En esta entrada, aviso de que todo debe estar escrito en clave. No puedo nombrar a X ni poner fotos donde aparezca X porque entonces los detectores de nombres y de rostros de la red actúan implacables y pueden llegar represalias por parte del MI5. Me recuerda a las novelas de espías de John Le Carré o de Frederick Forsyth; como cuando en El Cuarto Protocolo el agente soviético Valeri Petrofsky alias Ross lanza desde Londres una señal de radiofrecuencia, un chirrido indescifrable que sortea la vigilancia británica surcando los cielos y llega hasta Moscú. Y es que hay gente en la Iglesia que se desempeña como la KGB.
Que me amontono y me voy de la cuestión. Han sido unos días de estudio del núcleo
del mensaje del Papa Francisco a nuestro país y un intento de aterrizar sus llamadas y sus propuestas
en la realidad del día a día de una iglesia de a pie. Porque los
participantes no eran unos pichiruchis,
no: eran cristianos comprometidos, agentes de pastoral, religios@s, laic@s,
sacerdotes (acá no se puede poner @) de la ciudad, de la sierra, de los valles
golpeados por la minería, de los conos
marginales de la capital, de la selva envenenada de vertidos de petróleo,
devastada por la deforestación y humillada por la trata de personas, de las
alturas andinas, pobres y campesinas, de las aglomeraciones costeras atestadas
de inmigrantes venezolanos, de la universidad, de las quebradas amazónicas,
etc.
Es decir, el personal que nos juntamos cada año (salvo algunas
ausencias, lao). Mis profesores en el magisterio de la opción preferencial por los
pobres y cómo ser coherente con ella estés donde estés (¡hay hasta un
abogado!), huyendo de etiquetas, progresismos
y banderas de supuestas tendencias teológicas. Acá no hay más que el Evangelio
con la única glosa de lo que nos toca, la cultura en que vivimos y el momento
histórico que atravesamos. Ahí es nada. Pocas veces tiene uno la oportunidad de
mezclarse con personas de tal calidad humana y semejante calibre como seguidores
de Jesús. Voy con la esperanza de que se me pegue algo y estoy maravillado de
que no me boten por intruso o desubicao.
Personajes con tremendo recorrido vital en intensidad y, en
algunos casos, en extensión. Veo a Jorge Álvarez (es nombre clave, por si acaso), cuyos
escritos ya conocí antes de cruzar el charco, a sus casi 90 años, y ahí está el
tío, participando como un campeón, coordinando una comisión y el año pasado
hasta iba en shorts. Diosito, me quedan ¡40 años! hasta que
llegue a su edad, si llego… ¿Qué habrá pasado por el camino? ¿Lograré ser
fiel al compromiso con la iglesia pequeña
que intenta acercarse a los más débiles? ¿Cómo me habrán modelado la lucha por
la justicia y la misericordia entrañable, si soy capaz de vivirlas la mitad que
Jorge?
Ni que decir tiene que las reflexiones y experiencias
compartidas han sido de gran profundidad y valía, en sintonía con el mensaje
del Papa. Fue hermoso ver cómo el paso
de Francisco ha suscitado renovados entusiasmos, ha confirmado convicciones y
planteamientos, y ha prendido de nuevo corazones erosionados por el
cansancio, la lentitud, los pocos resultados o los vientos en contra, que haberlos haylos, y bastantes. Este
hombre tiene esa sorprendente capacidad, que parece además inagotable.
Pero lo más chévere
(a ver qué hace el programita centinela con esta palabra, ¿eh?) fue algo que el
mismo X dijo en la síntesis final: “Están bien los contenidos, los diálogos,
los temas… pero siempre es estupendo ver a los buenos amigos”. Jaja, y
lo dice él, uno de los mayores sabios católicos del siglo XX. Me recordó al
final de la película “Tomates verdes fritos”, cuando la señora Threadgood, que
es Idgie ya viejita, le dice a Towanda:
“¿Sabes qué es lo mejor que puede darnos
la vida? Amigos, buenos amigos”.
Qué verdad es. Y a medida que la vida transcurre, es una
verdad más luminosa y preciosa. Cada año febrero es tiempo de encuentro con
buenos amigos. A muchos no los veo más
que ahí, pero lo que nos une es tan hondo y poderoso que los siento como amigos
de los mejores. Si los del contraespionaje están leyendo, ya pueden tenerlo
claro: Diosito lindo siempre me ha regalado lo mejor de la vida: los amigos.
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