En
el encuentro vicarial de formación de animadores pasé en un año de estar mudo para escuchar,
aprender y absorber como una esponja, a asumir el rol de coordinador general. En el Vicariato somos tan pocos misioneros que esto es así. Y de
hecho en 2018 pagué la novatada y ocurrió algún que otro desastre organizativo,
pero salió razonablemente bien. Esta vez, con fecha nueva a finales de junio, ya
venía yo más armado y previsor.
Todo
resultó genial gracias a un equipo excelente de compañer@s misioner@s que se lo han currado con los temas y talleres, el acompañamiento
de los grupos, la organización de la comida y la economía, el cuidado de la
liturgia, la secretaría, los cantos y dinámicas… ¡todo! Además del equipo de
Indiana, que cargó con todito lo referente a logística, ambientación, limpieza
y preparación de la casa para acoger a más de 80 personas. Con ellos resulta
sencillo sacar adelante el evento.
La relación sencilla y cercana con los
animadores hacen que el CEFAC sea una experiencia linda. Los pequeños detalles, las bromas, las chapas y las anécdotas graciosas le dan un tono distendido y permiten
afrontar a veces jornadas casi enteras de trabajo. Es un gusto formar parte de
esta familia, donde ya soy conocido, y tener tanta confianza como para a veces
enfadarme y luego pedir disculpas. Como veo que me es difícil concentrar estos
días en palabras, elegiré algunas imágenes:
Las reuniones de grupo, los papelotes, los "dramas", las canciones... son los medios dinámicos para ir comprendiendo y aprendiendo juntos. |
Siempre hay un cronista, el p. Francisco Miranda de Santa Clotilde, que va dibujando en papelotes los sucesos chistosos, las bromas y los chascarrillos del encuentro. José Paredes, de Yanashi, se equivocó leyendo el lema del Vicariato, la carcajada fue general y el pitorreo se trasladó a la entrada de la maloka, como vemos.
A mí me retrata completamente pelacho siempre diciendo algo. Esta vez, cuando algún misionero chivaba alguna respuesta a un grupo, yo decía: "¡trampa!". Ya esa tontería se viralizó y a cada rato la gente estaba: "¡trampa!". En la Eucaristía final lo repetí en la homilía y el personal se escachurraba de risa.
Los animadores, responsables de sus comunidades, son la clave de nuestra iglesia en formación, apenas naciente. A ellos hay que consagrar entusiasmo, proyectos, plata, ideas... y mucho cariño. |
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