Nuestros seres queridos no están aquí en el cementerio. Están en Dios; están, de alguna manera, en nosotros.
Venimos a este lugar, serenamente bello, porque aquí dejamos sus restos, y así los recordamos con más intensidad; pero ellos no están aquí. Su vida, todo lo que ellos lucharon, lo que trabajaron, sufrieron y sonrieron, todo eso no puede terminar simplemente en la nada, no puede desaparecer sin más.
Estamos aquí porque queremos a nuestros difuntos; y por eso ellos siguen viviendo en nosotros. Porque vivir consiste en dar y recibir amor; la vida la origina el amor y la sostiene el amor. Sólo el amor da la felicidad, sólo el amor compartido nos hace vivir con plenitud, y sólo el amor resiste a la muerte, va más allá de sus fronteras. Seguimos queriendo a nuestros difuntos y ellos están vivos en nosotros, por nuestro cariño incondicional.
El Amor definitivo es Dios; es el misterio de toda vida, de Él procedemos, Él es nuestro destino. Es el Amor que nos hace vivir, es la Vida que nos sostiene de pie, que nos hace caminar y respirar, resistir y gozar, crecer y esperar.
El amor es el hilo conductor de nuestra existencia, es lo que da continuidad a una vida y a otra. Cuando leamos hoy los nombres de nuestros difuntos, reflexionemos un momento sobre la necesidad de vivir auténticamente, sobre la urgencia de no malgastar la vida; porque empezamos a morir ya aquí cuando dejamos de amar y servir a los demás. En cambio, cuando sabemos dar amor, estamos sembrando la semilla de la vida en Dios, como nuestros seres queridos hicieron con nosotros. Semillas que en este otoño de nuestra vida plantamos, y que florecen y dan frutos más allá de la muerte, en el verano de la eternidad.Digamos ahora las palabras que debamos decir; expresemos el cariño y regalemos ahora las flores que muestran amor a quienes nos importan. Vivamos hoy con calidad, amando y sirviendo; siembra que es promesa de buena cosecha.
Venimos a este lugar, serenamente bello, porque aquí dejamos sus restos, y así los recordamos con más intensidad; pero ellos no están aquí. Su vida, todo lo que ellos lucharon, lo que trabajaron, sufrieron y sonrieron, todo eso no puede terminar simplemente en la nada, no puede desaparecer sin más.
Estamos aquí porque queremos a nuestros difuntos; y por eso ellos siguen viviendo en nosotros. Porque vivir consiste en dar y recibir amor; la vida la origina el amor y la sostiene el amor. Sólo el amor da la felicidad, sólo el amor compartido nos hace vivir con plenitud, y sólo el amor resiste a la muerte, va más allá de sus fronteras. Seguimos queriendo a nuestros difuntos y ellos están vivos en nosotros, por nuestro cariño incondicional.
El Amor definitivo es Dios; es el misterio de toda vida, de Él procedemos, Él es nuestro destino. Es el Amor que nos hace vivir, es la Vida que nos sostiene de pie, que nos hace caminar y respirar, resistir y gozar, crecer y esperar.
El amor es el hilo conductor de nuestra existencia, es lo que da continuidad a una vida y a otra. Cuando leamos hoy los nombres de nuestros difuntos, reflexionemos un momento sobre la necesidad de vivir auténticamente, sobre la urgencia de no malgastar la vida; porque empezamos a morir ya aquí cuando dejamos de amar y servir a los demás. En cambio, cuando sabemos dar amor, estamos sembrando la semilla de la vida en Dios, como nuestros seres queridos hicieron con nosotros. Semillas que en este otoño de nuestra vida plantamos, y que florecen y dan frutos más allá de la muerte, en el verano de la eternidad.Digamos ahora las palabras que debamos decir; expresemos el cariño y regalemos ahora las flores que muestran amor a quienes nos importan. Vivamos hoy con calidad, amando y sirviendo; siembra que es promesa de buena cosecha.
1 comentario:
Dios nos ama, un poquito... ¿verdad? Un beso a D. Cipriano
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