Hace algunos días, un mensaje de mi amiga Lola Ceballos me llamó la atención: "Lo que más me llena de tu blog es que lo escribes como si todo fuese rodado, a pesar del cambio de vida, de situaciones, de mentalidades...". Quizá la otra tarde, mientras iba de camino hacia Chuquibamba, estas palabras pasaron como una ráfaga en mi mente cuando sentía el ataque del soroche.
Ya llevaba varios días con dolor de garganta. El jueves, cuando Katy me vio y pensamos que podía ser faringitis, empecé a tomar antibióticos. Por cierto que cada comprimido de azitromicina costó en InkaFarma 11,01 soles (unos 3 €), más que un menú, un desodorante o un pasaje en combi a Bagua Grande: una auténtica pasta que, estoy seguro, mucha gente aquí no puede permitirse. Ni que decir tiene que no llegué a mi destino, me bajé de la combi en Leymebamba buscando refugio en casa de Juan Andrés, mareado, con el estómago en la boca, la cabeza como un bombo y yéndome de varilla.
Katy diagnostica que es la combinación de antibiótico + soroche (mal de altura) + cansancio. Pues sí. Y es que llevo dos meses (justo se cumplieron ayer, día 29) a tope, en un de acá para allá permanente, llevándome por delante cambios de clima, de altitud, de comidas, arrastrando resfriados y haciendo más kilómetros que Fernando Alonso. Un período de adaptación nada reposado, jejeje. La sopa que me preparó Juanandriu el viernes, en el rato que me levanté de la cama, fue el principio de la curación: qué rica.
Los pantalones me dicen que 4-5 Kg se han ido por ahí con tanto trajín. El hábito intestinal se ha visto completamente trastocado; dicho en cristiano, que durante muchos días no iba al WC ni patrás, y cuando veía los peazo platos de arrozpapaspollo, me entraban las siete cosas. He llegado a contar en mi cuerpecito más 40 picaduras de ¿arañas?, ¿mosquitos?, ¿pulgas? que se llenaban de agua, explotaban y sangraban. Me tuve que comprar una crema antihistamínica (de nuevo a la farmacia, afloja la guita), y también otra hidratante y protectora contra la radiación UV cuando se me quemó la loncha de jamón de york y empezaron a salirme manchitas blancas en la piel. Qué bonito es el Perú.
Y luego están las esperas. Y esta situación de liminalidad (el paso de una cosa a otra), de provisionalidad; mes y medio sin al menos saber dónde voy a dar con mis huesitos (y aún falta otro mes hasta poner el pie en Mendoza), sin nada que hacer, sin responsabilidades, dependiendo de la generosidad de los demás, errante, con una maleta entera sin deshacer en el obispado, sin carnet de extranjería, sin poder abrirme siquiera una cuenta bancaria o una línea telefónica a mi nombre... Sabrá Dios cuándo voy a acabar de llegar a mi sitio, a mi habitación en la que colocar mis cosas, las fotos de mis sobrinos.
Ellos están muy lejos, todos a quienes amo están allá, y cuesta. Las comunicaciones son fáciles, pero me pasa como a la Pantoja, que solo puede hablar con sus visitas a través de una mampara transparente: hay momentos en que necesitaría abrazar y tocar. Como aquella noche en Collonce, como estos últimos días. Menos mal que mis compañeros y las hermanas me cuidan muy bien, y todo el mundo me trata con amabilidad y me hace todo más fácil. Carmen me decía hace unos días: "Estoy admirada de la paciencia que tienes, parece que no te cuesta trabajo". Pues no es tan fácil, ¿eeh? El criterio de descansadamente (Ej 18) no siempre depende de mí.
Estoy muy contento, que quede claro y que nadie se alarme. Pero las cosas no son siempre de color de rosa y... alguna vez me tendré que quejar, ¿no? Aunque desde que descubrí el mate de coca me he quedado tranquilo. Y más con la pitahaya (http://es.wikipedia.org/wiki/Pitahaya): ¡qué fruta! ¡qué cosa más rica! ¡y qué desatascador! Con ella ya no ha miedo a las noches de mierda.
Mi habitación del obispado. A la izquierda, la maleta azul sin abrir |
El obispado por dentro. Mi cuarto es el que tiene la escoba en la puerta, a la derecha |
Casa de las Formacionistas. Desde aquí escribo y hablo por Skype |
La catedral con la corona de Adviento gigante. Los fieles y yo somos ya de familia |
2 comentarios:
Eso comparao con la noche del guante desatascador no es naaaaá...¡Ánimo campeón!
Querido César,cuídate mucho y sobre todo confía.Demasiado bien estás para tan fuertes cambios físicos y emocionales.Todos tenemos algunos días bajos y está permitido quejarse.Te recordamos y pedimos a Dios por ti.
Un abrazo.
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