domingo, 11 de diciembre de 2011

UN AMIGO DE 95 AÑOS

El verano pasado Saturnino tuvo un percance en la calle junto a su casa: un coche, casi parado, le golpeó sin querer. Se cayó, largo, frágil; el parte médico: un gran chichón en la cabeza, la pierna perjudicá y una especie de solidificación de la ancianidad sobre sus hombros. Pareció que gastaba una de sus siete vidas y se recuperaba, pero la verdad es que no ha vuelto a ser el mismo desde entonces.

Le visito, junto a su esposa Agustina, desde que llegué a Santa Ana, y ya he hablado de él (ver la entrada del 27 de octubre de 2010): es quien me aconsejó "gatearme el pueblo" y procuro hacerle caso. Es siempre un encuentro muy agradable; Saturnino (que en realidad se llama Gonzalo) me habla de la guerra, de las estrecheces de antes, de lo malo que era tal sargento de los grises o de las procesiones hace medio siglo. Yo le pregunto cosas del pueblo y contesta con seguridad y modestia, como si la sabiduría de los años le hubiera revestido de gracia y moderación.

Ha sido durante mucho tiempo el dueño del "salón", bar de vinos a mediodía, de partidas de cartas y partidos televisados en los sesenta, pero también lugar de celebraciones santaneras: bodas, nochevieja... Espacio humilde y entrañable de fiestas sencillas y encendidas, y por tanto testigo de la pequeña historia de mi pueblo. Saturnino es guardián de confidencias, amores, proyectos y fracasos; compañero de todos y memoria viva de Los Barrios.

Cuando llego, me encanta comprobar cómo se alegra de verme en su casa; pocas cosas son tan estimulantes como sentirse esperado. Se marcha con su bastón y su paso lento a la cocina y vuelve con una botella rellena de un vino "especial" que hace a su hijo Kiko ir a buscar a Puebla de Sancho Pérez (y llevarlo con él, claro) y que dice que me reserva. Realmente está buenísimo, sobre todo acompañado del lomo que Agustina nos parte. Y así la conversación rebosa risas, porque caen un par de buenos vasos, que para eso -dice él - estoy en la edad propia ("cagoendiez, cuarenta y un años, quién los pillara").

El día que estuvo Nemesio aquí, pasamos un momento a ver a Saturnino porque llevaba días un poco decaído. Le dijo de mí que soy buen cura, pero que "más que nada, es un amigo", y me dejó sin palabras. Bajé a casa no dando tumbos (como cuando regreso de las visitas con medio litro de tinto en el coleto), sino adobado por el orgullo de merecer semejante piropo de alguien tan especial: amigo.

1 comentario:

moreno dijo...

La amistad no tiene edad y nos aporta tanta sabiduría la que se tiene con los mayores, que como bien dices, es un orgullo tenerlos como amigos.
Hay personas que rechazan a los mayores porque creen que los confundan con la edad y se rodean de los más jóvenes con el mismo fin, ¡¡¡qué equivocados están !!! Se tiene la edad que se tiene.
Me agrada lo que has publicado sobre el amigo de los 95.