En la quebrada Callarú el agua es tan oscura y tan quieta que se comporta como un perfecto espejo natural. Al mirar al frente sentado en el bote tienes la sensación de estar volando, navegando por el aire en mitad de la selva porque los árboles se reflejan en la superficie del río, duplicándose como si estuviéramos dentro de un gigantesco caleidoscopio. Es un espectáculo.
Este reciente recorrido, breve pero
completo, ha estado sembrado de sonrisas de niños, planes cambiados,
conversaciones y presencia, quizá lo más valioso pero aparentemente “inútil”; un llegar, estar y compartir gratuito, que siempre me deja el regusto de ser
insuficiente. Ponerse en camino cuesta y cansa, pero a la hora de
despedirnos me hubiera encantado quedarme más tiempo…
En Buen Jardín están liados con la
construcción de los baños que Mensajeros de la Paz les ha financiado, de modo
que pateamos el pueblo entero mirando todos los huecos para las plataformas y
las fosas sépticas que la gente está
cavando como aportación de la comunidad. Hay hasta niños ayudando, metidos en
el agujero y cubiertos con un plástico para que el sol no les sancoche. Por la noche nos prestan la
iglesia evangélica (¡!) y tenemos una capacitación
sobre el correcto uso, cuidado y mantenimiento de los baños, su limpieza, etc.
Ya contaré la historia completa cuando se terminen.
Planeamos entre los shungos de wasaí y
avanzamos hasta Erené. Nada más llegar nos enteramos de que la señora María ha
fallecido repentinamente de un derrame cerebral. La llevaron a Tabatinga pero
ya no se pudo hacer nada por ella. María y su esposo Nicolás, que ya tienen
hijos mayores viviendo lejos, adoptaron
a Milagros, una bebita que les dieron
recién nacida porque nació malita
y su mamá era una chivola que ni podía ni quería quedarse con ella. Milagros
tendrá ahora 7 u 8 años, y secuelas de sufrimiento fetal que le duran toda la
vida: no habla, se mueve con dificultad y hace poco aprendió a caminar. Una
historia bien triste.
En Erené no hemos logrado todavía casi
nada, y de hecho este probablemente será el último intento. Pero, para nuestra sorpresa, acude un buen número
de personas al encuentro en el colegio. Lo que se ventila es la posibilidad
de que la comunidad solicite un botiquín, de modo que, como en otros lugares,
explicamos en qué consiste, cómo se debe manejar, etc. Cae una bruta lluvia durante la reunión, de modo
que hay que regresar a la casa donde dormimos a pata cala, con los pies en el barro. Merece la pena mancharse un
poco si es para que la gente viva mejor.
La siguiente etapa de la caleidoscópica
travesía es la ribera del Amazonas, Puerto Alegría. Lo que estaba inundado el Jueves
Santo ahora es una amplia y linda playa. Mientras me baño dando unas brazadas
llega un bote y con él el jaleo: traen unos bakús,
tremendos pescados de alrededor de 15 kilos. Se venden al toque por 15 reales,
y nos los ponen para almorzar. ¡Rico! Luego aparecen más de 50 niños: los del grupo de primera comunión serios,
con sus libros y cuadernos, tienen una sesión con su catequista Yanina y la
hermana Ivanês; los otros, más jaraneros, colorean, cantan y aprenden el
padrenuestro con la hermana Dorinha. Y al final, chupetes para todos. Y para mí
también, eh.
El
motor de luz concede la posibilidad de hacer cosas por la noche y retrasar la
hora de dormir. Un joven lee, otro niño estudia, y algunos conversamos
tranquilos. Me preguntan por España y les cuento
que no es el paraíso, la plata no brota de los árboles y la vida es dura también.
“¿Tú ves por allí a Messi?”. Me hace
risa cuando la gasolina se gasta y me meto en mi carpa. Y todavía me río más al
acordarme de que, en la tarde, una niña chica que caminaba cogida de mi mano,
me dijo: “César, te estabas peyendo”.
Jeje. Natural como la vida misma.
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