sábado, 30 de diciembre de 2017

CHOCOLATADA


Hay universales de la Navidad que se dan incluso en este confín amazónico, como el pino gigante con adornos, los anuncios de colonia, el buen rollo, los juguetes y las luces de colores con melodías insistentes. Ciertos clásicos de la Navidad peruana por acá no existen, como las pastoritas (en la selva muchas ovejas no hay, no), pero el Niño Manuelito, el panetón y los gorros de papá Noel son infalibles. Y por supuesto, la chocolatada.

Nos propusimos armar una en la parroquia. Para ello se reparten unos oficios muy serios solicitando los ingredientes a diferentes instituciones: la municipalidad (que está casi en la obligación de dar), los candidatos a la alcaldía de 2018 (que más vale que den para ganar votos), empresas y tiendas varias. “De mi mayor consideración: Por medio de la presente nos dirigimos a usted para saludarle muy afectuosamente en nombre de toda la comunidad cristiana católica etc… Hemos programado dar a los niños una chocolatada etc. para lo cual solicitamos panetones, juguetes, cocoa etc. De esta forma vamos a ayudar a que los más pequeños disfruten de estas fechas entrañables. Estamos seguros de que usted atenderá nuestro pedido con generosidad y quedamos agradecidos y bla bla bla”. Cocoa es chocolate en barra o instantáneo.

Nos dieron 10 panetones grandes y casi 200 panetoncitos pequeños, además de 5 kilos de azúcar y unos 100 juguetes; el resto lo compramos. A las 10 de la mañana ya estaban en marcha dos enormes ollas con cerca de 80 litros del brebaje preparado por Juanita: clavo de olor, canela, maicena, azúcar y un cola-cao autóctono. A las 12 ya estaba listo, tapamos las ollas y nos turnamos para ir a almorzar; a pesar de que habíamos avisado para las 4 de la tarde, los niños pasaban por delante de la iglesia, nos veían, se enteraban otros amiguitos y llegaban… Total, que a las 2 notamos los primeros síntomas de la muchedumbre que se avecinaba.

Los niños paran los días de Navidad (acá las vacaciones fueron el 15) yendo de una chocolatada a otra. Todo el día se ven bandadas de muchachos jarra en mano (o taza o vaso y hasta biberón), corriendo por esos puentes rumbo a los diferentes lugares donde saben que recibirán lo habitual: chocolate, un buen trozo de panetón untado con mantequilla y, si hay suerte, un juguete. Hay chocolatadas de empresas, de la muni, de los candidatos, de particulares, a veces hay dos el mismo día, pero eso no parece aplacar la ansiedad de los críos, que ya abarrotaban literalmente el piso bajo la iglesia mientras cortábamos los panetones.

Las mamás-comando que reclutamos los contenían como podían mientras ubicábamos todo. Me puse a servir chocolate junto con tres de ellas y ya solo vi una avalancha de recipientes que me llegaban por todos lados, sin tregua, jalándome del polo por la espalda y los costados, cientos de miradas infantiles entre cautelosas e inquietas por si es que no hay suficiente para todos y me voy a quedar sin mi ración. En medio de este trajín se puso a llover, vi el agua entrando en la olla, nos desplazamos un poco debajo del puente pero fue inútil, resultó una versión navideña del diluvio y el aguacero nos empapó sin remedio, lluvia en todas direcciones.

Mientras esto ocurría, Papá Noel y la profe Djeny intentaban repartir los juguetes, que eran a todas luces insuficientes, así que probaron haciendo mini-concursos con preguntas, pruebas… era complicado porque los que ya tenían su panetón formaron un río de niños que bajo la lluvia los cercaban y apretujaban pidiendo su juego. Una caja de de cartón llena de regalos, empapada, se desfondó; yo ya había terminado de servir y, como mi olla estaba enjuagada por el chaparrón, logré recoger algunos camiones, carros y muñecas y guardarlos en la olla, que sostenía por encima de mi cabeza a salvo de un bosque de manos acechantes. Veía algunos bebes en brazos de sus papás o mamás y trataba de darles, pero fue imposible contener a tantísimos niños.

La batalla fue breve: en menos de una hora todo había terminado. Quedamos hechos mazamorra y calados hasta los huesos pero contentos (disculpen que no haya testimonios gráficos). Y no es que los niños no tengan juguetes en Navidad, hay papás que les compran -a muchos tal vez no-, pero veo que ellos desean sentir la emoción de que les regalen. Les voy a pedir a los Reyes que ajusten el GPS para que el año próximo pasen por Islandia trayendo en sus camellos al menos 500 juguetes; como son magos supongo que será pan comido para ellos.

Es una Navidad a 30 grados: acá no hay nieve, ni cabalgata, ni mazapán, ni “Qué bello es vivir” en la tele, ni carrera de San Silvestre, ni doce uvas, solo algún espumillón despistado y en vez de discurso del Rey tenemos indulto del presidente a un antiguo dictador. Escribo esto el 25 de diciembre, un día muy silencioso, sin electricidad hasta las 10 de la mañana, metido en agua, casi nadie por la calle, un día que he pasado solo casi en su totalidad. Pero no estaba triste. Sé que esto forma parte del contrato de misionero y pensaba que muy rápido se dice “me voy a la selva” y hay momentos en que pesa. Menos mal que tenía turrón, un cariño sabor a chocolate que nos ayudó, en palabras de mi madre, a “estar un poco más juntos”.

sábado, 23 de diciembre de 2017

PALOTES DE INCULTURACIÓN


En el silencio de la noche, golpes secos: tchac, tchac… un hacha que prepara leña y una conversación. Miro el reloj dentro de mi carpa… las 3 de la madrugada. Oigo risas y yo también sonrío: qué lejos estoy de comprender algo de la forma de ver la vida de los ticuna. Y eso que anoche dimos un paso modesto pero creo que acertado e ilusionante.

Estamos en Yahúma I Zona, en pleno territorio nativo ticuna del Bajo Amazonas. Es la segunda visita y puedo paladear el placer de regresar, que es una bonita evolución de la alegría de ir. Por la vereda que atraviesa el pueblito la gente nos saluda, me llaman por mi nombre. Tras los saludos y bromas (“los esperábamos ayer, padre”) el altoparlante brama en su lengua anunciando repetidamente que la reunión con los misioneros será a las 7 de la noche en el salón comunal y todos están invitados.

Esta vez, como dicen los manuales de etnografía, he procurado documentarme: he leído los mitos fundacionales de la cultura ticuna, he visto un documental sobre la ceremonia de la pelazón -woxrexcüchiga- he escuchado wiyaegü (canciones), he consultado a Goulard, he buscado en internet y he conversado con otros misioneros. Y antes del encuentro de esta noche mantengo una larga conversa con don Roberto Huanico, el papá de los animadores Armando y Lerín, uno de los mayores de la comunidad y cuya familia nos da alojamiento.

“Llegaron los evangélicos y el pastor empezó a enseñar que no debemos hacer esas cosas, como la pelazón, que son malas, diabólicas. Se quedó solo. Nadie de acá quiere ir a esa religión” - me dice Roberto. Yo había leído ya algunas críticas a las iglesias cristianas como uno de los factores que han contribuido al abandono de los elementos de la cultura ticuna, sus valores, ritos y prácticas tradicionales. Me fastidia y al mismo tiempo temo que eso fue más común en la historia de la evangelización de lo que pensamos. Y recuerdo que la tierra que piso es “lugar sagrado” (Ex 3, 5), así que hay que quitarse las sandalias de mi programación occidental con el máximo respeto y disponerse a dialogar en el terreno espiritual y cultural de los indígenas.

El ambiente está de nuevo repleto: casi toda la comunidad ha respondido a la llamada, y además con gran interés. Me doy cuenta con sorpresa de que estoy casi desacostumbrado a tanto público y lo disfruto. Al comienzo de la celebración les explico (muy lentamente y haciendo traducir cada frase) que Dios nos habla de muchas maneras, por ejemplo en los mitos judíos -el pueblo de Jesús- y en los mitos del pueblo ticuna. Leemos y traducimos la narración de cómo Dios creó al hombre con barro y le dio vida soplando su aliento sobre su nariz (Gn 2, 7. 21-24); luego invitamos a don José, anciano sabio, a contar el mito de los gemelos Ipi y Yoxi, que nacieron de las rodillas de su padre Ngutapax y que originaron el pueblo ticuna, sus conocimientos, costumbres, idioma, ceremonias… su cultura.

Durante la narración de don José, que dura más de media hora, la gente se ríe, comenta, hace bromas…

Rü wüxi i ngunexüa tanatü a Yoxi naxmaxsü ñaa: ¡nuxa rüxauu, rü nuxa rü aux, rü chacuenee cuxna chacuenee! (Un día nuestro padre Yoxi dijo a su mujer: “Quédate aquí, quédate porque yo voy a cazar animales).
Entonces su hermano Ipi la descubrió en su hamaca, y allí mismo la dejó embarazada (Nax Ipi chaxmaxmaa gnexü cuwagüxü natürü ta ixaxacü tá wüxicana i ngema chaxmax cuxü tá).

Luego, siempre con ayuda del traductor, intento conjugar, conectar o compatibilizar ambos mitos:
- Ipi y Yoxi nacieron de Nguxtapax. ¿Él es Dios? (comentarios, algunas discusiones)
- No, no. Tupana (Dios) es anterior a todo eso.
- Ah ya, así que Tupana Dios creó a los gemelos y por medio de ellos formó todo.
- Sí padre, porque Ipi fue sacando a toda la gente del río.

(Para mí es un momento muy especial. Me siento “yo mismo” al máximo, coincidiendo al cien por cien con lo que siempre he soñado. ¡Esto sí!)

- ¿Pero solo a los ticuna o a todos, a los gringos también? (risas).
- A toditos, incluso a los blancos.
- Ajá, es decir que así creó Dios todo. ¿Y Jesús?
- Jesús viene mucho después.

Dios es el origen de todo; la verdad de fe se comprende en la cultura ticuna de esta manera, con estas claves, símbolos, personajes y acciones. La historia de Ipi y Yoxi es un mito que esclarece el principio y dinamiza el presente, como el de Adán y Eva. Así Dios habla, y nunca dejó de hacerlo, en toda época, lugar y grupo humano. El misionero es un “encontrador” que ayuda a reconocer las palabras de Dios que ya estaban presentes en los tesoros culturales del pueblo antes de que él llegase. Con gran humildad, acompaña a estos cristianos en su proceso de sintonizar con el Evangelio el mensaje divino descubierto en sus valores ancestrales. De esta forma el misionero aprende a expresar su fe a la manera indígena y la redescubre en las riquezas de experiencia que Dios le va regalando por donde va.

Estoy como haciendo los primeros palotes en evangelización inculturada (Evangelii Gaudium 68-69). Son solo pobres intentos, pero ¡cómo me entusiasman!

domingo, 17 de diciembre de 2017

UNA FAMILIA MISIONERA


Llegamos al Vicariato juntos. En la Asamblea, cuando se presenta a los nuevos misioneros, ahí estábamos, un grupo peculiar: dos curas diocesanos, algunas religiosas… y ¡una familia completa! Desde aquellas semanas que pasé en Indiana hicimos buenas migas compartiendo dificultades de adaptación, impactos y perplejidades: todo era nuevo para todos en esta selva. Pero estábamos juntos, y ellos me enseñaron a hacer tortillas y a comer tacos pasando muy buenos ratos en aquellos primeros pasos.
La familia Romero-Mendoza, mexicanos, miembros del IMIS (Instituto de Misioneros Seglares) está compuesta por Antonio y Adriana con sus tres hijos: Obed, de 14 años (estudia 2º de secundaria), Raziel (12 años, 6º de primaria) y el pequeño Magdiel (3º de primaria). Cuando paso por Indiana siempre pregunto: “¿cuántos tacos eres capaz de comerte?”. Hoy toca entrevista.

Son una familia misionera, y eso es algo poco habitual. Son misioneros todos, no solo los padres sino los hijos también. ¿Cómo se llega a eso?
Adriana: Cuando Toño y yo éramos novios ambos habíamos tenido la experiencia de estar en el instituto de misioneros laicos siendo solteros, y decidimos formar una familia misionera, en donde vamos a enseñar a nuestros hijos a relacionarse con Dios y expresarlo en la vida cotidiana.

Pero es la primera vez que salen a la misión fuera de México con sus tres hijos.
Toño: Sí, a misión ad gentes es la primera vez. Habíamos estado antes en misión ad intra en la sierra de Jalisco en México, pero al extranjero nuestro estreno es acá en Perú, en el Vicariato.

¿Y cómo conocieron el Vicariato?
T: El Instituto ha estado presente en esta tierra desde 2009 en la misión de Tacsha Curaray y posteriormente aquí en el puesto de Indiana donde fuimos enviados nosotros hace poco menos de un año.

Sus hijos, antes de venir acá, ya fueron educados como niños misioneros, ¿no es cierto?
T: Ellos casi desde el seno de su madre son misioneros.

Pero no es suficiente con sus genes, hay que formarlos. ¿Y cómo?
T: Primero con una vida normal similar a otras familias cristianas. Ellos además siempre acompañándonos a reuniones del Instituto, de la diócesis… lo han vivido desde que nacieron.

A: Rezar en las mañanas, oraciones de la noche, el rosario, con la Eucaristía los domingos. Yo normalmente procuro tomar los niveles de catequesis donde están mis hijos para formarlos junto con los otros niños. Con ellos siempre he pensado que se trata de llevar la vida con el Evangelio.

T: Y hemos tenido la bonita experiencia de que ellos, por sí solos, por su propia decisión, han elegido los servicios de acólito (dos de ellos) y lector (el pequeño) en la celebración.

No debe ser igual ser misioneros en su propio país, con su cultura, cerca de su familia… que tomar la decisión de ir a vivir a un país extranjero, y más a la Amazonía, con todo y la familia entera. ¿Cómo fue esa decisión, cómo la tomaron? ¿Entre todos, o bien la tomaron los papás solos… cómo hicieron?
T: Se fue dando paulatinamente. Primero los papás lo discernimos, luego se lo dimos a conocer y comenzó su curiosidad por querer también venir a la misión. Como estábamos antes en la otra misión de Jalisco, los niños ya no querían dejar aquello pero al mismo tiempo deseaban venir, tener la experiencia de conocer “otro mundo”.

Obed, ¿a ti te ha costado mucho venir de Jalisco?
Obed: Me ha costado mucho trabajo porque he dejado a mis amigos, mis estudios y el resto de mi familia. Quería venir a explorar Perú, a ver cómo se sentía estar en una misión fuera de nuestro país

Raziel: Pero se pasa bien porque conocemos nuevas cosas, nuevas costumbres… Pero también un poco mal porque extrañamos a mis abuelitos, mis padrinos, y algunas costumbres de México.

Aunque hoy hemos comido tortillas, ¿eh?

Magdiel: Me gusta este sitio un poco (risas). Me gustaba más estar en Guerrero, de donde somos.

O sea, que a los niños les pasa lo que les pasa a todos los misioneros: que al principio cuesta trabajo. ¿Cómo es acá la misión, en qué consiste?
T: Nosotros estamos apoyando en la pastoral, en la salud con la medicina alternativa y en la educación.

A: Yo soy licenciada en Matemáticas y justo cuando llegamos quedó una vacante y buscaban a alguien para Matemáticas en Indiana. No específicamente veníamos a eso, ya habíamos sido destinados a Indiana antes, pero fue muy providencial; en Jalisco ocurrió exactamente lo mismo, estuve los cuatro años y medio dando las clases, y así tenía relación con los adolescentes en la escuela y les daba catequesis de Confirmación. Acá igual, al día siguiente de llegar al Vicariato preguntaron por un profesor para el colegio de Indiana. Me tuve que insertar inmediatamente en la cultura. Como las matemáticas son un lenguaje universal, tal vez ahí sí nos entendemos… Soy catequista de Magdiel, que va a hacer la primera comunión.

T: Junto con las religiosas de acá, salimos a las comunidades y caseríos del puesto de misión.

Acá tienen, si no me equivoco, unas 60 comunidades. ¿Cómo es esa experiencia?
T: Sí, tenemos en dos ríos, el Manatí y el Yanayaku, además de la ribera del Amazonas. A causa de las clases, Adriana y los niños pocas veces pueden venir, pero es una experiencia muy bonita y disfrutan mucho.

R: Estuvo bueno ir allá, conocer cómo viven las personas, qué tal diferente es vivir en un pueblo, sus casas, sus costumbres, su comida…

T: Les dieron masato y les gustó, dicen que sabe a yogur (risas). El pango (caldo de pescado) no les gustó tanto, les cansó porque era todos los días.

¿Cómo van descubriendo la situación de este Vicariato, esta parte de la selva peruana?
T: Es un territorio muy pobre, las gentes están muy necesitadas de ser acompañadas en su fe, en su formación religiosa, en su participación como Iglesia. No hay suficientes sacerdotes; ni siquiera aquí en Indiana, que es la sede del Vicariato, tenemos sacerdote, nos atiende el de Mazán. En el equipo, las religiosas y nosotros, hemos de ver cómo podemos hacer, con celebraciones de la Palabra, etc. Hay mayor respuesta en las comunidades que aquí en el distrito, sobre todo en los sacramentos.

A: Hay muchas sectas e iglesias, y esa división ha hecho mucho daño, ha confundido mucho a las nuevas generaciones. Los jóvenes no saben adónde ir, los padres tampoco les encaminan, y muchas veces no van a nada. Al menos escuchan algo en la clase de religión del colegio, que es católico.

¿Cómo va a ser el futuro? Este compromiso en el Vicariato es temporal nomás?
A: Sí, es un periodo de tres años. Cuando acabe, nuestro hijo mayor estará cerca de terminar la Secundaria y ahí regresaremos a México y nos estabilizaremos para que él pueda ir a la universidad, y después los pequeños. Por eso el momento de vivir esta experiencia y prestar este servicio era ahora. Dios nos fue preparando; desde más jóvenes queríamos salir pero siempre había impedimentos, pero ahorita se dieron las circunstancias favorables porque Dios lo quiso.

Luego encontrarán ustedes otras maneras de vivir su vocación en su tierra mientras sus hijos terminan su educación completa, ¿no?
A: Eso. Somos misioneros desde el Bautismo, y lo seguiremos viviendo aunque no salgamos.

T: Ahí será estar motivando a otros para que participen en la misión; pero nunca dejaremos de ser misioneros, es nuestra identidad. Nos vamos adaptamos a las distintas etapas de la vida.

A: Siempre he pensado que transmitirles el Evangelio a nuestros hijos es para que ellos lo vivan; podemos hablarles de Jesús y todo eso, pero creo que era necesario que ellos mismos se sensibilizaran viendo las necesidades en los otros. A veces los niños, con tantos juguetes y aparatos, ya no ven al otro. Ser impactados por esta pobreza les servirá mucho en el futuro. Los niños acá muchas veces no tienen nada que comer, pero en México siempre hay frijoles y tortillas, incluso en los lugares más pobres. No hay tanta desnutrición como aquí. Llevamos nueve meses y mis hijos han madurado, como su madre los conozco y van siendo más sensibles y dispuestos.

T: Siempre nos han dicho “sus hijos se ven diferentes”. Ahí se ven un poco los resultados de la formación que intentamos darles. Estamos orgullosos porque ellos son tan misioneros como nosotros y a veces más, porque el testimonio que dan es más claro y mejor.

A: En la última visita a las comunidades ellos decidieron independizarse de nosotros y acompañar a otros misioneros del equipo. Cuentan que a las personas les atrae ver a estos chicos animando con la guitarra y hasta dando catequesis en sus posibilidades.

La gente se quedaría asombrada, y no es para menos. Valieron la pena los dolores de cabeza por tener unos hijos capaces de evangelizar a sus propios padres. Tal vez sea esta la definición de una familia misionera. Y soy capaz de tragar como 8 tacos.

sábado, 9 de diciembre de 2017

TATUADO EN TUS PALMAS


“Te tengo tatuado en la palma de mis manos” (Is 49, 16)

Siempre estamos usando las manos.
Son nuestro instrumento, nuestro contacto con el exterior, nuestra tarjeta de presentación.
Son la mediación de nuestra ternura, la herramienta de la cercanía,
el consuelo,
la franqueza,
la disponibilidad,
la sinceridad.

Son la firma de nuestro cuerpo.
Siempre estás viendo tus manos. Y en sus palmas está mi nombre tatuado.
Está mi vida entera, está mi corazón.
Tauado: indeleble, definitivo, irrevocable, eterno, perenne.
Así es tu amor por mí. Tu don.

Y siempre me estás viendo, siempre estoy en tus ojos, nunca dejas de pensar en mí con misericordia, con ternura, con paciencia, con infinito respeto.
Me ves, ves todos mis caminos, mis errores, mis traiciones… y sigues creyendo,
sigues esperando, con humildad, como tú eres. Pequeño. Como Jesús.

Cuando encuentras mi vida tatuada en tus palmas,
solo sientes amor
piensas siempre en reconstruirme,
reorientarme a ti,
sanarme,
darme vida.

Porque como Amor primero, Amor mayor, tú únicamente deseas mi bien, mi felicidad por encima de tus propios intereses o intenciones o proyectos.
Para ti, primero soy yo. Y eso es estremecedoramente hermoso y desborda mi comprensión, fecunda mi tierra, despierta mis sentimientos más profundos y nobles, y me ayuda a perseguir la felicidad.

Yo tatuado en tus manos. Nada menos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

EMPUJAR EL BOTE


Para lograr enterarme dónde me he metido es imprescindible escuchar. Y para ello hay que ir adonde hablan personas conocedoras, con recorrido y la sabiduría de la experiencia. Como los animadores de comunidades cristianas, que en el CEFAC (encuentro vicarial de formación y coordinación) toman la palabra.

Y no solo yo, sino todo mi grupo, el equipo del Yavarí que ha participado en esta reunión vicarial, mis hombres, llevan apenas un mes como animadores responsables de la comunidad cristiana de sus pueblos, eso es lo que dicen cuando se presentan, y es verdad. Con ellos me siento como si el tiempo hubiera vuelto atrás, hasta la época en que la tía Mila, Juan Vargas, Nely o Floriano daban sus primeros pasos como agentes de pastoral de las parroquias de Mendoza. Supongo que así de pardillos serían ellos también, con el despiste propio de los novatos.

Pero hoy son expertos, como la mayoría de estos hombres que este fin de semana me enseñan sin saberlo, igual que aquellos hicieron en las jornadas de formación que en el país guayacho celebrábamos mensualito. Gente de la selva ahora, loretanos que llegan de lugares tan alejados como Soplín Vargas en el Putumayo o las comunidades del alto Napo. Curtidos por el sol y en mil batallas apostólicas, bregando con las contradicciones de tener que ser profetas en su tierra, luchando por mantener viva la luz de la fe en sus pueblitos escondidos en las entrañas de esta Amazonía.

Como son líderes naturales, a la vez que animadores cristianos muchos son presidentes de asociaciones y federaciones indígenas, apus, jueces de paz, referencias en sus pueblos. Miguel me cuenta que vienen muchos vecinos a conversar con él para plantearle diferentes casos y problemas, y que deberían capacitarlos en derechos humanos porque muchas veces no sabe qué aconsejar. Y es cierto que en las quebradas profundas, donde no llegan el Estado o la policía, los animadores son lo más parecido a la autoridad por su prestigio moral y su compromiso por el bienestar de su comunidad.

En tres días en Indiana da para oír muchas historias, compartir trabajos de grupo, exposiciones con papelotes y plenarios. El domingo en la mañana hacemos resonar el pasaje del juicio final (Mt 25, 31-46), y es impresionante ver cómo el evangelio planea como un colibrí en la maloka, entra por los oídos de los animadores y sale por sus bocas matizado de entusiasmos y cicatrices, con su acento y los registros de su corazón sencillamente creyente y fiel.

La Iglesia no es como el Starbucks, una franquicia en todas partes del mundo igual, pero me lo parece en muchas ocasiones. Queda un montón para que surja una Iglesia auténticamente amazónica, con expresiones, pensamiento y espiritualidad propias; pero, si algún paso se está dando, lo debemos a estos hombres (solo había una mujer en el encuentro, doña María, de Mazán), que son los que, además de las fatigas de todos por sacar adelante sus familias, comprometen la vida en seguir a Jesús y servir la Palabra a sus hermanos. Los misioneros cambiamos (están en el vicariato tres años de media), pero ellos, los dirigentes de comunidades, permanecen.

Los del Yavarí me cuentan que, cuando bajaban a Islandia en su chalupa para reunirse conmigo y emprender este viaje, vieron un furo (atajo que acorta una vuelta del río) con agua y dijeron: “por acá nos ahorramos camino, vamos”. Pero cuando apenas llevaban 300 metros el nivel había bajado y el bote quedó varado. Ya no podían voltearlo para regresar, así que no les quedó más remedio que bajar pie a tierra y empujar a riñón más de medio kilómetro, alzándolo por encima de tremendos palos, pinchándose y haciéndose mazamorra los pies. Nos estuvimos riendo con ganas al contarlo, y yo pensaba que esa es a menudo la vida del animador y el misionero, empujar para avanzar aun cuando el asunto es tan difícil como hacer rodar un barco por el piso, pero como sea llegar.