viernes, 24 de febrero de 2017

INMERSIÓN


Cuando se sale de Iquitos, del puerto de Productores, camino de Indiana, se navega al principio por el río Itaya, de aguas azuladas oscuras; pero a los pocos minutos el bote se acerca al Amazonas, y se ve perfectamente la línea en que el agua se torna parda y barrosa, como una frontera cromática entre los dos ríos, o el lugar donde el Amazonas prevalece. Es prodigioso.

Antes, el embarcadero es un enjambre de gente que viene y va, jóvenes que transportan cargas de la orilla a la pista iquiteña, vendedoras ambulantes, ruido y olor a humedad, puestos de verduras, naranjas, papayas, chicha y pescado. Cuando se baja al nivel del río se camina por tablas que flotan y se inundan, te mojas los pies, el agua que rodea los botes está saturada de suciedad, pero en ella se bañan los niños en las horas de más calor… La belleza natural de la selva convive con la miseria de los seres humanos.

Indiana es la sede del Vicariato desde su creación en 1945, pero solamente hace año y medio no había teléfono ni internet y nomás disponía de tres horas de luz. Con la llegada del progreso ahora la fábrica de luz corta a las 12 de la noche y engancha a las 6 de la mañana. Las horas nocturnas son un remanso de paz al compás de las chicharras y la vigilancia del Amazonas, es delicioso. A las 6 regresa la electricidad y de pronto todo empieza ahí, parece que el pueblo entero se conecta y vuelve a la vida, el silencio es sustituido en cuestión de minutos por la cháchara incansable del parlante de la municipalidad, que combina informaciones útiles y verborrea de avisos ciudadanos con música de Andy y Lucas, el himno nacional, Pimpinela o Perales. Como el almuédano de Níger pero en versión selvática, jeje, ay mi Perú.

Aquí he plantado mi base provisional entre viaje y viaje, porque quieren que haga algo con el archivo del Vicariato, que lleva algunos años un poco abandonado. De momento, antes de visitar la misión de El Estrecho, he dedicado los últimos días a abrir todos los folders, ordenarlos e investigar un poco lo que contienen. Aparentemente una buena castaña, ¿no? Pues… como tantas otras veces, me he llevado una verdadera sorpresa y está siendo una experiencia de lo más interesante.

Actas de reuniones, planificaciones pastorales, reseñas de asambleas, informes de viajes a las comunidades, pastoral indígena, correspondencia, talleres de inculturación, proyectos, encuentros, fotografías, cuentas… de todo. Una auténtica inmersión documental en el Vicariato, en este grupo de gente que lleva años acompañando a este pueblo, trabajando y luchando, con toda su debilidad y el sueño del Reino como estrella. Un archivo muerto… que da vida, que alumbra y enriquece inesperadamente a este recién llegado.

Porque los antropólogos necesitamos alimentarnos de las fuentes escritas tanto como salir a entrar en contacto directo con la realidad (lo aprendí en la estupenda asignatura de Etnografía en la UNED). Y mientras escribo esto se prepara un tremendo lluvión tropical, la nube negra llega casi a tapar la orilla opuesta del río, pero deja una franja de cielo por encima de la pared de árboles, es precioso. Así que bajo al toque a hacer una foto y me encuentro con las hermanas Mª José y Mª Mercedes que justo llegaban a la casa, y las inmortalizo en este instante de hermosura amazónica.

Y al momento, la lluvia. Zambullida en la selva de todos los estilos y por los cuatro costados… ¿O más bien la selva me abraza? Mmmmh, esto no ha hecho más que empezar.


viernes, 17 de febrero de 2017

SUDANDO POR ESOS RÍOS


Tamshiyacu es un distrito grande, de más de 7000 habitantes en su casco urbano, con mototaxis, señal de internet, Iquitos a hora y media por 10 soles,  y una parroquia pintada de azul con torre puntiaguda que es de las más extensas del Vicariato con más de 100 comunidades. Aquí comienza este diario de viajes de un novato por la Amazonía que va sudando a todas partes.

No voy solo. Estoy muy bien acompañado por los jóvenes y asesores de la JEC de Mendoza (durante una semana, hasta que regresen) y por mi compañero Reinaldo, que llega a estas tierras al mismo tiempo que yo procedente de la diócesis de Trujillo. Se trata de pasear, de tomar contacto y conocer de primera mano algunos puestos de misión. Es un aterrizaje realmente abrasador porque estos días el calor es asfixiante.

Duros trabajo en Tamshiyacu
El fin de semana sustituimos al padre Yvan en los misas de Tamshi. El pueblo es grandazo pero a la iglesia va poca gente, y creo que es lo habitual por estos lugares. A pesar de que nos esforzamos por hacer participar, a la gente le cuesta reaccionar, sonreír. Cuando vamos por la calle notamos eso mismo: la timidez, el carácter más cerrado, menos expresivo. Y nos topamos con la pobreza, las casas de madera, muchas alzadas sobre palos para esquivar la creciente del río, los niños a montones, los escasos servicios. No hay duda de que la población de la selva está más en la periferia de intereses políticos y económicos.

De allí pasamos a Indiana, donde ya estuve el año pasado. El deslizador va que se las pela, y cuando agarra baches en el agua, salta y arranca gritos por ahí; algún gracioso dice que son los rompemuelles del río. Todo me resulta conocido: las calles, los zancudos, el plátano frito del desayuno, el mercado y su alegre desorden, la parsimonia de Paco, las mecedoras… y el espectáculo del Amazonas fluyendo manso pero como agazapado en su hermosura. Una belleza que se cuela por la ventana de mi habitación del piso de arriba y que me hace preferirla a pesar de que es un horno.

Y es que por momentos el calor me abruma. Más que el calor, el sudor. Me paso el día sudando a chorros, secándome la cara con pañuelos que pronto quedan empapados, y temo incomodar a las personas, y eso me fastidia y creo que me hace sudar más. Tengo que aceptar eso: que hace mucho calor, que voy a sudar, y tratar de adaptarme y llevarlo lo mejor posible. A muchos veo con el mismo problema, siempre con una toallita a cuestas. Es como en Togo: el clima condiciona mucho la vida y moldea la mentalidad de la gente, conforma los relieves de estas culturas.

Pero el día que visitamos Orellana es más fresco. Mariana y Darlene nos esperan en el embarcadero (las conocemos del encuentro de la JEC). Nos hacen recorrer el pueblito, pequeño pero coqueto, con un monumento que recuerda que fue acá donde el extremeño Francisco de Orellana, bajando por el Napo, descubrió el Amazonas el 11 de febrero de 1541. Este puesto de misión tiene unas 40 comunidades y hace años que no cuenta con sacerdote estable, igual que Indiana. Mariana es misionera laica y la responsable de todo: la pastoral, las visitas, las celebraciones… En la casa parroquial, viejita y con aspecto de barco de madera, almorzamos arroz con pavo antes de surcar las cuatro horas de regreso a Indiana.

Y ahora es viernes y escribo de nuevo desde Iquitos, en la sede del Vicariato, en mi habitación de misionero que está de paso por la urbe. Me abanico porque el calor no da tregua, y ahorita llamaré a mis muchachos de Mendoza para reunirme con ellos más tarde y despedirme del todo. Ahí sí que me quedaré solito con mi selva. Menos mal que parece que habrá cocos helados con quizá un toque de vodka, porque estaré algunos días en Indiana.

viernes, 10 de febrero de 2017

SHAMECO


Los primeros días en la selva están siendo una sucesión de sorpresas que van cayendo en mi silencio como los confetis de una bombarda festiva, suaves pero con decisión. Silencio que de vez en cuando rompo para preguntar, y todavía me da la impresión de que a veces hablo de más.

Estoy en Iquitos, la capital de Loreto y la mayor urbe de la selva peruana, con más de 600.000 habitantes. Das cuatro pasos y al toque aprecias que es como si el avión hubiera retrocedido en el tiempo veinte años: el desorden, esas veredas de tierra, la basura desparramada, las pobres casas de Punchana, el hospital regional que no tiene médico de emergencia pero está desbordado de gente y de suciedad… y todo aliñado por un estruendoso enjambre de más de 30.000 mototaxis, que se dice pronto.

No había doctor en urgencias cuando llevamos a Sara a las 9 de la noche, después de que se cayera y se hiciera daño en la casa Kanatari, donde estamos celebrando el encuentro nacional de la JEC (Juventud Estudiante Católica). Como siempre, estar con los jóvenes me impulsa, me insufla vida, me renueva y me calma. Es prodigioso porque pasan los años y es una constante. Conversar con ellos personalmente  me ha impactado, cuánta violencia hay en las familias, cuánto maltrato de todo tipo, y cómo afecta eso a los muchachos, les hace llorar apenas empiezan a contarte.

En el encuentro el padre Ángel Saboya, que es el consiliario nacional de la JEC, quiere celebrar sus ¡50 años! de vida sacerdotal y de servicio al movimiento. Armamos una fiesta sencilla pero muy bonita: la Eucaristía, la humilde cena para toditos, el brindis, los discursos, los regalos, los vídeos, el programa… y el baile. Me quedo asombrado cuando aparecen los de las plumas, los tambores, las flautas y el cuerpo pintado, que imprimen una marcha más a la fiesta y le dan un tono puramente selvático.

Y me doy cuenta en mi piel de que estoy en otro mundo: los rostros, los ojos rasgados, los nombres, la manera de hablar, las melodías, los colores, las expresiones, las comidas… ¡todo! Y todo marcado por el río: el agua, los animales, la pesca, el predominio de la naturaleza. Me quedo mudo de admiración y de estupor. Nada menos que acá me ha venido a traer Diosito.

Los jóvenes adoran al padre Ángel, y él sabe conectar con ellos a pesar de sus 75 castañas. No importa la edad, qué alivio. Su chapa es “shameco”, que acá significa cariñosamente tontallo, zonzito, upa diríamos en Mendoza. Así me tiene la selva, shameco, embobado, fascinado. Y eso que no he salido de Iquitos. Mañana empieza mi viaje iniciático, de descubrimiento del Vicariato y más que probable profundización en el silencio; primera parada: Tamshiyacu, Amazonas arriba en dirección a Nauta. Mamá, a buscarlo en el Google.

domingo, 5 de febrero de 2017

"TU VIDA VA A CAMBIAR"


De nuevo duermo poco, de nuevo amanezco en un cuarto sembrado de maletas sin cerrar, de nuevo llegó el momento de partir. Esta vez el periplo no se inicia en Mérida sino en Lima, y durará apenas hora y media hasta Iquitos, pero intuyo que es un viaje más grande y más profundo.

"Tu vida va a cambiar", me espetó Dominik en una conversa durante el curso de teología la semana pasada. Y desde entonces esas palabras sobrevuelan mi ánimo y matizan mis pensamientos. Ah ya, pero "¿es que no había cambiado bastante?". Parece que no. Porque ahorita se me abre un trecho del camino que es como una vuelta de tuerca en esta vida dentro de la vida que es tratar de seguir al Buen Pastor en Perú.

No es solo un traslado geográfico. Es un dejar atrás todo lo conocido hasta ahora y descalzarse la mente y el corazón. La selva creo que me exigirá dejarme formatear el disco duro, deponer criterios pastorales, ralentizar el ritmo de vida, someter palabras y ejercer el silencio, desechar inercias, relativizar modos de ver, de hacer y de ser... Un capítulo de esta aventura, sí, pero mucho más: un salir de mí para ir más adentro de lo que significa ser misionero, más adentro del querer de Dios, más adentro de la pobreza y la insignificancia.

Diosito me lleva, y eso me hace confiar en que lo que me aguarda será aún más hermoso que lo que dejo atrás. Si miro de reojo, tengo tanto que agradecer... Pero al mismo tiempo me pesa el reverso de mi cruz misionera que tengo acá delante, la cruda realidad de ser vasija de barro siempre a punto de quebrarse (2 Cor 4, 7).

Me marcho al Vicariato Apostólico de San José del Amazonas, a vivir y trabajar en la entraña de la selva peruana... y tengo miedo. No se si seré capaz de ser otro más todavía, 3.0. Así que tal vez sea bueno traer aquellos versos de García Calvo:

              Enorgullécete de tu fracaso,
              que sugiere lo limpio de la empresa.

(Por lo que pueda pasar 😬).

Me despido, pues, de momento. Confieso que he considerado seriamente dejar mi blog (demasiado protagonista quizás...), pero un par de mensajes refrescantes me han alentado a continuar: gracias Dani, gracias Toñi. Intentaré seguir contando trozos de vida, aunque reduciré la frecuencia de las entradas, por las limitaciones de conexión que sin duda habrá en el Amazonas y por decisión propia.

Los días atrás he aprendido que el evangelio de Mateo empieza igual que acaba: Dios se llama "Dios-con-nosotros" y Jesús está siempre "con nosotros". Menos mal. Voy a necesitar la mejor compañía. Porque esta travesía es la más rotunda y penetrante; tal vez la definitiva. El gran viaje es hoy.