Por azares y recovecos del calendario, me tocó administrar la Confirmación por
primera vez en mi vida, y realmente fue algo excepcional por inusual y por espléndido. Siento que,
después de esta experiencia, las confirmaciones “normales” que vendrán (en las
que no seré yo el ministro), las viviré sin la menor traza de rutina, si es que
alguna vez la hubo.
Cuántas
veces he ensayado con los muchachos en España y en Mendoza el rito de la
Confirmación interpretando yo el papel de obispo, y
nos hemos reído con las equivocaciones de un@s y los nervios de otr@s... pues en
esta ocasión mi entrenamiento era de
verdad, varias veces trabuqué las palabras y me gané alguna burla probando
de mi propia medicina. Jaja.
Hay en este sacramento un orgullo ya conocido, el del pastor que ha caminado un tiempo con los
jóvenes y llega el momento de recoger un peculiar fruto. Mal que bien se
han preparado, los has visto crecer, conoces batallas y algún trauma, son tuyos de alguna manera, y poderlos
presentar como capaces de dar con libertad y conciencia el paso de seguir a
Jesús es un íntimo regocijo, la contemplación de la acción de Diosito y su
promesa de futuro.
Pero ahora, además de acompañarlos hacia la fuente de la Gracia, era yo el
instrumento para que ellos la recibieran. Saboreé mucho la impresión de ser
un mero sustituto, de tener entre mis manos algo que no me pertenece y que me
desborda; era a la vez testigo y canal de la elección del Espíritu, elemento
ocasional y tan precario como privilegiado.
¿Acaso no es siempre así? Sí, y nunca lo
había visto con esa claridad. Soy una raya en el agua, dueño de nada, solo
herramienta provisional, “una palabra
vacía en un poema… un segundo en tu sueño”. Solo unas manos que Diosito toma prestadas para bendecir, para
consolar, para preferir, para consagrar. Un aceite que contiene
misteriosamente la plenitud de su presencia y el perfume de su amor.
Pensé que los confirmandos estarían
decepcionados porque claro, el Obispo tiene otra categoría, ¿no? Pues creo que
la emoción de compartir algo nuestro
superó esa contrariedad. Los vi muy
metidos en la celebración, a ellos y a las dos profesoras que también
recibían el Crisma. Y yo, a pesar de las imprecisiones del novato, disfruté
enormemente y durante la homilía me noté seguro e inspirado como pocas veces.
- Recibe
por esta señal el don del Espíritu Santo.
- Amén.
- La
paz sea contigo. Y acá les ponía la mano sobre el
hombro como tantas veces he visto hacer, y es un instante hermoso, entrañable y muy personal. Para ellos y para mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario