sábado, 6 de diciembre de 2025

PASIVIDADES DE DISMINUCIÓN 2ª parte

 
Han pasado más de tres años desde que me atreví a escribir alguna consideración acerca de esta realidad inevitable. Y en este corto o largo tiempo, he seguido constatando que la cara oculta de la vida va invadiendo poco a poco el cuerpo, las metas, las relaciones y las energías. Una merma que no es reversible, como la del río, sino imparable y definitiva.

¿Cómo negociar con esta disminución que parece tener la última palabra? Teilhard habla de superar la muerte “descubriendo a Dios en ella. Y lo divino se hallará con ello instalado en nuestro propio corazón, en el último reducto que parecía poder escapársele”. Solo hay respuesta en Dios, igual que para tantas situaciones humanas que aparentemente no tienen remedio.

Y no es que “El Señor es la solución a todos los problemas”, como vi una vez escrito en un cartel a la entrada de un templo pentecostal. No. No se trata de negar ingenuamente el mal o de espiritualizarlo, se trata de combatirlo, se trata de reducirlo al mínimo, sabiendo que, en esa lucha y al final de esa lucha, nos abandonamos a nuestro Padre del cielo, conscientes en todo momento de que “el mal será siempre uno de los misterios más inquietantes del universo”.

La resignación, para ser verdaderamente cristiana, pasa por la resistencia activa: “mientras la resistencia sea posible se alzará el cristiano… contra aquello que merece ser apartado o destruido”. ¡Lo dice Teilhard! Así el cristiano encuentra a Dios en su esfuerzo de resistir al mal, “a través del Mal; a Dios, que está más profundo que el Mal”. ¿Cómo podríamos remontarnos yendo a lo más profundo, para vislumbrar el rostro de la Bondad en nuestros escombros de egoísmo, interés y maldad, y sus estragos?

“¿Qué posees tú que antes no hayas recibido?” (p. 43). Es una humildad con ojos abiertos que transfigura la disminución, la vuelve fecunda. Saber que, en todo momento, “Me recibo, más que me hago a mí mismo”. Estoy siempre, misteriosamente, en manos de Dios, que, más que conducir mi vida, “me hace ser” en medio de la contradicción humana. En expresión de Pedro salinas: “Qué alegría, vivir sintiéndome vivido”.

Para comprender sin entender la dinámica de mi minoración, necesito abandonarme, que fluya, como buen loco de Dios. Renunciar a manejar y aprender a contemplar, ir desocupando de mi ego el espacio de mi vida y dejarle sitio a Dios, según la intuición de San Juan: “Es necesario que Él crezca y yo disminuya” (Jn 3, 30).

Teilhard dice además que “El alma humana (…) es inseparable, en su nacimiento y maduración, del Universo en que ha nacido” (p. 27). En palabras de Leonardo Boff: “Ha llegado la hora de armonizar el paso de nuestra conciencia con el curso de la Tierra, Casa Común”. Esa es otra pista en la hoja de ruta para sintonizar de manera fértil con la mengua personal y comunitaria.

Una luz, una esperanza y un alivio: es la experiencia de que, por más que uno decrece y desciende, siempre hay alguien que te quiere; personas cuyo amor resiste a todos los desgastes, las pérdidas, los descalabros y los menoscabos. Que permanecen, con la tenacidad un tanto insensata del amor verdadero. Lo saboreamos trayendo este diálogo final de la película “Tomates verdes fritos”:

- Ninny: Tú me has hecho pensar en lo más importante que puede darnos la vida. ¿Sabes qué es… lo que creo que es?
- Evelyn: No.
- Ninny: Amigos, buenos amigos.

sábado, 29 de noviembre de 2025

HACEMOS LO QUE PODEMOS, CON LO QUE TENEMOS Y LOS QUE SOMOS

 
Y estos somos, los de la foto: 10 sacerdotes y uno que se prepara. Faltaban 3, porque en total somos 13 presbíteros para 16 puestos de misión (hay 6 puestos que no tienen) en un territorio inmenso, mayor que países como Guatemala, Grecia, El Salvador o Bélgica, y habitado por más de 650 comunidades a lo largo de ríos y quebradas en plena selva amazónica. Ahora vas y lo cascas, como se decía en tiempos.

Los últimos años estamos logrando armar un encuentro con ayuda del Fondo Nueva Evangelización de la Conferencia Episcopal Española (¡gracias!), porque desplazarnos es costoso, a pesar de que ha aumentado la cantidad de movilidades, sobre todo en el Amazonas. Son dos días y medio de oro para convivir, formarnos, dialogar e incluso descansar.

A pesar de que es un presbiterio (la palabra se me queda grande) diminuto, procedemos de cinco países con solo cuatro curas locales, y constatamos distancias culturales, formativas y generacionales que es un reto superar, con el sueño y la responsabilidad de sumar diferencias, concepciones de la misión, motivaciones, bagajes, expectativas, maneras, experiencias… Mucha riqueza y muchos mundos distintos, un encanto y un lío.

El delegado del clero (también tenemos, ¿eh?), se vale de materiales ofrecidos en las jornadas nacionales de agosto - conferencias, textos, pistas para la reflexión…- para organizar sesiones de formación, con resonancias y diálogos. Pero esta vez le pedimos que dejara tiempos para que pudiéramos conversar libremente acerca de asuntos de la vida que nos afectan de lleno como sacerdotes y como grupo humano. Durante el primer día, uno de nosotros fue recogiendo propuestas de temas.

Alcanzamos a rescatar dos espacios, que resultaron muy valiosos. Tenemos acontecimientos recientes que nos afligen, sobre todo la renuncia de un compañero joven; hay malestar en torno a traslados muy seguidos, decisiones del obispo no bien explicadas o controvertidas, cuestiones más prácticas de la pastoral en las que necesitamos converger… Se trata de crear entre todos un ámbito seguro, de escucha y asertividad. De cuidado mutuo.

Y así lo vivimos. Cada cual se expresa con calma y espontaneidad; desde su experiencia, desde lo que le duele, con claridad y franqueza. Hay desacuerdos, pero no violencia. Es estupendo acoger la necesidad, compartir la perplejidad, comprender la encrucijada del otro, sus frustraciones y sus satisfacciones, tan cercanas a las mías. Y muy sanador poder reclamar a alguien, pedir ayuda, mostrar la propia vulnerabilidad y juntarla con la del otro, tan gemela.

El último día no había programado “trabajo”, solo esparcimiento. Nos fuimos a un recreo con piscina, pedimos un almuerzo rico, tomamos unas cervecitas, nos bañamos. Las conversas adquirieron otra sazón, entreveradas con bromas y risas, se dieron confidencias, comunicación veraz, pero en diferente longitud de onda. Facilitó conocernos, relacionarnos llanamente, con ligereza y familiaridad. Qué alivio sentir que soy uno de ellos, uno más, y unir chistes y carcajadas.

En la homilía que me tocó traje esta frase, que escuché hace tiempo al misionero Juancho Fuentes, y que se me quedó: “hacemos lo que podemos, con lo que tenemos y los que somos”. Somos muy pocos, pero tratamos de responder a Diosito entregándonos al pueblo lindo, y creo que Él no nos pide más. Brindando nuestra limitación, regalando nuestra pobreza lo mejor que podemos. Y buscando estar acompañados, algo clave para nuestra supervivencia vocacional.

Me he ido convirtiendo en experto en pedir ayuda: hablar con obispos, invitar a instituciones, congregaciones y misioneros a unirse a nosotros; incluso vienen a conocer, y se les ve entusiasmados, casi decididos, yo esperanzado… y al final siempre hay muchos motivos para quedarse (todos respetables, por puesto) y se te rompe el cántaro, como a la lechera. Quién se compra el pleito de la misión, a quién le importa de verdad… Es una frustración recurrente.

Por eso, si algún sacerdote con inquietud misionera lee esto, por favor, ¿podrías plantearte venir a trabajar al Vicariato San José del Amazonas? Aunque sea un tiempito. Te aseguro que serás feliz, nos ayudarás enormemente y encontrarás buenos compañeros.

sábado, 22 de noviembre de 2025

AJEBEKO-URUE: UN PUEBLO QUE BUSCA SU IDENTIDAD

 
Hasta hace unos meses, jamás había oído hablar de un pueblo originario llamado ajebeko-urue. De hecho, si uno busca en Google y se lo pregunta a la IA, lo más parecido es un restaurante francés-japonés Akabeko en París, cuyo nombre deriva de un juguete folclórico japonés en forma de vaca roja con la cabeza bamboleante. Pero el caso es que los ajebeko están a solo cuarenta minutos de Soplín Vargas, puesto de misión del alto Putumayo, en el río Penella. ¿Quiénes son estas gentes?

“¿Quiénes somos?”, cuenta Enrique que se preguntaron años atrás. Fue después de que los del gobierno llegaran a darles el título de propiedad de su tierra, inscribiendo a la comunidad como “nativa murui”. Poco después vinieron los maestros bilingües, pero resulta que, aunque eran murui, ¡nadie los entendía! y solo podían enseñar a los niños en castellano. Ahí se dieron cuenta de que no eran quienes hasta entonces habían creído.

Y es que muchos de ellos se llaman de apellido Caimito, un fruto bien dulce y también el nombre de uno de los clanes de la etnia murui-muinane. Hay una teoría que dice que los ajebeko son un clan escindido de los murui en la antigüedad, tras una guerra; de hecho, parece que su territorio-fuente estaría también en el Caquetá. Pero entonces, ¿cómo se explica que las lenguas sean tan diferentes? Otra hipótesis es que este pueblo proviene del tronco común de la gran familia huitoto, pero es de hecho distinto.

Hemos atracado en Santa Teresita y ya nos están esperando en el puerto. Se han ataviado con sus vestimentas tradicionales y varios hombres llevan sus coronas de plumas. Estrechamos todas las manos y ahí mismo hay una primera danza, un círculo rítmico que nos rodea dándonos la bienvenida. Nos invitan a pasar a su maloka, que me fijo que es de concreto y calamina. Allí piden que se sienten “los vejucos”, es decir, los adultos*. A pesar de que somos desconocidos, percibimos buen humor y bromas.

Hay más danzas. Noto que solo algunos abuelos saben las canciones, los pasos son vacilantes, inciertos… Pero participan los niños, hay un interés por mostrar y transmitir lo suyo. Lo mismo ocurre con las comidas, que en un momento llenan las mesas que han dispuesto. Son platillos muy similares a los de otras etnias, a base de yuca y pescado, sobre todo, pero tienen sus propios nombres. La mujer que nos los presenta evita decir la palabra “kawana” cuando toma la jarra con esa bebida a base de piña y almidón, porque ese es el término murui.

Se suceden varios discursos: el cacique (que es mestizo), la promotora del internado que nos acompaña, el padre… los blancos y mestizos acaparan la palabra y yo, mirando las caras de los moradores, sé que no se están enterando ni de la mitad porque su español es justito. Yo tampoco entiendo casi nada hasta que por fin ellos mismos, los indígenas, comienzan a hablar.

El señor Enrique narra que “No somos murui, pero pensábamos que sí. Nuestros abuelos y padres nos contaron la historia, pero nos preguntamos quiénes somos nosotros, cómo hemos llegado hasta acá”. Otro vecino dice que hay una franja de selva, en el Angosilla, donde vivieron antes, donde están enterrados sus antepasados. “Ahí ingresamos, cazamos, pescamos, pero no está titulado a nuestro nombre”. Es parte de su territorio ancestral.

La profesora también tiene claro que no son murui: “no mambeamos coca, no chupamos ambil (tabaco). No necesitamos las plantas para comunicarnos con Dios”. Muchos son evangélicos, y es probable que los misioneros hace décadas les prohibieran el mambe; pero no se pueden definir como cultura de manera negativa o por oposición, y de hecho “tenemos nuestros cuentos, adivinanzas, saberes medicinales, la historia de nuestros orígenes. La lengua no está escrita, estamos en ello, hay reuniones donde discutimos cómo escribir las palabras, con qué letras y signos”. Es increíble.

Recién comencé a captar en qué situación están, y lo apasionante que sería poder acompañar a esta gente. Un pueblo originario que indaga sus raíces, que busca reconstruir sus señas de identidad, que trabaja para conocer quiénes son y sueña con serlo de verdad. Qué hermosura. Queda un largo camino para lograr un reconocimiento “oficial”, pero ellos ya están remando. “La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (Laudato Si 145), y por tanto ayudar a que una cultura reviva y perviva es un servicio que “enriquece a la Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo”, dijo el Papa Francisco en Puerto Maldonado.

¡Qué envidia me dan mis compañeros misioneros acá en Soplín! Porque solo precisan escuchar, mirar, estar con ellos. No les den muchos discursos ni les hagan muchas propuestas de hacer cosas. Solo respaldar, preguntar, aprender, dialogar, contemplar. Y recibir, como por ejemplo yo, una corona de regalo. Con un abrazo y una cuestión sonriente: “¿cuándo vas a regresar?”

* Es un juego de palabras sarcástico: “bejuco” es cualquier liana o planta trepadora de la selva, que acá suplanta a viej-uco, viejuno, viejo.



sábado, 15 de noviembre de 2025

TEMPORADA DE CONFIRMACIONES


Como es habitual cada final de año, la chamba primordial son las celebraciones de la Confirmación, que motean el calendario y acaparan buena parte de los esfuerzos por todo el Vicariato. Para mí son una labor de sustitución y ayuda al obispo, que es el ministro propio; y como este año es probable que sean las últimas oportunidades, intento disfrutar al máximo esas experiencias.

La temporada comenzó el fin de semana pasado en Tamshiyacu, un lugar donde me siento especialmente a gusto y bien recibido. El sábado en la noche han programado los últimos preparativos y las confesiones. El ensayo es una ocasión para conectar con los confirmandos, en su mayoría adolescentes y jóvenes de entre 15 y 20 años, y favorecer así que la celebración fluya.

Es la primera vez que nos vemos, así que me saco una batería de bromas cuya eficacia está sobradamente probada hace años: “¿están nerviosos?”, “hablen más alto que solo se ha enterado el cuello del polo”, o bien fastidiar a los que se equivocan en el diálogo de la crismación: “y con tu espíritu, amén” o burlarme de esa coreografía que tienen que hacer los confirmandos al entregar las ofrendas: venia, vuelta, reverencia, etc. Sus sonrisas despiden relax y confianza.

Las confesiones son medio obligadas por la solemne ocasión, pero es curioso que siempre aparecen temas bien delicados y fuertes, salpicados con abundantes lágrimas, especialmente de las chicas. Los episodios vitales que jamás se atreven a contar pueden escapar en ese ámbito de máxima reserva. Lástima que normalmente no se confiese casi nadie; estoy seguro que, si trabajáramos mejor este sacramento con buenas catequesis, se ayudaría mucho.

Domingo en la mañana, día d y hora H. Me voy a la puerta a esperar a los muchachos mientras llegan tarde casi todos (les habían insistido en que a las 7:30, pero ni modo). Ahora los chistes infalibles son contra los atuendos de Sissi emperatriz o los ternos y camisas: “están tan elegantes que no parecen ni ustedes mismos”. Voy probando los nombres -alguno muy difícil- leyendo los solapines, me prendo el de la más tardona. Hay más risas, rapidito les recuerdo las respuestas de la renovación de las promesas bautismales y el crisma, la iglesia está casi llena.

A esas alturas, ya somos colegas, y el contacto visual va allanando la comunicación y contribuyendo a que cada gesto sea entendido y vivido lo mejor posible. Porque es un día único, y no es cuestión de estar distraídos o perdidos. Cuando se logra empatizar así con la asamblea y se la implica en la reflexión acerca del Evangelio con preguntas, más chanzas y alusiones a la vida cotidiana (la minga, el cumpleaños, la creciente del río…), la liturgia llega, une, enseña y hace festejar lindo.

En cada imposición de manos y en cada crismación, hay una mirada y un intercambio de sonrisas silenciosas. Me siento muy satisfecho por ser instrumento humilde del Espíritu, repartidor ocasional y gratuito de los dones de Dios y facilitador de la llegada de la gracia divina a estos jóvenes plenos de futuro. Orgulloso de poder prestar este servicio tan genuinamente misionero. Privilegiado de entregarles lo mejor el día que nos conocemos, acaso no volvamos a vernos… ¿Pero no es siempre así?

La catarata de fotos forma parte del festejo, casi como una rúbrica más del ritual. Uno a uno, los confirmandos, sus padrinos, sus familias y yo vamos posando. “Felicitación” voy diciendo a cada protagonista, todos encantados. Y obtengo a cambio infinidad de “gracias”; porque acá la gente es muy hábil para agradecer, con esa humildad que te desarma y a mí me enamora. La mamá de Jenda me dice: “padre, le invito ahorita”. Ese “desayuno” (son las 10 de la mañana) resulta ser un platazo de arroz con pato.

Y, sí. Puesto que ya me queda poco de esta cosa de vicario general (queriendo Dios), me voy despidiendo de presidir confirmaciones; que, por si no se había notado, es de lo poquito que me gusta de este-a cargo-a. Alguna ventaja tendría que tener, ¿no? De modo que voy a aprovechar, porque la gira por diez puestos de misión no ha hecho más que empezar.

sábado, 8 de noviembre de 2025

NO QUERIENDO DIOS II


Nos habíamos quedado arribando al aeropuerto de Puerto Leguízamo para emprender el periplo Leguízamo-Bogotá-Leticia-Santa Rosa-Iquitos como única manera de salir de Soplín Vargas, en el Putumayo. Nos registramos, facturamos las maletas, nos llaman a la sala de embarque… todo puntual y sin contratiempos. Oímos el ruido de los motores del avión ya cercano… pero nos informan de que no está logrando aterrizar.

Tras tres intentos, la megafonía anuncia que el avión ha tenido que dar media vuelta y regresar a Bogotá por la deficiente visibilidad debida a la niebla, de manera que el vuelo ha sido cancelado y reprogramado para mañana a las 12 del mediodía. ¡Oh noooooooooooooooooo! Nos devuelven los equipajes y Jair nos recibe de nuevo en el vicariato, con desayuno. Cuando se lo he contado a mi papá, ¡cómo se ha reído! “Las cosas que ocurren en esa selva son para contarlas”.

Pero tenemos el pasaje Bogotá-Leticia para mañana ya comprado, oleado y sacramentado. Ahora es toooodo un proceso para cambiarlo, por supuesto con la consiguiente penalización económica (solventar las contrariedades viajeras cuesta una plata). Peor cuando sacas la tarifa más barata, porque no incluye cambios… En fin, durante la jornada en la oficina de Punchana lo consiguen y pasamos la tarde tranquilos. Me compro unas chanclas en un super.

Al día siguiente hay de nuevo un corte general de electricidad en Leguízamo. Nos despedimos, nos lleva el mismo motocarrista, y en el aeropuerto afrontamos una espera de más de tres horas sancochándonos bajo un sol abrasador y sin refrigeración porque no hay luz, claro. Había que hacer escala en Puerto Asís, más al norte en el Putumayo, aterrizamos en Bogotá, por supuesto mi maleta salió la última… Solo para decir que fue larguísimo y demoramos como siete horas en llegar a casa de los misioneros de la Consolata.

Hambrientos y agotados, pero de nuevo muy bien acogidos, pasamos del calor feroz de la selva al frío de los 2.640 metros de altura de Bogotá, yo con el cortavientos sobre el polo de manga corta y un incipiente dolor de garganta en la madrugada. Pero el agua de la ducha hirviente y las frazadas gorditas me ayudaron a atravesar esas horas hasta que a las 4 am fuimos a buscar el vuelo a Leticia.

Me figuro que la ley de la compensación, que equilibra la ley de Murphy, propició que el resto del viaje transcurriera sin percances reseñables, más allá de cacheos y registros aleatorios a Montse y su mochila. Ni siquiera en Migraciones de Santa Rosa hubo problema, a pesar de que nos faltaba el sello de salida de Perú; como nunca habíamos salido, dijeron que no hacía falta colocarnos la entrada y santas pascuas. A las tres y tanto de la madrugada, muy rápido, estábamos en Indiana, y desde acá escribo.

Estos días he aprendido esta frase coloquial: “queriendo Dios”. Es una versión colombiana del español “si Dios quiere” o del “primero Dios”, que dicen en México. Pero me gusta más, porque expresa con más precisión que Diosito se esfuerza por ayudarnos; no es que ponga condiciones, permita o detenga desenlaces exitosos alzando su dedo imperioso como un guardia de tránsito, sino que está presente y activo, trabaja, posibilita, abre puertas, sincroniza, facilita, hace que suceda… como con sus propias manos (“id est, habet se ad modum laborantis”. Ejercicios espirituales nº 236).

Vivimos haciéndonos programaciones, en la ilusión de que lo controlamos todo. Pero la realidad es que nuestra vida está siempre pendiente de un hilo, es frágil y quebradiza, como juguete con el que el azar pasa el rato; y a la vez estamos en los ojos de Dios, en todo momento bajo las leyes misteriosas de la providencia, jamás perdidos o en un limbo.

Nunca somos autosuficientes. Dependemos cada instante de los demás, de su consideración y su generosidad. Si lo pensamos, veremos que increíblemente siempre contamos con personas que nos miran, nos auxilian, nos acompañan. Encarnan los modos concretos y cariñosos que Diosito tiene de cuidarnos, porque “en tus manos están mis azares” (Salmo 31). No queriendo Él, no pasa nada.

Suena “Going home” de Mark Knopfler. “Yendo a casa”. Con el Señor, siempre estamos en ella y a salvo.

sábado, 1 de noviembre de 2025

NO QUERIENDO DIOS I

 
Definitivamente, Soplín Vargas, en el alto Putumayo, le ha ganado a San Pablo en escenario de piñas (o sea, infortunios, gafes, desventuras en peruano) en mis viajes: retrasos, contratiempos, errores, anulaciones, averías y demás adversidades. Escribo esto desde Puerto Leguízamo -orilla colombiana- en tiempo real, porque el periplo no ha terminado y realmente ahora mismo no sabemos cuándo podremos llegar a casa.

Porque, eso sí, normalmente no me ocurre solo, esta vez me acompaña Montse, misionera laica madrileña y una de las últimas adquisiciones del Vicariato. Ya sabemos que en Soplín hay que estar preparados para que el vuelo semanal cambie de día de forma inesperada, o que haya que surcar un día entero a Gueppi para agarrar la avioneta, pero esta vez fue peor: por crisis de combustible en Petroperú, los vuelos están cancelados hasta nuevo aviso.

¿Cómo así? Si al menos nos dijeran que será posible dentro de una semana, ya estoy entrenado, pero esto… Ya: llamadas, consultas, el teléfono echa humo con el internet precario. Miramos la línea para ir por el río hasta Estrecho y salir por allá, que hay vuelos diarios; pero ni modo: el siguiente deslizador solo sale hasta dentro de ocho días… Y además tampoco hay conexión aérea Estrecho-Iquitos por lo del carburante. Entonces pensamos en dar una vueltaza: Soplín-Leguízamo-Bogotá-Leticia-Santa Rosa-Iquitos. Como en este mapa, pero por Colombia.

Qué estrés. Nos comunicamos para que la oficina del vicariato nos saque los pasajes, y sí, se logra. Tenemos pues que irnos a Leguízamo esa misma tarde, pero antes necesitamos el sello de salida del Perú. Nos dirigimos al puesto de Migraciones y… no hay nadies. Resulta que justo hoy hay relevo, y el funcionario se ha ido; solo se atenderá al público dentro de dos días, pero nosotros tenemos el pasaje a Bogotá para mañana. ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo nos van a dar la entrada en Colombia si no nos han dado antes la salida de Perú? ¡Hemos caído en un limbo migratorio!

Hay un rato de muchas llamadas, esperas, preguntas, consultas, con Tania que está en Medellín, con Magna, con Mirely, con la señorita Flavia de Migraciones Perú… Nos dicen del puesto fronterizo colombiano que normal nos van a registrar la entrada y salida, ya eso nos tranquiliza. Después, desde Iquitos, nos explican que más tarde tendremos que regularizar el sello que nos falta, pero que podemos viajar. Uuuuf. Hay que irse porque cierran a las 6 de la noche la oficina de Migración en Leguízamo.

Como no hallamos a Yako por teléfono, van a buscarlo y por fortuna está libre para llevarnos. Pero al llegar a Leguízamo nos enteramos que no hay energía en todo el día (hasta las 5 de la tarde) debido a reparaciones. No podemos ir por tanto a la oficina de Migración, de modo que nos vamos a pasear; conversando conversando nos viene una tromba de agua que pone en peligro que lleguemos después de las 5 y antes de las 6, hora de cierre.

Pero pasa un motocarro que nos lleva a la casa. La electricidad se restablece a las 5:40, corremos a Migraciones bajo la lluvia, llegamos a tiempo… pero nos dicen que “no hay sistema”, ayer hicieron un mantenimiento y no funciona. Puchaaaaa. ¿Y ahora? El señor lo intenta, llama a la central… pero nada. Nos vamos a cenar, regresamos, pero no hay manera. Están por ayudarnos y nos proponen que dejemos los pasaportes para seguir intentando en la noche y los recojamos a las cinco y media de la mañana, antes de ir al aeropuerto; no nos hace gracia, pero ¿qué podemos hacer?

Dormimos poco y mal. Jair el misionero de la Consolata me lleva en moto temprano y sí, han logrado colocar los sellos de entrada correctamente. Pienso que, a pesar de todas las tribulaciones, no podemos quejarnos: nos han acogido y alimentado magníficamente, contamos con múltiples ayudas a distancia, el dineral que cuestan los billetes aéreos podemos afrontarlo… No estamos tan mal.

Y así, más animaditos y después de tomar un tinto, nos encaminamos al aeropuerto a las 6 de la mañana, hora a la que nos han citado. No sabíamos la que nos esperaba, el día no había hecho más que comenzar…

(Continuará)

sábado, 25 de octubre de 2025

TEJIENDO ESPERANZAS DESDE ABAJO. IV Congreso Continental de Teología Latinoamericana y Caribeña

 
Los días 22 al 24 de octubre se ha desarrollado en Lima el IV Congreso Continental de Teología Latinoamericana y Caribeña, organizado por Amerindia junto con el Instituto Bartolomé de las Casas. Ha sido una cita claramente marcada por la celebración del primer aniversario de la pascua de Gustavo Gutiérrez, el 22 de octubre de 2024.

El objetivo general era “Animar el quehacer teológico liberador en América Latina y el Caribe y en este tiempo, de modo que se torne en un dinamizador que ayude a organizar la esperanza”, claramente en línea con el jubileo que se está viviendo en la Iglesia universal.

Con casi 200 participantes llegados de todos los países de América del sur y central, el clima creado desde el primer minuto en los ambientes de la Pontificia Universidad Católica del Perú fue de gran cordialidad, acogida mutua, humor y motivación de cara al futuro.

El primer día, los ponentes Alejandro Ortiz (México), Moema Miranda (Brasil), Birgit Weiler (Perú) y Raúl Zibechi (Uruguay) situaron la coyuntura geopolítica actual construyendo, con gran lucidez, un ver centrado en el colapso socioambiental, el presente eclesial y con propuestas de resistencias desde los movimientos populares. Se agradeció y ponderó el reciente documento Dilexi te, en el que León XIV subraya la centralidad y actualidad de la opción por los pobres; recordando que la Tierra es quizá la más vulnerable hoy día.

La metodología del Congreso incluyó diferentes momentos y formas de escucha que, mediante la analogía del tejido (preparar la urdimbre, tensar los hilos, crear la trama, anudar la pasada…), trataba de ir construyendo entre todos y todas ese bordado latinoamericano, que antes otros empezaron a tejer, con diferentes colores y texturas. Cada jornada se iniciaba y se terminaba manifestando cómo se iba avanzando en ese lienzo vital.


El juzgar contó con las intervenciones de Eduardo Arens (Perú), Luiz Carlos Susin y Francisco Aquino Júnior (Brasil). Con un experto enfoque bíblico y espiritual, colocando en el centro al Jesús histórico, ayudaron a la asamblea a entrar en clave de discernir a la luz del Evangelio y de la tradición teológica latinoamericana, abordando la cuestión: ¿Qué es hacer teología de la liberación en el contexto actual?

Las llamadas a actuar trajeron propuestas concretas desde abajo, a cargo de Cristina Bove (Brasil), Rolando Pérez (Perú), Adriana Palacios (Chile), y Gabriel Herrera y Carmen Díaz (México). Experiencias protagonizadas por movimientos populares, comunidades de base, grupos de resistencia y acción… pequeños gestos que, con creatividad, abren rendijas de esperanza y cambio; y fortalecidos con la reflexión potente de Theresa Denger (El Salvador) y Pedro Trigo (Venezuela).

Un momento central del Congreso fue el homenaje a Gustavo Gutiérrez, personaje clave en el pensamiento latinoamericano del siglo XX y fundador de la Teología de la Liberación. Consistió en una mesa de intervenciones en la que diferentes personas fueron recordando y agradeciendo los jalones de la vida y obra de este sabio y humilde seguidor de Jesús. Desde Brasil Leonardo Boff, y Jon Sobrino desde El Salvador, deleitaron a los participantes con anécdotas y valoraciones llenas de afecto y admiración, al igual que el resto de panelistas. El auditorio rezumó emoción y reconocimiento al maestro.

Cada día, el grupo Bendita mezcla facilitó los espacios de espiritualidad con inspiración intercultural y sinodal. De igual manera, ofreció la cosecha diaria con gran originalidad a través del canto, la expresión corporal y el teatro. Las risas se entreveraron primorosamente con la poesía y la contemplación de los mártires latinoamericanos.

A la hora final de las concreciones, Geraldina Céspedes (República Dominicana) y Pablo Bonavía (Uruguay) animaron a mirar lejos, como decía Gustavo, y, ante una coyuntura desafiante, tejer juntos con palabras, experiencias, terquedad y memoria, la esperanza. Porque la teología ilumina la posibilidad de crear una realidad mejor en este hoy de Dios.

sábado, 18 de octubre de 2025

LOCOS DE DIOS


De nuevo en este fin del mundo tan querido: lejano, distinto y añorado. Amanece en el país kichwa lentamente, jirones de niebla van desvelando las ondas del río sereno, que apenas acaricia la playa emergente frente a mis ojos. La humedad es frondosa, como la calma; un colibrí suspendido a menos de dos metros rubrica el gozo que siento. Realmente es un fin del mundo de belleza deslumbrante.

Y a la vez es un confín duro, desafiante, dificultoso. Nada más llegar ayer, una víbora se cruzó en nuestro camino: verde, serpenteante, brillante, peligrosa. En mi conciencia los ecos del reciente libro de Javier Cercas, que quiere hablar del Papa Francisco, pero termina hablando de los misioneros, esos dementes, esos perturbados… pero ¿qué hacen en medio de esta selva estos cuatro locos que vengo a visitar?

Viven en una casa como las de la gente, de madera, techo de hoja y emponado. Solo tienen un baño y bromean acerca de quién demora más gestionando necesidades y limpiezas. Traen el agua potable en baldes que deben subir desde un manantial junto a la orilla del Napo. Racionan las baterías de los celulares porque en este pueblo solo hay cuatro horas de luz, en la noche; a duras penas conservan alimentos en un arcón y luchan sin ventiladores para combatir el calor, insoportable especialmente a las 2 de la tarde bajo el techo metálico de la capilla, donde se celebra la tantarina, el encuentro de agentes pastorales kuyllur runakuna, lideresas warmis y apus (jefes) de las comunidades.

También yo estoy ahí, sudando, abanicándome y espantando moscas que sé que provienen de la carne de majás ahumada que están preparando en la maloka que hay al costadito. Como no tienen cuarto de invitados, han separado con cortinas una parte de la sala y colocado una cama, pero la lluvia de la madrugada reveló un agujero en el irapay del tejado justo sobre mi cabeza, de modo que la gotera me despertó y tuve que emigrar. ¿Seré yo asimismo uno de estos lunáticos de Dios? En tal caso, ¿qué hacemos acá?

Durante el encuentro paso horas escuchando hablar en kichwa, tratando de seguir el hilo de las intervenciones gracias a algunas palabras que, al no existir en la lengua, surgen en castellano incrustadas dentro de ese discurso incomprensible, como resquicios o balizas de significado. En esta frontera cultural me cuentan que se trata de estar, contemplar, escuchar, aprender, permanecer, compartir. Eso es todo. No sé si satisface la profundidad indagatoria de la pregunta, pero es la respuesta de estos chiflados acerca de qué diantres pintan acá.

Son para mí días primos hermanos de las vacaciones: tranquilidad, silencio, muchas horas de sueño profundo… Como si Angoteros por sí solo pudiera exorcizar los enredos pastorales y personales, los desencuentros comunitarios, y dejar a años luz laberintos administrativos y socavones financieros que me suelen amedrentar y hasta afligir, sobre todo desde que estoy en tareas de coordinación. Cuando estoy más perdido, nada hay más efectivo como navegar dos días y “salir de la vida”, para hallarme.

Esta tantarina es especialmente deliciosa porque todo lo hacen ellos, y no me refiero a los chalados, sino a los naporunas. Ricson, Florentino, Alipio… líderes de largo recorrido y capacidad contrastada son los que llevan la voz cantante; y voz enteramente en kichwa, incluso la misa. ¿Qué hacemos acá, pues? Solo tengo que estar, dejarme llevar, no empujar, saludar, reír, mirar a los ojos.

Hacer bromas. Sale el tema de que hay kuyllur varones que no dejan participar a las mujeres en los encuentros de la misión porque son celosos; me dedico el resto de los días ya a llamar celosos a todos sin piedad. Quieren que salga en la noche cultural y les cuento una historia: el marido celoso que compró un guacamayo para que vigilase a su mujer. Las carcajadas retumban. Hablo y mi traductor, Rodil, se las ve y se las desea para encontrar las palabras y expresiones, y las risas arrecian. Eso hacemos.

También bailar. Y tomar aswa, por supuesto. Incluso durante la oración, que esta vez han preparado mientras el pate de masato pasa de mano en mano, y por tanto consiste en compartir, unidos a Pachayaya. Todo fluye con naturalidad y facilidad con esta gente desprovista de solemnidad y abundante en humor y sencillez. ¿Qué hacemos en este fin del mundo los locos de Dios, si es que yo soy uno de ellos? Fluir, ser nosotros, ser otros, respirar. Vivir.

Feliz día del DOMUND.

sábado, 11 de octubre de 2025

SER UNO DE TANTOS


Siempre me ha gustado sentirme lo que soy: una persona como otra cualquiera, sin nada especial, uno más en la cola de los pecadores, con un número de la seguridad social, como todo el mundo. Esto, que parece una obviedad, me sosiega, me centra y me hace respirar simplemente mi humanidad. Más que agradarme, es que lo necesito.

Nos formaron con la vieja táctica de sacarnos de “el mundo”, especialmente en las primeras etapas. La teología conciliar del Pueblo de Dios, con la igualdad radical de todos por el Bautismo (hace treinta años todavía no estaba de moda la palabra sinodalidad) estaba vigente pero ya en regresión; era una época claramente con muchos menos clergymans, pero seguía pesando mucho la tradición: los religiosos son “distintos”, de algún modo “mejores” o “superiores” al resto. Perdón por la crudeza, pero así era.

Por eso, cuando salí de la congregación y evolucioné a cura de pueblo, esa manera de vivir me calzó como un guante. Disfrutaba siendo vecino, que va a comprar el pan, participa en los carnavales, llora las muertes, cocina, va al bar con sus amigos, pasea y saluda a todos, porque es uno más, sin nada que lo distinga o lo segregue. Y cuando alguien me decía: “reza por mí, tú que estás más cerca de Dios”, yo le contestaba: “no es cierto, tú yo estamos a la misma distancia, porque Él está en nosotros”.

Esta sensación la disfruto en lugares de paso, en museos, bibliotecas, sitios públicos o en transportes. Según se estudia en antropología, citando a Foucault, son heterotopías, espacios excepcionales que existen fuera del orden social y territorial normal, con sus propias reglas, funciones y sentidos. Son áreas donde las identidades quedan difuminadas o integradas, que acogen la diversidad sin prejuicios ni clasificaciones, de alguna manera “no-lugares”.

Observo a las personas en el aeropuerto, durante la cola del control de seguridad. Es increíble la multiplicidad de razas, colores, peinados, atuendos, idiomas, expresiones, hasta olores. Cada viajero es diferente, único e irrepetible. Todo está mezclado, pero la corriente humana obedece a unas normas, porque estamos en un mundo peculiar dentro del mundo, y por eso acá todos somos iguales: el escáner, el pase de abordar, los números de puerta…

Y yo, uno más entre ellos. Con mi cultura, con mis afanes y mis esperanzas, como todos. Sin cargos, particularidades o importancias; con la jerarquía puesta en modo avión, porque acá no hay “el sacerdote”, o el encargado de esto o responsable de lo otro, sino solo un hombre con una mochila en tránsito hacia su destino. No me quiero poner distintivos, no deseo que me reconozcan o me señalen, para bien o para mal, sin eventuales ventajas o incomodidades. Descanso al pasar desapercibido, disuelto en la masa, perdido plácidamente en el anonimato.

Ahora estoy en el ponguero, el colectivo que surca el Amazonas de Indiana a Iquitos, una especie de autobús del río. Los asientos son dos largas bancas fijadas longitudinalmente a las bordas del bote, de manera que los pasajeros vamos colocados unos frente a otros, y es inevitable mirarse. Toda la gente de hoy es de raza amazónica, la piel oscura, el cabello y los ojos negros, la estatura baja, las piernas fuertes. Hay muchos niños, y varios bebés; uno llora, y su mamá inmediatamente saca la teta y se la embroca.

Acá se me nota mucho más singular, soy un gringo, o sea blanco, y además, pelacho. Contemplo sereno a mis compañeros de travesía, y me imagino los problemas de cada cual: la señora de mi costado, el joven con los audífonos… Voy con mi carga de preocupaciones, trabajo amontonado, enredos y sinsabores propios del día a día; pero cada cual tiene los suyos, nadie está libre, en eso sí que somos igualitos, y me conforta sentirme parte del conjunto, sin desentonar, también uno más.

En el ponguero o en el aeropuerto el tiempo tradicional se rompe o se "acumula" curiosamente. Se dilata, pero vamos chismeando quién sube en cada parada. Y de pronto ahí está el puente Nanay, y el cobrador pasa recogiendo los quince soles. Todos igual, ya llegamos, sonrío como todos, hay unos pollos en el piso, junto a unas piñas de plátanos, que sorteo como "uno de tantos" (Fil 2, 6-11). Qué alegría.

sábado, 4 de octubre de 2025

EL AGUA HA HABLADO

 
Todo ha sido vibrante en la Cumbre Amazónica del Agua, que se ha celebrado en Iquitos los días 1 al 3 de octubre. A todos nos abrazaba la sensación, como una amable nube de niebla, de que estábamos viviendo algo histórico. La energía que ha circulado se recargaba con las intervenciones, los gestos, las imágenes, los personajes, hasta desembocar en una rotunda expresión de vida compartida.

Los seres humanos somos agua hasta en un 70 %. En este encuentro, el agua que está en nosotros, el agua que somos todos los presentes allí, se ha juntado para hablar, para denunciar, para susurrarnos a nosotros mismos, para gritar al mundo. Porque, aunque el agua está tan agredida “que ya no canta”, como dice Serrat, sí que habla. ¿Y qué ha dicho?

Soy un sujeto,
    un tú, interlocutor.
No soy un “recurso”, algo con lo que comerciar,
    una veta para la codicia, una mercancía. No.

Soy sagrada, el fluido divino,
    la fórmula de la vida
    el secreto del futuro.

Tengo derechos. Y por tanto ustedes, los hombres y mujeres,
tienen serios deberes para conmigo.
 
Me duele oler mal, ser veneno,
    ser causa de muerte y no de vida,
    ser fuente de conflictos…
Me aflige que me hayan quitado mi color azul.
 
Únanse, escúchense, dialoguen,
busquen a otros para luchar,
    reconociéndose todos como parte del Agua global.
 
Y recuerden que yo me muevo,
que si me estanco me pudro y emponzoño,
    así que se tienen que poner en marcha
    con creatividad,
    con firmeza,
    con tenacidad,
 
para que todos puedan ser manantiales que broten “hasta la vida eterna” (Jn 4, 14),
todos puedan vivir con salud, en armonía
              y felicidad.
              Especialmente los más pequeños y vulnerables.
 
Estos son solo algunos apuntes de todo lo que el agua ha expresado estos días; se manifestó de manera muy clara a través del relator de Naciones Unidas Pedro Arrojo, de los representantes de los pueblos indígenas, de los obispos participantes, y de muchos activistas, no todos católicos, que llevan años jugándose la vida en la defensa del agua.

El cardenal Pedro Barreto, en la Eucaristía de clausura, conectó las inspiraciones de la Cumbre con el recorrido histórico de la Iglesia en la Amazonía desde Aparecida y en los últimos 11 años, descubriendo cómo remar a favor del agua y los derechos humanos nos ayuda a forjar la sinodalidad y a caminar en la ruta de los sueños de Francisco. Él rebautizó el lema del evento: “Somos Iglesia, somos agua, somos vida, somos esperanza en acción”.


sábado, 27 de septiembre de 2025

DIOS SIEMPRE ES "RE-"


En el taller-retiro de misioneros, cada día comenzaba con un espacio de silencio que se extendía durante el desayuno y las tareas de limpieza, hasta el comienzo del trabajo a las 8. Para ayudar y conectar con lo que se estaba proponiendo, se daban unos breves puntos a las 6:30. Una de las mañanas me tocó a mí, y esto fue lo que ofrecí, por si sirve.

Puntos para meditar la sinodalidad

Me siento con la espalda recta y me voy relajando haciendo una serie de respiraciones abdominales, profundas, notando cómo el aire me llena por completo. Así me sereno y me centro, considerando “adónde voy y a qué” (Ej 239).

Notando cómo Dios me mira (Ej 75), cruzo la mirada con Él. Miro que me mira con amor y humildad.

La historia es el relato de los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35


1) Las rodillas duelen

Cuando nos sentamos en el grupiño, las rodillas que chocan, duelen. Están operadas, desgastadas, fatigadas.
La sinodalidad implica tomar en serio la igualdad radical de todos nosotros por el Bautismo, pero hay otra igualdad también constitutiva y esencial: la que nos coloca en la cola de los pecadores, junto a Jesús en su Bautismo.
Sinodalidad es caminar juntos, uno al costado del otro, mirar en la misma dirección, como estos dos amigos; pero también los codos se rozan, y, por el sendero, nos hacemos daño…
Es la sinodalidad una bella palabra, pero duele; no le sale de fondo una música de violines, sino que exige integrar diferencias, activar la acogida, alzar la comprensión mutua.
Y eso es difícil y trabajoso, cuesta, pasa obligadamente por el perdón.

_ Considero lo duro de la ruta, el cansancio y las ganas de renunciar, como estaban haciendo aquellos dos.


2) Siempre podemos reconocer a Jesús en el otro

Necesitamos para ello abrir los ojos interiores, y nunca lo logramos plenamente, es un proceso en el claroscuro de la fe.
Jesús se les acerca y, a pesar de que no lo identifican, Él lidera.
Explica la Palabra, enseña…
El big bang de la la sinodalidad es la escucha; la escucha del otro; la escucha de Jesús en el otro.
Solo así arde el corazón.

_ Traigo a la memoria rostros y palabras, momentos en los que ahora reconozco que Jesús me hablaba.


3) Pasar de “nosotros y ellos” a solo “nosotros”
 
El grupo de se había roto… “Nosotros esperábamos”, “unas mujeres de nuestro grupo”…
Están decepcionados, desconcertados, y se han separado de sus compañeros; vuelven a casa, el sueño de Jesús ha terminado, “ellos” se quedaron en Jerusalén.
Cuando conocemos a Jesús, nos vamos re-conociendo en nuestras heridas, nuestra común vulnerabilidad.
Dios siempre es re-: reconstruye, recupera, re-envía (como a Pedro, al que Jesús le confía la misma misión para la que había demostrado que no valía), regala, reúne, reforma, re-nueva… pon más verbos.
Para Él, “ahora es siempre todavía”, como dice Machado.
Porque Dios es el Dios del futuro: ya no mira lo que hemos hecho, está atento a lo que haremos.

_ Recuerdo, siento y gusto los per-dones (regalos excesivos, inmerecidos) que he recibido de Dios, y me abro con agradecimiento y humildad a mi próximo paso posible en el camino de la sinodalidad.

sábado, 20 de septiembre de 2025

LOS PUEBLOS ORIGINARIOS, PROTAGONISTAS DE LA MISIÓN


Testimonio de Verónica Rubí, misionera en la triple frontera Perú-Colombia-Brasil, territorio del pueblo tikuna.

La comunidad Magüta (comúnmente llamada tikuna) es una de las etnias originarias de esta zona de la triple frontera. Están asentados en los tres países: Colombia, Perú y Brasil. Tienen una cosmovisión muy bonita, de una estrecha relación con todo lo creado, una lengua que van revalorizando, y un gran sentido de la hermandad.

Verónica Rubí, actualmente misionera en Caballo Cocha, vivió durante 4 años en Umariaçú, del lado brasileño, inserta en una comunidad tikuna, donde compartió vida y fe de modo muy intenso.

En esos años se gestaron diferentes proyectos de formación y acompañamiento de estas comunidades, entre los que se destaca el Proyecto Iglesia Sinodal con Rostro Magüta, con la invalorable colaboración económica de Porticus, que permitió un fuerte impulso pastoral y de capacitación de líderes.

Aquí en Perú, la mayoría de las comunidades tikunas pertenecen a Iglesias evangélicas, los católicos son pocos y con escasa animación. A nuestro equipo misionero le pareció una buena idea que los mismos tikunas de Brasil pudieran hacer una misión de unos días en un poblado que pertenece a nuestra parroquia, llamado San José de Yanayacu. Nueve misioneros tikuna (adultos y jóvenes) viajaron surcando el Amazonas para encontrar a sus hermanos. Fueron acompañados, de parte de nuestro equipo, por Verónica y la hna. Marisol, y también estuvo presente el padre Ferney, sacerdote colombiano de origen tikuna.


El objetivo de la misión fue compartir la vida y la fe. No se había previsto la celebración de sacramentos, sino más bien espacios de intercambio fraterno y evangelizador.

Desde el comienzo se generó un hermoso espacio compartido con la comunidad de San José. Los misioneros fueron acogidos con calidez, y la comunidad local se sintió cómoda con su visita. Participaron de las actividades propuestas con alegría y sencillez.

Ellos mismos alentaron que hubiera espacios de catequesis, celebración eucarística y solicitaron la preparación al Bautismo de varios niños de la comunidad.

Todo fue transcurriendo en un marco de profundo respeto ecuménico y honda comunión en la hermandad tikuna. Fue una misión hecha en su misma lengua, con sus cantos, sus símbolos y experiencias, lo cual se vivió como una auténtica experiencia del Espíritu que traspasa fronteras.

Al final de los cinco días de misión, queda la gratitud por todo lo vivido, y también el desafío de profundizar el acompañamiento pastoral de la comunidad de San José de Yanayacu, especialmente apostando a la formación de algunos catequistas de la misma comunidad.

Lo positivo de la experiencia nos hace pensar que, también, es posible replicar esta experiencia de misión en otras comunidades tikuna de nuestra región, con características similares.

Verónica Rubí
Misionera laica en Caballo Cocha
Vicariato Apostólico San José del Amazonas (Perú)

sábado, 13 de septiembre de 2025

EL AGUA DE LOS RÍOS AMAZÓNICOS ES UN VENENO

 
Un reciente estudio caracteriza con datos científicos la alarmante contaminación por mercurio de los ríos de la Amazonía peruana debido a la proliferación abusiva e incontrolada de la minería ilegal. Se lo he escuchado a la gente muchas veces: “el agua del río es una cochinada”. Ya no es solo que está sucia: es escasa y tóxica. Poco a poco la ambición y la estupidez del ser humano están convirtiendo el elemento esencial para la vida en un tóxico letal.

La investigación, cuyo fruto lleva por título “Mercurio en Loreto: exposición humana y en peces en el contexto de la expansión mineraamazónica”, analizó muestras de cabello humano, peces y sedimentos en tres comunidades del Bajo Putumayo, y comparó los resultados con los datos reportados en seis comunidades de la cuenca del Nanay-Pintuyacu.

El Bajo Putumayo presenta un valor medio de mercurio en cabello humano de 15.67 mg/kg, casi el doble de lo registrado en Nanay-Pintuyacu (8.41 mg/kg). Si consideramos que el límite de referencia de la OMS es de 2.2 mg/kg, resulta que en el Putumayo es 7 veces más alto de media, y hasta 22 veces en las mediciones más elevadas. Una auténtica barbaridad. Ya teníamos en el Vicariato datos de un estudio realizado en el río Napo en el año 2011, que arrojó una tasa de mercurio que multiplicaba por 5 los estándares de la OMS; catorce años después, la situación ha empeorado.

El 83 % de personas evaluadas en el Bajo Putumayo presenta niveles de riesgo alto para la salud, y este es el resultado más elevado jamás registrado en la región Loreto. En esta cuenca, el 97 % de la población estudiada evidencia exposición crónica; en el Nanay-Pintuyacu es del 96 %. Está demostrado que la exposición prolongada a metales pesados provoca daños en órganos como el hígado y los riñones, problemas neurológicos, cardíacos y gastrointestinales, y aumenta el riesgo de cáncer. En niños puede producir bajo peso, retraso en el desarrollo, problemas cognitivos y daños cerebrales.


Para los habitantes de la ribera, el agua es la misma vida. La usan para beber, para cocinar, para lavar… Desde que nacen viven en el río, su cultura es la canoa, la pesca, la cocha, el baño. Dependen absolutamente del agua, y el agua se está tornando un veneno que mata, que ya está sembrando los ríos de enfermos y de cadáveres, y que compromete seriamente el futuro: el 81 % de las mujeres en edad reproductiva en el Bajo Putumayo y el 35 % en el Nanay-Pintuyacu están en condiciones de alto riesgo, lo que podría derivar en daños neurológicos irreversibles en el desarrollo fetal y otros efectos materno-infantiles.

¿Por qué ocurre esto? Por los intereses depredadores de los mineros, protegidos por leyes y normativas que emiten sus compadres dentro del Congreso de la República. Y por la complicidad e inacción del Estado, comentadas días atrás en una entrevista por el obispo de Iquitos, Miguel Ángel Cadenas: “No me creo que no haya plata… lo que ocurre es que conscientemente no quieren dedicarla a aquello que es absolutamente necesario para proteger a la población” aseguró ante la excusa de que los exámenes médicos son altamente costosos.

A pesar de las denuncias y movilizaciones, Mons. Miguel Ángel decía que “el número de dragas ha seguido creciendo, ya que las embarcaciones ingresan tanqueadas al 100% con combustible”, lo que alimenta la expansión de la minería ilegal en la Amazonía. Pero, además, este negocio ilícito viene acompañado de una serie de problema sociales, pues convive con mafias dedicadas a la trata de personas, explotación sexual, trabajo infantil, trabajo esclavo, lavado de dinero y tráfico de armas. Estos grupos criminales campan a sus anchas en territorios “liberados” del control del Estado, como nuestra selva.

En fin, un horror… Escribo esto con la esperanza de que divulgarlo sirva para algo. Al menos para que como Iglesia pongamos decididamente manos a la obra en la defensa de la vida de nuestros pueblos. Porque creo que, en este y otros asuntos realmente graves, tenemos que aplicarnos lo de San Francisco: “Comencemos, hermanos, a servir al Señor, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho”.

sábado, 6 de septiembre de 2025

“EL CADAVER ECHÓSE A ANDAR”. SEMANA SOCIAL DE LA IGLESIA PERUANA 2025

 
Fue una Semana Social tan alegre, que creo que es la mejor noticia para la Iglesia peruana en 2025, después del nombramiento de León XIV. En Lima hubo una florida representación de todos, todos, todos: por un lado, un fértil diálogo intergeneracional entre los jóvenes y los clásicos, la savia nueva y los “viejos rockeros” de la Pastoral Social, que nos ofrecían la referencia de las citas históricas anteriores; de otra parte, un sentarse juntos a escucharse de la Iglesia institucional y las bases, varios obispos y los luchadores, algunos con muchas horas de vuelo y cicatrices.

La metodología, inductiva y sinodal, del ver-discernir-actuar, permitió hacer visibles y manejar los análisis gruesos de la situación de nuestro país y las grandes causas: la crisis climática sin retorno, el deterioro de la democracia, la liquidación práctica de la separación de poderes, las violaciones de los derechos humanos, la pobreza rampante, la minería ilegal, la modificación de la Ley Forestal… La Amazonía fue puesta desde el inicio en el foco, por actualidad y por justicia.

Carlos Castillo, Pedro Barreto, Rosa María Palacios, Jorge Izaguirre… compusieron el cartel de rostros y nombres prestigiosos, junto con Yolanda Flores y José Manuyama. Ellos prendieron los lemas, las consignas, las palabras potentes heredadas del ingenio de Francisco: caminar juntos, cultura del cuidado, todo está conectado, el bien común, la escucha, la fuerza de la ternura… La circulación de estos valores, motivos y propósitos, que pasan de mano en mano y de corazón a corazón, nos otorga identidad, aúna voluntades, enfoca aspiraciones y crea sinergias. Lo hemos sentido de modo muy estimulante.

Algunos peros: a pesar de que estaba concebida como un espacio de diálogo y propuestas en medio de la crisis sociopolítica que atraviesa el Perú de cara a las elecciones del año próximo, lo cierto es que la cantidad y dispersión de los argumentos no ayudó a focalizar claramente el tema. Solo Rosa María Palacios habló de la coyuntura pre-electoral más decididamente, pero seguimos necesitando una palabra enérgica y clara para sumar al discernimiento de los católicos. Además, lo numeroso de los grupos de trabajo, y la propuesta de elaborar las conclusiones de los diálogos con creatividad y arte, tal vez restó profundidad a las reflexiones.

Con todo, las sensaciones fueron muy positivas, las sonrisas se mostraron ostensibles y abiertas, el ambiente teñido de buen humor y la comida excelente. Creo que todos los participantes salimos de CEFOSA con mociones muy claras de continuar, comprometernos más y construir esperanza profética con valentía y resolución.

Una manera divertida de incidir fue el pasacalle: protesta y reivindicación acompañada por una magnífica batucada; se nota que quien ha escrito que fue una “triste” semana social no vivió ese momento tan significativo. Allí estábamos toditos: paso de relevo alegre y sinodal, recoger la tradición de las semanas sociales y lanzarla hacia adelante. El cadáver está muy vivo, como reseñó Alfredo Vizcarra en el mensaje final, glosando a César Vallejo, palabras plenas de contenido y mirada al futuro.

Finalmente, gracias a los organizadores en algunos nombres propios: Silvia Cáceres, Silvia Alayo, Glafira Jiménez, Javier Jahncke, Enrique Gonzáles y otros muchos. Ojalá en lo sucesivo se sumen más entidades eclesiales para seguir caminando y empujando juntos.

(Publicado en la revista Signos, del Instrituto Bartolomé de Las Casas - Lima)

sábado, 30 de agosto de 2025

INMORAL LEY DE AMNISTÍA EN PERÚ


Seguro que a Pilar Arroyo no le importa que yo reproduzca en parte y parafrasee su artículo de Coyuntura de este mes de agosto 2025, que se puede leer completo acá. Lo que yo quiero decir, ella lo dice mucho mejor.

Un buen ejemplo para entender lo que está ocurriendo en Perú se dio el 13 de agosto: la presidenta Dina Boluarte promulgó una infame y vergonzosa ley que otorga amnistía a los miembros de las fuerzas de seguridad y de los comités de autodefensa por crímenes graves contra los derechos humanos cometidos durante el conflicto armado interno, entre 1980 y 2000. De este modo la coalición gobernante ha seguido avanzando en sus objetivos de control de las instituciones e impunidad para delincuentes y violadores de los derechos humanos.

La norma fue promulgada con amplia fanfarria en Palacio de Gobierno, ignorando el pedido de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de que el Ejecutivo observara la ley enviada por el Congreso (…). En Palacio se dieron un gran abrazo Dina Boluarte y el General Rivera Lazo, condenado a 25 años de prisión por haber sido el jefe directo del Grupo Colina*.

Esta ley concede amnistía a miembros de las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y a miembros de los Comités de Autodefensa que participaron en la lucha contra el terrorismo y fueron denunciados, investigados o procesados por diversos delitos considerados de lesa humanidad. Su aplicación anula 156 sentencias y 600 procesos en curso, beneficiando entre 300 a 900 policías, militares y miembros de los comités (se han dado ambas cifras), envueltos en 756 casos de graves violaciones a los derechos humanos durante la época de la violencia política que azotó al país.

Inmediatamente después de la ceremonia de promulgación en Palacio, Fernando Rospigliosi declaró que darán una similar para Dina y demás responsables de los 49 asesinados en las protestas de diciembre 2022 e inicios del 2023.

Numerosas organizaciones nacionales e internacionales han manifestado su condena a dicha norma; citamos aquí lo dicho por Volker Turk, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos:
“La ley de amnistía promulgada en Perú viola los estándares internacionales y es un retroceso en la búsqueda de justicia por las graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante el conflicto armado interno en el país. El derecho internacional, al que está obligado Perú prohíbe claramente las amnistías y la prescripción de graves violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario” (negritas del original).

En las Conclusiones del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), tan vilipendiada por el sector partidario de esta amnistía, cuando se refiere a la labor de las fuerzas armadas, se afirma:
“En ciertos lugares y momentos del conflicto la actuación de sus miembros no sólo involucró algunos excesos individuales de oficiales o personal de tropa, sino también prácticas generalizadas y/o sistemáticas de violaciones de los derechos humanos que constituyen crímenes de lesa humanidad así como transgresiones de normas del Derecho Internacional Humanitario” (Conclusión n. 55).

Esta afirmación fue claramente demostrada en los casos emblemáticos de las masacres de Cayara (donde infantes de Marina drogados violaron a las mujeres antes de matarlas), Putis, Los Cabitos (sede del Comando Político Militar de Ayacucho) y Umasi (1983); todos ellos en Ayacucho. También en el caso de Barrios Altos en Lima (donde fueron asesinados heladeros que hacían una pollada que nada tenían que ver con Sendero Luminoso, entre ellos un niño de 9 años); y también, una vez más, en el juicio a los responsables de las violaciones masivas a mujeres en Manta y Vilca; así como muchos otros casos más.

Por otro lado, las declaraciones del ex teniente Telmo Hurtado, en 1985, en el juicio que se le siguió por la masacre de 69 comuneros de Accomarca (26 de ellos niños), dejaron en claro que los superiores permitieron una política de exterminio contra campesinos inocentes, entre ellos niños y ancianos. Ello fue corroborado por el entonces candidato presidencial Ollanta Humala, quien señaló que el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7 ordenaba matar a jefes y a quienes se considerara colaboradores de la insurgencia, aunque no estuvieran armados.

La actuación de la coalición autoritaria, ultraconservadora y mafiosa que gobierna Perú ha demostrado hasta la saciedad que no los guía la búsqueda del bien común, sino sus particulares, criminales y oscuros intereses.


* El Grupo Colina fue un destacamento de inteligencia y escuadrón de la muerte del ejército peruano establecido en octubre de 1991 como parte de una estrategia de guerra de baja intensidad emprendida por el Estado a través de sus fuerzas armadas durante el gobierno de Alberto Fujimori. Fue desactivado oficialmente en noviembre de 1992 y dado a conocer públicamente en 1993. Dependía del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) directamente, y, a través de una cadena de mando paralela, del Comandante General del Ejército y del asesor presidencial Vladimiro Montesinos.
El grupo Colina participó en los asesinatos y desapariciones de al menos cuarenta y nueve personas, mediante sistemáticas violaciones a los derechos humanos, siendo las más destacadas las masacres de Barrios Altos y La Cantuta.
Durante los procesos de Alberto Fujimori, el expresidente fue condenado por su responsabilidad mediata de las actividades de este destacamento, al igual que el exasesor presidencial Vladimiro Montesinos. Los miembros del escuadrón fueron condenados a penas entre quince y veinticinco años de prisión.

sábado, 23 de agosto de 2025

UN RÍO DE JÓVENES EN CRECIENTE

 
- “¡Y ahora, vamos a armar por grupos una torre humana, y la más alta será el grupo ganador!” (aplausos)
- “Padre, tú que eres grande te colocas abajo, con los varones”.
- “¡Eso, y las chicas que se suban encima!”.
😨 Diosito – pensé yo. Estos huambros creen que uno tiene 18 años…

La torre humana me jundió la espalda, pero es que después hubo que formar una especie de oruga gigante, todos sentados, y ahí te pateaban feo los riñones. Y lo peor fue el juego de hacer una fila con las piernas abiertas e ir pasando por debajo… arrastrarse entre las piernas de una adolescente como Anahí, por ejemplo, que medirá 1,50 m, me arrasó las rodillas… todavía no sé cómo fui capaz. Bienvenidos al encuentro vicarial de jóvenes.

¿Cómo no voy a disfrutar de tres días en medio de un río de 80 chicos y chicas llegados de 13 puestos de misión del Vicariato? No sería yo mismo. Y supongo que se me nota por la cantidad de tonteras, bromas, risas y chorradas que digo, me la paso fastidiando a todo el mundo. He contado esta experiencia tantas veces, que los lectores se van a cansar y creo que ya voy a ir cerrando este blog: con los jóvenes todo coincide, todo cuadra, ahí es… Para mí, una transfusión de energía, optimismo y esperanza.

Esta vez, Vero y Juancho han desarrollado un taller con enfoque y metodología totalmente experienciales, una maravilla (¡gracias!). Nos invitaron a los “adultos” a no quedarnos fuera, a involucrarnos y participar plenamente de cada momento, a hacer lo mismo que los muchachos. Y qué hermosura, de veras. Una de las técnicas nos regresaba al vientre de nuestra mamá; teníamos los ojos vendados, la música y la voz nos guiaban.

Cuando los chicos compartieron lo que habían vivido, escuchamos auténticos tesoros:
- “Me he reconocido”.
- “Me he encontrado conmigo mismo”.
- “He sentido cuánto valgo”.

También yo me reconocí entre ellos, me sentía profundamente “yo mismo”, y como ligero, prístino, conectado con mi raíz, desembarazado de las porquerías que acumulamos los “adultos”, que nos disputamos parcelas de poder, o defendemos con uñas y dientes nuestros intereses…


Las fotos me recuerdan momentos de compartir a corazón abierto sentimientos, conmociones y vivencias pasadas que las distintas técnicas removían en los adolescentes. Un chaval de mi grupo comenzó a llorar sin poder contenerse, y se dieron varios casos similares. Las familias están a menudo desestructuradas, los hijos no reciben la atención que necesitan, hay muchos abusos y ausencias, y las heridas emocionales son sangrantes.

Atreverse a soñar grande; crecer como personas, y para ello sanar lo que duele, identificar y emprender tareas de maduración; creer escuchando el Evangelio, tras los pasos de Jesús; servir, descubriendo el sueño de Dios y respondiendo a su llamado. Más o menos así fue el esquema de “vocación” que se fue desplegando en actividades de silencio e interiorización, diálogo en los grupos de vida, expresión corporal y artística, cantos, dramatizaciones… Beleza, dicen los brasileros.

Un par de días no hubo “misa” como tal (lo cual acarreó alguna protesta), pero sí celebraciones engastadas en las tareas, y en la noche, la fiesta de la vida: traer lo cosechado durante la jornada e hilar reflexión y Palabra con música, baile y expansión. No solo no es imposible, sino que resultó sencillo y natural para los muchachos, además de innovador e inspirador.

Y al final, el envío: la maloka se iluminó de deseos y horizontes, siempre puros y amplios, siempre más allá. Los jóvenes están en época de creciente en nuestro Vicariato: llenan, alegran y fertilizan la misión. Sacuden y despiertan a nuestra pequeña iglesia amazónica, y le otorgan lozanía y empuje. ¡Gracias jóvenes!