lunes, 5 de febrero de 2018

"NO QUEREMOS QUE VUELVAN"


Ocurrió en Bellavista, en el Bajo Amazonas. Después de Islandia es la población más grande del distrito, con más de 2000 habitantes, en su inmensa mayoría tikunas. Ya nos habían advertido que allí es difícil hacer algo porque “son todos evangélicos” y muy cerrados, pero en principio no hay que creer a pies juntillas esas generalizaciones y más bien hay que hacer la propia experiencia. Así que pusimos proa hacia allá; no podíamos imaginar lo que nos iba a pasar.

Como es un centro poblado (es decir, una entidad política de rango superior a una comunidad indígena o campesina, y esto es un matiz importante), tiene su alcalde delegado, y a su casa nos dirigimos nada más llegar. Mirábamos las veredas de cemento, las calles limpias y libres de zancudo, las casas bien alineadas, el campo de fútbol, el depósito que da agua potable a la urbe, los baños con su desagüe en cada domicilio… ¡Manhattan comparado con la inmensa mayoría de los caseríos de la zona!

El alcalde nos recibió sin entusiasmo; pero nos dio permiso para hacer una reunión en la noche en el salón comunal y acomodarnos allí mismo para dormir. Incluso nos dijo que podíamos convocar a la gente por el alto parlante. No nos ayudó a nada (estaba construyendo un gallinero en su patio y ni se movió) pero nos acogió y nos envió a don Desiderio, el presidente de la asociación de padres, para que nos mostrara el lugar y nos atendiera. Este señor se lo tomó con más dedicación y al toque estábamos ya instalados en el salón, que además tiene wc y tanque de agua fuera para ducha, hotel de 5 estrellas.

Todo iba aparentemente bien y la jornada transcurrió plácidamente. Dimos una vuelta por el pueblo, conversamos con varios vecinos, invitamos al encuentro de la noche, almorzamos en un restaurante por 5 soles (de todo hay en este sitio), miramos el vóley… A las 6 llegó un amigo que anunció el evento en tikuna por la megafonía, y luego yo lo hice en español. A las 7 y media comenzamos la reunión con tres personas, pero algo es algo: Betty, Dorka y Genaro. Los tres mestizos. Nos contaron que están totalmente marginados por los tikunas, su opinión no cuenta, por momentos viven atemorizados a causa del control al que someten a toda la población. Les permiten vivir ahí por sus comercios; los tikunas son más bien pescadores.

Había unos vecinos en la entrada, todos varones. Salí a preguntarles si venían a la reunión, y nos dijeron que tenían otra de deporte “en el mismo sitio y a la misma hora” (como la Puerta de Toledo). Cuando concluimos la nuestra entraron dos, muy serios. Solo habló uno, que se llama Rafael, se presentó como “el fiscal” (algo así como el responsable de seguridad ciudadana) y nos dijo que “ustedes no tienen que estar aquí, ya tenemos dos iglesias y no queremos más”. Le decimos que el alcalde nos brindó el local y nos dice que “él no tiene autoridad para eso”. Y concluye: “váyanse. No queremos que vuelvan”.

Nos quedamos algo pillados, pedimos disculpas por no haber ido al apu o al teniente gobernador (las autoridades tradicionales), pero les dijimos que no sabíamos, pensamos que con el alcalde era suficiente. Suplicamos que nos dejaran esa noche (eran más de las 8:30 pm ya), y el tal Rafael consultó por lo bajo en su lengua con el otro, que no había dicho nada, y accedió. Algo más tarde fuimos a casa del apu, lo sacamos de la cama, le contamos el caso, y el hombre escuchó en silencio y solo dijo: “Pucha”. Quedamos en conversar a la mañana siguiente a las 7, pero no se presentó; volvimos a buscarle y su esposa nos dijo que se había ido a pescar. El alcalde también estaba pescando tras terminar su corralito. Nadie apareció.

Hay acá un par de problemas. Por un lado, parece que estos tikunas no se han enterado de que ya no son una comunidad indígena homogénea y regida por sus leyes; en ellas, si sus autoridades dicen “aquí no puedes entrar”, pues ni modo, hay que irse. Ahora son un centro poblado -ellos lo solicitaron-, y por tanto una localidad reconocida por el Estado, donde cualquier ciudadano tiene derecho a estar, vivir o visitar, y nadie te puede botar así como así, seas mestizo, católico, gringo o mediopensionista. Por otra parte, no comprenden la función del alcalde delegado, ni reconocen su autoridad, están totalmente descoordinados entre ellos.

¿Cómo continuará este asunto? Lo contaré en los próximos episodios. Es increíble que en un lugar donde hay telefonía e internet (¡ni en Islandia, capital del distrito, tenemos!) sucedan cosas así, y más teniendo en cuenta que los indígenas siempre se muestran hospitalarios y agradecidos con nosotros cuando los visitamos. Tal vez se explica también porque probablemente dimos con un tipo especialmente bruto. Y eso pasa en los tikunas y en las mejores familias.

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