Etc. Ante reclamaciones de este pelaje, de todo punto
estupefacientes o extraterrestres en un medio como la selva profunda peruana,
territorio de franca primera evangelización, a su autor-a le espetaron una
pregunta certera: “¿Entonces, a qué has venido acá?”. La respuesta no
defraudó, y desde entonces runrunea en mis meninges: “Yo he venido a que la
Iglesia sea como tiene que ser”.
Es un clásico quejarse del pueblo, porque no responde, no
“cumple” unas presuntas reglas del juego obligatorias para el
cristianismo. Tú has venido a que la Iglesia sea “como tiene que ser”, es
decir, como es en tu país de origen, ya que es la que conoces desde niño;
porque acá, en la Amazonía, la Iglesia no es “como Dios manda”, es este sindiós,
este desorden. Menos mal que has llegado tú (y otros como tú), qué suerte ha
tenido esta gente de dar contigo.
Pero resulta que el Evangelio no dice cómo tienen que ser
las ovejas, sino cómo tienen que ser los pastores: siempre acogedores,
cuidadosos, humildes y entregados. Primero hay que escuchar, para conocer y
amar. Así, poco a poco irás sintiéndote parte del pueblo santo de Dios que navega
en esta región del mundo, agradecido por haber dado con tus huesos en esta
selva y con la mente y el corazón abiertos a aprender.
El caso es que coincidimos, yo también estoy acá para lo
mismo, para que la Iglesia sea como tiene que ser: amazónica. Y
concretamente sinodal, misionera, inclusiva, en salida, abierta, laical, samaritana,
ministerial, inculturada, intercultural, profética, sencilla… Ahí no tengo
dudas, pero si tengo que dar detalles acerca de estructuras, procesos,
metodologías… eso sí no lo sé, no me duelen prendas en reconocerlo. Querido: no
sé cómo tiene que ser la Iglesia amazónica, pero como es en tu país, no.
La inculturación, este camino de ir plasmando “una iglesia
con rostro amazónico y con rostro indígena” (Papa Francisco en Puerto Maldonado
el 19 de enero de 2018) es un camino de no retorno, una quema de las naves.
Para que sea auténticamente evangélico ha de recorrerse con todas las consecuencias,
rompiendo los puentes a la espalda y aceptando que no se puede controlar el
punto de llegada, no se pueden dirigir o anticipar los rasgos de esta Iglesia
naciente. Porque el discernimiento sincero escucha al Viento, que sopla
dónde y cómo quiere, pero no sabes adónde nos va a llevar (Jn 3, 8).
Jamás la inculturación puede ser una estrategia para “lograr
fieles”, no cabe una mera traducción metodológica con el fin de engrosar
las estadísticas de bautismos. La emergencia de nuevas facetas del rostro de
Cristo, ya presentes en las espiritualidades amazónicas, es tarea de los
pueblos indígenas y ribereños, la han de fraguar y discernir ellos, desde sus
sensibilidades y valores culturales, y por tanto a su manera. No al estilo de
un supuesto cristianismo prístino o globalizado (Querida Amazonía 69), una
especie de franquicia que sería en todos sitios igual, como el Starbucks,
siempre verde, y cuya carta de pedido fuera el derecho canónico.
Los misioneros estamos invitados por el Papa a hacernos
uno con los pueblos amazónicos (discurso en Puerto Maldonado), a amar
inmensa y entrañablemente a estas gentes, a identificarnos con estas culturas,
estos ríos, estas lenguas, estas cosmovisiones, sin otra pretensión que estar
juntos, luchar por los derechos, buscar el buen vivir, mirar en la dirección
del mismo Dios, lo llamen como lo llamen. Escuchando, aprendiendo, y por
supuesto aportando con humildad el anuncio de Jesús si es conveniente, oportuno
y constructivo (Querida Amazonía 62-65).
Francamente, no necesitamos agentes de pastoral o misioneros
que solo comparan, critican, se lamentan o desprecian. Bienvenidos aquellos
que sueñan, que se arriesgan, que ensayan, que aman sin todavía conocer del
todo y que se fían del dinamismo del Espíritu, sabio e irresistible en el
pueblo menudo y lindo de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario