jueves, 15 de enero de 2015

EJERCICIOS SIN QUERER QUERIENDO


¿Serán las casas de ejercicios de los jesuitas una franquicia, como Starbucks o Pull and Bear? Lo digo porque esta de Chiclayo, desde donde escribo, se parece todita a la de Dos Hermanas: colores anaranjados y pardos, madera, logos con IHS por doquier, sencillez y comodidad discreta… y espacio para el recogimiento y el encuentro con Dios.

El clima es suave y un punto caluroso, estamos en la costa norte en enero, tiempo de verano por estas latitudes. Hemos venido a retirarnos los curas de la diócesis de Chachapoyas, un grupo de veintitantos hombres mayoritariamente peruanos y jóvenes, en el que asoma también alguna cana en las cuatro o cinco cabezas españolas que hay por acá. Una de ellas es la del dombenitense Javier Travieso, obispo auxiliar de Trujillo, que es el director de la tanda de ejercicios.

Monseñor Javier cuenta que sus 26 años en Perú “lo han domesticado”, han ralentizado y suavizado su manera de vivir, su trato con la gente, su velocidad de trabajo. Nos habla sembrando mil anécdotas del día a día, esbozando siempre una sonrisa franca e interpretando a la perfección el criterio ignaciano de “descansadamente”. Tiene la cualidad de saber hablar de Dios expresando mucho más de lo que sus palabras contienen, y lo hace con sus pausas, su emoción y esa alegría que le ilumina.

A los encuentros siguen, a golpe de campana, ratos de trabajo personal, Eucaristía comunitaria, paseos por el pequeño jardín (aquí Dos Hermanas gana), cafesito a media mañana, completas por la noche… y todo envuelto en el silencio que D. Javier nos ha propuesto y que nosotros respetamos más o menos. Silencio ignaciano que macera esta casa, que ha tapizado paredes y pulido ángulos, y que tú respiras apenas llegas; y descansas y disfrutas.

Uno de los días D. Javier y yo charlamos. Su amabilidad casi intimida por verdadera, y la atención que me presta encarna la que el Papa Francisco propone en Evangelii Gaudium (nº 199, 272, 274, etc.). Noto que me comprende porque ya ha pasado por el trance de ser novato en Perú, me escucha con dedicación, me da algún consejo, de manera que al transcurrir de la conversación me voy animando, y misteriosamente vamos dejando las pegas y dificultades, y acabamos comentando nomás cosas positivas. Qué habilidad, pienso, y me doy cuenta de que el papel del acompañante en ejercicios es crucial, más de lo que creo.

El Señor en estos días me invita a frenar y retomar el planteamiento primero: dejarme llevar, soltarme…; no hacer mucho caso a mi cabeza, que maquina planes y planes, y pretende rematar el córner antes de sacarloLa misión no es algo que yo tengo que “hacer”, es un don para agradecer, entrar dentro de él siendo yo mismo y a la vez tratando de “ser otro”, de aprender y adaptarme a los modos, los ritmos y los lenguajes. La misión requiere ser discípulo, es un regalo para compartirlo, una bendición de Diosito, porque me quiere mucho: “Y como premio… serviréis a vuestros hermanos”, nos dijo D. Carlos Amigo el día de mi ordenación.

Es por la mañana: el aire es brisa marina fragante de sal. Y sin querer queriendo (como suele decir en broma D. Javier, remedando al Chavo q.e.p.d.) el Señor me ha llegado estos días, fino, con destreza. Y también así, como quien no quiere la cosa, me ha salido esta entrada. Despasito, padresito.

1 comentario:

Autóctono dijo...

Ojalá pudiéramos abrazar la fe que tu tienes. Saludos César