Antonio con la maqueta de la sala polivalente que vamos a ayudar a financiar; y con los dos indígenas que la llevaron |
Es una persona humilde y accesible, de conversación fácil (y larga), que rezuma por los cuatro costados convicción en lo que hace, pasión por su misión. Sentarte con él significa contagiarte, provocar tu sentido de la solidaridad, tocar la fibra misionera, desperezar el amor por África. Y eso en mí tiene su peligro, no creáis que no.
En nuestra parroquia llevamos conociéndole todo este curso; bueno, conociendo sus proyectos, lo que él imagina hacer para ayudar a los niños y los jóvenes de Ouagadougou, en Burkina Faso... porque compartir lo que él sueña es realmente conocerle a él, es entrar en su interior, contemplar la sencillez de su corazón salesiano, lleno de jóvenes desde hace muchos años, corazón sin trampa ni cartón.
Así que su cara nos sonaba, habíamos visto fotos, habíamos oído hablar de atención a los chavales parados, de apoyo a la escolarización de los niños, de construcción de una sala polivalente. Y todo eso nos lo ha vuelto a contar con la fuerza modesta de su persona, nos lo ha planteado a su estilo, entre despistado y genial, y siempre afectuoso y cercano.
Presidió la Eucaristía y luego se sentó a la mesa abierta que es nuestra parroquia y nuestro pueblo, dio mil besos, estrechó mil manos y dedicó mil sonrisas. La gente extraordinaria de mi comunidad parroquial se volcó, como todos estos meses, para que Antonio pueda servir a aquellos jóvenes de futuro negro como su piel. Y yo lo viví todo orgulloso y emocionado por igual: así de ancho por ser cura de este pueblo, y sobrepasado por el cariño que recibió mi hermano.
"La comunidad cristiana que vive la solidaridad crece en dinamismo y en vida" - dijo. Es cierto. Lo veo y lo aprendo entre mi gente. Fe auténtica es aquella que se expresa en el compartir. En Santa Ana la hay; qué suerte estar aquí por si se me pega algo.
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