Solo hay una manera de llegar acá: en hidroavioneta.
Bueno, también por el río, en lancha, navegando Amazonas abajo hasta entrar en
Brasil, alcanzar la boca del Putumayo y remontarlo unos mil kilómetros;
seguramente más de un mes de viaje. Es mejor la primera opción, pero tiene
sus riesgos porque solo hay vuelos una vez a la semana.
Y uno de los peligros, posibles accidentes aéreos aparte, es
que suceda algo que impida volar. Como por ejemplo un error de la agencia, y
esto es lo que nos ha pasado a Verónica y a mí: cuando vamos a comprobar la
lista de pasajeros para el regreso a Iquitos, no aparecemos en ella. A pesar
de que los boletos fueron separados y pagados con un mes de anticipación, y
tras mil reclamaciones por teléfono, nada se pudo hacer: avión lleno, no hay
cupos.
Nos vemos obligados a quedarnos en Soplín una semana
entera: del 21 al 28 de agosto, que esperemos que sí sea posible y cruzamos
los dedos. Siete días atascados, ni más ni menos. A principio no te lo puedes
creer, piensas que habrá una solución, como por ejemplo ir por el río hasta
Estrecho y buscar un vuelo desde allí, que son diarios; pero cuando me dijeron
que “la línea” colombiana también estaba completa, se me cayó el alma a los pies.
A continuación te angustias un poco (unos diez minutos), y
después simplemente lo vas aceptando con calma. Me puse a cancelar los
compromisos que tenía a partir del 22: la jornada de confraternidad de los
colegios en convenio y ODECs, visita a Pebas, pasada por Caballo Cocha,
encuentro de los misioneros de la triple frontera… Viajes encadenados que caen
como castillo de naipes cuando ocurre un incidente como este.
Confieso que, si hubiera sido hace diez años, me habría
agarrado un colerón del quince. Pero la misión te enseña que las
programaciones están todas prendidas con alfileres hasta que no se materializan.
Me gusta hacer planes, es propio de mi personalidad y necesario en mi vida
repleta de visitas y reuniones, pero asumo deportivamente que los imprevistos,
percances, retrasos y cambios están en el contrato, y más en una realidad tan
fluida como la selva.
Y desde este extremo del Putumayo estoy escribiendo. Estamos
acá cuatro misioneros: Jimmy y Pablo, el equipo actual, y los visitantes Vero y
yo. Hemos quedado varados y “por algo será”, como dice la gente, con esa
intuición sencilla de la providencia divina: algún propósito tendrá Diosito con
esto, y una mirada amable a estos días me deja descifrarlo con naturalidad.
Por una parte, me estoy reencontrando con el placer de
ser amo de casa: hay que limpiar, cocinar, ir a la compra, lavar los
platos, sacar la basura, hacer la colada. Como en mis Valles, y cuánto extraño
esa normalidad que me iguala con los vecinos y me hace sentirme uno de
tantos. Además, las labores cotidianas las hacemos juntos, porque se ha
armado una comunidad, aunque sea circunstancial.
De pronto disponemos de tranquilidad y espacios para
conversar, escucharnos, conocernos más. Se revela algún nudo humano y
misionero que era preciso afrontar, diálogos necesarios que no se hubieran dado
si el programa se hubiera cumplido. La oración de la mañana es un compartir; la
eucaristía, una verdad sobre la misma mesa del almuerzo.
Como no hay electricidad hasta la noche y el internet está
conectado a una batería del panel solar que está medio chueca, se puede
disfrutar de la lentitud y el silencio; leer, meditar, orar, también escribir y
hacer algunas llamadas pendientes. Acompañan los pájaros, risas lejanas de
niños jugando, un motor frente al puerto, el rumor del viento que anuncia la
lluvia. El gozo de no hacer nada.
Las personas que se acercan a la casa se sorprenden cuando
les decimos que hemos tenido que quedarnos, pero sonríen. Los jóvenes
gritaron “¡¡¿De verdad????!!” con una cara de felicidad que compensa
todos los estropicios de la agenda. Vaya, parece que nuestra presencia es
apreciada, qué lindo.
Hay otros detalles y aspectos de Misión Putumayo que podemos
descubrir gracias a esta inopinada prórroga. Y sobre todo, rostros. Lo cuento
en próximas entradas, que se me acaba la hoja y me voy a preparar el desayuno.
2 comentarios:
Qué bueno lo que dices. Ayuda a aceptar ritmos no buscados pero que te llegan. Y eso nos hace pacientes, da mansedumbre al corazón, nos hace pobres en el espíritu, nos ayuda a seguir teniendo hambre de Dios, de su justicia y paz, nos llena de misericordia y nos limous por fentro y por fuers, mos hsce nuenaventurafos. Hemos de aprender el ritmo de Dios y de su Reino. Seguro que ahí haces y hacéis falta ahora. Bienaventurado en el sentido de esa aventura concreta y de la Aventura de la fe y la misión. Un abrazo fuerte y fraternal. Oración y bendiciones.
Releo y corrijo:
1.- Nos limpia por dentro y por fuera.
2.- Bienaventurado.
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