No estaba yo muy animado a participar en el taller de la Escuela de Perdón y Reconciliación,
no. Porque: 1/La fecha era aparentemente inoportuna, justo al volver de las
vacaciones; 2/ llego y hay muchas cosas pendientes, etc.; y 3/ no tenía muchas
ganas, francamente. Pero como el lugar era Indiana… no fui capaz de decir que
no.
“Yo no me he ido al
taller, el taller ha venido a mí; si no fuera acá no participaría”, con
esta andanada de sinceridad me expresé en el momento inicial de presentarse y
compartir motivaciones con el resto del grupo. Somos en total 19 entre misioneros, trabajadores de la oficina de
Punchana y profesores del colegio de Santa Clotilde. Es una iniciativa
financiada por el proyecto de Misereor y que ya se realizó en El Estrecho en el
mes de julio con éxito. “Anótate -me
aconsejó Anna– que te vas a alegrar”.
Ahora que estamos a punto de terminar los ¡seis días! de
reflexión, dinámica, aprendizaje, comunicación, profundización y descubrimiento,
puedo decir en honor a la verdad que me ha encantado. No solamente no estoy
cansado, sino que durante estas jornadas mi
cuerpo se ha relajado, mi mente se ha despejado, mi ritmo se ha acompasado y mi
sonrisa se ha cincelado con firmeza y suavidad. Tan sorprendente como natural.
En la web institucional de la Fundación para la
Reconciliación leemos que “Las Escuelas
de Perdón y Reconciliación (ESPERE) son un proceso pedagógico vivencial y
lúdico, para sanar las heridas, transformar la memoria ingrata, generar
prácticas restaurativas y brindar herramientas para recuperar la confianza.
(…)Es un curso interactivo constituido por 12 módulos de trabajo: 6 de
perdón y 6 de reconciliación. Cada módulo tiene una duración aproximada de
4 horas. Actualmente se desarrolla en 19 países y ha trabajado con más de
2.200.000 personas”.
Se trata de “soltar” la carga emocional, la rabia que siento contra alguien que me
hizo daño, socavó mi autoestima, traicionó mi confianza… y tiempo después (a
veces años) me sigue haciendo sufrir inútilmente mientras que mi agresor ni se
entera. Mirando a esa persona con otros ojos, tratando de comprenderla en sus
circunstancias (no de justificarla), decido
perdonar, rompo esas cadenas y limpio el dolor. Para ello no hace falta ir
a decirle nada a él o a ella, es un
proceso personal de recablear mi
mente y mi corazón, ya que “el perdón no cambia mi pasado, pero sí mi
futuro”. Magnífico.
La metodología pivota sobre el juego, el diálogo en los grupinhos (pequeños equipos de tres), la
expresión corporal, el dibujo, la sorpresa, la risa… Cada bloque termina con un
“ritual”, una acción simbólica en la que manifestamos a qué nos comprometemos
en línea con lo que hemos trabajado; a cada intervención el grupo responde con
“¡así sea!”. Es divertido, emocionante,
sugerente, llega a las fibras más sensibles y despabila nuestra humanidad con
chispa, eficacia y un toque de ternura.
Bastantes cosas de las que se han dicho ya las conocía, así
o con otra formulación; muchas han corroborado intuiciones que hace tiempo
tengo, que me he aplicado e incluso he enseñado. Hay algo que en el último
tiempo, al hilo de la mecánica cuántica, que me vuelve una y otra vez: ser cocreador de mi realidad. Y las
herramientas para esa generación de felicidad son el silencio, la meditación… y
la compasión. Es decir, captar, sentir y vivir que todo está conectado, estoy unido íntimamente a cada ser y formo
parte de un Todo.
El taller concluye dentro de un rato. Me siento sereno,
centrado y preparado para afrontar esta parte final del año sin que me
desborden el trabajo o la avalancha de responsabilidades. Cuidando de mí, aprendiendo a distribuir y delegar tareas, con
asertividad y concediéndome el descanso necesario
¡Así sea!
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