sábado, 5 de julio de 2025

ENAMORADO DEL QUEBEC DE HOY


Todo está lleno de árboles, porque tienen cuidado de plantar y reforestar; por algo en la bandera de Canadá hay una hoja de arce roja. Veo barrios de viviendas bajas, limpieza y orden, autobuses escolares todos amarillos, residencias de mayores acá y allá, separación de residuos y reciclaje, carros eléctricos que cargas en tu propia cochera. Y en casa de Marie-Josée y Claude y sus alrededores, un silencio total.

Esta pareja me ha acogido en Victoriaville, nuestra primera parada en Canadá. Forman parte de la Comunidad del Desierto, de la que hablaré en la próxima entrada. Es una casa de dos pisos, con ventanas herméticas y tremendos aislamientos. Hemos venido en verano, cuando la temperatura oscila entre 11 y 28 o incluso 30 grados, pero en la temporada invernal puede llegar a 30 bajo cero. Diosito.

El nivel de vida es mejor que en Estados Unidos, me parece. No vemos muchos mendigos o transeúntes, tal vez más en Montreal y Ottawa. Sí muchos concesionarios de carros, autocaravanas, camiones, vehículos industriales y agrícolas. Hay silos de grano, bastantes factorías de leche en esta zona, y por supuesto vastos sembríos de canneberge, arándanos rojos, que se cosechan inundando los campos para que los frutos floten. En este país hay pocos pobres, variadas ayudas sociales y mucha demanda de empleo (“Nous embauchons” por todas partes).

Desde que la educación pública es aconfesional, la Iglesia católica ha ido menguando de manera drástica. No hay relevo generacional, y eso que hablamos de Quebec: pocos católicos y de edad, escasas vocaciones, cantidad de sacerdotes y religiosas ancianos, tremendos edificios históricos costosos de mantener y que suponen un considerable pasivo económico… Fuimos a la misa del domingo y concelebramos con el párroco, un hombre de mediana edad a cargo de varias poblaciones junto con otros tres curas, dos de los cuales tienen más de 80 años.

En la Eucaristía, los únicos niños y jóvenes eran inmigrantes, en este caso colombianos, con los que conversamos al final. Hay también en Canadá muchos asiáticos y africanos, pero mi impresión es que en Estados Unidos la Iglesia tiene más dinamismo, está más más rejuvenecida por la transfusión de vida multicultural. De la parroquia fuimos al almuerzo y probamos la poutine, el plato típico: patatas fritas con trozos de un queso fresco que al masticarlo hace “cuic cuic” (esa es la clave), y una salsa característica. No me lo pude acabar, y eso que era el tamaño pequeño (acá todo es XXL).

En Montreal, un mundo más urbano, empiezas a advertir muchos letreros en inglés. Pero visitando el casco antiguo te reencuentras con la raíz francesa de esta nación, especialmente con los vestigios de los misioneros que la construyeron. De hecho, su historia se representa a través de las vidrieras de la basílica de Notre-Dame, la iglesia más famosa de Canadá, una maravilla de arquitectura neogótica y originalísima policromía.

Pasamos también una jornada en Ottawa, la capital, donde ya todo está escrito en los dos idiomas, y todo el mundo habla inglés. Los edificios oficiales son mastodónticos y más al estilo británico. El parlamento me recordó al Big Ben. Yves me explicaba que es una ciudad realista, donde Carlos III es aclamado; porque, aunque Canadá es independiente, reconoce al rey de Inglaterra como Jefe de Estado (es una monarquía constitucional, igual que España) y forma parte de la Commonwealth. Lo cual ahora le viene bien para protegerse de las locuras anexionistas de Trump.

Pero lo que me ha fascinado es Quebec, ese precioso pedazo de Europa. Pasamos en ferry el San Lorenzo, desde donde comenzó todo para nuestro Vicariato. Es un río enorme y muy parecido al Amazonas: ambos parten de una anchura de un kilómetro y medio para irse expandiendo; el Amazonas gana en longitud (6.400 km frente a 1.197), pero el San Lorenzo es el estuario más grande del mundo, alcanzando entre 30 y 50 km de ancho. Acá cargó sus barcos Dámaso Laberge, soñando con la selva peruana.

Quebec me ha sabido dulce pero discreto, como la miel de arce (sirop d'érable). Acabo de despedirme y ya me gustaría volver, señal de que me ha encantado. Y además he podido comunicarme, mi francés kpayo, mal que bien, me ha servido. Merci et à tout à l'heure!

sábado, 28 de junio de 2025

ENAMORADO DE LA HISTORIA DE NUEVA FRANCIA, CUNA DE SAN JOSÉ DEL AMAZONAS

 
Me atraía conocer Canadá más que los Estados Unidos, pero no me podía figurar cuánto me iba a gustar Quebec, la región francófona del país, la cuna de nuestro Vicariato; la cultura desde la que partieron los fundadores que comenzaron a escribir esta aventura misionera, que llega ahora a los 80 años. Fue poner el pie allá y sentirme a l’aise, a gusto, cómodo, tranquilo.

Los primeros misioneros fueron quebequenses, hijos de esta provincia, que es nación reconocida como tal por Canadá en 2006, de ADN francés y católico, herederos de una fabulosa historia de conquista y después sumisión, de fe que se expande en servicio al desarrollo, de resistencia y fidelidad a unos valores humanistas y cristianos. Pasear por la ciudad de Quebec es como estar en una Francia americana, encantadora y llena de sabor, orgullosa de su raíz.

La colonia francesa se estableció con la llegada de Jacques Cartier en 1534 (Pizarro había llegado a Perú dos años antes nomás) y la fundación de Quebec por Samuel de Champlain en 1608. Poco después, en 1658, François de Laval fue nombrado vicario apostólico de la Nueva Francia. Este obispo y las congregaciones religiosas misioneras llegadas de la metrópoli resultaron claves en la construcción del país naciente y en la gestación de su identidad.

A Laval no le interesó levantar su catedral, sino que casi lo primero que creó fue el seminario, en 1663. Quería tener sacerdotes bien formados, misioneros que salieran a los lugares más alejados e ignotos del territorio. Por todas partes hicieron escuelas, puestos sanitarios, posibilitaron servicios básicos y mejor calidad de vida, pero siempre cuidando a las comunidades autóctonas, preservando sus culturas ancestrales con clarividencia y respeto.

Es increíble el papel que las religiosas jugaron en este proceso de fraguar Canadá. Visitamos el museo de las Ursulinas en Quebec y aprendimos cómo se adelantaron a su época educando a mujeres instruidas y empoderadas, fungiendo de constructoras, empresarias, promotoras de cultura, igualdad y progreso. ¡Qué personalidad la de su fundadora, María de la Encarnación! Y qué extraordinaria labor la de las misioneras, teniendo en cuenta además que eran monjas ¡de clausura! como todas en el siglo XVII…

El paralelismo con la misión de los pioneros franciscanos canadienses en nuestro Vicariato es enorme: ellos iniciaron la educación, la atención a la salud y tantos otros servicios en este rincón de la Amazonía donde el Estado peruano no había llegado en los años 50. Del San Lorenzo al Amazonas. Ahora comprendo y amo más todavía la historia de nuestra iglesia selvática, que también me cautivó desde el primer minuto. Pero sigamos con esta pequeña reseña.

En 1760 Canadá fue conquistado por los ingleses, pasando a ser colonia británica en 1763 con el Tratado de París, el mismo en el que España perdió Florida y Francia recuperó las plantaciones de caña de azúcar de la isla de Guadalupe. La ocupación trajo la expansión del inglés y la hegemonía de la cultura británica con la religión protestante. Los rasgos del Quebec francófono y católico fueron debilitándose, más aún con el impacto de la Revolución Francesa poco después, en 1789, y el posterior empuje globalizador de los EEUU hasta hoy.

Claude y Marie-Josée, que me alojaron amablemente en su casa, me decían que Quebec siempre ha resistido al invasor inglés como la aldea de Astérix. A partir de los años 60, con la “Revolución tranquila”, los quebequenses promovieron las familias numerosas y la defensa del francés, rehusando a hablar inglés; apostaron por la formación superior de cuadros dirigentes, por conservar y fomentar las tradiciones, recordando y actualizando sus fuentes europeas.

Creo que la batalla continúa, pero no puedo evitar intuir que no se puede ganar. He visto una sociedad muy envejecida, de crecimiento natural de la población negativo (mueren más personas que nacen) y el catolicismo relegado a los monumentos y los topónimos, aunque moteada de brotes de esperanza: rostros de inmigrantes jalados por el donaire de la flor de lis, como yo. Lo cuento mejor en la siguiente entrada.

sábado, 21 de junio de 2025

EL CORAZÓN CON LAS MALETAS HECHAS

 
El otro día tuve el privilegio de ser testigo de un hecho insólito: una congregación de religiosas misioneras se despide de “su” puesto de misión, donde han estado trabajando veintitrés años, para trasladarse a otro más lejano, más desafiante, más incómodo, más difícil. Por decisión propia. Guau (“interjección para expresar admiración o entusiasmo”, según la RAE).

Las protagonistas de tal resolución son las Misioneras Eucarísticas de María Inmaculada (MEMIs), que llegaron a Tamshiyacu en 2002 procedentes de Colima (México), y han escrito una bella historia de entrega, acompañamiento sencillo al pueblo, perseverancia y generosidad clarividente y sinodal. Ellas, hoy día Martha, Soledad y Griselda, han creído en los laicos, han apostado por su formación y han promovido que asuman con madurez responsabilidades importantes en la parroquia. Lo he ido apreciando en este tiempo que vengo visitando Tamshiyacu.

Las MEMIs además, por su valía, preparación, y por la proximidad geográfica con Iquitos, llevan años siendo piezas clave en tareas de coordinación vicarial. De modo que, además de la gente de Tamshiyacu, soy uno de los principales damnificados por este cambio, porque Gris y Sol son mis manos derecha e izquierda, mis pies, mi cabeza en muchos momentos… Pero ni modo. Su ADN misionero de pura cepa las impulsa a ir más allá, adonde el Espíritu les susurre.

La breve crónica de aquel 31 de mayo se puede leer acá. Para mí fue una experiencia muy luminosa. Había estado antes allí, a principios de abril, para dar la mala noticia al consejo de pastoral y en las eucaristías del domingo, y la reacción fue de sorpresa, desagrado y desolación: las hermanas se van. “¿Por qué? ¿Están molestas con algo? ¿Se cansaron? ¿Nos hemos portado mal?”. Pero luego, durante dos meses, la gente fue haciendo un proceso de encajar, comprender sus motivos y aceptar; y solo se puede recorrer ese trecho en la fe.

El día del adiós paladeamos un collage de sentimientos. Había en las hermanas y en la comunidad tristeza, ciertamente, pero también satisfacción por lo que han compartido, todo lo que han vivido juntos. Y determinación, serena pero firme. Convicción de que la llamada de Diosito está detrás de esa mudanza (nn. 89 y 318 de los Ejercicios) y, sobre todo, la contemplación, en todo su encanto y radicalidad, de la vocación misionera plasmada en estas mujeres, destellos de la vida de Jesús.

Y sí, de hecho hemos celebrado, las risas entreveradas con lágrimas. Hemos agradecido a Dios por ellas, hemos admirado cómo, tras un discernimiento honesto, han seguido la invitación a salir de su zona de confort; podían haber continuado allí donde controlan todo, donde son queridas… pero se marchan a una realidad desconocida, más necesitada, como Yanashi.

En la homilía dije que “los misioneros estamos siempre de paso y hemos de tener el corazón libre, sin apegarnos a nada ni a nadie, con la disposición de marchar adonde Jesús nos pida”. Recuerdo siempre a otra religiosa que me contaba que sus inicios en la congregación le resultaron duros, hasta el punto de que pasó meses y meses con su maleta lista bajo la cama, por si tenía que irse a su casa al toque. Quizá sea ese aspecto el que me resultó más sugerente y enriquecedor: las hermanas tienen el corazón con las maletas hechas, siempre preparadas para salir.

Es verdad que al día siguiente acarreamos bultos enormes en el traslado material, pero ellas viven una itinerancia interior, van ligeras. No significa que los misioneros no amemos ni seamos amados, por supuesto que sí; ese lindo equipaje afectivo lo llevamos con nosotros, pero no nos puede estorbar ni hacernos tropezar cuando queremos avanzar y necesitamos cambiar. A diferencia de personas cuyos amarres les hacen aferrarse a un determinado lugar, o tarea, o cargo, qué hermoso fue dejarse impactar por esa libertad de las MEMIs. “Reflectir para sacar algún provecho” (Ej 114), ojalá se me haya pegado algo.

Al final de la eucaristía, toda la comunidad parroquial envió a las hermanas (no solo las “dejó ir”), y la comunidad entera fue a la vez enviada, tomando el relevo, con más compromiso y fidelidad a la misión. Después hubo un programa, varias tortas, regalos de todo pelaje, cientos de fotos… Los discursos contuvieron palabras muy sentidas, de gratitud, de admiración. Las misioneras recibieron una catarata de cariño en sus últimas horas en Tamshiyacu. Pensé que era como el reverso de esa donación gratuita y genuina, ese ofrecer la vida sin decirlo ni darse importancia. El mejor premio del pueblo lindo, que olfatea y reconoce la autenticidad.

sábado, 14 de junio de 2025

SIERVO DE NUESTRA ALEGRÍA

 
Ha pasado un mes largo desde la elección de Robert Prevost y, ahora que veo que en RD empieza a haber noticias que no se refieren al nuevo Papa, y después de bastantes conversaciones con unos o con otros, me animo a escribir algunas impresiones sencillas acerca de estos primeros pasos de León XIV. Sin pretender darle consejos ni pedirle que haga nada; el pobre hombre ya tiene bastante encima.

La aparición en el balcón fue crucial, por las palabras y por la expresión gestual. El discurso, tan preciso, tan bien armado, con tanta intención, tan exhaustivo… me hace pensar que la noche anterior, incluso los días previos, el bueno de Mons. Robert Francis debió intuir que le podía tocar. Eso no se escribe en diez minutos, y menos bajo presión… “paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Maravilla comunicacional por eficacia, impacto y concisión.

Una parte de la alocución fue en español, y dirigiéndose directamente a su diócesis de Chiclayo, en Perú. Alguien me hizo notar el otro día que Francisco, en la misma situación en 2013, no habló en español, a pesar de que era su lengua materna, y no la es de Prevost; y esto es muy relevante por la dimensión del mundo latino dentro de la Iglesia, y el especial contexto de tensión de los migrantes en USA. El Papa se mostró como un pastor genuino y como un valiente profeta, el que tenga oídos para oír que oiga.

La gesticulación fue muy contenida, discreta… pero su rostro lo revelaba todo. Un comentario en mi blog decía que “Me emocioné cuando le vi salir por primera vez al balcón. No vi un papa, vi un hombre emocionado, sencillo, humano, espiritual, sobrecogido por la nueva misión. Sí. Se le notaba un poco desbordado por las circunstancias, sin tiempo para encajar bien lo que le estaba pasando, por momentos a punto de llorar, conmovido pero determinado.

En la misa de inicio de su pontificado, el domingo 18 de mayo, León XIV se presentó como “como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría”. Me sigue iluminando esta declaración. El Papa se piensa como servidor de la alegría del pueblo, catalizador del gozo de la fe y el seguimiento de Jesús. Recuerdo aquellas primeras jornadas y descubro sorprendido que era justamente la alegría el sentimiento predominante, y lo sigue siendo hasta hoy, a pesar de que, para mucha gente, Prevost era un total desconocido.

Veamos más comentarios de mi entrada sobre el viaje en el bote que olía a chancho:
- Qué alegría tan grande. Cuánto me alegro
- Pues lo pensé, dije: A lo mejor César ha estado con él en Perú, y no me equivoqué. Qué alegría tan grande, César. Me alegro mucho por ti. Algún día podrás ir a visitarlo a Roma. Me encanta este Papa desde que lo vi salir al balcón. Me emocionó. Un abrazo
- Pensé en ti y estaba deseando que escribieras algo... qué alegría más grande que lo hayas conocido… tiene cara de muy buena persona
- Hola César, que alegría que estés tan contento. Un abrazo

Es como si, con este hombre, Diosito nos hubiera concedido lo que se pide en la cuarta semana de los Ejercicios Espirituales: “gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”. La felicidad más grande es cuando gozamos de la dicha del otro, como hacen los amigos verdaderos. La alegría y el gozo auténticos están descentrados, y son contagiosos, gestores de sinodalidad: el Papa León está abrumado, pero sereno y contento, y eso tiene un efecto multiplicador, todo el mundo parece estar encantado con él.

A principios de febrero de 2019 fui a Huacho, en la costa al norte de Lima, a un cursillo sobre el proceso rápido de nulidad matrimonial que el Papa Francisco estaba implantando. Había allí varios obispos, y el primer día, el seminarista que conducía el evento los iba mencionando para que los más de 200 participantes los conociéramos y saludáramos. Cuando llegó a Prevost, la aclamación fue enorme y atronadora: “¡Un aplauso para Monseñor Robert Francis!”. Se paró y saludó con la mano, esa sonrisa tímida que ahora vemos por todas partes. La gente lo quería mucho. Lo recuerdo muy bien porque me impactó.

Se me va acabando el espacio, solo añado que estoy convencido de que las reformas van a continuar y se van a profundizar, con un estilo de consolidación firme y tranquilo, como si actuara la mano izquierda de Francisco, menos espectacular y protagonista, pero más integradora. En concreto espero que se den pasos adelante con el Rito amazónico. Y un último comentario especialmente lúcido:

“Por su trayectoria, es una persona con importantes cualidades y capacidades para desempeñar este cargo. Si bien toda misión no depende de uno mismo, y se ve influenciada por la estructura en la que se contextualiza. Ojalá los corazones estén abiertos al soplo del Espíritu y no se empañen con resistencias estructurales que anclan las almas en el pasado. Pido para él que su determinación y coraje sean más fuertes que las presiones y miedos que puedan salirle al paso”.

sábado, 7 de junio de 2025

UN VIAJE DE 34 HORAS

 
Siempre hay que contar con que las programaciones en cualquier momento pueden irse al agua (nunca mejor dicho) y peor cuando el viaje implica a San Pablo, debería haberlo sospechado. El deslizador Zoe Alexa se malogró, yo tenía que llegar a Indiana al encuentro vicarial de pastoral social, y no quedó más remedio que embarcar en una la lancha para surcar 300 kilómetros de río Amazonas.

La lancha Charles es uno de esos barcos grandes, de carga y pasajeros, que hacen la ruta ida y vuelta de Iquitos hasta la triple frontera. Son muy planas, con poca quilla, lo que les permite navegar en la época de vaciante, cuando baja el nivel del agua del río. Disponen una gran bodega y dos o tres pisos para los viajeros, con capacidad, en este caso, para unas 150 personas.

Los espacios para el público están vacíos y preparados para colgar las hamacas, de modo que, cuando subes, tienes que encontrar lugar para acomodarte, colocando tu mochila y tus cosas debajo, siempre con un ojo atento para prevenir robos, que no son raros. Y así comienza una prueba de paciencia, resistencia y aguante, una lucha contra el aburrimiento y la inactividad que esta vez duró desde el domingo 30 de marzo a medianoche hasta el martes 1 de abril a las 10 de la mañana, cuando encostamos en Indiana.

Esta motonave además es especialmente lenta porque vende cosas, como una inmensa tienda flotante: cemento, ladrillos, cerveza, abarrotes… Y así se va deteniendo en muchísimas poblaciones de la ribera. Varias veces salí al balcón delantero a mirar dónde estábamos, y así pude saludar a gente que conozco de estos años de visitas: en Triunfo, Santa Isabel de Pichana, Cochiquinas… Todo el mundo se acerca al arribo de la motonave, para comprar, descargar, para montarse o chismear; en Breo me gritaban: “¿Padre, cuando vas a veniiiir?”. Y yo: “¿Hay masatooo?”. Se reían.

Claro, cuando aparecen pasajeros nuevos, tienes que irte a ocupar tu sitio en la hamaca, porque si no, te arriesgas a que alguien cuelgue la suya a diez centímetros y todo el rato se te eche encima, haya choques de cuerpos, y no puedas dormir. Yo me colocaba sentado con mis piernas abiertas, maletín y bolsas a ambos lados, para disuadir a quienes recién ingresaban de que se acoplaran a mis costados. El hacinamiento es quizá lo que menos me gusta de esta forma de viajar, no es ameno ir como anchovetas en lata.

Y luego está la pesadez, barajar el parsimonioso y desesperante paso de horas y horas, tratando de llenar el interminable tiempo de alguna manera. Duermes, estiras las piernas, te sientas y lees, charlas, das una cabezada, tomas un café (había un pequeño bar en mi planta), vas a cotillear dónde nos hemos parado de nuevo, te conectas a internet (hay WIFI), se te acaban los temas de conversación, terminas una novela y empiezas otra… Matías dice que ahora entiende mejor lo que significa estar en la cárcel, aunque allá creo que tienen espacio para hacer algo de ejercicio.

Por supuesto, te ofrecen comida: un poco de arroz adornado con cinco tallarines más trozo de pollo microscópico para almuerzo y cena, y un vaso de avena con un pancito en el desayuno. Pero el hambre arrecia y el personal va comprando galletas, trozos de keke, gaseosa, platos de comida en serio. Los desperdicios van proliferando por el suelo entre hamacas y bolsos, a pesar de que hay tachos.  Y la mugre se acumula en los habitáculos que son a la vez WC y ducha, disminuyendo proporcionalmente las ganas de usarlos.

Dos noches amontonado entre hamacas, un bebé que llora a metro y medio, un par de mujeres que incomprensiblemente no paran de hablar en alto a la 1 de la madrugada, la lluvia que se mete por estribor y te moja, más la inactividad, el tedio, la indolencia… te agotas y terminas reventao. Pero a la vez con una especie de síndrome de Estocolmo fluvial: total, ahí no tienes que hacer nada, todo el día tirao de la vida, te alimentan más o menos, estás conectado… Mejor me quedo a vivir en la lancha. Pero no todavía; ya, si eso, más adelante.



martes, 3 de junio de 2025

NADIE NOS DA PALMADITAS EN LA ESPALDA


Definitivamente, ser “jefe” es una 💩, y memos mal que está el emoticono, porque si no, seguro que el algoritmo censuraría la lisura. Viendo el balance de ventajas e inconvenientes, le dan a uno ganas de salir corriendo; me anima pensar que se trata algo temporal y terminará (digo yo).

La autoridad es un servicio esforzado; la responsabilidad, una pesada carga. Pero ¿realmente los demás lo ven así? A veces lo dudo. En tal caso tendría que llegarte algún feed back en clave de “ánimo, adelante, no te vengas abajo, estamos contigo, etc.”. Pero ni modo.

La dura realidad es que trabajas muchísimo más de lo que deberías, te ves metido en fregaos que no te corresponden y como premio te llevas bastantes bofetadas perdidas y buenas raciones de críticas, algunas de lo más crueles. Es una desproporción tan injusta que me da rabia. Mi amiga Luisa, que vive en una situación paralela, dice que nadie nos da palmaditas en la espalda, en todo caso palmetazos😄…

“Mandar” quema muchísimo, te aísla de la gente y te convierte en el culpable de casi todo. Me llegan comentarios sobre mí que son absolutamente falsos, rebasan el límite del respeto y no entiendo cómo alguien puede propagarlos. Chismes que te convierten en una espacie de déspota que disfruta fastidiando de manera dictatorial y arbitraria a quienes supuestamente te caen mal.

Pero por favooorr -dice Luisa- no caigamos en la autocompasión y el victimismo. Cuando estamos enfadados, “hay que dejar que las sensaciones y sentimientos se asienten, y solo después se puede comenzar a procesar. Esto nos moldea y se recoloca el centro de gravedad, que no está en nosotros mismos; solo somos cauces para que el río pase, no somos el río”.

Es cierto que “no tenemos el dominio sobre los corazones y mentes de los demás, aunque estén llenos de maldad”; yo más bien creo que se trata de prejuicios unidos siempre al desconocimiento. ¿Cómo se puede deducir que el tono de unos mensajes totalmente neutros es “agresivo”? Solo si el que los lee está ya cargado y los interpreta desde esa imagen deformada que tiene de ti.

¿Y por qué esto? ¿Es por resistencia o temor al cambio, a lo desconocido, a la pérdida de poder o control, como si uno fuera una amenaza? Tal vez; “nadie se rebota si no es porque percibe una amenaza”, dice Luisa. Miedo a que le muevas su pequeño reino, a que le cuestiones, a que le saques de la zona de confort, a que le cantes las verdades del barquero. Por eso tienes que pedir perdón casi a diario, a eso me dedico.

¿Qué hacer? Más bien, la cuestión es cómo hacer. ¿Callar, tratar de no intervenir? Ya lo he intentado, pero Henry me dijo: “con tu silencio estás hablando todo el tiempo”. No te libras de ser juzgado. Entonces, ¿escuchar más? Para eso tienen que permitirte acercarte, que al menos te concedan el beneficio de la duda, que estas de su parte, que quieres ayudar.

Tal vez escuchar e interpelar, cuestionar; más que afirmar o dar sugerencias. Con una actitud más heurística, en la perspectiva de descubrir juntos, encontrar posibles inconsistencias y aciertos, apuntar al objetivo, plantear preguntas constructivas y correctas. No lo sé. Tengo que profundizarlo más.

Por el momento, no aspiro a que me aplaudan todo el rato, solo a que no me machaquen, aunque ya me han advertido que es mucho pedir. Sí tengo claro, como mi hermana Berta, que es capital elegir buenas personas para trabajar codo con codo: “hace que los sin sabores de la gestión sean más llevaderos; la responsabilidad compartida y bien dirigida es la clave para que los equipos crezcan, avancen y logren metas”, dijo en su discurso de toma de posesión como decana.

Y no perder de vista que hay en el mundo gente que me quiere, me valora y cree en mí. No vaya uno a tragarse el papel de villano que otros intentan endosarle. Los palmetazos con abrazos son menos.

viernes, 30 de mayo de 2025

55


Esta cifra me atrae y me hace pensar, así que he consultado por ahí algo de numerología. Lo que me han contado y he leído lo podríamos resumir así:
 
El número 55 es una poderosa combinación y duplicación de las energías del número 5, que simboliza el cambio, la libertad, la versatilidad, la aventura, la curiosidad y la capacidad de afrontar desafíos.
 
El 55 a menudo se asocia con momentos de mutaciones profundas en la vida de una persona. Es un número que incita a la exploración audaz, a asumir riesgos calculados y a la oportunidad de sondear nuevas posibilidades.
 
Conlleva una invitación a aprender lecciones de vida a través de la experiencia y a tomar decisiones positivas que lleven a un crecimiento personal significativo. El 55 anima a abrazar las oportunidades de transformación, a seguir la propia intuición y a evolucionar con valentía ante las circunstancias y los horizontes.

Es un número de acción, libertad y confianza en sí mismo, que empuja a tomar la iniciativa y a crear activamente su propio futuro.
 
Futuro…
 
Resulta que cuando los guarismos son ya algo elevados y honorables, y podrían sugerir experiencia, peso y paso del tiempo, declive, cierto cansancio, edad -transcurrió la mitad de la carrera ya-, estar de vuelta, repetición, goteras en la salud, establecerse, desgaste, seguridad, zona de confort…
 
… las mociones indican claramente cambio, renovación, salir, recomenzar, creatividad, retos, novedad, reinventar, mudanza, explorar, evolución, riesgo, proactividad
 
Interesante y sorprendente.
 
Gracias por todas las expresiones de cariño y reconocimiento que recibiré hoy. Sé que no tienen que ver con lo poco que haya podido lograr ese “personaje” de misionero, sino por mi propia persona y los trozos de vida que he tenido la dicha de compartir con cada uno-a, y todo lo que he aprendido y recibido.
 
Esta vez parece que mi cumpleaños es una celebración de lo que está por llegar, que no sé qué será o qué significará, pero noto que podría ser diferente, y me siento abriéndome. Y no por la numerología; ya llevo algún tiempo experimentando esa llamada a disponerme.
 
Dios es el Dios del futuro, que no mira lo que hemos hecho o lo que pasó, sino que está atento a lo que haremos, a lo que vendrá.
 
Y un buen bromista.

sábado, 24 de mayo de 2025

ATROCES HERIDAS, TIERNA SONRISA

 
Ya me había hablado de Joysi la hermana Lisbeth, así que no me sorprendió que me propusiera que la acompañase a hacerle sus curas. Uno nunca está preparado para contemplar cara a cara al sufrimiento injusto, a la indefensión y a la miseria; pero cuando están perfumados de ternura y adornados de humanidad, adquieren una belleza que conmociona.

Hacía tres días que no había cuidados médicos, pero lo primero es lo primero: “vas a comer tu lonche, ¿sí?”. La niña va masticando dos huevos sancochados que le hemos llevado, mientras observo con pudor el espectáculo de su cuerpito de trece años, en el que se distinguen con claridad todos sus huesos por su extrema delgadez. Es evidente que está mal nutrida.

“Este es el padre César, Joysi, salúdalo”. No puede mover sus extremidades, pero sí mastica, habla… y sonríe. Así me recibe. Saludamos a su mamá, recién llegada de la chacra desde que se marchó temprano, y a sus dos hermanitos pequeños, que no han ido hoy a la escuela porque no han querido, y no había ningún adulto con ellos a esas horas. Se va dibujando el desolador cuadro que hay en esta casa.

La religiosa, que es enfermera, comienza con la cura de sus escaras. Descubre su pantaloncito y me señala las zonas que “ya están mejor”, pero ahí no veo cicatrices: son como telillas de piel tenues, casi transparentes, a través de las cuales se vislumbran, inquietantes, las tremendas lesiones que hay debajo. La primera herida abierta es horrenda, del tamaño de una moneda, y está en carne viva; aprieto los dientes mientras voy pasando gasas y esparadrapo.

Más rato nos quedaremos Joysi y yo solos, y le preguntaré si nació con esa parálisis. - “No. Fue un accidente”. - “¿Qué pasó?”. – “Me subí al árbol a agarrar uvillas, me caí y me quedé así”. – “¿Dónde te llevaron?”. – “A Lima, allí me vieron varios doctores, y después acá a Santa Clotilde para estar cerca del hospital”. Hay un silencio porque no sé qué decir. Joysi lo llena: - “Me contó la hermana que ha muerto tu mamá. ¿Cómo estás?”. Se me forma un nudo en el corazón y forcejeo con mis lágrimas. – “Estoy mal. La extraño mucho”.

Toca voltear a la niña para intervenir en el otro lado de la cadera, así que ayudo a Lisbeth con toda la delicadeza que puedo, y ahí me percato de que Joysi está acostada sobre unos guantes de látex llenos agua para que sirvan de soporte suave y no se encente tanto (ingenioso truco de lugar pobre).  El colchón es de esos que se inflan y desinflan, pero… en este pueblo solo hay electricidad de seis a once de la noche.

Estaba confiado y más hablador cuando apareció la segunda herida, y ahí me mareé ligeramente; es tan enorme que la cabeza del fémur está casi al descubierto. La licenciada mete la gasa entre la piel, la carne y la articulación a una profundidad tal, que si esta criatura no estuviera tetrapléjica y tuviera sensibilidad, habría que anestesiarla. Me obligo a mirar, pero me agrede esa llaga espeluznante, esa feroz y sigilosa exposición del dolor.

Entra un adolescente, casi ni saluda. Me explican que es hijo del hombre con el que convive la mamá de Joysi, dueño de la vivienda en la que están, porque de hecho la señora no tiene hogar. Y pasa gran parte de la jornada trabajando, y así los niños, solos por la vida, no únicamente hacen novillos, sino que a veces se comen la comida de su hermanita. Deben de pasar hambre ellos también. Y siempre en esa incertidumbre de que cualquier día se ve esta familia en la calle.

Pasado el peor momento, nos relajamos (yo al menos) y la conversación se anima. Afloran unas risas, la cría está contenta con la terapia que le hace Lisbeth con gran suavidad, el balde que recoge la bolsa de la sonda (Diosito, debe tener infecciones de orina cada dos por tres), sus medicamentos allá en un costado, una ropita nueva, el estampado de flores de las sábanas y su mochila colgada de la pared de tosco ladrillo.

Nos despedimos, pero ya nada va a ser igual para mí porque Joysi se me ha clavado en el corazón y paso los días enteros con ella, aunque estemos lejos. Le he comprado un táper y un tomatodo, y ahora le llevan ya el almuerzo completo, y se lo acaba. Me dicen que pregunta por mí, que cuándo voy a ir a verla, y a veces me la pasan al teléfono, nos saludamos y entonces todo cuadra, las melancolías se espantan, la existencia cobra sentido y mi Mami, acompasada con Joysi, también sonríe.



sábado, 17 de mayo de 2025

25 AÑOS DE CARIÑOS CONTRA ALIFAFES EMOCIONALES

 
Ya me había olvidado de mis bodas de plata, porque el tsunami de entusiasmo y felicidad que produjo la aparición de Mons. Prevost en el balcón de la logia vaticana arrasó con cualquier otra noticia, pero cuando el domingo pasado 11 de mayo entré en la iglesia de Estrecho, en el río Putumayo, me topé con este cartel: “P. César Gracias 25 años de servicio a los pobres”. Se me hizo un nudo en la garganta, pero me tuve que contener porque faltaban apenas minutos para comenzar la misa.

Antes, el mero día 6, durante el encuentro vicarial sobre el Rito amazónico, llegué al comedor y vi a todos esperando con las tortas de chocolate listas, me desconcerté y ahí sí brotaron las lágrimas. Había unas tarjetas con firmas y dedicatorias, me cantaron y tuve que luchar para que unas palabras se abrieran camino. Claro que había estado rezando y haciendo los inevitables balances, en línea con otros aniversarios (pueden verlos acá o acá), pero lo que me salió fue un agradecimiento mezclado con un grito de auxilio.

“Me doy cuenta de que en 25 años siempre he dicho sí a todos los servicios que me han pedido mis obispos; tan solo al Vicariato elegí venir yo mismo, porque percibí que era lo que Dios deseaba darme. Y ahora, en estas últimas semanas, me siento cansado, anímicamente quebrado y con ganas de salir corriendo. No soy de fierro, necesito que me comprendan y que me ayuden. Y además extraño mucho a mi mamá”. Algo así fue.

Volvamos a Estrecho. En el shunto* de motivos de la Eucaristía estaban: el día de la madre (ay), la jornada mundial de oración por las vocaciones, la elección de León XIV… y los 25 años de ordenación presbiteral del p. César. Aplausos a raudales ya nada más arrancar. Luego, las lecturas del Buen Pastor, como aquel remoto día sevillano, una danza amazónica para el ofertorio en la que me sacaron a bailar también, y la conocida y benéfica moción de estar donde debo, este es mi sitio, esta es mi gente, el pueblo lindo.

Con mi alba nueva, obsequio de las camilas de Santa Clotilde, presidí recordando que justo el 11 de mayo de 2000 me tocó a mí hacerlo por primera vez en la capilla del teologado, aunque la fiesta oficial, la cantamisa, sería más tarde, el día 27. Llevaba la estola que Gris y Sol me han regalado, y en ella bordada la imagen de Tonantzin, la Virgen de Guadalupe, la que está a mi lado, atenta a lo que haré, la madre del futuro, quien me conecta con mi mamá y la imprime cada día en mi pecho.

Después de la comunión, tocaban más presentes: una rosa de plástico con parpadeantes luces de colores para las mamás, que salieron toditas a recibirla junto con la bendición. Y para mí, un abanico de chambira tamaño XXL, con mi nombre y un guacamayo pintados, que permite dar aire a una mancha** humana a la vez; a continuación, un huayco*** de gratitudes verbales; y para finalizar, un viaje de abrazos seguido de una carrafilera de fotos, como es habitual.

En 25 años he experimentado suficientemente que el remedio contra los achaques, las cancamurrias, los fastidios y las canseras son justamente los cariños. Los pequeños detalles a través de los cuales las personas te manifiestan su afecto, te transmiten sin palabras que te quieren, que te aceptan y valoran, que están alegres y agradecidas de conocerte. Todos esos abrazos venían también de Valencia, Santa Ana, Valverde, Monesterio, Atalaya, El Valle, La Lapa, Mendoza, Zafra, Calamonte, y de mi querido vicariato San José del Amazonas. Me pareció que todo cuadraba.

Ya sé que en un cuarto de siglo caben muchas equivocaciones, y que no puedes gustarle a todo el mundo. También que siempre hay críticas, y más cuando tienes responsabilidades de coordinación. Pero lo que me empuja a seguir sirviendo es el amor correspondido, dado y recibido (nº 231 de los Ejercicios) en gratuidad y reciprocidad, como los amigos verdaderos, al estilo del Buen Pastor.

Gracias Diosito por tanta vida, tantas cosas, tanta gente, tantos lugares, tantas sorpresas. Gracias a mi familia, a mis amigos, a cada persona con quien me he encontrado en esta casi mitad de mi existencia. Gracias a todos por acompañarme, enseñarme y animarme; por creer en mí. Gracias gracias gracias.

* “un montón” en la jerga amazónica peruana
** grupo numeroso
*** catarata
Y alifafes son achaques (o indisposiciones o dolencias) generalmente leves.



viernes, 9 de mayo de 2025

45 MINUTOS CON ROBERT PREVOST SURCANDO EL AMAZONAS


Nunca sabes a ciencia cierta con quién te juntas por el camino, a quién conoces… Te encuentras un día con alguien por casualidad, conversas, comentas… y de pronto pasan diez años y resulta que ese hombre ahora es nada menos que el Papa. Algo así me ocurrió con Mons. Prevost navegando por el Amazonas.

Sé que estos días saldrán muchos testimonios de personas que tienen alguna conexión con el cardenal Prevost, que han hablado o trabajado con él, que pueden compartir con satisfacción alguna impresión más cercana del nuevo Papa. Yo no puedo decir que lo conozco, pero es cierto que he coincidido con él varias veces, y si alguien le menciona al vicario general de San José del Amazonas, estoy seguro de que me ubica.

Esta imagen, en la que aparecemos los dos, es del 1 de febrero de 2015. Yo había venido a Indiana al inicio de servicio de Mons. Javier Travieso (ya lo conté acá) como obispo del Vicariato San José, apenas llevaba cuatro meses en el Perú y no podía sospechar lo decisivo que sería aquel viaje para mi vida; hoy sigo descubriendo guiños de Dios en ese primer impacto con la Amazonía. Estábamos en la “sala de misioneros” revistiéndonos para la Eucaristía; Mons. Javier está con el p. Jaume Benaloy, y al fondo, ya casi listo, el obispo de Chiclayo. Al otro lado, un servidor.

Los invitados nos habíamos desplazado de Iquitos a Indiana en dos grandes barcos: uno más pituco y otro que se usaba normalmente para transportar chanchos y que por eso olía regular. Se me ha borrado casi todo de la ida, pero a la vuelta, los menos apurados agarramos el segundo transporte, el de los chanchos. Y ahí coincidimos tres pasajeros: el p. Juan Carlos Andueza, misionero capuchino en el Napo ecuatoriano, el p. César Caro, misionero novato en la diócesis de Chachapoyas y el obispo de Chiclayo, Mons. Robert Prevost.

Avanzaba un atardecer anaranjado y agradable mientras íbamos conversando acerca de la misión, el Vicariato con sus complejidades geográficas y de todo tipo, la valentía del obispo que había aceptado el encargo, en fin, las resonancias de lo que recién habíamos vivido. Recuerdo que salimos a cubierta para disfrutar del panorama y la brisa, y seguramente también para escapar de aquel perfume embriagador, y el diálogo discurrió por otros derroteros. Juan Carlos contaba experiencias de su tarea entre los kichwas, Mons. Prevost, que llevaba algo más de un año de obispo, compartía sensaciones de esos primeros pasos, de lo que había supuesto para él aquella responsabilidad. Y yo pues… me figuro que escucharía atentamente, tal vez entreverando algunas de mis primeras sorpresas por Mendoza.

Durante aquella travesía me sentí en todo momento muy cómodo en compañía de Mons. Robert Francis. La charla con él fluía muy fácil, llano a la escucha abierta, de porte humilde, serenamente sonriente, natural y nada afectado de su cargo. Discreto, no hay estridencia en él, ecuánime, cercano, equilibrado, accesible. Una persona en quien instintivamente sabes que puedes confiar; un hombre acostumbrado a lidiar con importantes compromisos y delicados encargos eclesiales, eficaz y decidido, pero que es capaz de hacerte sentir valioso a su lado.

No olvidaré que me felicitó por haber venido al Perú y me animó en mis comienzos como misionero. El equipo de RD quiere que escriba algo sobre sobre el nuevo Papa y sobre la reacción a su elección. Me gustan las personas de perfil bajo, que no buscan ser protagonistas ni siquiera cuando los eligen Papa, como Mons. Prevost. En su discurso conjugó más el “nosotros” que el “yo”.

Poco después de esas palabras yo estaba en un restaurante y miraba la tele, las imágenes, el DNI peruano del Papa, los memes… Y las caras de la gente, hubo incluso aplausos. En Perú estamos que no nos lo creemos. Y para nosotros, en la Amazonía peruana, no había ningún candidato mejor que este. No soy capaz de analizarlo muy fríamente ahora, lo intentaré en los próximos días, pero estoy vibrando: Dios tiene un lenguaje lleno de humor y de ternura, y nos ha bendecido con una catarata de amor.

Mis hermanas me acaban de decir en una videollamada que es como ganar el mundial de fútbol, y sí, creo que vale para expresar la magnitud de nuestra emoción acá. ¡Viva Mons. Robert Francis! ¡Viva León XIV!

sábado, 3 de mayo de 2025

UN CARDENAL EN LA COMUNIDAD LIBERTAD

 
Ocurrió los días de Semana Santa. Alfonso y Carmen, el equipo de Tacsha, programaron una visita el Miércoles Santo a Libertad, una comunidad a media distancia de la sede. Un lugar tradicionalmente hospitalario con los misioneros y de larga trayectoria católica; la única localidad que tiene capilla. Yo quería conocer algo de esa parte del Napo.

De modo que allá fuimos, después de prestar un bote y el motor comunal de Santa María (desde acá aprovecho para pedir apoyo económico a quienes deseen colaborar para que esta gente tenga su movilidad propia). Con el río tan crecido, volamos para llegar en tan solo hora y media. Me advirtieron de que seguro que nos acogerían bonito, pero el recibimiento superó todas las expectativas.

Allá en el puerto estaba el colegio entero, con la banda de música, y una gran parte de la vecindad esperándonos. Una enorme pancarta rezaba: “Bienvenidos a la comunidad de Libertad”, y los alumnos portaban veintitantos carteles hechos por ellos mismos con frases del tipo: “Dios es amor”, “Dios bendice a los niños”, etc. Bajamos a tierra y nos condujeron a las gradas, donde nos aplaudieron a rabiar. El speaker comenzó a hablar saludando el arribo del “cardenal César y su comitiva”.

Casi no nos percatamos y al toque pasamos a los discursos protocolarios, donde uno a uno cumplimentamos y agradecimos. Y de nuevo el locutor se refirió a lo feliz que estaba la población por la presencia de los hermanos junto con el “cardenal César”. Ahí ya nos sonreímos y comenzamos con las bromas, divirtiéndonos con lo que sin duda había sido un lapsus de alguien, o una hipérbole provocada por el deseo de agradar.

A pesar de que eran ya las 10 de la mañana, tenían preparado el desayuno. En casa de don Mamerto, animador histórico, nos sirvieron unos platos de sopa de gallina que resucitaba muertos, y sobre todo unos vasos de masato realmente delicioso, no muy fuerte y fresquito. Pancho el animador nos explicó que la misa tendría lugar inmediatamente, y en el colegio, para que pudieran participar los alumnos como su última actividad antes de los días feriados de Pascua.

Cuando llegamos al patio cubierto del cole y vimos el escenario, nos miramos y ahí ya sí nos ganaron las carcajadas. Prendidas sobre una inmensa cortina verdiblanca, letras grandazas reiteraban: “Bienvenidos a la IEPPSM 60323. Cardenal César”. Jeje. Luego, en el almuerzo (que también hubo, por supuesto) nos explicaron que alguno de los profes había visto en facebook la noticia de “un representante del Papa, de visita en Iquitos”; efectivamente, el nuncio estuvo ahí pocos días antes, así que entre unos y otros fusionaron ambas visitas y me adjudicaron la púrpura. Qué risa.

Nos pareció buena idea adelantar un día la Cena y celebrarla con aquel pueblo tan amable con la Iglesia. Se buscaron los preparos necesarios para el lavatorio de los pies. Las caras de estupor del público, sobre todo de los niños, seguramente eran como las de los apóstoles aquella noche; lavaron pies, además de Su Eminencia, la directora y el animador, porque las autoridades deben ser las primeras en el servicio humilde.

Para mí, una imagen viviente del amor fraterno eran mis compañeros. Me quito el capelo de cómo estos dos misioneros tratan a la gente, saben los nombres de toditos, saludan uno por uno, abrazan, conocen las historias familiares… Y esto después de apenas nueve meses acá. Mis respetos. En una casa hasta nos contaron la violación de una hija adolescente; algo tan terrible como frecuente, por desgracia. Después, comentando con otras personas, calibramos cuánto queda por trabajar en la sensibilización contra esta lacra, porque fácilmente se justifica (“no gritó”, “la mamá la dejó ir sola”) y se naturaliza.

En fin. Fue una jornada plena, donde pude mirar asombrado búfalos, vacas y caballos cabalgando junto a la ribera, y los trapiches en la zona de San Felipe; no en vano, el alcoholismo salió en el encuentro de agentes pastorales como un tema al que apuntar, junto con los abusos. De hecho, algún trago conllevó la generosidad libertina

El descenso -río abajo- (que no ascenso) al cardenalato me granjeó los honores de ysangos, ataque de mosca, sandalias en el barro, calor sofocante y sudor de pies a cabeza; pero también lindos privilegios: cariño a través de varias generaciones, reverencia sencilla del pueblo menudo, gratitud en forma de abrazos, confianza, sonrisas, cocos y papayas para llevar a casa. No tenía pensado de momento elegir a un nuevo Papa, porque amo a Francisco y esperaba que continuara su servicio un tiempito más, pero parece que toca chamba.

sábado, 26 de abril de 2025

UN PAPA COMO PARA INVITARLO A ALMORZAR


Desde el lunes santo temprano, en la remota ribera de Tacsha Curaray, me siento conmocionado, pensativo, desolado, huérfano e inmensamente agradecido, como muchas personas. Todo lo que me gustaría escribir sobre Francisco lo han dicho mejor que yo Miguel Cadenas o Luis Miguel Modino, y les invito a leerlo. He recordado que, cuando el Papa fue elegido hace doce años, en mis queridos Valles, los pueblos donde era párroco, el impacto fue tal, que escribí algunas impresiones recogidas de la gente. Es el mejor homenaje que puedo ofrecerle al Papa, con todo mi cariño y admiración. Creo que el Espíritu, de donde él bebió para inspirarnos tanto, guiará también a la Iglesia en este momento decisivo.


Me encantan y me enseñan mucho los comentarios sencillos de la gente a propósito de las cosas que pasan en esos vaticanos y que conocemos por la tele, y en concreto acerca del cambio de Papa. Son perlas del sentido común adornado con un puntito de humor de pueblo.

Primero el Papa “que se fue” (Benedicto XVI). “Pues claro, es que estaba viejo el hombre”. “Cuando ha salido ahora con el otro, ¡qué bajón ha pegado, ¿eh?!”. “Ha visto que no podía y ya está, ha hecho bien”. “Él veía todo lo que hay ahí metido y ha dicho: yo me voy; y lo mismo que yo deberían hacer muchos de ustedes”.

Con esto pasamos al capítulo de los cardenales. “Qué panzá de curas hay allí, ¿pa qué querrán tantos?”. “Se les ve que son muy viejos, ¿no?”. “Yo los pondría a todos a arrancar hogarzos, iban a ver lo que es trabajar”. “En ellos no se ve la vida de Jesús. Estuvo perseguido desde antes de nacer, y lo mataron los poderosos por defender a los pobres”.

Y ahora, el “Papa nuevo”. Resulta increíble ver que Francisco es una persona que le cae a todo el mundo espontáneamente muy bien. “Se le ve un buen hombre”. “Qué buena gente”. “Cómo sonríe”. “¿Y cuando se inclinó pidiendo la bendición?”. “Ahora tiene que meter aquello en vereda”. “Hay que poner las cosas de la Iglesia a la conveniencia de hoy día”.

Me pasma cómo el Papa se metió a todo el orbe en el bolsillo el ratillo que salió al balcón con el traje blanco. Estoy asombrado de la necesidad que teníamos de una inyección de frescura y de esperanza. Lo vemos lavar los pies a los chavales reclusos y alucinamos en colores. Nunca un Papa me había implicado personalmente tanto, me había hecho sentir tanto orgullo por ser uno de los suyos, quizá porque nunca había visto al Papa tan "mío", tan “uno de los nuestros”… En él creo que sí que se intuye la vida de Jesús.

El otro día un hombre por la calle: “El Papa da la impresión de ser de pueblo, ¿verdad?”. Si en misa pedimos por el Papa, veo al personal asintiendo con la cabeza. Pero lo que más me ha gustado ha sido lo que me dijo una mujer mayor: “Me encanta el Papa. Yo creo que si lo invitas a almorzar a tu casa un día cualquiera, viene y se sienta y se come lo que le pongas sin hacerse problema por nada y dándote conversación, ¿no te parece?”.

Claro que me parece. No lo podría expresar con más acierto. Y eso, sin saber todo lo que vendría después. Esta foto del Papa comiendo con los trabajadores del Vaticano lleva once años en mi folder de imágenes favoritas. Como la de la cola para el café en el sínodo de la Amazonía. ¡Gracias Francisco!

domingo, 20 de abril de 2025

RESURRECCIÓN EN TACSHA CURARAY

 
¡Qué encantadores días de Semana Santa he pasado en Tacsha Curaray! Los he disfrutado serena y gozosamente con estos pueblos de veras menudos: sencillos, pobres, agradecidos, lindos. El encuentro llano y espontáneo con la gente es el combustible que alimenta mi ser misionero, los necesito seguramente mucho más que ellos a mí, aunque no se lo imaginen.

Tacsha es uno de mis puestos de misión “choches”, preferidos, como ya he reconocido varias veces*, y no me da rubor. Porque los últimos años estas comunidades eran de las más débiles y peor atendidas, y eso me atraía sin remedio. Me volvieron a esperar con pancarta a la llegada del bote, y eso sí que me produjo roche delante de los demás pasajeros, todos mirando, y a la vez íntima satisfacción. Ya sé hay quienes se burlan de semejante recibimiento, pero muestra cariño y gratitud.

Llegué en pleno encuentro de formación de agentes de pastoral, el primero que organizan los nuevos misioneros de acá, Carmen y Alfonso, españoles de OCASHA. Lograron convocar personas de nueve comunidades de las 27 de la jurisdicción, después de trece años sin presencia misionera estable. Todos destacaban que se está reactivando la vida de la Iglesia en la zona, levantando lo que estaba lánguido o caído, como una resurrección de la fe y la inquietud por seguir a Jesús.

De hecho, el ambiente era muy distendido, con constantes bromas, juegos y risas. Los diferentes bailes de animación disparaban las carcajadas, y en la noche cultural hubo varios momentos desternillantes. Con todo ese grupo y las comunidades de acá celebramos el Domingo de Ramos; en un círculo sobre el pasto, sin miedo a los ysangos y a la mosca, bendijimos los juncos trenzados y nos dirigimos a la capilla de Santa María para escuchar la Pasión, leída por los animadores con apuros pero con veneración.

Jueves: dos hojas de palmera entretejidas y adornadas con exquisito gusto amazónico flanquean el sagrario. El panadero, que es evangélico, nos ha regalado un grande y precioso pan ácimo redondo. Lo partimos entre la señora Kely y yo, y la asamblea se acerca a compartirlo con generosidad y devoción. Un momento antes, absolutamente todos los asistentes hemos lavado los pies, arrodillándonos delante del hermano; todos somos vulnerables y necesitados, todos podemos servir. También en silencio adoramos al Pan, postrados ante el Misterio, con el río a nuestra espalda.

La celebración del Viernes se extendió por las tres comunidades. En Santa Teresa, un aguacero casi no nos deja escuchar el relato de la Pasión, con tal fuerza golpeaba la lluvia la calamina recién puesta hace tres años. De ahí la comunidad caminó, pasando por Santa María, hasta San Luis. La cruz recorrió los escenarios de la vida cotidiana de los vecinos: los estudiantes que van y vienen, las mujeres que bajan al río a lavar, los hombres a pescar… Sobre ella se iban clavando afiches con sentencias de muerte de hoy: contaminación, violencia, narcotráfico, abusos… Seguramente fue el único via crucis del mundo donde hubo una parada con refrigerio de chicha y canchitas. Al final, la comunión con la torta de la Cena, para que la vida continúe.

La Vigilia era en San Luis, la más grande de las tres poblaciones. Al llegar nos quedamos de piedra al ver un gentío alrededor de la puerta de la iglesita. ¿Serán los evangélicos contraprogramando? Pero no, era nomás un bingo. Hubo que esperar a que terminara, pero se pudo invitar con un parlantazo a la celebración a todo el público aledaño. Y volví a vivir los momentos mágicos del fuego, la procesión de la luz, el pregón pascual, el gesto del bautismo unos con otros, el sabor de tantas pascuas, el origen de mi vocación, las bodas de plata de servicio… El año pasado no pude, no me salía, la herida estaba muy reciente; acá, a orillas del Napo, en la Amazonía lejana y profunda, logré cantar aleluya a una voz con mi pueblo crucificado y feliz, y con mi mamá.

sábado, 12 de abril de 2025

RUBIELA RÍOS, MUJER INDÍGENA LUCHADORA, FEMINISTA Y ECUMÉNICA


Durante un receso de la escuela zonal de formación de agentes pastorales – taller de Biblia, temas sobre Jesús, la madurez personal, los sacramentos, la cultura- en Estrecho, en el lejano río Putumayo, la señora Rubiela se me acercó y me dijo: “padre, tengo que decirte que no soy católica”. Me hizo sonreír y le contesté: “bueno, eso es lo que tú te crees”.

Porque Rubiela Ríos es una mujer franca, sincera y directa. Vive en una pequeña comunidad llamada “8 de Diciembre”, a cinco horas de navegación aguas arriba de Estrecho y, como todos sus vecinos, es indígena murui. La gente se dedica a la agricultura, siendo el cacao el sembrío estrella: “tenemos un módulo de catorce hectáreas bien implementado, con su fermentadora y su secadora”.

Rubiela es lideresa de su comunidad, un título, una responsabilidad y una tarea que se ha granjeado por sus cualidades y por su carácter. “Promuevo la valoración de la cultura, fortaleciendo las capacidades ancestrales de nuestra etnia a través de la artesanía y otras actividades”. Ahí entran las músicas tradicionales, la danza, el conocimiento y uso de las plantas medicinales, etc.

Además, doña Rubi está implicada en causas más complejas y más ingratas. Es una luchadora empeñada en erradicar el alcoholismo y la violencia, que tantas veces van unidos, y sobre todo en potenciar el rol de la mujer en la comunidad. Y esto es algo delicado, que le acarrea incomprensiones y hasta burlas, porque en estos lugares tan alejados, con el Estado casi ausente, el abuso a menudo está completamente naturalizado y da la impresión de que cualquiera puede hacer lo que le de la gana, y no pasa nada.

Forma parte de la Federación de Comunidades Nativas del Putumayo y se alía con lideresas como ella pertenecientes a quince comunidades del río. Rubiela es de las que más empuja y más claro habla: hay que acabar con el sometimiento de las mujeres, romper el silencio, reivindicar su dignidad. Un discurso que se transforma en acciones, talleres, conversatorios y gestos que van poco a poco rompiendo la mentalidad y las prácticas consuetudinarias, que marcan que las autoridades son masculinas y solo los varones mambean coca.

Son argumentos centrales de la actividad de Rubiela y su grupo la defensa del territorio frente a actividades extractivas criminales, el cuidado del agua y los ecosistemas, el respeto a los derechos individuales y colectivos, la denuncia de la precaria situación de atención en salud y la educación deficiente, el empeño por revitalizar la identidad cultural como aporte a la nueva generación… Este compromiso, además de quitarle tiempo para sus hijos y su hogar, supone a veces jugarse el físico cuando de por medio andan los grupos paramilitares que ocupan esta región fronteriza con Colombia.

Las mujeres murui, como dadoras de vida, base y pilar fundamental de familia y sociedad, ejercen un decisivo influjo en la vida espiritual de la comunidad. Además de utilizar y preparar las plantas sagradas (coca, tabaco y yuca dulce), Rubi cuenta que pertenece a la Iglesia evangélica, “pero de igual manera comparto con la Iglesia católica, porque ellos promueven el fortalecimiento de las capacidades de las mujeres, miran el tema del ambiente y arman capacitaciones y espacios de formación. Yo me involucré con ellos y me gusta participar, trabajar y aprender mucho más porque ellos sensibilizan y motivan a las comunidades”.

Qué piropo para mis compañeros de aquella zona y qué orgullo para el Vicariato… pero más que eso, ¡qué privilegio contar con Rubiela como parte de nosotros! Ella es verdaderamente católica porque busca el bien integral de la persona humana, es decir, el Reino, sin acepción de “clanes”, solo aliándose con quienes están en sintonía. Este ecumenismo sencillo y sensato educa nuestras tendencias sectarias y contribuye primorosamente a formar el rostro del único Dios.

Y es un rostro de mujer indígena guardiana del territorio; que es palabra dulce, sabedora, sembradora de esperanza y cosechadora de vida. Como Rubiela y tantas otras, valientes seguidoras de Jesús aun sin saberlo, pueblo lindo y santo que camina descalzo sobre el barro, la ceniza y el arco iris, siempre hacia el futuro.

sábado, 5 de abril de 2025

VICARIATO HOSPITAL DE CAMPAÑA


Aunque el título podría haber sido “Una primera misa de miér…coles”, porque el teléfono sonó a las 3 de la madrugada, pocas horas antes de la cantamisa de Ramón. El hospital de Caballo Cocha empezaba a colapsar por la llegada de enfermos con un cuadro severo de vómitos, diarrea, dolores fuertes y gran malestar. Y todos habían participado en la fiesta de la noche anterior y comido ají de gallina, el probable foco de infección.

Misioneros, invitados, trabajadores de la oficina, familias enteras, amigos… Pocas personas se salvaron de la intoxicación alimentaria masiva. Tuvieron que llevar colchonetas al hospital y llamar a más enfermeras, porque al principio solo había dos y no daban abasto. Hubo que poner clavos en las paredes para colgar las bolsas de suero. Por todas partes se estibaban los enfermos; el doctor Zach, misionero médico, fue de los primeros en caer y de los más afectados.

Nuestra enfermera Elita Pinedo, responsable del Departamento de Pastoral de Salud del Vicariato, se salvó y fue clave para afrontar la crisis. A quienes estaban en el Centro Papa Francisco y habían sido trasladados al hospital, en cuanto se estabilizaban los devolvía al Centro para tratarlos allí. Las paredes nuevas se vieron tachonadas de puntas para las vías. Elita se multiplicó con gran entereza, profesionalidad y cariño.

Yo no noté absolutamente nada, y eso que comí normal y además tragué cinco o seis vasos de masato; será por la ley de la compensación: después de la gripe, me tocaba. Los que estábamos sanos nos organizamos espontáneamente para cuidar a los enfermos. Fue algo muy bonito, nadie tuvo que dirigir, simplemente le dábamos respuesta a las situaciones que se presentaban. Me recordó, en otro nivel, a la pandemia.

Ramón salió temprano a comprar medicamentos, botellas de salino, ampollas, suero oral… No hay duda de que su sacerdocio está marcado desde el minuto cero por el servicio a los más débiles. Las hermanas Marisol y Rosario se olvidaron de sus molestias intestinales y se patearon el pueblo saqueando literalmente las boticas; las existencias de loperamida y dimenhidrinato temblaron. Matías no se movió de la posta médica pidiendo y enviando, procurando bolsas y baldes, acompañando…


El pueblo cristiano se fue congregando para la primera misa y alguien tenía que explicar que ya no iba a poder ser ese día, y ahí intervine yo. Las caras del público expresaban sorpresa, pero también comprensión. Después me dediqué a caminar de un lugar a otro viendo cómo estaban los pacientes, qué se necesitaba, llama a este, trae lo otro por favor. Así pude apreciar la magnitud de la desgracia y la belleza de la entrega gratuita de unos a otros.

Santiago, Jorge y Janner, de la oficina, hicieron mil encargos. Alfonso lavó ollas, peló papas junto con el p. Javier, ayudó generosamente en la cocina a la hermana Berta, que se tuvo que sobreponer al disgusto y a la baja de sus ayudantes. Carmen limpiaba baños, que la vi con el rabillo del ojo. Bedith y Magna prepararon un rico tacacho que agradó a quienes teníamos hambre y a quienes apenas podían empezar a comer algo.

Me hacía gracia que Zach, sin casi poder moverse, diagnosticaba desde la cama. Llegaba por ejemplo un huambro, le contaba a Elita lo que le pasaba, y ella se iba junto a Zach: “un niño de 14 años que pesa 43 kilos y dice que tiene dolor agudo y vómito, pero no diarrea”. Y el doctor, con un hilo de voz de ultratumba: “dale dos miligramos de buscapina y ponle una ampolla de…”. Jeje.

Varios de los seminaristas cayeron, Anna y Gabi, el p. Alejandro, Gabriel (que fue el que más sufrió) y muchos otros. Fueron atendidos con delicadeza y empeño por sus hermanos misioneros. Alguien recién llegado expresó que ese fin de semana descubrió que el Vicariato es una familia, y sí, me siento muy orgulloso de eso. Hacemos lo que podemos, con lo que tenemos y los que somos, como un hospital de campaña, sin escatimar esfuerzos y entusiasmo, dándolo todo.

Cuando la plaga empezaba a remitir, afloraron las primeras bromas: “justo cuando el Papa se va de alta a casa, nosotros nos ponemos todos malos”; o bien “vamos a quitar el ají de gallina del menú de Punchana por el momento”, etc. Esta imagen es de la mancha antes de partir, las caras más alegres, algún kilo de menos y la satisfacción de estar juntos y más unidos como Vicariato San José del Amazonas.

sábado, 29 de marzo de 2025

UN NUEVO PRESBÍTERO AMAZÓNICO UNO-DE-LOS-NUESTROS

 
Lo vivimos el pasado sábado 22 de marzo en Caballo Cocha, capital del Bajo Amazonas. Un acontecimiento señero en la vida de nuestro vicariato: un joven hijo de estas tierras, Ramón Ramírez, fue ordenado presbítero convirtiéndose así – Diosito lo quiera – en un shungo, es decir, un pilar, de la Iglesia con rostro y corazón amazónicos que soñamos.

Todo ese día resultó único. Empezando por el lugar, porque el escenario de las anteriores ordenaciones había sido siempre Indiana, donde está la sede y por tanto la catedral del Vicariato. Y lo marco en cursiva para que se olviden de las catedrales al uso, porque esta es una iglesia bien modesta, sucesora de la primera, construida con madera y emponado, y techada con hoja de irapay, como las casas de familia. De modo que Caballo Cocha fue una novedad.

Los viejos del lugar no recuerdan que jamás haya habido allí una celebración de órdenes. Caballo Cocha es una especie de micro-amazonía peruana: pujante ciudad de 25.000 habitantes, pero con todo el sabor del medio rural; acá se cruzan el mundo mestizo flotante (profesores, sanitarios que vienen y van) con barrios enteros indígenas yagua o tikuna; centro neurálgico de negocios turbios como el narcotráfico, establecimientos blanqueadores de plata y enormes problemas de agua y desagüe; carácter fronterizo, paso de todo tipo de mercancías, ocho ¿o nueve? centros educativos, motocarros, corrupción y la epidemia de la pobreza extrema.

Pues ahí llegamos un buen número de misioneros e invitados de diferentes puntos de la geografía vicarial. Y por supuesto, un grupo grande de la familia de Ramón. Él es de Orán, un pueblo grande en la orilla del Amazonas. Su historia es la de un chico de la pastoral juvenil y del centro catequístico que se planteó la vocación, fue al seminario de Iquitos, allá no se sintió del todo bien, tuvo sus dudas, pidió salir por un año y trabajó en un restaurante de Lima resultando ser un gran chef, su jefe le ofreció contratos y ventajas, pero ya tenía claro lo que quería y regresó a seguir formándose, esta vez en Trujillo. Hasta su día grande.

La ceremonia fue bastante romana y ajustada a las normas, para que nos vamos a engañar, pero hubo algunos detalles muy emocionantes. Ramón y sus papás estuvieron todo ese día bastante tranquilos, pero cuando le colocaron la estola y la casulla se fundieron los tres en un abrazo que nos hizo saltar las lágrimas a más de uno. Poco después resonó el tambor y susurró dulcemente la quena acompañando la entrada de las ofrendas: frutos, corona, dones portados por jóvenes que danzaban con esa gracia y fuerza tan propias de la selva.


Ramón lleva dos años en esta parroquia. Cuando llegó, sin ser todavía diácono, pidió al pueblo lindo que le enseñaran a ser servidor, a prepararse bonito para el ministerio. Cayó muy bien desde el principio, acompañado magníficamente por Matías, con quien ha formado un gran equipo. Trabaja con los jóvenes, le encanta salir a las comunidades y estar de manera sencilla con la gente, sintoniza muy rápido y bien con los indígenas y con todos porque es de acá, habla el lenguaje del río, maneja los códigos vitales y culturales y por tanto disfruta de una cercanía inalcanzable para los misioneros.

Ese cariño se hizo notar en la liturgia, dotó a la asamblea de una carga emotiva, se percibía una vibración peculiar. El coro lo hizo magníficamente e hizo cantar a todos, permitiendo expresar a la manera popular el agradecimiento y la alegría. Ramón recibió el cáliz y la patena, mientras el pueblo menudo, su parroquia, su iglesia vicarial, lo ungía como sacerdote uno-de-los-nuestros, en expresión de Bernhard Häring que leí hace muchos años y que siempre me ha inspirado.

La jornada era redonda porque, tras la ordenación, nuestro obispo inauguró el Centro Papa Francisco, un complejo sociopastoral recién terminado, que se ha podido construir con la ayuda directa del Papa. Después de los discursos preceptivos y de la bendición, las más de 400 personas que llenaban las instalaciones (maloka, salón, comedor…) pudimos disfrutar de una rica cena a base de ají de gallina, refresco de camu camu y por supuesto masato.

Un pequeño programa culminó con la pandillada, esa danza masiva típica del carnaval loretano en la que los participantes se empujan, gritan, hay zancadillas, carcajadas, se bota agua, barro, harina… Fue como la correspondencia explosiva de la satisfacción que sentíamos, una diversión a tumba abierta. La pasé genial y acabé empapado de pies a cabeza. Lo que vino más tarde no fue tan bonito y lo cuento en la siguiente entrada.

(Continuará)