domingo, 13 de noviembre de 2016
154 MISAS EN 2 MESES
Ya sospechaba yo que podía rondar una cifra semejante, y no me he equivocado. Agarra uno el libro gordo de Petete y la programación canta: en septiembre y octubre hemos celebrado un total de 154 misas, a una media de 2,56 por día, jaja. Un registro imbatible (espero) para dos curas que patean una provincia entera, pero sobre todo un número que me hace pensar.
Pienso y no me siento precisamente orgulloso de la proeza. Un montón de misas son obligatorias, nos las solicitan por fiestas patronales, que en esta época del año se celebran en unos 17 pueblos. Otras son las eucaristías de domingo, fijas en las tres sedes parroquiales. Hay misas de honras, misas de aniversario, misas de salud, entierros... Muy a menudo la gente desea adornar o distinguir sus eventos institucionales, populares o familiares con un acto religioso, y eso, en los últimos años (comentábamos el otro día en Leymebamba) se ha "clericalizado", ya no basta un rezo o una liturgia, tiene que ir el padrecito a decir misa. Y si los párrocos nos resistimos, el personal se molesta y comienzan las llamadas a otros curas de fuera... Un par de veces han acudido hasta al obispo.
Resultado: vamos de un lado para otro, gastando muchísimo tiempo y esfuerzo en la eucaristía y los sacramentos. Y alguien dirá: "Pues eso es lo que tenéis que hacer, ¿no? Que para eso sois curas". Sí, pero no absolutamente. Hay otras muchas cosas que creo que deberíamos hacer y para las que no nos abastecemos: un trabajo serio en pastoral social con análisis de la realidad, pronunciamientos parroquiales, denuncia, acciones y trabajo en red; grupos comprometidos con el medio ambiente; apoyo a la mujer rural y a las pequeñas cooperativas campesinas; una pastoral familiar en condiciones, acercándonos a los convivientes y a las familias rotas; etc. etc. etc. Me sobran las ideas.
No es que los sacramentos no sean válidos para evangelizar y transformar, tienen su fuerza y cumplen su función. El problema es que con ellos llegamos a un cierto público, gente muy determinada y masas en algunos momentos puntuales. La misa te permite dirigirte a las personas y eso no hay que despreciarlo, pero son los que vienen nomás. Faltan otras iniciativas, otras reuniones, otros momentos con carga de primer anuncio, con aroma de salida y no de conservación.
La eucaristía es cada dos por tres instrumentalizada con fines económicos, políticos o devocionales, como parte de un tejido cultural donde la secularización tiene que andar todavía sus pasos. La percepción de lo religioso está aquí atravesada de significados antropológicos que van mucho más allá de la fe o de lo eclesial, y se adentran en cuestiones complejas como la cohesión de la comunidad, los grupos de poder o el estatus social. Y de todo eso los sacerdotes no podemos escapar, nos ponemos el alba y to palante. El asunto es que pasamos semanas sin casi quitárnosla.
¿Qué produce esto en mí? Pues según noto, un desgaste. Me veo como secuestrado por esta rutina, un poco mecanizado, repitiendo homilías, confesiones, yendo a almorzar... Para nosotros es una tarea fácil: la misa y ahí nomá, tac tac, sota caballo y rey. Y bastantes las programamos nosotros, en eso hacemos consistir las visitas relámpago a los pueblos. Me siento por momentos algo deshumanizado; ya sé que realizo un servicio que la gente aprecia, pero no puedo evitar la impresión de ser utilizado, y sobre todo cuando te insisiten con lo de: "Pero padrecito, si nosotros vamos a pagar".
De vez en cuando me sale esta queja: "los párrocos somos seres humanos, no somos máquinas, llegamos adonde podemos". En una reunión alguien dijo: "Los padres no son muñecos", y me hizo gracia por la precisión con la que esa persona (no recuerdo quién) describió lo que a veces pasa: pretenden llevarnos y traernos a un lugar y a otro, vestidos con nuestros trapos para que se bendiga este local o este vehículo, se venere esta imagen, se pida por un enfermo grave, se diga una misa... Hasta celulares he bendecido, jaja.
Y también me doy cuenta, con sorpresa y algo de roche, que con tantos festejos he descuidado cosas que para mí son importantes y me hacen bien porque me ayudan a pausar la vida y a privilegiar el encuentro con las personas: visitar a los viejitos y a mis niños de la aldea, dar ejercicios on line (que me encanta), preparar bonito las cosas (temas, charlas, reuniones, homilías, materiales...), contestar los correos de mis amigos, hablar con mis sobrinos por skype, buscar y descargarme libros para leer, escribir más seguido, tomar una cerveza e incluso hasta descansar... Y lo mejor: pasar tiempo con la gente sin más, sin "hacer nada", sin desempeñar un papel ni realizar ningún cometido, solamente estar, conversar, reír, bailar si es preciso y disfrutar de la compañía. Falta me hace.
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