Me enseñó estas palabras Ignacio Iglesias, maestro humilde, amigo, y el primero que me dio los Ejercicios. Expresión para ayudarme a centrarme en mi realidad concreta, a reconocer en ella con alegría la única verdad de Dios para mi. Sin soñar ni volar, solo disfrutar de lo que tengo entre manos.
He pasado un mes fabuloso en Perú, estoy rebosante de agradecimiento, y realmente es estupendo volver a casa. Aquí también me estaban esperando, y estaba hasta el coro en la Eucaristía del sábado. Qué descanso no tener que estar pensando en decir "el Señor esté con ustedes", jejeje.
Qué cosa conducir mi carro, bajito, sin baches; o comer bacalao de mi hermana, ensaladilla de mi padre o tortilla de patatas de mi vecina Josefita, con pan (!) y un vasito de vino. Qué gusto saludar a mis compañeros y poderles decir que lo del Perú "fenomenal", y ver cómo se alegran de encontrarme bien.
O salir por mi pueblo, besar a un montón de gente, saber que me han echado de menos y que están contentos de que haya regresado sano y salvo, aunque "un poco más delgado, mire usté". Levantarme a las 7:30 en la oscuridad de la noche, salir de la parroquia a las 8 y ver la luz del día; abrir mi ordenador y teclear reuniones, catequesis, calendarios; cruzarme con el perro de Lourdes y hablarle a mi limonero; levantar ahora la vista y ver mis libros y, hace un rato, dos goles de la selección.
Es hermoso sentir los abrazos y besos de mis sobrinos, y la cara que han puesto cuando han visto los bolis tan chulos que les he traído, que tienen una llama bordada. Y quedar con los amigos para estar juntos, intentar contarles lo feliz que he sido allá y simplemente compartir la dicha de tener dónde regresar y sentirte amado.
Este es el "hoy" de Dios para mí, mis Valles, aquí están mi misión, mi familia, mi vida. Y, ahora mismo, una llamada de teléfono. Hasta mañana.
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