Se camina apenas diez minutos desde la aldea hasta una portadita, por donde se baja hacia la
orilla del río Leyva, y entonces aparece, como de la nada, una hermosa casa de
madera. Los perros nos reciben ladrando, pero el lugar es tan encantador que la admiración ignora el miedo. Es el
fundo Calzada, donde hemos venido hoy
de retiro.
Lo hemos programado el equipo de catequistas de Confirmación
de Mendoza, y hemos invitado a los profesores de religión de varios colegios de
la provincia. Hemos coordinado con la UGEL (Unidad de estión Educativa Local)
para que los directores dejen salir a los maestros un día de diario, y lo hemos
conseguido, algo impensable en España. Y aquí estamos doce personas con una jornada por delante para encontrarnos
con Diosito lejos del mundanal ruido. Vaya lujo.
Y es que los habitantes de esta casa, que pertenece a la
señora Silvia Domínguez, además de los guardeses,
son las mariposas, los caballos, las aves que planean majestuosas sobre el
desfiladero, y unos pavos reales bellísimos. Pero el dueño es el silencio. Y en él, desde el inicio, nos sumergimos
con avidez y con dedicación, porque verdaderamente lo necesitamos.
Sentados en una de las terrazas de esta preciosa casa
rústica, casi sobran las palabras. San Ignacio ya lo había previsto, así que, haciéndole
caso, doy al grupo algunos ejercicios “con
breve y sumaria declaración” (Ej 2). Y en seguida cada cual busca su espacio,
se acomoda y triunfa la calma. Yo la disfruto en la segunda planta mirando
a la curva del río, casi acariciado por las nubes que discretamente adornan el
cielo.
Su azul suave y el tono rotundo y aristocrático del cuello
de los pavos; las chicharras arrullando en su eco, el gorjeo de los pájaros y
la conversación errática del mono, allá abajo; el agua inmóvil del estanque, como
un monumento relleno de peces; la compañía cálida y fiel de la madera; y el
pasar del río, eterno y siempre nuevo. Principio
y Fundamento, sentir y gustar, contigo y como tú… Es una maravilla estar aquí contigo.
Hemos traído el fiambre
(que es la misma comida pero en tapers,
aquí no existe el bocadillo) y por supuesto nos lo jincamos a mediodía. Descansamos un ratito, hacemos la útima parte
y nos reunimos para compartir. Los profes han escrito la experiencia que han
vivido hoy, y poco a poco se van expresando. No es un diálogo, es un encuentro orante, cada uno cuenta,
con sus palabras, como le ha ido, qué ha sentido, qué se lleva de este día
como llamada de Diosito o como descubrimiento.
Mientras escucho, noto el impulso de descalzarme el corazón ante la narrativa de Dios y su capacidad de
llegarnos. Hay un nido de shusmisqui abajo,
en el muro del poyete donde nos sentamos; son una especie de abejas pequeñas,
que hacen una miel muy dulce (en
quechua “mishqui”). Sobrevuelan nuestros pies mientras conversamos y siento
cómo el agradecimiento me desborda… Señor, tus estratagemas para quererme y
enseñarme son a veces misqui y me hacen
sonreír como cosquillas.
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