En esta región del Perú en la que vivo y trabajo hay una
realidad con la que cada día lidiamos: un montón de parejas no están casadas.
Ni por lo civil ni por lo religioso. Son uniones de hecho no
reconocidas ante ninguna instancia y que a menudo duran años, incluso toda la
vida. Muchos de nuestros cristianos viven en esta situación, lo cual plantea
un serio dilema pastoral.
El por qué de esta tendencia social he de estudiarlo
detenidamente más a fondo. No es solo el consabido "miedo a los
compromisos definitivos" que funciona como sambenito de la generación
posmoderna, creo que es algo más complejo y poliédrico que tiene que
ver con los relieves culturales, la visión de la vida y procesos sociales
transversales como la urbanización galopante, la invasión de las tecnologías, la
frecuente fragmentación de la familia peruana, la fluidez del vivir, la
provisionalidad o la informalidad, que podría ser buen ejemplo de
un modo de ser "económico" que se in-corpora haciéndose piel,
cristalizando en maneras de estar en la vida, en carácter y en decisiones o no
decisiones concretas.
Ante los "convivientes", parejas de bautizados que
viven sin casarse, habitualmente abrimos el Código de Derecho Canónico como una
brújula, y ahí los curas cometemos el error fundamental: manejarnos en
la tarea pastoral con la ley. Y así, aplicamos a estas personas el paquete
de exclusiones previsto por la norma para quienes viven en "situación
irregular": no pueden acceder a varios sacramentos (la Reconciliación, la
Confirmación...), no pueden ser padrinos o madrinas de Bautismo o Confirmación y
sobre todo, y esto es lo que más duele, no pueden acercarse a la comunión. Eso
es lo que dice la Iglesia y por tanto no hay más que hablar. Café para todos. Y
así caemos en graves injusticias y producimos enormes e innecesarios
sufrimientos.
Vaya por delante que me refiero a creyentes
"practicantes", por usar una palabra que, aunque fea, se entiende: personas
a quienes les importa la fe, que acuden habitualmente a la Eucaristía,
incluso que están cercanas a la parroquia y colaboran, o participan en grupos,
o asumen responsabilidades en la misión. Además, el lenguaje inclusivo ayuda
porque se trata sobre todo de mujeres. Para otros que se sienten
lejos de Dios y de la Iglesia (sin pretender estar dentro de nadie, por
supuesto), este asunto es irrelevante y no supone ningún problema.
La marea de convivientes es tan abrumadora que es
experiencia de todos los días ir a pueblitos a celebrar la Eucaristía y
comprobar que comulgan dos o tres fieles, habitualmente algún niño y las
viejitas; el resto nada: las parejas jóvenes (que las hay y muchas), mujeres de
mediana edad... En varias ocasiones he comulgado yo solo, qué triste; y cuando
al final de la misa he preguntado por qué, resulta que "somos
convivientes". Una desazón parecida escuece en el momento de preparar
el Bautismo o la Confirmación: cuesta encontrar padrinos que estén
"bien casados" o "bien solteros", es decir, que no sean
convivientes. Los agentes de pastoral o los padres no
recibimos a estas personas, la gente no lo comprende y reclama, nadie queda
conforme y normalmente este asunto de los padrinos es un auténtico quebradero de
cabeza.
Y es que el sentido común de la gente sencilla muy a menudo
nos vence silenciosamente. A una señora que está todos los domingos ahí, que
forma parte del grupo parroquial tal o pascual, que reza, limpia la capilla...
que lleva ya quince años con su esposo (acá los llaman así)
pero no se casa porque él no quiere, que tiene con él tres hijos y una relación
estable sin que pueda pensarse que estén jugando a las casitas o se vayan
separar... a ella no podemos darle la comunión. Pero a alguien que
jamás aparece por la parroquia para nada y un día puntual llega, se la damos
porque está casado por la Iglesia (y hacemos bien, desde luego). "A
la señora y a su pareja hay que ofrecerles adecuadas catequesis sobre el valor
del matrimonio cristiano y la familia" - dicen los entendidos.
Pero si ese cartucho ya se ha gastado muchas veces y aun así el hombre no
quiere casarse, ¿qué hacer? ¿Obligarle (el matrimonio sería nulo)? ¿Convencerle
para que haga un paripé y nos quedemos todos tranquilos? No.
El resultado: la mujer va a estar toda su vida condenada a no poder
recibir el Cuerpo de Cristo sin que sea en modo alguno culpable.
O con los padrinos, más desaguisados. Hay personas que por su fe,
su compromiso o su sensibilidad serían magníficos padrinos que se tomarían su
oficio en serio, pero no los aceptamos por ser convivientes (una auténtica
epidemia). En cambio, hay un montón de padrinos "sociológicos", para
quienes poco o nada importa ser cristianos... pero reúnen el requisito de ser
casados por la Iglesia. Ahí ya no pensamos más y admitimos a cualquiera con tal
que cumpla con la ley, sabiendo perfectamente que no va a valer como padrino de
verdad. Y así nos engañamos y simplemente no nos complicamos la vida.
Pero mira por donde el Papa Francisco ha escrito un
documento en el que básicamente nos pide que nos la compliquemos. Que huyamos
de cómodas simplificaciones legalistas y nos conduzcamos con la misericordia
del Evangelio, en el que Jesús sabe situar muy lúcidamente el papel de las
normas. Preparémonos pues a trabajar el doble, porque nuestra actual praxis no
resiste un mínimo análisis pastoral honesto. Todo es más intrincado, más humano
y más apasionante que lo que imaginan estudiosos teóricos en despachos de Roma.
Más en la siguiente entrada.
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