miércoles, 31 de diciembre de 2014

JULIÁN TORERO


Tiene unas manos fuertes y la piel de la cara curtida, de hombre de campo. Entra en la cocina mientras Catalina pone el desayuno, antes de que su hija Mª José me corte el pelo. Llega fumando, y su mujer le relata y le recuerda el último arrechucho, un susto en el corazón que lo tuvo ingresado varios días hace poco. Pero él, impermeable, se bebe su café.

Mientras me cuenta sus historias pienso que tengo que escribir sobre él; pero luego lo voy dejando, hasta que, un día peruano, un sobresalto me descubre que ya no me da tiempo. Y me siento impotente, lejos de los silencios y los abrazos y los besos que se necesitan en momentos así de oscuros, y que yo no puedo ofrecer como quisiera... Pero hoy, la Navidad hace que Julián, José el coco, Francisco granao... todos me duelan, igual que noto la distancia de mi familia.

Enrique me contó varias veces la historia del mote de Julián, que me parece desternillante. Era un zagal que quería ser torero, y tanto se empeñó, que con 24 años, mas o menos, llegó el día de la alternativa. La plaza de Jerez a rebosar, todo Santa Ana allí, no cabía un alfiler. Julián que pisa la arena, preparado, me lo imagino con los latidos desbocados, en tensión, mirando a la puerta del toril, su gran momento. El novillo asoma... y Julián se queda parado, como petrificado; el bicho que se va acercando, los gritos de la gente, y el muchacho que no reacciona, que se arropa con el capote, paralizado... ¡hasta que el novillo lo coge!

No le pasó nada grave, y lo que vino después debió de ser la repera: ante la decepción, los jerezanos se fueron a por Julián y le querían tirar a una fuente de agua, pero ahí surgieron mis santaneros a defenderlo: "¿Quién? ¡A ver si alguien le toca un pelo a nuestro paisano!". Probablemente hubo varias bofetadas y lindezas, pero Julián se salvó, jamás volvió a intentar torear y pasó a llamarse desde entonces y para siempre El Torero. Jajaja, para troncharse.

Su familia tenía ya de antes un negocio de leña y otras cosas, y después de este suceso compraron un camión, de manera que en adelante Julián se dedicó al carbón con éxito y sobreponiéndose a todo. De hecho varias veces me contó sus peripecias en el trabajo: caídas de madrugada, golpes en la cabeza, cortes, quemaduras... Pero como si nada, el tío se lavaba con agua clara y de nuevo a la faena. Como si lo peor que le hubiera pasado fuera lo de la plaza de toros y a partir de entonces, ¡to palante!

Julián siempre me ha parecido indestructible. Por eso me quedé atónito cuando conocí su pérdida, y todavía estoy impactado. No puedo evitar recordarle en estas fechas, junto con todos los que en este año hemos despedido. El cariño a mi pueblo me alcanza a ofrecer este regalo a Catalina, a sus hijos, a Teresa, a Tere, a Encarna, Encarna, Encarna, Chon, Pili... todos los que hoy sentís la herida abierta. Nadie nos puede quitar el amor a nuestros seres queridos, porque el amor es más fuerte que la muerte, el amor es Dios. Ánimo desde estas tierras. En 2015 hemos de seguir caminando, compañeros, aunque a veces haya que arroparse la vida. No queda otra.

sábado, 27 de diciembre de 2014

EL SALCHICHÓN DE CECI


Siempre temo como una vara verde el día de Nochebuena, y este año, en su versión andina, pues más, para qué vamos a disimular. Intuía un poco lo que me esperaba, pero nunca está uno preparado. Es el reverso de esta opción, parte del precio que hay que pagar por responder a una llamada ilusionante... Y cómo duele.

Y eso que recurro a recordar todas las motivaciones, la historia, el por qué estoy aquí. Me agarro desde la mañanita a Aquel que es la razón y el motor, preparo la Eucaristía de medianoche con cuidado; contemplo el misterio de la Navidad, Dios que desciende para compartir nuestra misma vida, y se mancha con el barro de la tierra, y conoce desde su nacimiento nuestra miseria y nuestra injusticia, pero también el amor... Pero eso no me ahorra las lágrimas.

Las voy sembrando en las lentas horas del día por esta casa de Celendín, se me agolpan en la garganta cuando hablo por teléfono con mi familia y mis amigos, cuando veo a mis padres, a mis hermanas, a mis sobrinos en la pantalla del Skype. No lo puedo evitar. Antonio Sáenz creo que me descifra la cara y logra mantenerme ocupado sin tocar el tema, con delicadeza, conocedor en carne propia de lo que estoy pasando.

Y siento una especie de dentellada de dolor por la separación, por la lejanía de los míos; comprendo que lo empeora el estar todavía recién llegado, sin que les haya dado tiempo a quererme ni yo a ellos, vivir en esa especie de vacío en que el corazón está como perdido y solo sabe añorar, buscar sin encontrar. Es una experiencia inevitable y sin paliativos, un silencio que me ocupa y que se que no puede derrotarme a pesar de su herida, y me hace más sabio, más maduro y más fuerte en mi debilidad. No me salen mejores palabras para expresarlo.

Mis compañeros se van a varios pueblos y me quedo solo un rato largo, antes de la misa. No rechazo, mastico y nomás paladeo esta sensación. Me dejo llevar, intento confiar. Está mi homilía preparada, en España ya están durmiendo, y camino sereno hacia esta catedral que es la parroquia celendina. Aparecen Miguel, María, Sole, qué vamos a cantar, dónde están las acólitas, llegaron ya los de la ofrenda de víveres, empezamos o no, el familiar torbellino de una misa de Nochebuena que me enreda natural y alegremente. En el ofertorio aparecen los pastorcitos:


Bailan al son del tambor, nos envuelve la melodía antigua de la sierra, y sabe al sufrimiento y a la lucha ancestrales de esta gente, que son quienes hoy el Señor me ha dado. Al terminar también se adora al Niño, se reparte a cada uno un panecillo dulce, y comienzan las felicitaciones: recibo un montón de abrazos, pero un montonazo, como si Diosito quisiera compensar lo de hoy. Por si acaso, Norma me lo apostilla: "animo papito lindo, que es la primera Navidad echando de menos a tu familia, y es difícil".

A los abrazos y a lo de "papito lindo" sigue la cena con las carmelitas vedrunas. Son más de las doce de la noche, y mientras me jinco el pavo que la hermana Marta ha preparado, me acuerdo de que Mt 19,29 se cumple, y siempre encontramos quien nos reciba y nos quiera. Sobre la mesa está partido el último salchichón que me queda de los tres que Ceci me regaló antes de venir (los platos en la foto). El sabor de Santa Ana mezcla la nostalgia de allí con la emoción de estar aquí, el agradecimiento por tanta acogida y el alivio de haber pasado un puente sin agarradero. Mi familia y mis amigos siempre están ahí, no me fallarán; y ahora son los de acá los que he de amar y servir.

En los postres hay turrón blando (¡!), panetón y chocolate tradicional; y en el móvil una avalancha de mensajes de ánimo. Pero aún Antonio y yo nos trincaremos un cubatilla antes de ir al catre. Apago la luz, termina este día y me doy cuenta de que hoy sí me siento misionero sin rubor ni presunción, y me duermo en calma con la tonadilla de un precioso villancico (https://www.youtube.com/watch?v=8UkAhXyImJY):

Esta Noche Jesús ha nacido (bis)
 Suenen los cánticos de la Noche Buena (bis)

Alma de mi canción, sube al cielo del Perú
 Para bañar de luz, la santa Noche de Dios (bis)

Vibra pura, cholito tu quena (bis)
 entre las músicas de la Nochebuena (bis)


En la Sierra cantamos alegres (bis)
 Al Niño Jesús que está en el Pesebre (bis)

lunes, 22 de diciembre de 2014

... Y HA SIDO GUAYACHO


Comenzó la Eucaristía de presentación, sencilla, con los cantos bien preparados y la presencia de los agentes de pastoral y de la gente de aquí de Mendoza. La iglesia casi llena, la lectura de mi nombramiento como vicario parroquial de las parroquias de San Nicolás, Huambo y Limabamba, la homilía de Ángel... y unas palabritas del nuevo sacerdote: "Muchas gracias por la acogida. Tendrán ustedes que ayudarme, sobre todo al principio, porque para mí todo es distinto y debo aprender de nuevo a vivir y a ser cura. Oren para que yo sea un buen pastor, con un corazón como el de Jesús".

Ahí me empecé a emocionar. No había Atlántico: estaban conmigo mis padres, mis hermanas y mis cuñados, mis sobrinos, toda mi familia; y también la gente de mis Valles, de Valencia, los talayeros, los valverdejos, los de la Lapa, los churretines, los monesterienses. Todos ahí apoyándome, como habéis hecho siempre, cerquita de mí. Y estaba el crucifijo, mi diócesis, mis compañeros. Y mis amigos, todos los que me queréis; una parte de vosotros está aquí en mí, en Rodríguez de Mendoza.


Me tocó dar la bendición y, por turno, comenzaron a salir para saludarme y darme la bienvenida: los agentes de pastoral de Huambo, de acá de Mendoza, de Limabamba, se ponían de pie, venían por el pasillo y me apretaban la mano, me abrazaban, me besaban. Luego los representantes de cada uno de los grupos de la parroquia: la catequesis familiar, los jóvenes de la JEC (que me regalaron una bolsa bandolera), los Amigos del Enfermo, el Consejo de Pastoral... Y finalmente todas las personas que lo desearon se acercaron a acogerme y felicitarme. Creo que saludé a toditos los que había en la iglesia.

Pasamos entonces al salón parroquial. Un gran corro de sillas y sobre el escenario, Jimy el presentador y Antonio el manijero de la música. Dieron paso primero a la actuación musical de hula-hula, jejeje. Después al grupo folclórico que interpretó un baile típico guayacho precioso (me acordaba de la Jota de Santa Ana). Y a continuación fueron subiendo todos los grupos de antes, tomaban el micro y decían unas palabras de bienvenida: "Gracias padrecito por haber venido... Le esperamos nuestro caserío-distrito-pueblo y le decimos que desde el primer día está usted en su casa... ¡Bienvenido!... Gracias por estar entre nosotros... Trabajaremos con usted para bien de la parroquia... Estamos seguros de que hará una gran labor acá... etc. etc.".

Doña Ladi con el grupo de Amigos del Enfermo

Cuando concluía cada discurso, aplausos como cancha y ración de abrazos, besos y cariños. Y todo con un candor, una sencillez y una sinceridad que... Yo me sentía abrumado. No creo que nunca se hayan pronunciado las palabras "padre César" tantísimas veces en un rato. Se fue sirviendo el brindis: una pastita y un vasito de vino dulce tamaño chupito. El párroco hizo el correspondiente discurso y, después de más de una hora de fiesta, llegó el momento de la despedida... que fue personalizada: de nuevo abrazos, gracias y un "ya nos estamos viendo" a cada uno.

Así son acá, es el carácter de los guayachos, los habitantes del valle del Huayabamba. Aquí he caído. Es la tierra de la acogida y la amabilidad. Pobre y con muchos problemas, pero llena de gente cariñosa y agradecida; Antonio Léon, Fede, Lolo y Ángel siempre me lo han dicho. Pero vengo bien entrenado de mis pueblos, que han sido una magnífica escuela de calidez, de compartir, de querernos; allí he aprendido a ser cura por la calle, a buscar la cercanía con todos, a intentar tratar a cada persona con la delicadeza que merece, a acompañar con alegría, como uno más.

Gracias a los de acá por darme tanto sin conocerme; y gracias a los de allí por prepararme. Soy ya valenciano y santanero, y ahora quisiera algún día ser guayacho. Voy a poner todas mis fuerzas y mi corazón, como siempre. Eso sí, lo de bailar excede mis capacidades, que quede claro.

Los representantes de la JEC
 
Las chicas del grupo folclórico bailaban descalzas y con el pelo muy largo

sábado, 20 de diciembre de 2014

TERMINÓ EL PARTO...


¡Por fin en Mendoza! Pero madre mía, qué largo, qué difícil... parecía que no iba a acabar nunca, como los partos complicados, pero al final aquí estoy. Y sin cesárea, ¿eh? Con apenas unos puntillos.

El primer plan era venir el 28; luego aquí me propusieron llegar el 17, para coincidir con el cursillo de los agentes de pastoral de la parroquia, conocerlos a todos de golpe y celebrar juntos la Eucaristía de presentación. Yo dije que muy bien, pero que ya me venía con todas mis cosas a instalarme. De hecho, mis compañeros de la selva se trajeron ya el lunes el maletón bestial, ese que casi no se había abierto en todo este tiempo.

Y llegó el día; mi plan era viajar en la tarde y así me despedía tranquilamente de Chacha invitando a torta, pero qué va. Me llaman y me encargan que compre dos ruedas de la camioneta de la parroquia y me las lleve. Voy con ayuda de Juanito, el chófer de Monseñor, y compro dos peazo ruedacas tremendas; vamos a buscar un carro que las pueda y quiera llevar junto con el resto de mis cosas. Encontramos uno que dice que sí, pero que es mejor viajar en la mañana, porque con tanto equipaje no voy a encontrar movilidad por la tarde. Le doy mi número para que me avise y vuelo a preparar mochilas.

De camino me engancha la secretaria del obispado y me encasqueta una caja con tres panetones, dulce típico aquí en Navidad, para que la lleve a Mendoza también. Cierro las bolsas pitando, Juanita la cocinera del obispado me pone un mango y un trozo mi propia torta, el tipo me timbra y voy raudo al paradero con todo (menos mal que Juan me auxiliaba). Veo el carro... ay madre, que tartana. Encajamos las enormes ruedas sobre el techo y las atamos con cuerdas y alambres. Y ahora a esperar a que se llene: hora y media. ¿Qué por qué no me llamó el chófer más tarde, cuando ya estuvieran todos los pasajeros? Buena pegunta.

Empezamos a rodar. Debemos ir aún a un par de sitios dentro de Chachapoyas, a recoger paquetes y a que una de las compañeras haga algún recado. A esa hora el maletero de la Toyota parecía un pozo sin fondo. Al fin salimos a la carretera, que está asfaltada, pero que podría batir récords Guiness de cantidad de curvas o curvas cerradas. Me duermo; despierto y estamos ya cerca, a una media hora, pienso que pronto llegamos... Y entonces nos topamos con el accidente.

Una ambulancia que va con un enfermo grave de Mendoza a Chacha se cruza con un camionazo que casi no cabe en la calzada; los dos frenan, pero la ambulancia derrapa (quizá le hubieran venido bien un par de llantas nuevas también) y cae a un terraplén, dando una vuelta de campana. No hay heridos, pero se organiza una buena: la policía, más coches y combis atascados, y otra ambulancia para trasladar al enfermo, que se ha dado un golpe. Tres cuartos de hora parados. Ay.

Más de tres horas después de salir (y casi cinco desde que aparecí en el paradero con las ruedas), llegamos. Fui a comer algo y aún pasó un buen rato hasta que mi habitación estuvo dispuesta, pero finalmente encontré un tiempito para abrir mis maletas, vaciarlas y colocar mis cosas, y sentir que por fin he llegado.

Han transcurrido dos meses y 21 días desde que puse el pie en Perú, aunque la mudanza había comenzado antes, el 31 de julio. Qué alivio estar en mi casa. Pero quedaba lo mejor: el recibimiento. Eso, en la siguiente entrada.

martes, 16 de diciembre de 2014

LA MISIÓN DENTRO DE LA MISIÓN

Estos quecos son del caserío La Palma
No basta con venirme al quinto pimiento, lejísimos de mi mundo, de mi familia y mis amigos, de mi seguridad; una vez aquí, hay que volver a salir y llegar a los rincones más alejados, donde los más pobres cada día luchan, trabajan, viven y creen. Y eso es algo muy hermoso y auténtico, pero te lo tienes que quitar de tu cuerpo, de modo que la vasija de barro se cansa y resquebraja.

Y se moja. Hasta ahorita no he comprendido yo perfectamente la invitación del Aviento a preparar el camino del Señor... ¡Madre mía, qué caminos! Cada día una media de 3-4 horas de andadura, 10-15 kilómetros pateando piedras y barros, entre nubes de la altura de la selva, bajo el aguacero, con las botas de jebe (nuestras katiuskas), el palo de trekking y el poncho de agua. Llegar a Santa Fe o La Palma, sentarte un rato, quitarte la camiseta empapada y ponerte otra seca para celebrar la Eucaristía con las botas puestas y el barro pegado al alba. Los ornamentos sagrados mezclados con la tierra de los más humildes; eso es la misión.

Después, siempre te acogen, te invitan a su casa y te dan lo mejor que tienen, para que almuerces y te repongas. Ahí aparece el platao de arroz-papas-yuka-gallina, energía para retomar el sendero hasta Nuevo Omia. Justo antes de entrar en el pueblo hay un puente que es un palo sin agarradero, que resbala, se mece, y yo trato de cruzar, bajo la lluvia... pero no soy capaz, y al final el señor Almanzor y yo acabamos vadeando el río a pie, con el agua veloz por encima de la rodilla.

Nuevo Omia por la mañana en medio de las nubes
Al llegar, el baño es obligado, y prosigue la lucha por mantener la ropa seca, porque hay agua por todos lados. Vuelvo a comer sencillez y cariño para cenar, y luego el cansancio que siento en la noche es desconocido: confesiones, misa, bautizos, primera comunión. Hace año y medio que ningún cura aparece por acá y es precioso sentir un agradecimiento casi físico en las palabras, los apretones de mano, los abrazos.

Otro día paso a Nuevo Vista Alegre; reconforta comprobar que la gente me recuerda de la última vez. Entro en la posta de salud y en el colegio, charlo con la enfermera y con el director: "Estamos fatal de material padre, no me funciona ni el tensiómetro, no sabemos si el año que viene contaremos con profesores suficientes...". Pienso en el tensiómetro que me regaló Estela, y las veces que Mª José me tomaba la tensión; y en los ordenadores, los balones y las fotocopiadoras de los coles de allá. La chica me hace caer en la cuenta de que todo lo que hay en estos pueblos aislados ha llegado a lomos de mula o cargado por la gente, desde un pansito hasta un refrigerador.

Donde he estado más tiempo ha sido en El Dorado, que hace como de "campo base". Allí me tocó predicar sobre el Buen Pastor, y pensaba que es la primera vez que actúo como cura suyo, no estoy de paseo o de vacaciones, es mi parroquia de Mendoza, mi responsabilidad, mis ovejas... ¡y cuánto necesito formar parte de una comunidad, tener a alguien concreto a quien servir! El pastor se cansa buscando a su ovejita perdida, pero la necesita tanto como ella a él. Y con qué ilusión he preparado mi propia mochila-sacristía, mis lecturas, mis cosas, es mi estreno, esta vasija puede incluso servir para algo.

En medio de la itinerancia se encuentra a quién pertenecer, y eso me consuela de la lejanía y el desarraigo. La noche del sábado celebramos el Bautismo de 11 niños, un equipo de fútbol, y de hecho bautizo a un Diego Forlán y a un Messi (escrito Meci en peruano). Hermes toca la guitarra, la gente se ríe con mis bromas, asienten durante la homilía y, cuando cantan "Esta es la luz de Cristo, yo la haré brillar", se me ponen los pelos de punta y siento que todo merece la pena, la paliza, la incomodidad, la fatiga.

Llega el momento de despedirse, mañana regreso tempranito a Soritor. El animador se llama Ignacio (...), dice unas palabras en las que vuelve a dar las gracias "al misionero que ha pasado estos días con nosotros". Lo escucho y por primera vez me parece que la palabra me puede cuadrar: misionero. Aparte de la cruz, el distintivo es el barro del camino; de él está hecha mi vasija.

"Preparen el camino al Señor"... ¡y tanto!

lunes, 8 de diciembre de 2014

PARADA Y CASHCA


Superados ya los males varios y recuperado algún kilito, he dado por terminado mi viaje de descubrimiento de la diócesis. Ahora me toca llegar a mi parroquia, y lo haré a partir de mañana lunes 8 pasando una semana en los pueblos de la selva que conocí el año pasado (ver "Con Diosito por la selva", 14 de agosto de 2013). Pero antes, un día de parón en Lamud me vino al pelo.

Allí me pasé la mañana con Gualamita (http://es.wikipedia.org/wiki/Se%C3%B1or_de_Gualamita) tratando de hacer balance de dos meses y pico de pisar suelo peruano. Me salió de entrada un enorme agradecimiento por esta experiencia tan sabrosa, tan diferente y extraordinaria que Diosito me está regalando, y que yo jamás pude ni sospechar.

Algunas cosas anoté, como jalones que me rondan mientras voy maniobrando por este trozo de mi vida. Por un lado, la pobreza y su carácter paradójico, que me sigue sorprendiendo a cada paso, y que no logro descifrar; una mujer que da a luz sola en su casa, pero la casa tiene antena parabólica. Luego, el sentirme parte de una diócesis, miembro de un presbiterio y por tanto implicado desde el primer día, corresponsable y disponible; y al mismo tiempo siempre extranjero y de paso. Equilibrio que hay que gestionar.

¿Cómo situarme en medio de esta realidad que cada día me choca y me atrapa? Con un ramillete de actitudes presididas por la paciencia, la escucha, el respeto, salir, aprender, con cuidado, despasito. Prestando atención a los juicios hechos "desde España", relativizando mis valoraciones de modos de actuar, mentalidades y rasgos. El (supuestamente) mismo idioma a menudo hace olvidar que estamos en otra cultura, con otras coordenadas y diferentes códigos de pensamiento y acción. La "Hipótesis de similitud de prácticas" (HSP en etnografía) juega malas pasadas cuando el envoltorio de la lengua es similar, así que hay que armarse del recurso ignaciano de la sospecha.

Por todo esto, se me antoja todavía más importante el discernimiento como reflejo misionero básico (ya recogido en Redemptoris Missio 87). Habrá que estar permanentemente preguntándose el por qué de las cosas, cuestionando modos de ubicarse acá y evaluando métodos y programas pastorales. Siempre con la tarea de la evangelización como faro, ese es el contenido de la misión; no se trata de salvar el mundo, ni resolver todos los problemas de la gente, sino de anunciar la Buena Noticia.

Junto a Gualamita sentí el deseo y la llamada de meterme en harina, de ir a lo mío, de hincar el arado en la tierra que me han encomendado y volver menos la vista atrás. Con fortaleza y libertad; con corazón de pastor. Confiando, dejándome llevar, sin hacerme muchos planes, pidiendo la gracia de aprender por el camino, con humildad.

La jornada acabó yendo a cenar con mis compañeros Robert y Jesús. Manejamos un buen rato por esos cerritos con esos abismos, pero mereció la pena. Yo quería comer pescao, así que conocí la cashca, un pez prehistórico algo feíto, con escamas casi como las del esturión, que vive en las orillas pantanosas de los ríos de la Amazonía, come madera y tiene una carne blanca y rica. Con una buena cerveza Cristal y una colección de risas me fui a dormir contento como un trucho, el primo moderno de la cashca.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA MONJA DE LAS ZAPATILLAS DE DEPORTE


Así la llama Torralbi, y a veces lleva deportivas y otras veces esos zuecos de enfermera, pero le pega, es una polvorilla que recorre el jirón Amazonas parándose mil veces porque conoce a todo el mundo, gorro gris por Grau y Belén, saluda, dice "¡cariño, no te veo!", gorro blanco a toda velocidad en la plaza de Burgos, por el mercado: "adiós, gordito", jajaja. No hay duda: es un personaje singular.

Después de más de 20 años en Chachapoyas, no necesita informes sociales para saber a quién le tiene que dar medicamentos cuando cada mañana a las 10 abre el dispensario parroquial. Lleva ya horas levantada, desde antes de las 5, porque dice que a otra hora no la dejan tranquila hacer su rato diario de oración. Se sienta en la capilla con un cojín sobre las rodillas para acomodar su espaldita algo maltrecha y ahí bebe lo que necesita para recargar su corazón de servidora infatigable y sencilla.

El hospital es uno de sus hábitats, allí se mueve como pez en el agua, los médicos la saludan, ella les pregunta por sus familias, sabe de sus vidas, ha creado muchos lazos en esta su ciudad, aunque nació en Puebla de la Calzada. Me jala a dar la unción y recorremos a toda pastilla seis, siete casas... ¿Cómo no va a estar como el espíritu de la golosina? Otro lugar donde ella destapa su esencia es en el comedor parroquial, las ollas, los gorros de cocina, pero sobre todo entre los niños, atenta especialmente a los más pobres.

Y luego está la catedral. Con su compañero Conrado lo tiene todo a punto, es la guardiana de las albas y las casullas, la encargada de que funcionen los engranajes del corazón de la diócesis. Tiene esa rara cualidad de generar confianza: con ella sabes que las cosas van a tirar para adelante, todo va a salir bien.

La puerta de la casa está siempre sonando: "¿La madre Katy, por favor?". Y la madrecita siempre ahí, sin parar, como si tuviera pilas Duracell, siempre con una palabra para cada persona y con la necesidad de que el día tuviera 25 horas. Por la noche me prepara gelatina y puchas, una especie de papilla de cereales "que ya verás lo bien que va para ir al baño" (y es que somos colegas de estreñimiento). Así que cuando por fin para, a las 8:30, y se sienta a ver un rato la tele, el cansancio la vence, se queda dormida en su incómodo sillón y la cabeza se le cae dando el sí de María.

Los domingos le gusta cocinar, ahí se relaja un rato. Y nos pone unos banquetazos tremendos: tortilla de patatas, chuletas de chancho, exquisita sopa, ensalada, canchitas, papaya, helado de huanabana y limón... Mmmmmh! Angélica, Rocío y yo nos ponemos como el quico y a ella le encanta, su vocación de cuidadora se esponja y entonces le sale su mejor humor, su risa que a mí me desternilla.

Habla con mi madre por Skype y me riñen en estéreo, que soy un cabezota, que me tengo que cuidar, y yo aguanto el chaparrón entre divertido y fregado, detectando el cariño. Yo también la quiero mucho y le agradezco que sea acá lo más parecido a mi familia, por eso intento escucharla, ayudarla con su computadora y "este maldito celular que se queda enganchado". Porque, aunque se llama Piedehierro y aguanta carros y carretas, es hipersensible, observadora y finísima.

"Acogida - sencillez - alegría", eso es lo que se lee en el recibidor de la comunidad. Katy es una afinada interpretación viviente de estas cualidades. Qué suerte tenerla por aquí, ¡menos mal! Y, para terminar esta entrada, una imagen en pleno rato de atenciones a las plantas, pero ¡con qué peazo sombrero!