- "Hay combinados" - me contestaron.
- "Vayan a sacarlos del bar El Alto" - pedí. "Estoy
por aquí".
Y traté de confundirme entre la gente que empetaba la plaza de armas, pero no pude: a
cada paso "buenas noches, padre", "padrecito ¿cómo
está?"... Aquí hay menos
anonimato que en La Lapa, jaja. Esta noche de fiesta hay gente de un montón
de sitios de la provincia, de manera que mientras paseaba hacía un concurso
conmigo mismo a ver si acertaba la procedencia (porque los nombres ni pensarlo)
de los que iba conociendo; nada, un desastre, tengo un lío tremendo en la
cabeza de rostros, lugares y nombres.
A las 12 se encendió el castillo de fuegos artificiales. Un ingenio espectacular, gigante, hecho a
mano con cañas, madera y pólvora, que arde o explota por fases iluminando
la noche mendocina ante cientos de miradas asombradas. La multitud de vez en
cuando serpentea para refugiarse de los chaparrones de chispas y emite una
especie de ronroneo entre sorprendido y asustado: "¡Oooooohhh!”.
Una preciosidad humilde,
como todo el aparato festivo de esta víspera de San Nicolás: un vendedor de algodón dulce, una mujer
que hace churros con o sin manjar,
algunos mercas ambulantes que se han
colado en la plaza, varios futbolines bajo un improvisado tenderete con una
bombilla, la cantina pequeñita junto los músicos y frente a las gradas de la iglesia, desde
donde se contempla esta virguería pirotécnica cómodamente sentados.
Nos encontramos con Shalym, y quiere a toda costa bailar con
Cristina, la hermana de su adorado padre Lolo. Como ya he pasado a la segunda
ronda de tragos (primero un ronsito
con cola, que no era Barceló pero daba el pego) y me está encantando este pisco
sour (léase “sauer”) en vaso descartable, me animo. Adelaida me ve llegar y me jala al toque, y… un huayno, otro, otro,
una cumbia, otra… El profe Echegaray invita a cerveza, la bebemos todos en un
mismo vaso pequeño, por turnos, como se hace aquí (Papá, mejor que no leas esto…),
y a la carga con más guaynos, marineras, cumbias y de todo. Jamás en mi vida he bailado tanto como la otra noche.
Me escapo en un piome* de
Adelaida pero llega otra mujer, joven: “Padre,
¿le incomoda si le pido bailar con usted?” (mis hermanas tranquilas que no pasó
nada). “Yo no sé bailar, pero me dejo llevar
por ti” – le digo. Mientras nos movemos, me
pregunta si me acuerdo de que hace algún tiempo que se vino a confesar, y sí,
recuerdo que me contó una situación difícil en su familia. “Le pedí consejo, usted me lo dio, yo le hice caso y… se solucionó. ¿Ve
allí? Aquella es mi hermana, todo está arreglado con ella. Quiero darle las
gracias”. El estremecimiento que sentí no se debió precisamente a la mijina
de aguardiente que probé, sino a un cóctel de pudor, orgullo y agradecimiento. Qué gente más sencillamente expresiva y
buena, qué bendición estar aquí.
¿Cómo no seguir meneando el esqueleto? Hasta casi las 4 de la
mañana, y quien no se lo crea que pregunte. A esa hora,reventao, dormí un ratino y a las 5:30 ya estaba comenzando el albazo del día central. Fue también
una jornada muy chula, pero yo ya venía
con la felicidad estallando en mi corazón desde la madrugada como las
ráfagas multicolor en el cielo nocturno. Prendido en el paladar, el regusto
dulce del limón convertido en sonrisa; y el vaivén ligero y desenfadado del
huayno contagiado a mis pies. Quizá sin remedio. Para dejarme llevar.
* Un piome es una pausa, un descanso, un recreo. Una palabra que aprendí en Valencia del Ventoso, ¡viva la Virgen del Valle!
Draque con tortitas |
1 comentario:
¡Qué ajetreo de noche!No podía imaginar que aguantases hasta esas horas de la madrugada,pero entre lo que te quiere la gente y la pinta tan buena que tienen esas tortitas,hasta yo misma trasnocharía.
Cuídate mucho.Abrazos
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