¡Qué ganas teníamos de ir a pasar un fin de semana a Salamanca! Mira que le dimos vueltas en el Consejo de Pastoral, barajamos fechas, miramos precios, nos rompimos el coco, Enrique se lo curró con la agencia... Y ha merecido la pena, vaya que sí.
Comenzamos pateando la catedral vieja y la nueva. Nos dieron varios cacharros de esos que hablan y nos dividimos en grupos para intentar una especie de visita guiada, pero enseguida se desbarató el asunto, el Papa campó a sus anchas bajo esos capiteles y menos mal que Ceci perseveró explicándole al personal lo que estábamos viendo: crucero, cimborrio... Y luego, a encontrar al astronauta y al bicho con el helado de dos bolas.
Tras registrarnos en el hotel dejando el DNI (alguna con un poco de angustia), nos fuimos a comer y luego a subir a las torres de la Clerecía: ¡madre mía, qué vistas! Y qué rato más divertido, cómo disfrutamos. Al bajar, nos mostraron y explicaron la Universidad Pontificia, en cuyo patio tomamos esta instantánea.
Había algo de cansancio y quien más y quien menos no tardó mucho en regresar al hotel a darse una ducha, jeje... Según Juan Correa, era como lidiar con un Miura: ¡el agua salía palante y te pegaba un susto y un remojón! Como somos un poco catetos, nos costó un poco descubrir el intrínculis del tema, de modo que al rato la Plaza Mayor se vió invadida de santaneros y valleros.
La Plaza... ¡qué sitio, por Dios! Sentarte a tomar una cervecita, contemplar esa belleza acompañado por los amigos... vaya momentazo. La Plaza contiene una alegría y rebosa una hermosura que se te cuelan hasta el corazón. De allí a la morcilla, y de los calamares al gorro de Italia, adobao por los primeros cubatillas. Grabiel nos llevó a un garito que recordaba de su época de recluta... y al entrar, entre tanto gentío joven, nos miraron como extraterrestres: "¿Dónde van estos carrozas?".
La noche del sábado culminó en un bareto cerca de casa. Madre, a la entrada había una alforja de pipas que se podía nadar dentro (ideas para el Guardina). Los degenearaítos se tomaron sus barcelós y al catre, porque al día siguiente había misa a las 11. Sí que le gustó a Toni la misa; ya no paró de cantar "Tomado de la mano con Jesús yo voy". Un dominico que hablaba como un sacamuelas nos explicó el convento de San Esteban magníficamente.
El resto de la jornada transcurrió entre vinos, ración de bacalao, huerto de Calixto y Melibea, fresquito, compras en la Rúa y algún helado. Que por cierto hubiera venido bien durante el viaje de vuelta, porque el aire acondicionado del autobús se resfrió una mijina. Con los últimos rayos de sol llegamos a nuestros Valles, cansados pero contentos tras dos días que no olvidaremos, yo por menos. No creo que en Perú haya duchas tan modernas ni compañeros de viaje y de vida tan especiales. ¡Gracias a todos!
2 comentarios:
Tenemus papa, a compartir con zahinos.Leña no nos va a faltar.
Tenemus papa, a compartir con zahinos.Leña no nos va a faltar.
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