sábado, 30 de enero de 2021

EL VICARIATO NECESITA URGENTEMENTE RESPIRACIÓN ECONÓMICA ASISTIDA

Era impostergable ponerse a ordenar el caos en que estaba convertida la oficina parroquial. Había que abrir folders, revisar papeles viejos, organizar materiales, rescatar y clasificar documentos, botar al tacho lo inservible… Arduo y laborioso. En el fragor de la batalla apareció un viejo afiche que me pintó una sonrisa y a continuación me dejó boquiabierto y pensativo.

Se trata de una especie de cartel o folleto del año 1954, solo 9 años después de que comenzara su andadura la Prefectura Apostólica de San José del Amazonas, que sería elevada a Vicariato un año más tarde, en 1955. Su objetivo: hacer una presentación de la “misión canadiense”, como se la conocía entonces, y al mismo tiempo solicitar colaboraciones económicas, cosa de rabiosa actualidad como veremos en un momento.

Me ha hecho sentir algo así como una nostalgia de lo que no viví. Miro esos rostros en blanco y negro, los severos hábitos de religiosos y religiosas, las barbas floridas, la mirada de determinación de Mons. Dámaso Laberge… y atisbo la frescura de los pioneros, el regusto de la aventura, los comienzos difíciles, la intrepidez que raya la locura. Una proeza misionera que ya recordé acá hace poco con motivo de los 75 años del Vicariato.

Pero por otra parte el texto increíblemente nos retrata, habla de nosotros, de mí, de nuestro Vicariato hoy día. Basta con comparar los datos:

                                       1954                                                 2021                 

15 sacerdotes                                  14 sacerdotes

24 religiosas                                      30 religiosas

10 misioneros seglares                 17 misioneros laicos

 Estamos poco más o menos igual de personal, con algún cura menos y algunos laicos y religiosas más. Claro que en 1954 existían solo 8 puestos de misión, justo la mitad que ahora… Por lo que podría decirse que hemos perdido en torno a un 40% de consistencia en recursos humanos. La escasez de personas ha sido una constante en la historia de esta misión, no es algo nuevo.

“Somos conscientes de que en nuestra misión de San José del Amazonas queda mucho por hacer. Para realizarlo nos es imprescindible poder contar con el aporte de todos aquellos, etc.”; “agradeciéndoles su valiosa ayuda económica que ha permitido las realizaciones misionales, etc.”. La urgencia de pedir plata, algo desgarradoramente vigente. De hecho, tras revisar las cuentas y hacer prospecciones en la reciente reunión del Consejo Vicarial de Economía, resulta que, o desde Roma nos dan una solución estable para financiarnos, o nos quedan menos de dos años para cerrar el chiringuito y dar por concluida tan gloriosa hazaña misional.

Y la cosa no pinta nada bien. Tenemos incluso una carta de Propaganda Fidei donde ya nos van anunciando reducción (o quizá supresión) “debido a la pandemia” en el subsidio que nos envían cada año. Vivimos de limosnas, y la caridad está contagiada de covid porque en todos lados es época de vacas flaquísimas. Es difícil dar a otros cuando a duras penas puedes mantenerte a flote, de acuerdo, lo acepto.

Pero lo que sí que no puedo comprender, y me subleva, es que en una institución como la Iglesia, tan enorme y  poderosa en tantas partes del mundo, los recortes tengan que aplicarse precisamente a la misión ad gentes en primera línea, a los pobres misioneros que bregamos en el corazón de la selva, por el amor de Dios. Como si no tuviésemos bastante con los mosquitos, el calor sofocante, el dengue o la lejanía de los nuestros.

Y eso que la Amazonía está supuestamente “de moda” en el mentidero eclesial. ¿Acaso no puede ahorrar la Iglesia en otros rubros? No me cabe duda de que los encargados de la economía encontrarán variados capítulos menos cruciales en los que reducir gastos. O tal vez va a ser verdad un whatsapp que alguien me pasó ayer: ”las misiones solo son importantes para los que estamos en ellas. A los organismos eclesiales les interesa mantener su propia seguridad y comodidad. Las misiones no cuentan ni importan; cada uno cuida lo suyo, y si sobra se ayuda”. Así de crudo, y perdón si no es muy políticamente correcto justo al lado del mensaje del Papa con motivo de la Jornada Mundial de las Misiones conocido ayer.

Me duele la amenaza cierta de que en poco tiempo, antes de que el mundo esté vacunado, esta hermosa misión no pueda continuar. Dios nos ampare, pero sobre todo ruego y exijo a los responsables, si alguno lee estas líneas, que encuentren remedio estructural y duradero para este desarreglo. Y pronto. De otra forma, habrá que certificar la muerte por inanición de lo que aquellos bravos misioneros emprendieron. No quedará más que marcharse de vuelta a los corrales, y el último que apague la luz.

sábado, 23 de enero de 2021

EL PAPA FRANCISCO EN PUERTO MALDONADO: TRES AÑOS DESPUÉS


En el atril de mi escritorio tengo una estampa que me regalaron en Puerto Maldonado, una imagen del Papa con el puente Billinghurst de fondo. Las cosas que ves todos los días se mimetizan y casi desaparecen, pero ayer me detuve a mirar la fecha y me quedé sorprendido: 19 de enero de 2018. Han pasado ya ¡tres años! desde que Francisco vino al Perú y dio el pistoletazo de salida al Sínodo para la Amazonía.

No puedo evitar que acuda a mi corazón una avalancha de recuerdos y emociones de aquel día y de todo lo que ha sucedido después. Soy consciente de que estamos viviendo una época trascendental en la historia de la Iglesia en la Amazonía y de la Iglesia universal, y me siento un privilegiado. Releo lo que escribí en aquella ocasión: “yo estuve allí”. Realmente allí mismo, en aquel coliseo, intuí que era un momento clave; y de hecho desencadenó un proceso en el que estamos inmersos y que me genera muchas satisfacciones, grandes expectativas y algunas impaciencias.

El proceso sinodal y la presencia del Papa colocaron a la Amazonía en el foco de la actualidad. Por un lado, todo lo denunciado en Laudato Sí se sustanció en rostros, paisajes y nombres; por otra parte se habló de “campo de pruebas” para la reforma de la Iglesia, una especie de laboratorio donde poder ensayar nuevos caminos, cambios necesarios que poder luego extrapolar a otras latitudes, y que ilusionan.

Los trabajos presinodales y la calidad -y osadía- del Instrumentum Laboris aumentaron las esperanzas. La celebración del Sínodo creo que superó todo lo visto hasta ahora en este tipo de eventos en cuanto a impacto mediático y relevancia planetaria. Hubo hasta robos y lanzamiento de pachamamas al río. Jamás un Papa se mostró tan asequible y cercano. Y, por primera vez en la historia, se escucharon voces femeninas en el aula sinodal; y algunas bien claras, directas y bravas, como me contó una de las protagonistas.

La redacción del documento final parece que evidenció las tensiones propias de la articulación de las diferentes tendencias. El resultado incidió sobre la ecología integral, llegó a lo máximo que se podía llegar en los temas más controvertidos y dejó muchas puertas abiertas, con generosidad y valentía. Habida cuenta las inercias y resistencias lógicas en una institución milenaria, el documento final no se puede considerar una decepción y se dimensiona con el paso del tiempo. Y QA está en la misma línea. Tenemos dirección y sentido.

El transcurrir de los meses, y sobre todo el golpeo de la pandemia, sacaron a la Amazonía de la primera plana. Aquel aparente boom ha dado paso a la cruda realidad: jurisdicciones eclesiásticas en precario estado  de recursos económicos y con misioneros cada vez más escasos. Los comentarios son recurrentes: “cuando yo me vaya, no hay nadie para reemplazarme” – dice una religiosa; “¿sacerdotes nacionales y extranjeros? Nadie quiere venir…”. Así de tajante. Además de artículos, entrevistas y libros sobre la Amazonía, necesitamos gente que desee vivir y trabajar acá; hablamos mucho de “la cosa”, ¿pero quién hace “la cosa”?

Mirando “desde arriba” iniciativas y evoluciones surgidas del Sínodo, la creación de la Conferencia Eclesial Amazónica es un decidido avance. Poder converger en un organismo sinodal laicos y pastores de todas las iglesias de la Panamazonía resulta verdaderamente estimulante, y lo digo en primera persona porque yo mismo estoy ahí.  Pero las competencias de la CEAMA no están todavía delimitadas con precisión, y eso me plantea algunos interrogantes: ¿cómo hilar ese espacio de reflexión y propuesta con la autoridad ejecutiva de los obispos en sus territorios?

En general, ¿cómo articular estructuras nuevas con otras tradicionales pero hoy por hoy vigentes? Vista la realidad “desde abajo” aparecen múltiples disyuntivas similares: ministerios efectivos y potestad sagrada (DF 96), sinodalidad e identidad, inculturación y unidad… El Sínodo propone redes y equipos itinerantes (DF 39-40), ¿pero cómo combinarlos con el esquema parroquia-párroco? Si las novedades no se implantan con cuidado quirúrgico, con seguridad y delicadeza, pueden tirar del tejido viejo y romperlo (Mc 2, 21); y es cierto que los cambios profundos no se dan de la noche a la mañana, pero estas cirugías y tratamientos eclesiales no pueden esperar.

El Papa siempre ha animado a que se hagan propuestas audaces, pero da la impresión de que, terminada la etapa de los documentos y las imágenes, cuesta materializar frutos tangibles. Hay hoja de ruta, pero la velocidad es más cuestionable. Tal vez vamos demasiado lento en temas como: la escucha de los pueblos indígenas, la ministerialidad amazónica y la corresponsabilidad de los laicos, liturgia y catequesis inculturadas… Y en cuanto al papel de la mujer, si todo se va a quedar en que puedan ser instituidas acólitas y lectoras, no creo que hayamos progresado mucho, la verdad.

Tres años después, me pregunto si el Sínodo ha llegado a la gente, o quedó para las fotos y la prensa. Me pregunto si realmente estamos dando pasos concretos para plasmar “una Iglesia con rostro amazónico y rostro indígena”, que fue lo que Francisco pidió aquel día. Temo que tanto esfuerzo pase a reposar en las estanterías y en las hemerotecas. Ya sé que las grandes transformaciones requieren su tiempo y que hay que tener paciencia, pero aquellas palabras continúan en mis oídos como brújula y como acicate.

domingo, 17 de enero de 2021

EJERCICIOS ESPIRITUALES REMOTOS

Estos días estoy dando una tanda de ejercicios espirituales ignacianos de ocho días por Google Meet. Algo que jamás había hecho antes, uno de esos regalitos que el coronavirus nos ha dejado, y que, como tantas otras cosas, me ha pillado desprevenido y novato. Las religiosas que me habían llamado decidieron así para cuidarse en pleno rebrote, a mí me pareció sensato y en eso estamos.

De modo que desde Indiana, en plena selva, les doy puntos  y pláticas dos veces al día a veintitantas hermanas que se encuentran regadas por cinco o seis lugares diferentes de la geografía peruana: Lima, Trujillo… Milagros de la comunicación. La señal de internet hace lo que puede; ahora mismo está lloviendo a cántaros y si sigue así no sé qué pasará en la próxima cita (3:30 pm). Ya nos hemos quedado colgados varias veces, y entonces no hay más que acopiar paciencia y esperar a que la conexión regrese.

No me está resultando fácil hablarle a la pantalla, donde las imágenes aparecen borrosas o pixeladas. Pienso que es porque no hay posibilidad de feed-back, no puedo ver los rostros de las personas, advertir sus reacciones, comprobar si han comprendido, si se escucha bien, si les está llegando lo que estoy contando, observar su lenguaje gestual. Hay una hermana que de vez en cuando levanta un pulgar haciendo el signo del OK 👍, y ni se imagina cuánto me auxilia.

Ellas tienen delante las hojas con los esquemas, que las encargadas les entregan cada vez, y así van siguiendo la charla. Una tarde, el grupo de Soritor, donde no había internet ese rato, escuchaba nomás por teléfono 2G, no quedó de otra. Conforme transcurren los días veo que me voy adaptando lo mejor que puedo, pero hay materias, como los Binarios, por ejemplo, realmente complejas para explicarlas así a ciegas, sin poder interaccionar directamente con los ejercitantes.

La distancia física obstaculiza también el acompañamiento, es decir, el encuentro personal para ayudar a interpretar las mociones que surgen en la persona durante los ejercicios. A las reticencias y el pudor habituales en mucha gente, se une el inconveniente de confiarte a alguien a quien realmente no conoces, solo has visto unos minutos s en una pantalla. Porque, más allá de los momentos de puntos e instrucciones, en un retiro presencial hay siempre una convivencia, un contacto sencillo entre los participantes y el facilitador; por los pasillos, en el comedor, a la hora de la Eucaristía… Miradas, bromas, levantarse a quitar los platos, algunas palabras que traspasan por un momento el silencio. En esas situaciones cotidianas nos vamos conociendo bastante más de lo que podría pensarse, y eso allana el camino a las entrevistas personales de acompañamiento.

La misa también es un asunto. Intentamos “retransmitir” nuestra Eucaristía de acá, de los misioneros, y para eso necesitamos dos o tres celulares a los que acoplamos un micrófono, porque el primer día no se escuchaba un pimiento. De nuevo es una sensación rara, estamos celebrando una comunidad presente, el equipo (menos mal), “para” un público al que ni siquiera vemos. No sé, no me acaba de dejar satisfecho. No digo que esté en contra de todas esas misas por facebook que hay, pero el caso es que yo no he hecho ni una desde que comenzó la pandemia.

En fin, una experiencia inédita y curiosa, pero albergo serias dudas sobre su eficacia y su validez ignaciana genuina. Seguro que las religiosas dirán que sí, que fue muy provechoso y que lo hice estupendamente (ellas son muy buenas), pero qué quieres que te diga, creo que la virtualidad no es lo suyo, como tampoco cuadran una carrera de mediofondo o una degustación de jamón remotas. Los Ejercicios fueron escritos para darlos de una persona a otra persona, con cercanía extrema, un trato de tú a tú, con esa familiaridad que abre a la confianza. Qué dirá San Ignacio de estos intentos, loables pero limitados, a los que las circunstancias nos obligan. Los de la Escuela de Ejercicios de Salamanca supongo que estarán ya estudiando el fenómeno para perfeccionarlo y aquilatarlo.

Dar ejercicios es una tarea física, los das con todo tu cuerpo, pones en juego tu persona entera. Se trata de que se vaya reestructurando la sensibilidad del ejercitante, y para ello quien da modo y orden utiliza los cinco sentidos y su inmediatez en la relación con quienes acompaña. No hay red que pueda suplir ese dinamismo.

lunes, 11 de enero de 2021

HUBO ROSCÓN EN EL ENCUENTRO DE CATEQUESIS


En realidad era un dulce bastante parecido, y también con premios dentro. No había rey ni corona de cartón ni haba, pero me salió una estrellita, o sea que perdí y por lo visto ahora me toca invitar a tamales. Así terminó el encuentro de responsables de catequesis del Vicariato, primera vez que nos atrevemos a reunirnos desde que el virus comenzó a sabotearnos la misión.

Por supuesto no éramos muchos, solo unos 15 casi perdidos en nuestra inmensa maloka, pero todos coincidimos aliviados en que ya necesitábamos vernos después de muchos meses. Las distancias en el territorio vicarial son tan enormes que hay compañeros con los que únicamente coincidimos en estas ocasiones. Y al mismo tiempo había en el ambiente un regusto de nostalgia por otros momentos en que la casa estaba llena y lo bien que lo pasamos.

El trabajo comenzó exponiendo cada puesto de misión qué hizo (los que pudieron o lograron hacer algo) durante el 2020 en materia de catequesis. La mayoría suspendió la casi totalidad de actividades y solo unos cuantos armaron alguito cuando se reanudó el culto en las iglesias en septiembre. Y siempre en grupos reducidos, lugares amplios y con todos los protocolos de seguridad.

A renglón seguido se compartió cómo es la catequesis “en tiempo normal”, es decir cómo era antes de que se desencadenase la pandemia: qué niveles y grupos había, de qué edades, en qué modalidad, con qué materiales… Ahí se pudo apreciar una gran variedad de estilos, opciones, costumbres y resortes, pero siempre con un elemento común: seguimos ofreciendo una catequesis que gira en torno a la preparación a los sacramentos (sobre todo la Eucaristía, la Confirmación y el Bautismo), respondiendo por otra parte a lo que la gente pide.

Buscando cómo iluminar esta nuestra realidad con la exhortación apostólica Querida Amazonía, nos encontramos con que la palabra “catequesis” no aparece ni una sola vez; mirando el Documento Final del Sínodo, la encontramos tres veces: en el título de uno de los “Caminos para una iglesia inculturada”, como “catequesis inculturada”, y dentro de ese bloque, ya en el texto, como “catequesis apropiada” (nº 53); y en el nº 100 cuando habla de la Eucaristía como derecho de la comunidad y sus posibilidades catequísticas. Eso es todo, y esa escasez me hace pensar.

Como la clave pues es la catequesis inculturada, estudiamos y trabajamos por grupos los números 61 a 80 de Querida Amazonía y sacamos algunos criterios inspiradores para programar una catequesis inculturada, y en el plenario salieron elementos clave: una catequesis kerigmática, cuyo objetivo es que el niño o el joven se encuentre con Jesús de manera auténtica y personal; una catequesis que escucha la sabiduría ancestral, que forma en el compromiso social… Vemos que es preciso innovar, adaptar muchas cosas, pensar en procesos de educación en la fe más integrales, coincidimos y lo tenemos claro.

El problema se presenta a la hora de concretar. Ahí vuelve a salir lo de siempre, “preparar para los sacramentos”, que es el terreno seguro. Plantear itinerarios de crecimiento más sostenidos y graduales, con los sacramentos dentro, es algo que en general nos hace perder pie. Necesitamos arriesgarnos a probar, ensayar, renovar, sin miedo, con la bravura de quien sale a conquistar sin empeñarse en conservar a toda costa lo siempre guardado, sin mirar mucho atrás.

Es una cuestión también de personas: faltan muchos catequistas adultos. Los colegiales nos resuelven la situación momentáneamente, pero luego se marchan a la ciudad y vuelta a empezar. Es preciso apostar por los laicos, creer en ellos, acompañarlos y aceptar que “la catequesis con rostro amazónico” tendrá que ser a su manera y no a la nuestra, española, polaca o mexicana.

En algún momento hay que empezar, dar al menos algún paso más audaz y rompedor. Si no, las palabras se quedan en los papeles y nosotros a repetir los mismos esquemas. El roscón de Reyes lo tenemos siempre, pero ¿podríamos explorar nuevos y más selváticos sabores y texturas?

miércoles, 6 de enero de 2021

UN NUEVO TIEMPO


Para mí el 2021 ha comenzado tomando 24 uvas, la mitad a las 6 de la tarde -medianoche en España- y las otras a la hora preceptiva. Como acá no hay retransmisión de campanadas ni nada parecido, agarramos una cacerola y fuimos jarreando los toques correspondientes con un cucharón mientras tragábamos las uvas de Ica. Sí o sí, contra viento y marea, este año nos va a salir más bonito; y cuanto antes digiramos lo vivido en 2020 más ligeros vamos a maniobrar en este nuevo tiempo.
 
Echando una ojeada, me doy cuenta de que hemos sobrevivido a una situación tan peligrosa como desconocida, nos hemos adaptado soportando un altísimo estrés, resistiendo y echándole narices. Ole ahí. Hemos tenido que improvisar y reinventarnos en buena medida. En medio del dolor y la incertidumbre siempre hay resquicios de luz y oportunidades de superarnos y aprender. El virus sigue acá, pero aquella circunstancia tan singular quedó atrás. Deseo mirar al horizonte.
 
Un reto de este año es ir dando pasos firmes en mi servicio al Vicariato. En algunos temas será preciso meter el azadón para clarificar y renovar; en otros, como el sostenimiento económico estable, habrá que tomar decisiones firmes y llegar hasta donde sea necesario para buscar la solución definitiva. Un gran desafío es tratar de activar el proceso de elaboración del Plan Pastoral, que debe ser lo más sinodal posible, para que el resultado no sea un papel que se va a la estantería, sino una misión relanzada.
 
De agosto a diciembre he visitado diez de los dieciséis puestos de misión, tres de ellos en dos ocasiones. Ha sido una experiencia realmente rica, una ocasión de oro para ir conociendo, para observar y sentir cada lugar con sus peculiaridades. Las reuniones y conversaciones con los equipos y con los laicos me han permitido escuchar, animar, informar. Comprendo que una parte clave de mi tarea es acompañar a los misioneros, y así me lo han pedido. Acompañar con rostro cercano, fraterno, amigo, desde la comunión.
 
El capítulo que tengo más pendiente para 2021 es, sin duda, Indiana. Y es que no he pasado demasiado tiempo “de calidad” acá. No tuve ni presentación como nuevo párroco porque la cuarentena lo desbarató todo; siguieron varias semanas confinado, donde empecé a tener contacto con las autoridades nomás. Luego, la brigada por las comunidades, y también la campaña de sensibilización; y los últimos meses muchos viajes y poco permanecer. Al menos sí he sido fiel a la Eucaristía de los domingos, pero me hace falta salir, mezclarme con la gente, patear el pueblo, ir a las casas… En nochevieja tuve que subir al escenario en el momento del brindis, y creo que la gente sabe de la existencia del p. César, pero no me ubican, ni yo a ellos.
 
Por otra parte, la parroquia necesita maniobras de resucitación, o al menos reformas enérgicas. Da la impresión de estar hecha cenizas, hundida como en una hibernación donde las cosas se repiten maquinalmente. Echo de menos a los laicos, a un grupo que lleve adelante la liturgia, a catequistas adultos, echo de menos un coro capaz de animar las celebraciones… No veo en Indiana el grupo de personas comprometidas y cercanas que encuentro allá por donde voy en el territorio vicarial.
 
Es urgente insuflar a esta comunidad una buena dosis de participación de los laicos, porque material humano hay. Eso supone que los misioneros hemos de invitarles, implicarles, animarles, darles responsabilidades y acompañarles… Es decir: trabajar mucho más y no caer en la tentación de hacer las cosas nosotros mismos, que es más fácil y rápido. Para que la sinodalidad y la corresponsabilidad no se queden en bonitas palabras que ponemos en los documentos.
 
Y aceptando que el resultado sea “a su manera”, claro. Si ellos son responsables, si queremos que sea “su” parroquia, el proceso no lo podemos manejar, sin duda lo que salga no coincidirá con mi mentalidad occidental. Será una iglesia con rostro amazónico de verdad, y no solo un eslogan de moda. Y que no me digan que no se puede porque no me lo creo.
 
Estas y algunas otras son mis expectativas para los próximos 365 días. Me inspiran una descarga de vigor, optimismo y creatividad. Así que me pongo “You got it” de Roy Orbison (https://youtu.be/lvR1YgT7QYs) y bailo mientras me cepillo.