viernes, 27 de septiembre de 2019

VER EL HUMO DESDE LEJOS


Cuando estoy en España siempre me ha resultado muy difícil “explicar la misión”: cómo son las cosas “allí”, cómo es la vida, la gente, en qué consiste nuestro trabajo… Desde la época de los viajes a África (y ya ha llovido) me cuesta comunicar eficazmente la experiencia que vivo, hacer comprender  el meollo, los matices y las peculiaridades de “aquello”. En parte porque los clichés clásicos de “los negritos” y “los indiecitos” siguen siendo en buena medida insuperables, pero también porque la lejanía es una cuestión de sensibilidad más que de kilómetros.

Aquello que no tenemos ninguna posibilidad de alcanzar físicamente se nos hace extraño sin atenuantes, por más que andemos saturados de imágenes y en apariencia familiarizados con escenarios, noticias y procesos. Al hablar en varias ocasiones a la gente acerca de la Amazonía detecto una perplejidad que se me vuelve en forma de incomprensión… Caras de asombro típicas de quien se topa de pronto con una rareza o una excentricidad.

Porque claro, no es lo mismo ver los incendios por la tele que tener las llamas delante de ti, y mucho menos oler el humo, sentir el calor o escuchar los gritos de alarma o terror. Igual que la extinción de las tortugas en Ecuador o el regreso del golfista Jon Rahm al “top 10” mundial, la devastación paulatina, premeditada e inexorable del bosque amazónico, visibilizada fugazmente en esos gigantescos fuegos, desaparece de titulares y contenidos periodísticos en menos de cuatro días.


Registro encomiables esfuerzos por contar y esclarecer el ecocidio, profundizando en las causas e ilustrando sobre los corolarios que nos esperan (ver por ejemplo aquí), pero en general constato que la Amazonía es algo remoto y exótico, cuyo destino aparentemente no nos afecta y por tanto no importa demasiado. Repito la famosa frase del Papa “Todo está conectado” (Laudato Si 117) y me siento predicador en el desierto justo cuando la selva parece abocada a convertirse en tal. Al salir de misa alguien simplemente me pregunta: “¿y qué coméis allí?”.

Por eso me duele que incluso los debates intraeclesiales se hayan desviado de manera interesada al tema del celibato o de la ordenación de hombres casados, cuando la intención del Papa al convocar un Sínodo es justamente atraer la atención sobre el drama de la destrucción de la naturaleza amazónica y el peligro tan enorme que acecha al planeta. Los detractores de Francisco tampoco parecen haberse enterado de nada.

En Europa se sigue mirando el humo a la distancia, considerando y valorando “lo de allí” “desde aquí”, y esa inercia produce desastres de inconsciencia, desenfoques e irresponsabilidad.  Me pregunto cómo se podría ir logrando que la gente se sintiera parte de un solo mundo, que todo tiene que ver conmigo, que mi manera de vivir influye (efecto mariposa mediante) sobre el presente y el futuro de todos los seres vivientes, sobre la pobreza de las personas, los ríos aéreos, la esbeltez de las palmeras y la amplitud de la sonrisa de los niños.

No lo sé. Pero imagino que tiene que ver con asuntos como la meditación, el espíritu crítico, la armonía entre religiones, la alimentación natural y, por supuesto, la educación. Ajá, ese es el principio y la clave de los grandes cambios: la educación. Y además tal vez los que respiramos aires de dos mundos y tenemos un pie en cada continente podríamos aportar algo original… toca pensarlo más.

martes, 24 de septiembre de 2019

APOSTILLAS A UNA ENTREVISTA



Hace poco más de dos semanas apareció en Religión Digital un reportaje realizado a la comunidad intercongregacional de religiosas de Islandia, en la Amazonía peruana. Puesto que se trata de mi casa y mi misión, y ya que soy colaborador de ese portal, me parece conveniente ofrecer algunas acotaciones y precisiones  para que el lector no se forme una idea falsa o cuando menos inexacta de la historia. Igual que mis compañeras las protagonistas, y otras muchas personas, lamento que la realidad se cuente a veces de manera tan sesgada.

El título era “Religiosas en Islandia, Perú: "Que de esta fe bajo las cenizas, salga fuego"” (pinchar aquí), y viene firmado por Manuel Cubías, de Vatican News; de hecho apareció también allí. No sé si don Manuel estuvo el día de la entrevista (9 de julio, por cierto coordinado por mí) junto con el resto de siete u ocho periodistas y gente de REPAM; yo, es cierto, no estaba presente, pero eso no da derecho a borrarme así por las buenas. Hay varias personas que, al leer el artículo, simplemente me han preguntado: “¿Es que te han trasladado?”.

Justo encima del título, el cintillo (los blogueros lo conocemos así) sentencia: Buscan ser "Iglesia de presencia" sin curas, "una Iglesia que está con la gente"”. Pero no es cierto, Islandia es una misión con un cura, concretamente yo, César Caro, sacerdote desde hace 19 años. Luego vuelvo sobre el cintillo porque no tiene desperdicio.

En el segundo subtítulo dice: 4 hermanas comparten allí una experiencia ecuménica: "Construimos una Iglesia de hermanos, de inclusión, intercultural"”. Debería ser: “Cinco misioneros (cuatro hermanas y un presbítero) comparten allí una experiencia ecuménica: "Construimos una Iglesia de hermanos, de inclusión, intercultural””. (Un consejo, don Manuel: cuando escribimos una obra literaria o un texto no técnico, la RAE nos recomienda que escribamos los números cardinales con letras, a no ser que se trate de un número muy complejo).

En el segundo párrafo: “Durante muchos años no tuvo la visita de un sacerdote” y eso resaltado en negrita. No solamente es incorrecto, sino que la verdad es justo lo contrario: durante muchos años Islandia tuvo visitas de sacerdotes. El padre Real de Caballo Cocha, los capuchinos de Benjamin Constant, el padre Alex, jesuitas, franciscanos… Nunca tuvo un sacerdote permanente, residente, radicando allí (el primer cura destinado a la misión del Yavarí llegó en 2017 y soy… yo) pero visitas, muchas.

Tercer párrafo: “Cuatro religiosas, pertenecientes a diferentes congregaciones, son parte de una sola comunidad religiosa. El territorio donde realizan su labor comprende muchas comunidades a las que se llega a través del río”. ¿Me permite sugerirle una reescritura veraz? Podría ser: “El equipo misionero, formado por el sacerdote diocesano y las religiosas, que además  pertenecen a diferentes congregaciones, vive una experiencia comunitaria del todo novedosa y original. El territorio donde realizan su labor comprende muchas comunidades a las que se llega a través del río”. La intercongregacionalidad es un soplo del Espíritu en estos tiempos, un nuevo camino, pero lo nuestro, don Manuel, es algo todavía más singular, somos interinstitucionales, intergeneracionales, intersexuales, intercontinentales, intertodo… Qué lástima que se lo hayan escamoteado a los lectores.

Más abajo Evanés dice: “Construimos una Iglesia de hermanos, de inclusión, intercultural”. Sí señor… solo que el nombre cabal de mi compañera es Ivanês. Luego interviene Emilia: “Pero cuando salimos a las comunidades es otra cosa. Volvemos a llenarnos de energía y con ganas de luchar por la vida". En ese “salimos” se refiere a todo el equipo. De hecho el recorrido siguiente, que empezaba al otro día de la entrevista, ha sido el primero que me he perdido desde que llegué a Islandia, y por acompañar a mi mamá en una cirugía. Yo voy siempre, don Manuel, soy una pieza clave, parte sustantiva del grupo, de hecho soy el responsable del puesto de misión, y lo soy porque mis compañeras así se lo pidieron expresamente al Obispo.

Fatima (sin tilde en portugués) afirma que la misión de los religiosos y religiosas es “acompañar, caminar, hacer con la gente, con el pueblo y con la sociedad”. Propongo cambiar la redacción por: “la tarea de los misioneros (religiosos, laicos y sacerdotes) es…” y lo demás igual. Más adelante hay un título de epígrafe: “30 años con ausencia de sacerdotes”. “Las hermanas relatan que en Islandia no han tenido sacerdote durante treinta años”. Y con esto termina lo que se podría considerar un rollo afectivo, una reclamación porque yo no aparezco en la foto ni en la noticia. No lo necesito, amigos periodistas, hace años que dispongo acá en RD de la posibilidad de administrar mis propios “momentos de gloria” (pueden ver por ejemplo esto).

Lo que critico es la imagen pseudoprogre , feministoide o “pseudoautócrata” (si me permiten diseñar términos) de mis compañeras en particular y de la iglesia amazónica en general. Hacia el final del texto se destaca que “Para las religiosas de Islandia, Iglesia de presencia significa: “Una Iglesia que está con la gente. Es una Iglesia donde la gente sepa que puede contar con nosotras””. Lo de la “iglesia de presencia” salió en el cintillo como equivalente a iglesia “sin curas”. ¿Acaso el que no haya sacerdotes es una condición para que la iglesia sea “de presencia”? ¿En los lugares donde sí está el sacerdote, la iglesia es siempre y necesariamente sacramentalista, institucional etc.?

Simplezas que dan argumentos a los adversarios del Papa y del Sínodo. Por supuesto que hay “iglesia de presencia” con ministros ordenados en muchos lugares del mundo, y además es lo normal, porque sin ellos la iglesia de Jesús no está completa. Seguramente don Manuel Cubías conocerá mejor que yo a los católicos de países como Argelia, Japón o Níger, iglesias en minoría, silentes y testimoniales... con los presbíteros dentro. Lo que no acepta el Instrumentum Laboris del Sínodo (les recomiendo su lectura) es el clericalismo (números 119 y 127), pero el anticlericalismo seguro que sería igualmente rechazado por los padres sinodales si se planteara la cuestión.

En fin. Don Manuel Cubías, periodistas que estuvieron en Islandia, queridos Mauricio, Valerio y Alfredo: mis compañeras Emilia, Ivanês, Fatima y Dorinha están disgustadas y molestas. A pesar de que son muy modernas, rezamos todos los días y hasta preparan a los niños para la primera comunión, pero se sienten engañadas. No les vendría mal una disculpa. Por mí no se preocupen, no voy a perder más tiempo en zonzeras, pero les regalo una última sugerencia: cuiden lo que escriben, porque con semejantes apoyos mediáticos la iglesia en la Amazonía no iremos muy lejos, ni en bote ni globo aerostático.

PS: La imagen es un mural con fotos que apareció en el comedor de casa el día de mi cumpleaños. Parece que mis compañeras me aprecian, ¿no?

jueves, 19 de septiembre de 2019

PAN QUE ESPERA EN SILENCIO


Durante la noche hay que tocar el timbre del Carmen, en el centro de Mérida. Pero siempre te abren. Dentro, simplemente un pedazo de pan. Eso es todo. Pan que espera en silencio, humildemente. Un respiro en medio de las batallas de la vida, algunas estruendosas y otras tejidas en dolores más lentos. Una pausa y una mirada.

Paseamos hasta la penumbra y el frescor de la entrada de la iglesia, que muchas veces traspasé cuando niño en medio del pequeño gentío que se acumulaba, feligreses tardones colapsando las puertas. Ahora en cambio solo se distinguen cinco o seis personas como mucho, todos los ojos vueltos hacia adelante, como atraídos por la Bondad que emana del pan y que estremece de calma los corazones y los pasos.

Vuelvo a ser el crío que se arrodillaba y cuchicheaba repitiendo con el sacerdote la fórmula de la consagración, pero hoy no me brotan palabras. Son unas semanas demasiado densas, confusas y lacerantes en similares proporciones, aprendo sin tiempo para procesar, necesito contención y sosiego. Especialmente sosiego, y acá lo recojo.

En ciertas circunstancias, ¿hay alguien que puede acompañarte, capaz de disolver tu soledad? ¿De quién puedes recibir una ráfaga de aliento eficaz, una cuenca de comprensión sin glosas? Solo de Él. Del pan que aguarda sencillo. Incondicionalidad que no precisa de peticiones, Él ya conoce.

Solo la serenidad. Estar ahí. Tú y yo, en silencio. Con todas mis cosas expuestas ante ti, mi debilidad y mi miedo adentrándose en el silencio. Y tú, un Dios con las entrañas abiertas, total indefensión, mostrando tus heridas con delicadeza y valor, con firmeza de madre.

Pan dispuesto. Puro ofrecimiento. Humildad que te desarma. Compañía invencible.

Siempre te abren.

viernes, 13 de septiembre de 2019

VIEJAS CANCIONES



Conecto un viejo disco duro y es como si abriera la caja de vinilos, casettes y CDs del trastero de mi casa. De pronto me veo rodeado por melodías del pasado, mi corazón un poco indefenso ante las bandas sonoras de mis conflictos y aspiraciones de juventud. El aroma de una época que siempre me arranca sonrisas agradecidas al recordar.

Ahora me entero que esta "Todo a pulmón" que cantaba Miguel Ríos y que aprendí hace treinta años a tocar con la guitarra, en realidad fue compuesta por el cantautor argentino Alejandro Lerner, que recién acaba de editar esta versión en homenaje a los 35 años de la creación del tema junto a importantes cantantes, todos argentinos.

Muy chula y, para mí, con mucho más sentido que en 1984. "Todo a pulmón" me  sigue poniendo la piel de gallina, me identifico con estos versos, se hacen verdad en mi vida a cada paso.

Qué difícil se me hace,
mantenerme en este viaje
sin saber adónde voy en realidad.
Si es de ida o de vuelta,
si el furgón es la primera,
si volver es una forma de llegar.

Qué difícil se me hace,
cargar todo este equipaje,
se hace dura la subida al caminar.
Esta realidad tirana
que se ríe a carcajadas,
porque espera que me canse de buscar.

Cada nota, cada idea,
cada paso en mi carrera
y la estrofa de mi última canción.
Cada fecha postergada,
la salida y la llegada,
y el oxígeno de mi respiración,
y todo a pulmón,
todo a pulmón.

Qué difícil se me hace,
mantenerme con coraje,
lejos de la tranza y la prostitución.
Defender mi ideología
buena o mala, pero mía,
tan humana como la contradicción.

Qué difícil se me hace,
seguir pagando el peaje
de esta ruta de locura y ambición.
Un amigo en la carrera,
una luz y una escalera
y la fuerza de hacer todo a pulmón.

Cada nota, cada idea,
cada paso en mi carrera
y la estrofa de mi última canción
Cada fecha postergada
la salida y la llegada
y el oxígeno de mi respiración
y todo a pulmón,
todo a pulmón.

sábado, 7 de septiembre de 2019

PARA SACIARME DE BELLEZA


No me importaba de qué función se tratara, si una obra clásica, un ballet o un certamen de monólogos… deseaba mucho ir una noche al teatro romano y gracias a la generosidad de Loren y su hermana Pili, lo disfruté. Y vaya si valió la pena, aunque solo fuera para deleitarme con la visión de este maravilloso monumento que fue primero patrimonio de mi infancia que de la Humanidad.

Pues sí, porque este “marco incomparable” (qué jartos estamos en Mérida de esa expresión) fue declarado, con el conjunto de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad en 1993. A esas alturas aquellas piedras habían contemplado muchas horas de juegos y carreras infantiles mías cuando ni siquiera el recinto tenía puerta, paseos, visitas con amigos y varios ratos de reflexión en mi adolescencia. Sentado allí arriba, en la cavea summa, se tramaron algunas decisiones y se desenredó algún desamor juvenil, o al revés.

No volvía desde que Serrat vino a presentar “Hijo de la luz y de la sombra”, hace nueve años, y extrañaba el ritual que acompaña las noches en el teatro: la manera de sentarse igual que los romanos, sin respaldo (aunque ahora las gradas originales, que he usado tantas veces, están cubiertas por unas de cartón piedra), el calor a las diez y media de la noche que empuja a aletear cientos de abanicos, los avisos por megafonía (”Señoras, señores: faltan diez minutos para comenzar la representación”), la visión de caras conocidas pero envejecidas, el descanso para ir a comprar una botella de agua…

Ante esa escena de espectaculares columnas ha cantado Luis Eduardo Aute “Al alba” sin micrófonos, solo con una guitarra española y un cubata al lado; ha hecho resonar José Sancho su imponente voz en la exquisita acústica del recinto; nos hemos desternillado con una comedia de Plauto y emocionado con el mito de Edipo Rey; han danzado caballos, eminentes orquestas han acompañado las más finas arias de ópera y fastuosos efectos especiales han dejado boquiabierto al respetable.

Esta vez la única posibilidad era ver un espectáculo de baile flamenco a cargo de la compañía de Rafael Amargo. No existía hilo conductor (“Dionisio” era el título y ahí quedaba el tema) y uno no se enteraba de casi nada, pero varias actuaciones pusieron los pelos de punta y arrancaron aplausos. Las críticas de hecho  fueron feroces, pero a mí plim: quería ir al teatro romano y punto. Al mes siguiente, por azares del destino, se presentó la oportunidad de asistir a “Tito Andrónico”, una tragedia de Shakespeare donde no queda vivo ni el apuntador, y eso sí que fue una gozada: teatro en estado puro, sin actores conocidos ni mucho presupuesto, con ingenio y con el texto como protagonista. Y siempre allí.

Toda una vida con el teatro romano como testigo y escenario del paso del tiempo, el de los antiguos y el nuestro. Con el coro siempre recitando el silencio. Felizmente no se pueden hacer fotos, porque mi rostro saldría también más gastado y mi barba más cana, como la de José Sacristán. No me preocupa porque es la naturaleza de las cosas, que las piedras resistan a los afanes de lo efímero y que lo imperecedero cristalice en encanto impregnado de emociones y alientos.

Al fin me doy cuenta de por qué voy al teatro romano: voy para sentirme parte de una historia, y sobre todo para saciarme de belleza, imprescindible como el aire o como el pan. Y para percibir la continuidad, la prolongación y la persistencia. “Señoras, señores: la representación va a comenzar”.