Hace algunos días llegaron dos mujeres a la misión para mantener
una charla que ya he vivido dos o tres veces más desde que estoy en Indiana. Venían
acompañadas por un hombre mayor, familiar de una de ellas, que fue el que abrió
la conversación con otro tema. Despachados los prolegómenos, y mirando al piso
tras sus mascarillas, me contaron su
historia y me mostraron su herida.
Siempre son jóvenes, incluso demasiado. Como acá es habitual que
las chivolas se embaracen a partir de
los quince o dieciséis años, las mamás botadas
pueden tener veinte y muy pocos, y un par de hijos. Como era el caso. El cuento
es más o menos el mismo: un día
cualquiera, de buenas a primeras, su pareja,
el papá de sus hijos, sin decir esta boca es mía, desaparece sin más.
Sin motivo aparente, sin que haya de por medio riñas más graves de
lo normal, sin dar síntomas de hastío, sin despedirse… simplemente se van. Y dejan a sus mujeres tiradas de la vida,
con críos pequeños que les exigen todo su tiempo, sin oportunidad de
trabajar, sin medios y, por supuesto, sin formación, porque apenas terminaron
la secundaria, si es que llegaron, abrasadas por las llamas de la pasión.
A medida que narran sus penalidades, van asomando las lágrimas de impotencia, de humillación y de tristeza.
El desamparo material es cruel, están obligadas a buscar apoyo en sus familias,
a luchar por darles a sus hijos un plato de comida “o comprarles sus sandalias por lo menos”, en sus propias palabras.
En una selva tan pobre como la nuestra, y peor con la pandemia que esparce
miseria por todas partes, deben de estar pasándolo fatal.
Pero seguramente
más doloroso aún es el abandono afectivo, la bofetada del desprecio mudo y sin
paliativos por parte de quien te prometió amor… o tal vez no. Quizás una arista
de estas situaciones sea justamente el
hecho de que no hubo compromiso serio, manifestación pública de un vínculo,
establecimiento de obligaciones y derechos mediante una institución como el
matrimonio o la mera inscripción en el registro. Ahora todo se ventila diciendo
“mi pareja” o “mi conviviente”, y eso puede conllevar provisionalidad, lazos en
el fondo precarios, hogar de quita y pon.
- ¿Y dónde
están sus… los papás de sus hijos?
- No lo sé. No le puedo ubicar.
- Yo tampoco. Tal vez en Trujillo, pero no tengo su número de celular.
- No lo sé. No le puedo ubicar.
- Yo tampoco. Tal vez en Trujillo, pero no tengo su número de celular.
Humo. Se volatilizaron sin dejar rastro. Pies, para que os quiero.
¿No les pesará ni un átomo a esos tipos
el drama de unos hijos que van a crecer sin padre? ¿No les dará vergüenza
escapar así, con nocturnidad y alevosía, para no tener que pasarles ni un sol? Y
probablemente se creerán más machos
porque han encontrado otra mujer más joven aún, menos usada, y presumirán de que ahora tienen “dos familias”. Menudos elementos; la hombría es afrontar
tus responsabilidades. Ser padre es mucho más que un momento de inspiración en
el que hiciste diana; es asumir que tu vida ya no te pertenece, sino
que ahora consiste en sacar a tus hijos adelante.
Estas mamás vienen a la parroquia buscando socorro en
alguien con autoridad, todavía consideran así a los misioneros en Indiana. Les recomiendo
que vayan a la Defensoría Municipal del Niño y del Adolescente, que yo voy a
conversar con el encargado para que las atienda bonito y puedan tramitar la denuncia por dejación de pensión alimenticia para
sus hijos. Es curioso la cantidad de papás en Perú que reinciden en el incumplimiento
de este derecho fundamental de los menores; muchos de ellos eran candidatos en
las elecciones del otro día, por cierto.
Este país está repleto de mujeres solas con los hijos a su cargo,
desvalidas y burladas. Es un problema de dimensiones gigantescas que de vez en
cuando me salpica de indignidad, rabia y pesar. En momentos como este entiendo
a las feministas radicales y me dan
ganas de recortar virilidades en la misma medida que alargar el presupuesto nacional
en educación al 10% del PBI.
1 comentario:
De la misma forma que acá los hombres exigen "como prueba de amor" que las mujeres no usen ningún anticonceptivo, las mujeres deben exigir "como rpueba de amor" la cópia de su dni. Y si ellos no quieren, pues que "se amarren su curichi" que decía nuestra abogada cuando la cólera y la indignación la exasperavan. 150 denúncias por pensión de alimentos en dos años que ha funcionado el despacho jurídico acá, es la historia que se repite en cada casa del vecindario. Pero como dices, sin educación esto tampoco lleva a nada, ya que se convierte en un mal hábito, las mujeres se embarazan del primero que dobla la esquina, y luego tienen denúncia de alimentos pra los 5 padres distintos de las criaturas.
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