Ya llevamos en Mendoza casi una semana, y lo cierto es que ha dado tiempo a casi todo... A diario he de pellizcarme para darme cuenta de que mis padres están estos días conmigo, y exprimir cada momento, disfrutar de su compañía (sin que la parroquia se pare, claro). Un reto y un placer.
Después de ver los paisajes del Valle de Huayabamba desde el carro, en Cochamal San Marcos pasamos una tarde deliciosa, disfrutando de la belleza pintoresca del pueblo, su plaza serena, los jóvenes y los niños de la catequesis, la visita a la señora Florinda, la cena que nos ofreció la familia de Segundo Héctor...
"¡Vaya casa la de don Manuelito! ¡Qué pobreza!". Pues sí. Por todos lados se respira sencillez e impresiona la necesidad, pero mis papás van gustando la acogida de esta gente, su suave simpatía que te apabulla y te conquista.
Al día siguiente, en Longar, visitamos la escuela. Luis y Elena, maestros toda su vida, se sintieron como berros entre sus colegas, sentados toditos en sillas de primaria, y luego con los niños en el patio de recreo. Conversamos un buen rato, sin tiempo, como hacemos acá, nos invitaron -por supuesto- a una gaseosa y unas galletas, aprendimos qué es el cuy machaco y nos hicimos unas fotos con el personal.
Y llegó la prueba más difícil hasta ahora: la cueva de Leo, en Omia. Jaja, yo no lo vi en directo, los acompañó Adelaida, pero parece que hubo que caminar duro, agacharse, cuidarse de los resbalones y sudar a la gota gorda mientras hacían fotos y recibían las explicaciones del dueño. A oscuras, solo con linternas, y maldiciendo en arameo a "este hijo, cuando lo agarre le corto el cuello". Pero sí, ¡unos campeones!
Ha habido también momentos de trabajo doméstico; de hecho, la lavadora de casa ya no tiene secretos para mi mamá, jeje. Y también ratos de paseo tranquilo, entre cafetales o por las calles de Mendoza, con sol o lloviendo, pero siempre en buena compañía.
Entre tantas aventuras y encuentros, con descubrimientos constantes de cosas nuevas y diferentes, siempre unas palabras, repetidas casi con pudor, como una letanía: "¡Qué gente más buena!". Mis padres ya han experimentado que el auténtico tesoro de esta preciosa tierra son las personas. Y ellos no las desmerecen.
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