católicos, porque acto seguido se llamó a todos los creyentes de su iglesia a
un servicio religioso a las 7 de la noche para recibir a los hermanos
visitantes.
Muchas comunidades
ticunas del Bajo Amazonas fueron catequizadas desde los años 50 por los
evangélicos estadounidenses del Instituto Lingüístico de Verano y otros grupos
y sectas afines. Hicieron un buen trabajo: tradujeron la Biblia a las lenguas
nativas, enseñaron a niños y mayores, y sobre todo formaron pastores autóctonos
que dejaron al cargo de las comunidades para que no dependieran de los
extranjeros (justo lo que nosotros intentamos hacer ahora). El resultado es que encontramos pueblos
inexpugnables a la penetración de otras propuestas, en los que la “religión
oficial” actúa como un rodillo que presiona y uniformiza. No hay quien
compita contra eso.
En el Yavarí fueron los
crucistas y los israelitas los que entraron en las inmensidades donde nuestra Iglesia
estuvo ausente. Los católicos que había o que llegaron tuvieron que adaptarse
como pudieron. En Santa Teresa I Zona, don Juan se las apañaba en su casa con
el libro de cánticos y oraciones de los Ataucusis, mientras que don Fidel Pezo,
maestro católico viejo de Iquitos, se
pasó a la Asamblea de Dios; dice que así al menos una vez por semana escucha la
Palabra y reza, y eso es mejor que nada. Diferentes maneras de ser minoría; yo busco la mía en estos lugares donde los
de la competencia nos llevan sesenta años de ventaja. Aunque a veces se te
caen todas las estrategias, como pasó en Yahuma Callarú, pero eso lo cuento
dentro de dos entradas.
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