Juntar pobrezas es muy saludable: atrae a la Providencia, el
cariño sube como un keke en el horno y las sonrisas se transfiguran en
radiaciones de felicidad. No sabía lo que me iba a encontrar cuando acepté
la invitación de las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, en
concreto de Evelyn y Yubet Rocío; lo que saboreé rompió mis esquemas para mucho
mejor.
Estaba en la puerta principal de la Casa Hogar “Corazón de
Jesús”, en una esquina de esas calles que trazan Villa el Salvador como un
damero dudosamente adornado con infaltables montones de basura multicolor y
supongo que multiolor. Pero no me parecía que esa entrada estuviese
operativa, ¿me habré equivocado? “Nooo” - me dice Evelyn al teléfono, “es en el
costado, a la vueltita”.
Y sí, se ingresa por una trasera, e inmediatamente te ves en
un espacio grande, un comedor-cocina con mesas, al fondo una pista de gras
coquetamente protegida por una malla a modo de toldo. Están las ollas en ebullición,
pero me reciben manos y abrazos de niños y niñas de edades variadas, mezclados
con los saludos y presentaciones de las religiosas. Porque así es en esta casa,
donde todos - chicos y grandes, los ocho trabajadores y los voluntarios, los operarios
que reparan el tejado, visitantes, hermanas y profesionales - viven
entreverados.
La comunidad me ha invitado a almorzar y “compartir
tranquilamente contigo”, y claro, yo esperaba que vamos a ir a su
comedor; pero no hay otro comedor que este, y es el mismo para todos (y la
misma comida, claro). De hecho, ahí nos servimos, y a la vez almuerzan los
trabajadores acá al costado y un grupo de críos en otra mesa, pero me parece
que al tiempo alguno hace tareas.
Con la ración de arroz, papas y carne res por delante, vamos
conversando. Mientras, unos llegan, otros pasan; un crío viene saltando, y nos
saludamos, una jovencita con sus audífonos, otra niña besa a una de las
hermanas. Son menores que el Estado envía a la Casa Hogar después de haber
retirado, al menos temporalmente, la custodia a sus papás. Por tanto, pequeños
que escapan de situaciones familiares traumáticas, y sin duda atrapados por heridas
emocionales sangrantes.
“Pero las autoridades no nos dan ninguna ayuda”. Y no se
explican cómo a veces pueden salir adelante. Sus relatos me recuerdan a vidas
de santos leídas hace décadas: “justo el día antes que había que cancelar el
recibo, llegó un donativo… como un milagro”. Y cuentan con amigos, personas
voluntarias que se dejan la piel por estos chicos; sin ellas no sería posible
este gran servicio… Gracias a gente así, el mundo sigue girando.
Al rato me enseñarán la casa. El cuarto de los varones
medianos… el cuarto de la hna. Evelyn… el dormitorio de las chicas grandes… el
cuarto de la hna. Rocío… los baños acá… los más grandecitos… la habitación de
la hna. Inés… las niñas pequeñas… acá la hna. Deysi… Viven con los niños, injertadas
a su cotidianidad y a sus dramas, conectadas con sus emociones, juntos, como
una familia. Todo el día los tienen encima, son como sus mamás, derrochan
paciencia, ternura y suavidad.
“Pero… tendrán ustedes alguna zona reservada para la
comunidad, ¿no?” – pregunto asombrado. Me muestran una especie de mini-loft,
una estancia con un office, mesa y sillas, sillones, una tele, cafetera y
estanterías con libros. “Hay una hora en la noche en que nos juntamos; ellos
saben que es un momento que deben respetar y nadie llega. Ahí descansamos”. Me
admiro.
También está la capilla, claro. La hna. María del Pilar, la
más mayorcita, española como Inés, está orando. Intercambia sonrisas con Evelyn
y Rocío, que son peruanas como Deysi… Descubro que este 24-365 con los niños
no solo no desgasta su vida comunitaria, sino que hace que entre ellas haya una
preciosa conexión que supera las naturales barreras generacionales y
culturales.
Pero volvamos a la mesa, la conversa sobrevolando los
platos ya vacíos. De pronto llegan una mamá y su hija, voluntarias, que traen
en su carro un montón de cosas de un supermercado cercano. “Nos avisan y nos
regalan alimentos próximos a caducar”. Y así tienen verduras, frutas, yogur… y
hoy varias tortas y pasteles. Inés corta entre risas y bromas un pedazo bien
generoso para cada uno. Muy rico realmente, pero no lo necesitaba para llevarme
un gusto exquisito en el paladar de mi corazón.
7 comentarios:
Como siempre es como un tirón de orejas para tanta abundancia que no valoramos en Europa
Es un ejemplo de amor al prójimo. Esos niños y niñas crecen rodeados de amor.
Gracias a Dios pude conocer esa casa hogar y las cosas son así como es el relato, aprovecho de visibilizar las otras obras que realizan las hermanas en el Perú todas llenas de amor por el prógimo, solo pedir a Dios las siga bendiciendo y sigan apareciendo bienechores que apoyen esasa obras.
Cuando uno ama de verdad solo multiplica, no sé cómo, así son nuestras Hnas en Perú.Soy conocedora de la historia. Gracias Padre por tu observación profunda.
Admiro su servicio sin descanso personal, la fuerza del día a día de las dos religiosas ya adultas mayores pero con mucho ainco con la fuerza del Espíritu Santo,y jóvenes dedicadas al prójimo.
Son lo máximo con su entrega y dedicación al prójimo.
MUCHO ÁNIMOOO!!
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