domingo, 27 de agosto de 2023

OLE POR JACINDA E IGNACIO

 
Era enero cuando un par de noticias me impactaron, se instalaron en mi cabeza y hasta hoy me hacen pensar, aprender y admirar a tantas personas cabales como hay por el mundo. De hecho, en este tiempo de vacaciones me atrevo a comentar estas actitudes nobles y auténticas.

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Ardern, anunció por sorpresa el 19 de enero su dimisión después de solo cinco años en el cargo y nueve meses antes de los comicios del próximo octubre, en los que aspiraría a la reelección. Una política joven (42 años), carismática, innovadora y empática, con un enorme prestigio internacional por su gestión de la pandemia y su estilo personal… que simplemente se siente cansada. Quemada por la exposición pública, los ataques mediáticos y el peso que conlleva una responsabilidad como la suya. Lo expresó así:

“Soy humana, los políticos somos humanos. Lo damos todo, todo el tiempo que podemos. Y entonces llega la hora. Para mí, ha llegado la hora (…). Un papel tan privilegiado conlleva responsabilidad. La responsabilidad de saber cuándo eres la persona adecuada para dirigir y cuándo no lo eres (…). Ya no tengo suficiente energía para desarrollar el cargo como es debido”.

Wow, ¡alguien que renuncia! Hay quien dice que es para salvaguardar un posible regreso futuro, pero eso pertenece al ámbito de la especulación. El hecho es que una persona que ostenta el poder no se aferra a él, sino que detecta el momento de dar un paso al costado por razones personales, por fatiga o porque siente que es la hora de dar el relevo.

Creo en la necesidad del carácter rotativo y temporal de las responsabilidades de animación o coordinación, especialmente cuando deberían entenderse como servicios. Los períodos excesivamente largos al frente de instituciones, organismos o grupos humanos no suelen ser buenos, tampoco en la Iglesia. Conducen a rutinas, costumbres y repeticiones que apagan el dinamismo, la posibilidad de cambios, la novedad… Pasado un tiempo prudente, toca retirarse.

La segunda referencia es de un día antes, 18 de enero; en ella el árbitro español Ignacio Iglesias Villanueva reconocía haber cometido un grave error en el partido Cádiz-Elche de la jornada 17 de la pasada liga (16 de enero). El hombre (48 años) no chequeó en el VAR un posible fuera de juego previo a la jugada del gol del Elche; si lo hubiera hecho, el Cádiz tenía el partido casi ganado porque quedaban menos de diez minutos para el final.

“Es sencillo y difícil a la vez pronunciar estas palabras, al igual que obvio y doloroso: me he equivocado (…). No me apetece utilizar un discurso autómata y manido para decir cosas del tipo: todos nos equivocamos, los jugadores también fallan, los entrenadores... Prefiero escribir desde la sinceridad absoluta de lo que siento y sin caer en el victimismo, ya que es algo que detesto”.

Son solo tres palabras, pero cuánto cuesta pronunciarlas con verdad: “me he equivocado”. Normalmente las sepultamos debajo de un alud de justificaciones trilladas y facilonas, para esquivar la responsabilidad, desviar el foco, escondernos tras cortinas de humo y no afrontar la realidad simple y humana de los propios fallos, tan cotidianos como el pan (o el plátano en la selva).

Y peor, es habitual adoptar el rol de víctimas para disfrazar los yerros, señalando a circunstancias, azares u otras personas como causantes, en última instancia, del estropicio. Pero este árbitro es fiel a sus sentimientos y asume su error en toda su dimensión, aceptando las consecuencias que ya tiene para terceros y probablemente para él. De pie, con honestidad y sin que ello le anule en modo alguno como profesional y como ser humano.

¡Ole por Jacinda e Ignacio! Me inspiran, son una bocanada de aire fresco y sano, como la brisa del mar.

miércoles, 23 de agosto de 2023

ADIÓS A ÁNGEL VINAGRE, MISIONERO Y MENTOR


En junio de 2004, el obispo don Antonio Montero me destinó a Valencia del Ventoso y Valverde de Burguillos (Diosito lindo, ¡va a hacer pronto 20 años! 😨). Recuerdo que el día de mi “toma de
posesión” (vaya palabro) como párroco conocí a varios de los compañeros del arciprestazgo, y entre ellos mi “vecino” de Medina de las Torres: Ángel Vinagre.

Después de la misa hubo una invitación en La Piedad, y allí estuvimos mis padres y yo con varias personas, y también Ángel, que en aquel momento tenía 67 años. Conversamos bastante, y recuerdo muy bien cómo abrió los ojos cuando le contamos que yo había estado en África muchas veces; y es que Ángel había sido misionero en Ruanda, y pesar de que no fueron muchos años, la experiencia le marcó profundamente (ver una reseña de su vida aquí).

Mis primeros pasos en la parroquia los di de la mano de Ángel. Desde el primer momento me adoptó y me dio consejos muy valiosos. Por ejemplo: en Valencia, cuando había un entierro, el cura iba a buscar al féretro a la casa y se caminaba hacia la iglesia en procesión; él me explicó que era una costumbre antigua y farragosa, que además me iba a ser imposible cumplir a causa de mis clases en el instituto de Zafra. “Mejor quita eso ahora, desde el principio; para que no haya distinciones y el pueblo no reclame”. Lo avisé en la misa de inmediato, y a la primera ocasión (nomás un par de días después), desapareció esa práctica, hasta hoy.

Hay que tener en cuenta que yo era un verdadero novato como párroco; había colaborado en Calamonte unos meses y es cierto que había hecho de todo, pero no tenía la responsabilidad. De modo que, a pesar de la diferencia de edad (yo en aquel momento 34 años), Ángel y yo conectamos muy bien. Le consultaba muchas cuestiones, me explicaba con paciencia cómo hacer expedientes matrimoniales, rectificaciones de partidas, rollos administrativos. Lo mejor eran los “trucos” de cura experto, curtido en mil batallas, que compartía.

Pero el tema que más le gustaba era la misión, sus aventuras en Ruanda, la pobreza, cómo es la vida allí. En su casa de Medina tenía un montón de adornos y objetos africanos, había un arco y unas flechas que impresionaban. Ángel seguía cautivado por el carácter del pueblo ruandés: lo receptiva y amable que es la gente, las sonrisas abiertas, el agradecimiento y el candor para con el sacerdote… Se prendía cuando contaba las historias de allí.

Era muy querido, sus parroquianos reconocían su gran corazón; conectaba con gran facilidad con los niños, tenía muy buen oído, fina sensibilidad litúrgica y una especie de radar para detectar a los más desgraciados y brindar una ayuda. Su salud se fue deteriorando en poco tiempo, siempre con problemas respiratorios, y la gente comprendía que estaba cansado, valoraba su esfuerzo y no le exigía más de lo que podía dar.

Un día me preguntó qué me parecería la posibilidad de ir a un pueblo vecino como vicario; si querría hablar con el párroco, con quien me llevaba muy bien, etc. Era una gran idea y no fue difícil ayudar a que se realizase. De modo que Ángel se trasladó, y en los años siguientes, curiosamente, se fueron cambiando las tornas de nuestros diálogos: a pesar de ser yo chibolo y mequetrefe a su lado, me confiaba sus dificultades e incertidumbres, y yo escuchaba de buen grado y le devolvía algunas sugerencias, que jamás podrían igualar todo lo que él me aportó en mis inicios.

Se jubiló y se marchó a Sevilla con su hermana cuando yo ya trabajaba en Los Valles. Siempre me telefoneaba, y ¡cómo se entusiasmó cuando le dije que me venía a Perú! Poco a poco se fueron espaciando nuestras comunicaciones, pero aún hace unos tres años, estando yo en Indiana, me llamó para decirme que me había enviado un donativo grande a través del obispado, “para las necesidades de tu misión”. Comprendo ahora emocionado que era su manera de despedirse. Descansa en paz Ángel, hermano entrañable y por siempre misionero.

sábado, 19 de agosto de 2023

CANSADITO PERO CON BOQUERONES Y TORTILLA


Un saludo desde Isla Cristina, donde llevo cuatro días de vacaciones. Es un gusto regresar a España, estar con mi familia… y descansar. Que buena falta me hace.

Físicamente he llegado con las justas, después de un medio año en que, lo veo ahora claramente, me he pasado… Demasiados viajes demasiado seguidos por todo el Vicariato, poquísimo tiempo en la sede de Punchana; mucho ir y venir, mucho ajetreo, poco sentarme en mi silla y poca pausa.

Mi cuerpo lo sabía antes de venir, noches de sueño rebelde y discontinuo; y lo corrobora esta semana, porque no acaba de arrancar. Toca dedicarse a descansar decididamente, tomando medidas para reducir, ralentizar y desconectar.

Me siento exhausto, que según la RAE significa “enteramente agotado o falto de lo que necesita tener para hallarse en buen estado”. Y sí, extenuado sí. Pero afortunadamente también tengo lo que necesito para recuperarme y volver a encontrar plena forma: el cariño y la compañía de los míos, el sol onubense, buena alimentación, paseos por la playa con risas, y la cercanía del mar.

Fatigado pero contento ¿eh? Satisfecho con mi vida, tal y como es ahorita, a pesar de que a veces reclame. Molido pero feliz; y más ante la perspectiva de visitar en septiembre mis pueblos, de abrazar a mis amigos. Ojalá este año haya tiempo para todo lo que me he propuesto.

Tengo ante mí una tortilla de papas hecha por mi mamá y un plato de boquerones frescos de hoy. Con una copa de vino tinto en la mano recuerdo aquel verso de Serrat: “Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando”. Pues eso.

¡Hasta pronto!

sábado, 12 de agosto de 2023

CAMILAS REINCIDENTES


Pensé que habían quedado escarmentadas después de aquella primera vez (ver “Afinación” - 15 de enero de 2022), pero extrañamente me volvieron a pedir que les diera una tanda de ejercicios de ocho días. Me resistí un poco… aunque con la boca chica. De modo que acá estoy, de nuevo en La Molina, al este de Lima, junto a los cerros brumosos de aspecto lunar.

No les podía decir que no a las camilas, porque forman parte de nuestro Vicariato, están en Santa Clotilde realizando una generosa y excelente labor en el hospital y en la parroquia; porque cualquiera que me conozca un poco sabe que me encanta dar ejercicios espirituales; y porque nos queremos mucho (o al menos yo a ellas). Y este quizá sea el aspecto más misterioso.

Lo digo porque no sé si habrá una congregación más diferente a mí en cuanto al modo de pensar la fe y de concebir la vida cristiana y la Iglesia en general. En serio, les cuadrarían mucho mejor otros sacerdotes de corte más “clásico”, que les diesen charlas en línea con su tendencia eclesial y su espiritualidad, pero curiosamente se empeñan en requerirme. A sabiendas de que van a escuchar cosas que les van a sonar raras, rompedoras y hasta extravagantes.

Y así, a la hora de tratar temas del día a día de la vida consagrada o misionera, ¿cómo podría difuminar o edulcorar lo que creo para que lo recibieran con más suavidad? Sería posiblemente decepcionar la intención con la que me llaman. Pero, por otra parte, distingo cómo más de una se remueve en su silla cuando, a través de las contemplaciones de la segunda semana, aparecen los votos, el ministerio o la vida comunitaria.

Al mismo tiempo, en este proceso de enriquecimiento mutuo, aprendo a valorar “lo suyo”, a alabar, en lenguaje ignaciano, estilos, prácticas, sensibilidades o enfoques que no tanto comparto pero que respeto desde el cariño y la admiración. No deseo cambiarlas, pero sí puedo aportarles elementos, matices o planteamientos que creo que podrían ayudarlas a vivir con más humanidad y felicidad.

Programo una instrucción sobre la autoridad y la obediencia en torno al documento “Modo de tratar o negociar con cualquiera superior”, esa genialidad de San Ignacio; invito a la comunidad, las hermanas que no hacen retiro, entre ellas la provincial. Repruebo mecánicas de obediencia deshumanizadas o “militares” y expongo sugerencias para mejorar: la escucha, el imprescindible discernimiento de las dos partes, el diálogo franco y abierto, la asertividad… incluso critico la propia palabra “superiora” como inadecuada y excesiva hoy día.

Se funden los plomos de más de una, pero ahí están atentas, opinan, preguntan. “Siempre nos han enseñado que…”, dice una abuelita, y esa humildad sincera me da ternura. “Pobrecitas, lo que tienen que aguantar de este muchacho” – pienso… Pero al instante despierto y pienso que no tan muchacho… son 53 años y 23 ya de presbítero; y 14 en una congregación. Alguna experiencia tengo; y me he preparado, no les suelto ocurrencias o excentricidades, aunque vista con camiseta y sandalias.

La clave está en que, en lo fundamental, coincidimos plenamente. Esta imagen lo atestigua; cada mañana nos damos una hora de silencio ante el Pan, el rostro de todas las pobrezas. Las hermanas con sus hábitos negros rigurosos, y yo con mi polo azul sentado entre ellas, y el corazón dulce. Ese mito de los progres y los carcas se disuelve bajo la mirada del Buen Pastor. Todos somos trigo y cizaña, solo hay diversos tonos de gris, como enseña el evangelio de hoy.

Toca la campana (…), me voy dar puntos. Tengo por delante un día de chambaza, ya he celebrado una misa y me queda otra, y espero una carrafilera de seis acompañamientos. Hay hermanas que son preciosas por dentro, así que presumo que disfrutaré tanto como me cansaré. Eso sí, tendré mis frutas, yogures y galletas preparadas, con delicadeza y generosidad. Aprovecharé para alimentarme bien en todos los sentidos, porque solo soy un misionero que da ejercicios y ya mismo regreso a mi hábitat.

sábado, 5 de agosto de 2023

GRACIAS DIOSITO POR LA JUVENTUD


Así oró un joven en uno de los momentos celebrativos del encuentro vicarial, la semana pasada. Con la maloka repleta por casi 90 personas, chicos y chicas llegados de todos los rincones del Vicariato. Una plegaria muy sincera que me llegó al alma: “Gracias Dios por la juventud”.

Sí. Gracias por estos jóvenes concretos, por esta fuerza, esta belleza, estas risas, estos intentos de las chicas por comer poco (pa mantener la silueta), estos pies abiertos de calzar siempre sandalias, esta capacidad de asombro, estos mates brutos de los varones en el vóley, esta pobreza, este respeto a los mayores, estas ganas de bailar a todas horas. Gracias por los jóvenes amazónicos, los de mi vicariato, los míos.

Estábamos en Indiana y no en la JMJ, pero de alguna manera sí, porque una de ellos se encuentra hoy sábado 5 de agosto en Lisboa, se llama María Inés, es la coordinadora vicarial; una chica con talento, estudiante de educación, kichwa-hablante, sobrada de entusiasmo. Nos dio tiempo a enviarla antes de que viajase, un momento conmovedor y significativo. En ella estamos todos junto con Francisco.


Inés se fue y el resto nos quedamos. Yo, con el sentimiento de que “acá es”. Los jóvenes son mi patria, con ellos me hallo en mi lugar, todo cobra sentido, se regocijan toditas mis células… No sé muy bien cómo expresarlo, pero mis lectores habituales lo entenderán, son ya años escribiendo esto mismo. Esa alegría íntima, esas ganas de vivir, de amar, de proteger, de cuidar… Creo que se llama “vocación” y es muy antigua en mí, resiste a todos los cambios, es irrevocable.

Cada día, bromas acerca de mi cabeza pelacha, “como huevo de gallina”- dijo algún bandido en la noche cultural. Y es que ya voy siendo más viejito, pero no pierdo un miligramo de deseo por estar con los jóvenes, tengo una querencia, “una apetencia por su compañía”, en palabras de Miguel Hernández describiendo lo que siente alguien que está enamorado sin remedio.

Ellos son cada vez más pequeños, podrían ser mis hijos winchos*, y tal vez por eso me descubro cada vez más como un padre, y me preocupa que tengan oportunidades en la vida, que puedan acceder a la universidad, ser profesionales, desarrollar todas sus capacidades. Me siento ahora, con toda la humildad, en el rebufo de los grandes salesianos de mis años mozos, como Alonso Vázquez (ver 26 de mayo de 2014), que rezumaban el gusto de estar con los jóvenes, gratuitamente, contemplativamente…


En la homilía de la Eucaristía de clausura quería conectarles con este caudal de cariño; no sé si acerté, pero les dije estas tres cosas:

1. “Ustedes son una maravilla”. Cada joven es una obra de orfebrería de Dios, un pequeño universo en expansión, complejo y colmado de energía y hermosura, una pura posibilidad de algo grande. Habíamos trabajado el auto-reconocimiento, la autoestima, lo importante que es quererse a sí mismo.

2. “Nuestro Vicariato los necesita para ir formando una iglesia con rostro amazónico”. Estoy convencido de que no lo lograremos sin ellos, no habrá inculturación ni sinodalidad sin los jóvenes, solo con ellos podemos soñar con una iglesia nueva, intercultural e intergeneracional.

3. “Dios está siempre delante de nosotros, nunca detrás”. Nos hacen falta los jóvenes para que avancen deprisa y sin miedo, libres, sin ataduras de códigos o tradiciones. Valientes para inventar, ensayar, renovar, crear… para alcanzar a Jesús por estos ríos.

Gracias por los jóvenes, Diosito. Creo en ellos, espero mucho de ellos, confío en ellos, los amo entrañablemente. Regálame siempre contemplarlos, como hago contigo, y reflectir (Ej 114): que me impacten, que su lozanía me impregne hasta lo más hondo y me hagan cambiar, me llenen de ti. Porque tú estás en ellos. Lindos.

* Así se llama en la selva al último de los hijos, wincho.