Alto Napo 2
Para atracar en San Carlos hay que seguir una quebrada de
aguas negras, cristalinas, una belleza. Es el pueblito mayor de esta zona, así
que tiene colegio secundario. De hecho, vemos dos grandes botes en la orilla;
nos explican que se trata del transporte escolar, recogen a los estudiantes
de cuatro comunidades cercanas y los llevan hasta allí, de modo que ya no tiene
que apañarse cual en su canoa. Tremendo logro democrático y verdadero negociazo
para la empresa.
Visitar el colegio significa retroceder en el tiempo a
los años 50 o ingresar en la cámara de los horrores educativos. La
secundaria es un barracón de madera con techo de hoja; sobran las palabras:
Se trata de una única estancia enorme separada por toscos y cortos paneles con un pasillo lateral, así que seguro que se oye todo. ¿Cómo podrán dar clases ahí, enterarse de algo y librarse del dolor de cabeza? Al menos las pizarras son blancas, ya es algo:
Se trata de una única estancia enorme separada por toscos y cortos paneles con un pasillo lateral, así que seguro que se oye todo. ¿Cómo podrán dar clases ahí, enterarse de algo y librarse del dolor de cabeza? Al menos las pizarras son blancas, ya es algo:
Se aprecian también algunas carpetas (pupitres), pero doy fe de que había muchísimos más alumnos de lo que marcan las normas, salones con 50 muchachos, amontonados sobre mesas, los codos topándose, hacinados como anchovetas en lata. Días después, en Rumi Tumi, un papá me contó que había tenido que enviar a su hija junto con su carpeta y su asiento, porque no había para ella. Incluso vi a dos adolescentes sentados en la misma silla, medio poto para cada uno, pero me dio roche fotografiarles, disculpen.
Como de costumbre, hay niños fuera de clase por todas
partes, desorden, suciedad… Los tapers del desayuno llenos de fideos
que se negocian con las manos, los pies descalzos, los perros sarnosos por el
patio… Un aula convertida en comedor, la cocina humeante más allá… En fin, un
despropósito, pero con muchas sonrisas. El director, joven y animoso, está
moviéndose a ver si las autoridades reaccionan; ojalá este escrito ayude en
algo.
Nos alojamos en casa de una profesora ya amiga de años.
Alipio, el kuyllur runa (animador) y motorista, coloca su trampa y agarra
unos pescaditos, que compartimos con la familia al atardecer. Así es como nos
arreglamos con la alimentación durante todo este viaje. Y completando con aswa,
por supuesto, la bebida ancestral que quita el hambre, la sed, las penas y
probablemente hasta los estragos de los ysangos (esos gusanitos
diminutos que se te suben y te dan comezón).
Pero antes de esa hora, a mediodía, comencé a notar rugidos
en mi vientre, y al ratito se desencadenó una señora diarrea con tremendos
gases y retortijones. ¿Hay baño? – pregunté. “Sí… solo que no está
terminado”. Así fue como descubrí el “WC telescópico”, un lugar totalmente
abierto donde te sientas y te están mirando desde la cocina… Claro, a la
tercera o cuarta vez que fui, la señora ya comprendió y desapareció de allí discretamente.
Al día siguiente, en Bandeja Isla (vaya nombrecito) los
disturbios intestinales arreciaron, y con ellos las burlas… hasta que a Alipio
también le dio colitis. “Padre, hemos tomado el otro día masato hecho con
agua cruda, por eso nos pasa esto” (“cruda” es el agua sin hervir);
estábamos conversando en la ribera, y unas mujeres sentenciaron que “el agua
del río es una cochinada”.
Es curioso que todo el mundo es muy consciente de que el
Napo está contaminado por los vertidos petrolíferos del Ecuador y por los
metales pesados (mercurio, plomo) que se usan en la extracción de oro. Por eso
hay menos pescado, aunque lo siguen comiendo, qué remedio, igual que continúan usando
el agua para bañarse, para lavar y por supuesto para tomar, aunque esté a años
luz de ser potable. Ese es el tormento silencioso que sufren cada día los
pobres cuyos derechos más básicos son arrasados.
Sí que advertimos dos o tres lugares donde el Estado está
completando la instalación de un sistema de energía solar que proporcione
electricidad de manera más limpia que los motores, algo es algo. También hemos
podido conectarnos a internet, mal que bien, prácticamente cada día de
nuestro recorrido, porque todas las escuelas tienen; incluso acá en San Carlos
un profe brindaba Starlink por tres soles la hora, rápido como en
Iquitos. Me asombra como un portentoso milagro.
Y además, siempre queda el placer inigualable del chapuzón
en la quebrada. El agua iba un poco rápida y casi no permitía nadar, pero era
limpia, fresca, suave. Como un arrullo de la selva profunda, con las risas infantiles
como aderezo.
(Continuará)
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