En una parroquia con 100 pueblos las despedidas pueden durar un poco. La primera fue el 17 de diciembre, hace un mes, a los agentes de pastoral en el cursillo de final de año. Luego, en las eucaristías de Navidad, allá por donde he ido, fue inevitable decir adiós. Y esta semana estoy afrontando las celebraciones oficiales, que he logrado dejar reducidas a 8...
Adly, que tiene doce años, me hizo esta pregunta con los ojos también hinchados a causa de las lágrimas: "¿Por qué todo es pasajero?". Le doy vueltas a eso estos días; son muchos traslados, siempre con las maletas a cuestas, desconociendo raíces, comenzando de cero a cada trecho del camino. ¿Alguna vez encontraré donde enterrar la quishibra (pestaña), donde establecer mis huesos y quedarme?
Doña Anita preparando cuy el día de los agentes de pastoral |
El reconocimiento tiene sus rituales y su gramática. Siempre hay programa, es decir, una veladita con bailes, vestimentas, música y chistes. En él se entrega un regalo; hasta ahora una alforja huachacha con "JEC Rodríguez de Mendoza" bordado, una bandolera, un polo, unos shorts... Durante el brindis (con vino dulce o cóctel) se suceden los inevitables discursos, en ocasiones un tanto abrumadores por exagerados y repetitivos. Y si hay plato de comida, debe de ser, por descontado, cuy.
He de contar también que, en estos momentos finales, aflora ese rescoldo de racismo que anida en lo más profundo: los españoles y los peruanos. "Ya se van los españoles", "Los españoles siempre han hecho lo que han querido", etc. Está ahí, hay que aceptarlo y cargar con ello. Pero no puede competir con la cola que se forma al final de la Eucaristía para que toditas las personas vengan a abrazarte, desearte buen viaje y siempre siempre darte las gracias. Es un momento primoroso.
De izquierda a derecha: Nicol, la gelatina y Adly |
Mis gatos Fastidia (atrás) y Pixi |
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