martes, 31 de octubre de 2017

QUÉ VA A SER DE TÍ


En medio de la reunión del grupo juvenil, llamada de Galileu: hoy no ha llegado porque en la tarde ha muerto su hermanito, que tenía nueve meses. “¿Y qué ha pasado, cómo ha sido?” – le pregunto. “Por maldad. Alguien le ha mandado algo malo”. Al rato nos encajamos toditos en la casa, y sin saberlo comienza una de las historias más extrañas y escalofriantes de mi vida.

La estancia es reducida, de madera, pobrísima. El cuerpo del bebe está sobre una mesa con una especie de mantel que antes debió ser blanco, envuelto en otra tela blanquecina hasta la barbilla, como una pequeña momia. En los costados del cadáver hay sendas tablas donde han colocado de pie algunas velas encendidas. La estampa me impresiona por tétrica, pero lo que la rodea todavía me impacta más.

En un banco desportillado se sientan algunas mujeres: la abuela de Galileu, su hermana que amamanta otro bebe, un par de tías… La mamá del muertito está tirada en el piso, llora mientras se tapa los ojos con un pañuelo. Y junto al cadáver, un montón de niños moviéndose, jugando, comiendo… De vez en cuando alguna primita se acerca para botar los bichos que trepan por el cuerpo del bebe. Dos o tres hombres están sentados en la entradilla, con el torso desnudo, alguno también cena.

Pedimos permiso para orar un momento. La mamá se acerca y mientras rezamos el padrenuestro intenta cerrar completamente los ojos de su hijo muerto, sin conseguirlo. Salen olores de la cocina contigua, alguien trae un par de sillas de plástico más. Por la noche soñaré con el bebe, mi oído visitado por la canción de Serrat “¿Qué va a ser de ti lejos de casa? Nena, qué va a ser de ti?”, que logra desbordar en mí una catarata de ternura triste, y esta vez fúnebre. Allí está, pequeñito, muerto sobre esa mesa, que mañana servirá para el almuerzo; inerte, frío como el barro, pero sin siquiera arrancar un silencio. Se llamaba Fabio.

Pregunto a Galileu qué pasa con el ataúd, y me dice que sus tíos están por llegar y ellos lo van a resolver. El muchacho tiene solo 17 años y ahora también llora, sobrepasado por la situación. Al día siguiente es domingo, en la tarde regresamos y todo se encuentra en el mismo punto: la suciedad y el desorden, la casa repleta, y el bebe tal y como, si acaso con más moscos y botando líquido por la boquita entreabierta, como los ojos. Ya llegó hace horas uno de los tíos del bebe, pero nadie ha hecho nada. Le digo “vamos a buscar un ataúd”.

El encargado de eso está en la canchita viendo el fut-sal del domingo por la tarde. Con su ayuda ubicamos por celular al regidor y quedamos para conversar con él en la casa misionera. Es un hombre joven, y nos explica que la Municipalidad recibe ataúdes de una empresa de Iquitos para familias con pocos medios, pero que para entregarlo necesitan en este caso fotocopias de los DNIs de los padres, del niño, y el acta de defunción. El bebe no tiene papá ni DNI, bastará con el de la mamá, pero el certificado de defunción hay que pedirlo en el Centro de Salud, donde fue atendido el niño por bronconeumonía severa un par de días antes de morir. Salimos a buscarlo.

Esperaste en el sillón y luego en el balcón a la pequeña.
Y de punta a punta de la ciudad
preguntaste a los vecinos y saliste a los caminos.
Quién sabe dónde andará...

La gerente del Centro está en Iquitos; su reemplazante, el doctor Albán, tampoco está. En Emergencias nos dicen que hay que volver al día siguiente. Se lo cuento al regidor y me dice que nos dan el ataúd si le prometo que yo iré a primera hora a pedir ese documento, y así quedamos. Al almacén municipal llega otro tío del bebe, y juntos llevamos el féretro blanco a la casa en una comitiva cuanto menos pintoresca. Al llegar, el operario pide que prueben si el niño cabe, pero resulta que “no le hace”; insiste diciendo que le ubiquen doblándole las piernas, pero una de las mujeres pone mala cara y el trabajador municipal cede y dice que van a ir a por una caja mayor. Todas las operaciones de colocación del cadáver son seguidas por una nube de niños (conté 17) entre curiosos, divertidos y pasmados.

Mientras regresan con otra talla de ataúd bromeamos con los críos, hay una Brenda que me sonríe con una simpatía sin dientes y pienso que no comprendo nada, pero al menos ese encanto le da un respiro a mi corazón. Igual que la noche anterior, se come, se conversa, se convive con la muerte con una naturalidad estremecedora, como si no pasara nada. Galileu no aparece porque está toda la tarde jugando al fútbol; su tío se despide, que se va a bañar. Finalmente llegan, dejan la nueva caja y parece que ahí nomá… Solo porque mi compañera Eunice insiste ponen al bebe en el ataúd, porque no tenían intención (¿para qué habremos andado todo esto pues?).

No todavía acaba. Al día siguiente este bebito será enterrado en Benjamin Constant (acá en Islandia no puede haber cementerio, quedaría cubierto por el río. Todos dan con sus huesos en un país extranjero…) mientras a mí me negarán el acta de defunción porque el niño murió donde un curandero (…) y acabaré haciendo yo mismo un certificado que esperemos que al regidor le sirva. En la noche notaré que estoy agotado. Me conozco y sé que me deja sin fuerzas la contemplación del semblante de la miseria, y aún más cuando está escrita con crueldad implacable en el día a día, ataviada de espontaneidad y hecha pensamiento, valor, costumbre y percepción.

Tu amor… amor sobre las rodillas.
Caballito trotador.
Qué va a ser de ti lejos de casa...

Para Fabio

jueves, 26 de octubre de 2017

HASTA SIEMPRE SANTI


¿Durante la vida somos capaces de expresar todo el afecto que sentimos o lo damos por supuesto? Incluso cuando perdemos a alguien tan íntimo como un amigo de la infancia, las palabras que decimos, ¿fueron pronunciadas antes tal vez de otras maneras más gráficas y espontáneas, menos solemnes y descargadas de tristeza? Ojalá. Para nuestro amigo Santi Cordero, esto fue lo que nos salió a Antonio Amores, a Iñaki Gómez Carrillo y a mí.

Queridos familiares de Santi, amigos, hermanos todos.

Hemos invadido un poco esta Eucaristía de domingo en nuestro colegio para orar por el descanso eterno de nuestro querido amigo, despedirlo de manera más íntima y dedicarle un sencillo homenaje. Si nos estás viendo, Santi, compañero, tranquilo, que sabemos que lo aparatoso no te gusta: tú has sido siempre un hombre discreto, enemigo de protagonismos; pero comprende que necesitamos decirte algunas cosas porque estamos todavía perplejos y como paralizados por la tristeza, no acabamos de creernos que te hayas ido.

Tus amigos coincidimos en la sorpresa que nos causa apreciar estos días lo importante que eres para nosotros y cuánto influiste siempre en nuestra vida. Tanto nos diste y de manera tan auténtica y desinteresada, tal y como tú eres, que te metiste en lo más hondo de nuestros corazones sin que supiéramos percibir hasta el momento en el que nos has faltado lo que significabas realmente para nosotros.

Nuestra niñez fue muy bonita, entre estos patios, a salvo de los videojuegos. Fuimos niños que disfrutamos juntos de juegos como los bolindres, el pinche, y las carreras a policías y ladrones, divirtiéndonos y aprendiendo unos de otros mientras crecíamos e intercambiábamos experiencias. Pronto descubrimos el gusto por leer, por los idiomas, el deporte y la música. Algunos, en tu casa, descubrimos a Alan Parsons, Mike Oldfield y Pink Floyd; no sé cómo pero tú te conocías todos los músicos. Inventamos revistas en las que dibujabas como nadie e hicimos nuestros pinitos en inglés (donde tú siempre destacaste). Éramos adolescentes sanos, capaces de pensar, responsables, con un rico interior, y con inquietudes. Fue una época muy hermosa en la que se formó un grupo de amigos, de compañeros, con un vínculo especial, y tú perteneces a ella; estuviste siempre ahí, lleno de cualidades, siempre un paso por delante en saber, adornado de una inteligencia fina, una humildad sin límites y con capacidades extraordinarias para la escucha, la fidelidad y la amistad.

Luego, el paso de los años nos fue distanciando a unos más, a otros menos. Pero lo sembrado cuando chicos fue cuajando en tu rica personalidad. Nuestro amigo Iñaki lo expresa magníficamente en el mensaje que te dedicó: “tu caballerosa discreción; tu sonrisa apacible; el estoico pecho; el buen juicio que te orientaba; las perlas de humor atinado y elegante; el despiste entrañable que en ocasiones se escapaba de las lindes de tu flemática postura; la fabulosa exposición de conocimientos que desplegabas en las partidas de Trivial; tu inquebrantable compañía en las buenas y en las malas”.

Hace poco que estuvimos juntos. No importaba que llevásemos bastante sin vernos, la magia de los viejos amigos hizo que rápidamente la conversación conectase y nos sintiéramos en casa. Tenemos ese tesoro que se fraguó desde nuestra más tierna infancia; esa facilidad para formar parte unos de la vida de los otros a pesar de distancias, tiempos y ocupaciones. Lo comprendemos estos días en que un poco aturdidos y aún incrédulos lloramos tu pérdida, amigo Santi; lo mismo que vemos con claridad lo que significas para todos nosotros, lo que amamos en ti; igual que el alpinista distingue más claramente los detalles de la belleza de la montaña cuando se aleja que cuando la está escalando, como dice Gibrán.

Te has marchado haciendo lo que más te gustaba, justamente subir montañas. Pero vas a seguir estando siempre en nosotros, tus amigos, porque nunca vamos a olvidarte, Santi. Tu melodía nos acompañará siempre en nuestros encuentros, en el devenir de nuestra vida que esperamos que nos llevará a lo más alto, donde tú estás ahora.

Cuando termine esta misa tus amigos pasaremos a besar el pie de nuestra Virgen, nuestra Auxiliadora, un gesto que hemos repetido cientos de veces en el recreo. No te preocupes que nosotros lo haremos en tu nombre. Ahora tú ya estás con ella.

Gracias por haber sido simplemente Santi. Te queremos.

Hasta siempre, amigo.

sábado, 21 de octubre de 2017

ENCUENTRO DE ANIMADORES


Pues sí que vinieron. Y superando las previsiones más optimistas. Del Bajo Amazonas, los 5 de la semana pasada regresaron y trajeron a uno más, 6; y del Yavarí… ¡8! En total 14 animadores de 11 comunidades, más algunas mujeres e hijos, éxito numérico total e insospechado… Al toque pensaba que este pueblo pobre y tanto tiempo abandonado me sorprende y me funde los esquemas (los que van quedando en pie, que son pocos). Y también que la sorpresa es la señal inequívoca de que algo es de Diosito lindo.

Propiamente animadores con oficio, conocimiento y alguna experiencia, habrá dos o tres. El resto son recientes fichajes, personas con buena voluntad que se ofrecieron para este servicio, o que invitamos, o simplemente gente que es nuestro único contacto de momento en las comunidades. Se ve que aquellas primeras visitas, aunque fueron duras y aventureras, dan su fruto; y eso que han faltado al menos un par de ellos medianamente competentes.

Es la primera vez que hay acá un encuentro como este, y se nota. Las instalaciones son pésimas, no tenemos dónde acogerlos bonito, las comidas son en nuestra propia casa, sentados en bancos en la entrada. Empezamos las reuniones en la escuela pero pronto nos mudamos a la capilla por el mucho ruido. Solo hay un baño, no hay ducha… pero a ellos se les ve contentos de juntarse, de conocer a compañeros de lejos; están acostumbrados a vivir con pocas comodidades, así que no reclaman y más bien suena un “gracias” cada vez que alguien va a lavar su plato. La verdad es que la señora Rosa cocina magníficamente, es una suerte.

Mis compañeras y yo nos volcamos. La impresora echa humo, la decoración de los ambientes es finísima, con telas, carteles, frases, velas (algo muy femenino, menos mal que están ellas, a mí jamás se me habría ocurrido); hay una escenificación que han preparado Eunice y Zélia con los jóvenes, y tiene música y palabras del Papa; Ivanês corre todo el día para que la comida esté lista a su hora, junto con Fatima echa cuentas, se multiplica; Emilia trabaja con los animadores cómo hacer la celebración del domingo; y yo desarrollo mi tema (“La identidad del animador”) lo mejor que puedo, y luego trato de coordinar las visitas, les pido que preparen nuestro hospedaje y alimentación, dejamos atado el calendario… Nos sacamos el ancho pero yo estoy en mi salsa, disfruto, es lo mío, “mi mera libertad y querer” (EE 32).

El domingo de madrugada llega la noticia de que el Papa Francisco ha anunciado un sínodo especial para la Amazonía, que se celebrará dentro de dos años. Cuando les pregunto cómo se sienten, qué les parece, responden: “Muy bien”, “vacán”, “interesante”, “chévere”. Más que lo que dicen, sus rostros expresan satisfacción y asombro, el Papa se ocupa de nosotros, quiere ayudarnos“¿Y qué habría que anotar para que traten en el Sínodo?”. Esta cuestión desata una catarata de opiniones, pedidos y denuncias: “La flora y el agua es lo más valioso que tenemos, y se la están llevando las empresas”. “Hay muchos problemas con la titulación de las tierras, el gobierno friega porque quiere lotizarlas individualmente para que se puedan cargar, vender o conceder”. “En mi comunidad se ve cómo tumban los árboles y avanza la deforestación”. “No vemos que hagan un estudio de impacto ambiental para esa carretera que están proyectando”. Alguno dice que podemos decirle al Papa estas cosas en Puerto Maldonado, porque ya hemos programado antes que dos de nosotros van a ir al encuentro con Francisco allí el 19 de enero. “Vamos a  hablar bonito con él”, yo me encargo.

“¿Y los indígenas?”. Los adjetivos que sobrevuelan la reunión son igualmente despiadados: estamos olvidados por las autoridades, abandonados, desprotegidosno interesamos a nadie. El día anterior, haciendo un análisis de las necesidades de las poblaciones de la misión, comentaron que casi nadie tiene agua, ni desagüe, ni electricidad. Y eso que casi todos tienen un motor proporcionado por el municipio, pero “un motor bamba, motores chinos malos, comprados ya así, baratos, para decir que nos los han dado”; todos están malogrados y ninguna comunidad tiene luz. Los misioneros damos fe.

Hay varios ticunas y yawas, y cuentan que su cultura se está perdiendo, sobre todo en el caso de los segundos, que ya casi no hablan su idioma. A pesar de los esfuerzos, y de que hay poblaciones con la escuela primaria bilingüe, lo cierto es que el acervo cultural indígena se vuelve cada vez más invisible, una rareza, confinado al silencio del pueblito o acaso expuesto como una atracción turística cerca de Iquitos. Necesitan que alguien les ayude a poner en valor su historia, sus costumbres, sus conocimientos, su carácter; reivindicar sus derechos culturales, territoriales, lingüísticos. Poner en pie su dignidad.

De pie estamos, en torno a una mesa con una luz, es la oración del envío. Siento que todo concuerda, que tal vez estoy acá con un propósito, y pienso como en pinceladas que el Evangelio es algo muy sencillo cuando se vive pegado a la realidad de la gente de abajo. El encuentro ha sido… y yo había pensado que… Los colores de las telas decorativas son el humor de Diosito. Casi podía oír sus carcajadas, discretas y cariñosas, invitándome a reírme de mí mismo. Y reía divertido en silencio.

sábado, 14 de octubre de 2017

UN OASIS EN MEDIO DEL DESIERTO


Esta misión es un desierto pastoral empedrado de dificultades: reuniones fallidas, aplazamientos de actividades, convocatorias vacías, descoordinación, “siempre se ha hecho así”-ismos, pero sobre todo gente que no aparece, prácticamente nadie del lugar que sea fiable y comprometido, en quien uno pueda apoyarse.

Todo está siempre atravesado por la duda de si te están diciendo la verdad cuando te responden que “sí hermano, allí voy a estar, esa especie de evanescencia loretana que viene a adornar la proverbial informalidad peruana, y que torpedea sin remedio cualquier iniciativa que requiera el trabajo en equipo y que las personas den un paso adelante y asuman responsabilidades.

El fin de semana pasado teníamos encuentro de animadores. Nuestro territorio tiene dos zonas: el Bajo Amazonas y el Yavarí. Los del Amazonas llegaron durante el viernes, tal y como estaba previsto, pero los del Yavarí telefonearon a media tarde: que no encontraban quien les vendiera gasolina y no podían bajar. Que había que haberles mandado desde Islandia un par de latas día antes, pero no fue posible porque quien tenía que llevarlas llegó a casa a las 8 de la noche, sin posibilidad ya de cargar el bote, que salía de madrugada (y tal vez sin tiempo siquiera de comprar el combustible).

¿Qué hacer? ¿Seguir con el encuentro con los cinco que estaban ya acá o tratar de aplazarlo una semana para dar oportunidad a que vengan los del Yavarí? Conversamos y decidimos intentar esto último. Una hora más tarde llamo al teléfono satelital de Buen Suceso, donde está el bote de Santa Teresa que debería haber traído a la gente, y me dicen que OK, que para dentro de una semana, y que ellos van a avisar a los participantes. Y… que el domingo en la noche están en Islandia bajando una maderita, para que los recibamos, conversemos y ya puedan llevar consigo la gasolina para el próximo viernes.

El lector se estará preguntando por qué hay gasolina para venir el domingo con la madera y no el viernes para traer a los animadores… Buena pregunta, nosotros también nos la hacemos. La respuesta tiene que ver con el cruce de intereses del personal; el viernes el viaje no convenía, probablemente porque la madera no estaba preparada. Lo más desagradable es intuir que intentan aprovecharse de la plata de la misión, cuestionarte si hay alguien en quien de veras puedas confiar en esta selva donde rige con mano de hierro la ley de la selva.

Y si hablamos de la propia Islandia, en pleno proceso de preparación de su fiesta patronal, el asunto se hace más agotador. ¡No hay manera de armar una reunión que sea medianamente efectiva! De los 15 miembros del consejo de pastoral que convocas, unas veces vienen 3, al siguiente día 4 distintos… Recuerdo que en la primera ocasión reclamaban que los anteriores misioneros no les llamaban, que hacían todo solos; y ahora, ¡justo al revés! Tal vez se las gastaban así porque no encontraban personas capaces de compartir las tareas con compromiso y seriedad.

Todo acá es como un parto, difícil y tortuoso. Se salva apenas el bingo del otro día. Y, por supuesto, en medio de tanto despropósito, está el grupo de jóvenes. ¡Eso sí que funciona! En mi ausencia, ellos con mi compañera Eunice programaron sus encuentros, y han trabajado bien. Película, tema, diálogo con las superioras que estaban de visita, preparación de la Eucaristía… Anoche estuvimos juntos, y todo sale con naturalidad, entre risas, con gusto. Meeenos mal: un oasis fresco y agradable en este secarral de fracasos y decepciones apostólicas, jaja.

No sé si es que nos estamos equivocando en los métodos, si vamos un poco deprisa, si esperamos más de lo posible hoy por hoy, o todo a la vez. O quizás este implacable reflejo por sobrevivir a costa de lo que sea ha emborronado las capacidades para la gratuidad, para el dar sin más, perdiendo, sin ganar nada aparentemente tangible. No sé. ¿Y qué pasará con el encuentro de animadores? ¿Vendrán los de Santa Teresa en su bote maderero trayendo a los del Yavarí? ¿Volverán los del Amazonas como han prometido? ¿O no aparecerá nadie…? Lo veremos en el próximo capítulo.

sábado, 7 de octubre de 2017

VIVIR EN UNA BALSA


Llevábamos un rato conversando cuando de pronto todo comenzó a bambolearse. Eeeeeehhhhh!!. “Es ese bote, padre”, dijo la tía Marina. “Cuando pasan cerca, nos mecemos”. Zélia rió, yo reí y entonces sentí el impulso de tomar esta foto para contar la experiencia de estar en una balsa sobre el Yavarí.

“¿Cómo pueden vivir ahí?”, pensé la primera vez que vi semejante cosa. ¡Una casa flotante! Las balsas están construidas sobre gigantescos palos de catahua, una madera que increíblemente no solo no se hunde, sino que soporta pesos enormes, hasta el punto de que hay hospedajes, grifos (gasolineras), restaurantes, almacenes, tiendas (en una acá cerca venden una moto, ¿por dónde rodaría?) y por supuesto hogares flotantes. Yo me parto.

Entrar en casa de Marina es ya una odisea, saltar del bote (hay que ir siempre en taxi, claro) sin resbalarte en la madera húmeda y pasar de frente a la sala. “¿Pero quién vive aquí, tú o tu hermano?”. “Todos”. Son dos casas juntas, una verde y una azul, una supuestamente de Policarpo y su esposa, y la otra suya y de su marido (nunca se sabe cuál es de quién), pero todos viven en la verde. Entramos en una estancia estrecha, con un par de mesas, varios asientos y un millón de enseres, adornos, cachivaches, todo abigarrado, demasiadas cosas para tan poco espacio.

Mientras organizamos cosas de la fiesta patronal veo sobre la cabeza de Marina a todos los santos del altar habidos y por haber, porque Marina y su familia son los católicos viejos de Islandia. De hecho su abuelo es uno de los fundadores, y tengo pendiente preguntarle cómo se les ocurrió crear un pueblo sobre el río y en un cacho de Perú que está dentro de Brasil… Es un enclave de peruanidad en tierra extranjera, y nosotros somos hitos vivientes (el desfile del día de fiestas patrias debió de ser tremendo, yo estaba en Isla Cristina).

Y el Señor de los Milagros, patrono del Perú, emblema de su carácter y su religiosidad, es también el patrono de Islandia, como no podía ser de otra manera. La balsa se trocolea de vez en cuando mientras armamos reuniones, kermés, pergeñamos oficios, imaginamos premios para otro bingo gordo (jeje), Zélia y yo preguntamos, Marina nos explica, y vamos aderezando el guiso de la fiesta que habíamos comenzado a cocinar la noche antes en el Consejo de Pastoral.

Las casas-balsa suelen tener una especie de minicobertizo en un costado donde está el WC, pero seguro que se bañan en la parte de atrás, en el río, como todo el mundo acá. En medio del Yavarí no hay señal, pero es que además la tía Marina vive a menos de 50 metros de donde estaría la línea divisoria entre Perú y Brasil, más cerca de Benjamin Constant que de Islandia. Este mes de octubre viste el hábito morado, como buena devota del Señor de los Milagros. Me ha parecido que en la casa hay luz, pero desde luego agua de la Municipalidad seguro que no.

“¿Pero ustedes tienen título de propiedad?”. “Sí, ya lo tenía mi padre. Los papeles dependen de Capitanía, porque es un terreno fluvial”. Cuando baja el río, como en esta época del año, la casa se retranquea hacia el pie del barranco que es la orilla; hay otras balsas que están más atrás y se quedan en tierra firme, pero la de Marina no, es siempre acuática. ¿Cómo será durante la noche? Habrá un silencio delicioso, con pinceladas de los rumores del río.

También se moverá mientras duermen. Seguro que están acostumbrados y será como cuando se mece una cuna, más rico descansan. Claro que, si comen sopa han de tener cuidado con las sacudidas traicioneras. Se me ocurre que la vida es como habitar una balsa: hay momentos en que todo tiembla y amenaza con hundirse, instantes de gran serenidad entreverados con truenos de tormentas, silencios sembrados de Presencia y, siempre, la alegría de mantenernos a flote y estar juntos en la misma balsa, por muy lejos que diga el mapa.

domingo, 1 de octubre de 2017

EL DÍA EN QUE GANÉ AL BINGO


- Puuchaa padre, ¡a los tiempos! ¿Dónde has estado?
- De vacaciones un par de meses.
- Pero ¿te fuiste a tu país?
- Ajá, y estuve con todita mi familia: mis papás, mis hermanas, mis sobrinos, mis cuñados…
- Qué bueno. Pero dos meses es mucho tiempo. Acá hemos pensado: “capaz el padrecito no vuelve”…

Esta conversación se repite, con más menos variantes, estos primeros días de retorno a Islandia: “Has demorado bastante”, eso significa que tal vez me estaban esperando... En mi cuarto varios carteles me recibieron cuando llegaba con mi maleta: “¡Feliz regreso! La misión tiene nuevo brillo con tu presencia”. Parece que mis compañeras también me extrañaban; hasta había un chocolate aguardándome sobre mi mesa, y duró cero coma.

Pero no solo eso: hay sandwichera, concentrado de jugo de mango que está buenazo, la puerta de la iglesia se abre extrañamente bien (¡!), el tanque de 2000 litros está a full porque llueve en serio (se ducha uno sin tantos remordimientos), hay cubiertos nuevos, sartenes y olla a presión, ¡impresora! y tele recién estrenada porque la otra se quemó. Incuso están colocando las nuevas canalizaciones (podríamos tener agua incluso cuando el río suba), y dicen que para el 1 de enero habrá electricidad 24 horas según unos, o de 6 de la mañana a 11 de la noche según otros. ¡Un montón de avances! Voy a tener que buscar otra misión realmente austera, jeje.

Dos meses después, la vaciante del Yavarí ha modificado el paisaje prodigiosamente, es impresionante. La orilla es ahora un tremendo barranco de cinco metros mientras el río ha retrocedido el ancho de tres o cuatro pistas de tenis. Todo un mundo sumergido reaparece: gradas, canchas de fútbol y vóley, empalizadas, senderos, chacras… La tierra seca bajo nuestra casa sigue produciendo fauna que se empeña en visitarme: en dos días, una rana y una araña han perecido en acto de servicio, ambas tamaño XXL.

Es mi casa, aunque da un poco de reparo decirlo cuando todavía tengo en el paladar el gusto de mi casa y en mi cuerpo el calor del abrazo de los míos. Es misión, y como tal exige que rapidito me ponga las pilas y meta la cuchara: casi sin sacar los regalos, reuniones varias para preparar el encuentro de animadores del fin de semana próximo y armar la fiesta patronal. Así que además de adelantos y bolo de yuca, me esperaban chambas. Y música de los vecinos israelitas casi sin parar. Y una tormenta esta madrugada con unos rayos y truenos que estremecían la tierra, el agua y los cuatro palos entre los que duermo.

Los jóvenes también han cambiado su día de grupo al sábado, así que ayer noche tuvimos la suerte de estar juntos, y esa algarabía, esa bulla, esas bromas, esas sonrisas, ese desbarajuste… eso sí que me hace sentirme como siempre, en mi sitio. Los jóvenes son desde hace muchos años mi patria, allá por donde voy los encuentro, o ellos a mí, y estoy en casa. Gracias.

Pero antes, en la tarde, había programado un bingo a beneficio de la sacha-parroquia. El viernes, en un rato muy serio del Consejo de Pastoral, se vio que se había dejado todo para el final, faltaban premios, varios bingos eran ilocalizables, etc. Pero al final, y en un arrebato muy peruano, todo sale adelante sin que se sepa muy bien cómo. De pronto la puerta de la iglesia se llenó de gente (nunca he visto allí tal multitud), en un plis plas se acabaron toditas las papeletas, Susan agarró el megáfono y empezó a cantar. Regalo sorpresa, juego de vasos, cesta con víveres, otros que no me acuerdo, seis ollas y el último un ventilador. Nunca jamás gano a esto, así que no me sorprendió no sacar nada, hasta que llegó el final; bromeé con que me hace falta un ventilador para la misa, que sudo mucho… ¡y me tocó! Se hizo un silencio cuando canté bingo, y el más sorprendido fui yo.

Con la bajada del río, las balsas toititas se han movido, así que me perdí en Benjamín cargado de equipaje buscando los botes de Islandia, y al pasear por el muelle es como si mi sobrino hubiera cambiado todo de lugar haciendo el zonzo: casas, lanchas, botes, grifos. Estoy en proceso de reubicarme, y no solo geográfica o climáticamente, sino sobre todo personal y emocionalmente. Porque dos años es mucho tiempo… pero dos meses también, jaja. Triunfar en el bingo ayuda.