domingo, 19 de enero de 2014
GABINETE DE CRISIS
"Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre..." (Mt 18, 20). Pues sí. Pues menos mal. Porque el miércoles pasado estábamos tres en la misa, y eso por lo visto nos aseguraba la presencia de Jesús entre nosotros. Sitio tenía, desde luego.
Es algo muy habitual en los pueblos chicos: la misa de diario en familia. Y en las ciudades, según me cuentan, también. Se nos quedan las iglesias grandes y vacías; nosotros nos ponemos en la capilla del Sagrario, y normalmente estamos cinco o seis, pero como se junte una matanza, alguna clienta enferma y un día muy feo de lluvia y frio, puede ocurrir esto. Solo queda el resto fiel de Israel.
Pero ya estamos acostumbrados y le vemos hasta el lado positivo. Cuando llegamos, nos preguntamos cómo estamos. Echamos unos minutos tranquilos en silencio ante el Señor, con una música suave que nos ayuda a encontrar serenidad en mitad de la batalla cotidiana. Y celebramos con gusto, sin aceleraciones ni aglomeraciones, comentando un poco la Palabra, comulgando bajo las dos especies.
Mari Carmen (a la izquierda) es el alma de la parroquia: si no estuviera ella, seguramente se hundiría. Abre la iglesia, toca las campanas, barre lo más gordo, prepara las cosas de la misa, llena las pilas y me recuerda que bendiga el agua, hace los pedidos de las formas, castiga la oreja de su primo Antonio para que venga a arreglar la avería que se tercie, pone el belén, persigue a los gatos que se cuelan en la iglesia, redacta las moniciones y peticiones de la misa de niños, etc. etc. etc. Vamos, una joyita, ¿no? Hace muchas más cosas que el párroco. Pocas personas conozco tan serviciales como ella... Y con una reciedumbre en el seguimiento de Jesús que ya me gustaría a mí.
Y a la derecha, Anita Mandoble. Esta semana le toca trabajar barriendo las calles. Tiene 66 años, pero aún le quedan unos meses para llegar a los 15 de cotización y poder jubilarse. Se quedó viuda muy joven, con menos de 40 años, y le ha pasado de todo en la vida. Ha trabajado un montón en matanzas, blanqueos... se ha dejado la piel para sacar adelante a sus hijas. Una de ellas la recoge al salir de misa en un escarabajo negro. Anita ha sufrido mucho, pero eso no la ha apartado de la fe; al revés, un día me dijo que si no llega a ser por Dios y lo bueno que ha sido con ella, no habría salido adelante. Toma clase de espiritualidad.
La pequeña Eucaristía concluye. Hoy no hay ninguna reunión después, así que el gabinete de crisis se despide en la puerta. Suena el cascabel del llavero de Mari al cerrar y ya se escucha el ruido del beettle negro que sube la cuesta. Un día más, un día cualquiera de mi vida, de mi pueblo. Con la única novedad de esta foto que levanta tres sonrisas. Un día perdido en el océano de lo cotidiano. Y solo eso.
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