A pesar de que llevamos unas semanas desolados, y los
últimos días con el alma en vilo pendientes del celular, ni siquiera ahora
que te has ido me sale hablar de ti en pasado, tal es el impacto que
causaste en mi vida desde que te conocí, gemelo de la conmoción que ahora
siento.
Tú tienes que hacerlo todo muy rápido; igual que ibas a toda
pastilla por las calles de Chachapoyas, y saludabas a medio pueblo sin parar,
yendo de casa en casa a dar la comunión, de ahí al hospital, y luego al comedor
con tus niños, al mercado, de nuevo a la comunidad a recibir gente… así te
has marchado, veloz como el vuelo de un cóndor perdiéndose hacia el horizonte.
Mi vida contigo es mi vida en el Perú, que pronto va a
cumplir diez años. Tú eres para mí el rostro de aquellos días primeros,
la sonrisa que iluminaba mi sorpresa ante tanta novedad, el consejo y sobre
todo la acogida incondicional. Cada noche, cuando tus carreras habían cesado y
lograbas sentarte un rato, me servías mi gelatina y en aquel momento de
intimidad conversábamos tranquilos acerca de tantas cosas. Ahí nos dimos cuenta
de que los días de tu cumpleaños y de mi ordenación coinciden: 6 de mayo. Fuiste
lo más parecido a mi familia; ya lo conté entonces acá.
Como no he vuelto a Chacha desde que me vine a la selva,
solo nos hemos visto un par de veces en estos últimos siete años, en Lima y una
mañana de enero en Badajoz. Aunque no eres de enviar muchos mensajes, siempre
hemos cuidado el contacto; por ejemplo: “Mi querido y siempre recordado César,
hace tiempo que no nos comunicamos, pero el cariño y la amistad perduran en mi
corazón. Espero y deseo te encuentres bien, y con muchas ganas de poderte
abrazar”.
Esa eres tú: aprovechas el más mínimo resquicio para soltar
un “te quiero”. Eres una de las personas que conozco que con más facilidad y
naturalidad envía ese regalo verbal, crucial para la vida. Eso me ha dado
la oportunidad de responderte lo mismo a ti, como un eco, y de aprender a
expresar sin miedo el cariño. La última vez fue hace menos de una semana; Coro
te puso al teléfono, nos saludamos un segundo porque tenías que descansar, y
cuando ella y yo retomábamos la conversación, escuché de fondo tu “te quiero
mucho”… Fueron tus últimas palabras para mí, y al recordarlo se me saltan las
lágrimas y a la vez me siento orgulloso y feliz por ello.
Recuerdo cuánto sufriste por la enfermedad repentina
de tu gran amiga Doris, que lamentablemente te precedió. Igual que tú hacías, he
orado mucho al Señor de Burgos por ti, como me pediste. Es tu advocación favorita,
a diario pasabas por la plaza y le saludabas con fervor, como una Chachapoyana
más que eres. En la angustia y el desconcierto imploramos a Diosito lindo que
haga un milagro, aunque sabemos que a menudo no puede…
Ya estás con Él y con ella en la plenitud de la vida,
seguro que ya gozas y descansas, pero nosotros acá no entendemos nada. No
puedo creerlo todavía y no sé cómo vamos a hacer ahora sin ti… Sí, me dirás
que hay que seguir caminando, que la misión tiene que continuar, pero duele
mucho y percibo que toda esta tristeza te llega, así que por favor ayúdanos un
poquito.
Está amaneciendo en Lima. Pronto los pájaros adornarán el
rumor de la vida que se reanuda, pero ya nada será igual. Te quiero Katy; me
alegro de habértelo dicho en vida y pienso continuar diciéndotelo muchas veces
más, porque no te voy a olvidar nunca. Gracias, cariño.
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