jueves, 29 de octubre de 2015

DESVENTURAS 2ª parte


La ducha en casa de Joshé y Gloria debe ser la única en el mundo que no se cierra con un plástico o algo, así que aviso varias veces: "Me voy a bañar, ¿eh?" - como diciendo: "No vengan que me voy a poner calato en medio de esta montaña". Estoy tan cansadito que ya poco me importa, y necesito este agua que bote el sudor que tengo incrustao.

Con poca luz ya, cenamos un poco apurados porque en la noche hay misa en Nuevo Chachapoyas, un pueblo al que Joshé apoya como agente de pastoral. Confiando en que está acasito mismo, empiezo la bajada muy alegre con mis vaqueros, mi palo y sin mi rodillera, error. Pasó lo que tenía que pasar, esas cosas que, mientras no ocurren, vive uno en la ilusión de que no van a suceder, hasta que la realidad te despierta de un porraso: resbalo, piso mal, siento que mi rodilla se sale por un momento de su sitio, me caigo y ya la tenemos liá.

Conozco ese dolor, son ya muchos años los que llevamos juntos mi rodillita y yo, operada dos veces y experta en percances, derrames, inflamaciones y cojeras. Pruebo a apoyar el pie pero no puedo; procuro pensar con calma y pido a Gloria que avance hasta el pueblo a avisar que "el padre va a llegar tarde" (si es que llega), y a Joshé que vaya a la casa a por mi rodillera. Me quedo solo en medio de la selva, en un lugar bastante escarpado por el que solo cuento con mi cuerpo para desplazarme; "¿qué haré si no puedo caminar? ¿podrán traer una bestia? ¿o tendrían que cargarme entre varios hombres...?".

Entonces apago la linterna y ahí sí rozo un cierto límite. Empapado en sudor y lleno de barro, agotado por tantísima caminata, triste y desamparado, noto que me abandona el ánimo y me quedo sin fuerzas. El pantano de pesimismo que todos arrastramos, donde habitan los fantasmas de nuestra inseguridad y respiran los miedos, esa desolación que está guardada en nuestro sótano siempre al acecho, esa materia enemiga construida de recuerdos, fracasos y desgracias... todo eso se levanta y me rodea, y quiero simplemente que me trague la tierra ahorita mismo.

Los mosquitos me pican en la oscuridad, se escuchan chicharras y los mil sonidos de la montaña. Aparece mi rodillera y con ella me siento más abrigado (¡gracias, Mª José!) y me obligo a plantar el pie e intentar caminar poco a poco, en Nuevo Chacha hay un bautizo. Joshé me ayuda y, con gran esfuerzo y hora y media de bajada después, llegamos. Además de agua, se que necesito un antiinflamatorio, pero la técnica de la posta de salud no está y nadie tiene llave, así que la gente comienza una búsqueda de medicinas que puedan servirme.

Aparte de varios paracetamoles y naproxeno (¿qué será eso?) solo encuentran una ampolla de diclofenaco que está caducada, y yo no puedo evitar acordarme de las cajas de Voltarén que velaron anoche mi sueño en Legía. Al fin alguien trae ibuprofeno, unito, y me lo zampo al toque. Eso me ayuda a celebrar la misa y el bautizo, pero queda otra hora - al menos - de subida de vuelta a casa de Joshé. Allí está mi mochila, en ella siempre llevo pastillitas, y con esa esperanza trato de ignorar el dolor y de nuevo camino y sudo bajo la luz de la luna.

Demasiado quizá para un solo día... Demasiada fatiga, demasiadas cuestas, mucho batallar casi por las puras (para nada). Hemos programado con el cucu, sin medir racionalmente distancias, tiempos y esfuerzos, y nunca podemos calcular los estragos del desaliento cuando las cosas no salen y la gente no acude, aunque la misión también consiste en eso, en darlo todo sin resultado, en agotarse sin eficacia.

Falta contar la noche atiborrado de medicinas, las tres horas de brutal descenso, los bautismos de adultos en San Antonio con la escuelita a full (ahí está la foto) y la peripecia para localizar la llanta en Zarumilla. Ya otro día.

sábado, 24 de octubre de 2015

DESVENTURAS 1ª parte


El día arrancó aparentemente bien. En Legía se duerme a pierna suelta, sin ruidos; esta vez me alojaron en casa de Carla, en un cuarto que es botica, y descansé rodeado de medicamentos (Dios mío, ¿estoy enfermo?). Desayuno rico a base de tamales y cecina recién hechos, el sol arriba, respirar hondo ante una bonita jornada de montaña. Pero al llegar al puente para recoger el carro... empezó a torcerse el asunto.

Pasó lo que tenía que pasar, esas cosas que, mientras no ocurren, vive uno en la ilusión de que no van a suceder, hasta que la realidad te despierta de un porraso: se bajó la llanta (se pinchó la rueda) del carro. La de veces que habré pensado en pedirle a alguien que me explique qué hay que hacer en estos casos, cómo se coloca la gata, qué es el seguro de los pernos, etc. Pero son ese tipo de precauciones para las que uno nunca encuentra el momento. En fin.

La señal del celular iba y venía, pero logré preguntar a Nico, y sus explicaciones me animaron todavía más a buscar ayuda. No fue difícil, al rato estaban Martín y su hermano Pancho en la faena de cambiar la llanta. Que por cierto, el ingeniero de la Toyota que ideó el sistema de desenganchar la rueda de repuesto de los bajos del carro se quedó descansadito, ¿eh? ¡Madre mía, qué difícil! Menos mal que Pancho (esposo de Carla) es un hacha, porque mis destrezas innatas para la mecánica me alcanzan nomás para el Exin Castillos.

Entretanto, Joshé Villalobos (hermano de Martín y Pancho, cuñado de Carla) me estaba esperando en otro puente, más allacito, en San Isidro. Antes, al pasar por San Antonio, dejo la llanta vacía para que se la lleven a Zarumilla y traten de inflarla para poder recogerla al día siguiente. Así que llego tarde a mi cita con Joshé, y aún demoramos otro rato en buscar dónde dejar el carro a salvo de graciosos (sospechamos que la rueda la desinflaron en la noche), de manera que casi a las 10 de la mañana, con el calor aplastándonos, iniciamos una tremenda cuesta de tres horas, sin apenas descansos, que nos lleva a casa de Joshé.

A pesar de que tiene una mano convaleciente de un corte feísimo con el machete, él sube cargando un tubo de desagüe y varios fierros, y como si nada, me "saca de punto" y le sigo con la lengua fuera, mi cuerpo no carbura hoy, o la rampa es feroz, o las dos cosas. El caso es que sudo como una fuente, me arden los gemelos, me cuesta respirar y las paso moradas, pero llego. Y pierdo la cuenta de los vasos de agua de soja que Gloria (la esposa de Joshé) me ofrece, y yo acepto.

No hemos hecho aún nada porque hoy se trata de ir a un sitio llamado Nuevo Celendín, donde los padres nunca hemos llegado todavía. Así que, tras el almuerzo (sopa de quinua deliciosa por cierto), agarramos a caminar de nuevo y ascendemos hora y media más hasta la casa donde supuestamente nos esperaban... pero no hallamos a nadie. Solo vemos de camino a un hombre con sus vacas, y escuchamos ahí, en la banda (en la ladera de enfrente, al otro lado del río), voces en una casa que estará a no menos de 45 minutos a pie. Joshé se comunica gritando, al menos para que sepan que hemos venido, y en silencio reemprendemos el camino de vuelta antes de que la noche nos gane, otra hora y media de barrito, subir, bajar y por supuesto sudar.

A estas alturas, cuando son casi las 6 de la tarde y llevo unas 6 horas en mis piernas, uno solo tiene ganas de ducharse y descansar. Pero qué va, el día va a ser tovía muy largo...

¡Vaya sitio más hermoso! Lo he llamado "Un lugar en el mundo"

lunes, 19 de octubre de 2015

UNA TABLA DE SARHUA PARA JAVI Y PILI


¿Se puede vivir intensamente algo hermoso a miles de kilómetros de distancia? ¿Se puede celebrar desde lo más íntimo, festejar sin ver, guiado por la emoción que te une a aquellos que amas? ¿Se puede sonreír a la mañana pidiendo a las nubes que envíen ondas de alegría a quienes sabes que redondean su felicidad? ¡Se puede! Yo lo hice el otro día, mientras Javi y Pili se casaban. Y ahora preparo su regalo.

En Sarhua, un pueblo ubicado en el departamento de Ayacucho, se tiene por tradición regalar una tabla pintada con la historia de la familia que la reciba; el compadre espiritual la obsequiara por motivo de construcción de una nueva casa. Cada integrante de la familia debe verse reflejado en sus labores diarias haciendo una descripción horizontal, que lleva un orden de interpretación pictográfica, de abajo hacia arriba. Las tablas son pintadas con pigmentos naturales extraídos de la tierra y vegetales; se usa la pluma de ave para el delineado de las figuras y hacer los detalles de las vestimentas (https://es.wikipedia.org/wiki/Tablas_de_Sarhua y http://www.tablasdesarhua).

¿Me ayudáis, pareja, a componer vuestra tabla de Sarhua? Veamos:

- ESCENA 1: Javi es niño en Linares y Pili es niña en Córdoba. Ambos buenos, obedientes, estudiosos y creyentes (dibujos de ambos, niños, con los papás y en la escuela).

- ESCENA 2: Pili crece en la casa de Don Bosco, Dios le da el carisma de amor a los jóvenes. Javi escucha la llamada del Señor a ser salesiano y marcha a Córdoba a prepararse. Allí se conocen (dibujo de Pili y Javi, jóvenes, en el patio del colegio, junto a Don Bosco).

- ESCENA 3: Javi termina su formación y se ordena de sacerdote. Pili, al concluir la universidad, es administradora en el colegio salesiano. Sus vidas se separan un poco, pero ya el amor había prendido entre ellos (dibujo de Pili en su despacho trabajando, y Javi celebrando la misa).

- ESCENA 4: Javi no es feliz como salesiano, siente que el Señor le llama a vivir algo diferente. Pili está enamorada de él, pero solo ahorita hablan sobre ello. Javi necesita tiempo para tomar una decisión y ella también; ambos se respetan (dibujo de Javi y Pili arrodillados orando, cada cual en su casa).

- ESCENA 5: Pili y Javi deciden emprender una vida juntos (dibujo de los dos cogidos de las manos con la leyenda: "Las grandes aguas no podrán apagar el amor" Cantar 8, 7).

- ESCENA 6: El matrimonio y la bendición de Diosito (dibujo con la fecha 10 de octubre de 2015 y la leyenda: "El amor asciende entre nosotros", que es un verso de Miguel Hernández tuneado).

Esto es lo que me ha salido, ¿qué os parece? Se admiten sugerencias...


¡Enhorabuena! Dios os ha hecho esperar un poco, es verdad, pero con su peculiar sabiduría ha permitido madurar vuestro amor en delicadeza y verdad. No hay duda de que esto es cosa suya, Él os ha llevado juntos al altar en la palma de su mano. Me siento muy feliz y orgulloso de formar parte de vuestra historia; no creo que llegue a eso de "compadre espiritual", pero tenéis mi amistad incondicional y para siempre. Contad conmigo en todo lo que la vida pueda deparar, os ayudaré en lo que pueda. Todo ha sido para bien. Todo es cariño de Diosito vivido y compartido. ¡Os quiero mucho!

miércoles, 14 de octubre de 2015

EL CORPUS EN OCTUBRE


Así como suena. En Michina, en Omia, en Longar… Son en total once los pueblos que este mes celebran su fiesta patronal, y los padrecitos roando de feria en feria sin ser capaces de abastecer a las peticiones de misas, rezos y ceremonias que nos llueven de los cuatro puntos cardinales de nuestra provincia.

Los pueblos de más tradición conservan el formato antiguo: cuando el cura iba una vez al año con ocasión de la fiesta patronal y ahí se quedaba varios días y hacía de todo: procesiones con todos los santos patronos, sacramentos (bautismos, matrimonios…), bendiciones de todo pelaje… y el Corpus. Y siempre vísperas más día central del santito de turno (misa con procesión).

Así fue, por ejemplo, el otro día en Michina. Es acabar la misa de vísperas y ahí mismo, en la puerta de la iglesia, la banda comienza a alegrar la noche y varia gente se anima a echarse unos bailes. Al rato, explota el castillo de fuegos de artificio y la música continúa en la plaza con la banda (es la retreta) o en un local cerrado con una orquesta (la fiesta social). Siempre el mismo esquema.

El día central del patrón que se trate comienza con el albazo, que equivale a nuestra “diana”: los últimos juerguistas, pasados de rosca, recorren las calles del pueblo con la banda y van despertando a los vecinos aporreando las puertas, cantando, gritando, etc. Yo no me explico cómo los músicos pueden aguantar tantísimas horas de pie machacando los tímpanos sin piedad.

Durante los días festivos llegan paisanos de Lima y de todo el Perú. Me recuerda a los meses de agosto en nuestros pueblos extremeños, cuando los emigrados regresan con motivo de las fiestas para ver a la familia y a los amigos de la infancia, convivir y avivar sus raíces. Hay todo un repertorio de tradiciones que ponen gesto y sabor a ese sentimiento, como hacer dulce de frejol y tortillas de almidón de yuca, con huevos, harina, vainilla, manteca…













Las plazas de armas se siembran de puestos de salchipapas, algodón dulce y vendedores ambulantes. La gente se pone sus mejores galas, y los que celebran bautizos se endeudan si es necesario para dar a sus invitados un buen caldo de gallina con su segundo y un brindis rico. Todo en Pindocucho, en Nueva Esperanza, en Omia o en Ramos sabe especial, todo con esta humildad simpática y cautivadora que le sale al peruano natural.

Velas y más velas flanquean las imágenes de los santos preparadas en sus anditas para la procesión: la Virgen del Rosario, San José, El Señor de los Milagros, el Cautivo, San Antonio, la Virgen de la Merced… Mucha gente acude a la misa mañanera, excusando a los resacosos que no se levantan o que no se acuestan todavía. Y siempre uno de los días es para el Señor Santísimo, o sea, el Corpus. Tengo que acordarme de preparar el viril porque ese día la procesión es con la custodia.


Se recorre nomás la plaza, en todo momento con la banda interpretando canciones de misa. En cada esquina hay un altar donde me arrodillo ante el Señor: “Sea infinitamente alabado” – rezo, “Mi Jesús sacramentado” – contesta la gente. No hace el calor de las doce de la mañana en el Valle, y la custodia, que es chiquita y de latón, no pesa como la de Santa Ana, pero yo me siento igualmente dichoso y en cada parada doy la bendición con cariño.

Luego me invitan a almorzar (¡cómo no!) con gran amabilidad, a veces en algún bautizo, y yo me dejo llevar por la capacidad de esta gente de dar y de agradecer, intentando que se me pegue algo de ese instinto y tratando de merecer ser “uno de los suyos”, aunque no sé si algún día lo lograré.

Renuncio a hacer sesudas reflexiones acerca de la religiosidad popular y sus riesgos y sus oportunidades. Aspiro solo a disfrutar de la experiencia de servir a este pueblo en la expresión tradicional de su fe, aprovechando para hablarles del Evangelio y aprendiendo de su espontaneidad y sencillez. Acá nada es muy solemne, el Cristo está adornado con farolillos que recuerdan a la feria de Sevilla y hay que apartar algún perro durante la procesión. Mientras el Pan sale de la iglesia en su custodia, recuerdo cuando entraba en el horno en la paleta de madera; las manos que consagraron no se diferencian de las que amasaron... Todo está conectado, todo es presencia de Dios pobre, en chanclas y sonriente.

Varias mujeres de la familia Vargas López, de Omia, que me invitó el día de hacer las tortillas

jueves, 8 de octubre de 2015

PIEDRAS EN LA CATEDRAL


Al pasar Nueva Esperanza hay un puente en un lugar llamado Chalua, y junto a la pista una gran piedra blanca y redondeada.
- ¿A qué se parece? - me pregunta Ángel.
- ...
- A dos bueyes con su yunta, ¿verdad? Pues esta piedra sería perfecta para el altar de la nueva iglesia de Omia.

Meses después, siguiente capítulo de la historia. Voy a ver a don Oriol Zumaeta, que es de Omia y gerente de la municipalidad de Mendoza, para ver si nos apoya en el traslado de la piedra, y oyes, dicho y hecho: con gran generosidad y eficacia hace sus coordinaciones con ayuda de Nancy, y en un par de días una retroexcavadora jala la piedra, la pasa a un volquete, que la lleva a la iglesia y la bota en el presbiterio dando un vuelco, cayendo de pie pero rompiendo varios ladrillos de la pared del fondo.

Colocar la piedra en su lugar no fue tan sencillo y llevó casi dos días. Hubo que abrir un cráter en el piso para hundir la piedra de manera que quedara a la altura adecuada. Como no se encontró un retromartillo, tuvieron que romper el cemento a lo bestia, con mazo y mucha moral. Una vez hecho el agujero, resultó arduo ubicar el pedrusco con la uña de la retro, con cadenas, con imaginación y una miaja de suerte. ¡Ahí nomá! - grité cuando me pareció que estaba en el sitio.

Y es que han sido un montón de viajes a Omia, y la semana pasada casi cada día, por la mañana (la moto ya se sabe el camino), para coincidir con el tallador y no perder detalle. Porque la roca, ya en su sitio, había que cortarla y esculpirla, para que fuese un altar y al mismo tiempo no perdiese su aspecto original de piedra con forma de bueyes uncidos. Manuel ha trabajado magníficamente, y aún me asombra cómo ha podido lograr un resultado tan espléndido; le ha ayudado el corte de la amoladora, pero es increíble la habilidad, la fuerza y la paciencia de este hombre para labrar algo tan durísimo.

Que peazo de ambón, madre
Todavía el domingo, a dos días de la bendición, me avisan de que el alcalde, que se llama César, ha llevado otra piedra para que sea el ambón y la quiere colocar. Vuelta a Omia entre misa y misa para asegurarme de que la ponen en su punto... Mucho esfuerzo pero todo ha salido bien: hoy, durante la ceremonia, me sentí muy satisfecho porque me lo he currado. Se tiene uno que reconvertir en improvisado picapedrero o albañil, pero es muy bonito aportar algo de ti para que un pueblo tan simpático como Omia tenga una "catedral" (así la han llamado varias veces desde el micro en los discursos...) preciosa con un altar del todo original.

Y duradero. Yo me marcharé y espero que los de Omia se acuerden de este padrecito cuando hablen de cómo llegó la piedra. Aunque creo que casi nunca funciona así: ni tejados ni suelos ni más bien nos recuerdan porque quisimos a la gente y fuimos buenos, cercanos y serviciales. Y eso es más hermoso aún. Sobre este imponente altar hemos celebrado la Eucaristía y luego en la procesión los danzantes han derramado la fragancia de tradición de este pueblo humilde y encantador, que cada día me enamora más.

Ángel, ya tienes tu piedrita... estarás contento, ¿no? Un gran abrazo.



sábado, 3 de octubre de 2015

LA AMISTAD PROTEGE


Somos raros. Lo hemos comentado muchas veces. Pero eso no nos hizo encontramos, ni siquiera conocernos. Yo sabía que te habían trasladado a mi pueblo, y tú, por tu cargo, tenías noticia de mi existencia y mis avatares. Nomás. Hasta que yo necesité ayuda en un momento crucial. Nos saludamos por la calle Santa Eulalia y ahí empezó todo, acaso tú no te acuerdas, pero yo nunca lo olvidaré.

Raros por habernos criado en otras familias, raros por nuestros planteamientos, filosofías o modos de vivir, no sé. El caso es que, cuando me cayó la hora más decepcionante y pesarosa, apareciste con toda tu generosidad para comprenderme, aconsejarme bien y ayudarme a encontrar ventanas abiertas. Junto con Antonio Becerra, los dos con el conocimiento realista de las cosas puesto a mi servicio.

Todo salió bien, pero tú entendiste que a mí me hacía falta algo más que una resolución práctica de la situación, se trataba de un atolladero personal más agudo, un hundimiento de la confianza en mí mismo, no desorientación, pero sí la autoestima derrocada. El vino que el samaritano aplica a las heridas del caído fue lo que tú me invitaste a compartir como remedio al lamento en muchas noches de conversación, de confidencias, de reconocernos el uno en el otro como amigos.

Sí Paco, así me ayudaste: siendo amigos. Dándome la seguridad que yo tenía extraviada, haciéndome sentir que cuando el cariño aflora los reproches se esfuman y con naturalidad se hallan los puertos comunes. Raros por la prevención o el recelo ante lo desconocido; raros también por las ciegas agresiones de la envidia.

Porque trataron de hacerme daño, ya recuerdas. Pero yo sé que tú me protegiste, primero estando ahí aquel mi primer día en el pueblo del jamón, y luego defendiéndome de las mentiras y los chismes cuando yo no tenía argumento ni capacidad. La maldad no lesiona si el cariño se pone en pie y empuña la honestidad. Lo dice esta frase que vi en el muro de Sonia: "La amistad protege y el amor cura. El odio contagia y hiere. La indiferencia mata" (Lois Pereiro).

Luego llegaron mis Valles, y esa fue la terapia definitiva. Tú seguiste ahí, compartiendo esta vez las horas vivas, como dice Gibrán, riendo con mi alegría, disfrutando de mi pequeña felicidad. En algún momento me tuviste que amparar de nuevo, porque a los raros no nos faltan enemigos, pero sabes que ya era más fácil, yo iba disponiendo de cierto crédito.

Y al final, el crucifijo, que es el símbolo del sueño cumplido y de la victoria. Tú me lo trajiste de Roma, es como el de Francisco, y él lo lleva mientras charla contigo en la celebración de tus bodas de plata de sacerdote. El Papa también es raro, y cuántas veces ha iluminado nuestras conversaciones, ¿verdad? Es una inspiración para ti y para mí.

La foto recoge un momento mágico que tú te mereces por los cuatro costados, Paco. Hoy, en esta víspera de tu santo y el del Papa, el instante se repite con otra melodía en Mérida, entre los tuyos, tu familia, tu comunidad. Yo andaré por Huambo, por Omia... en las faenas del sábado mendocino, pero estaré unido a ti y muy bien representado por Luis y Elena. Enhorabuena por 25 años de entrega al Señor y a los demás. Gracias por todo lo que has hecho por mí. En mi paladar está el buen tinto de nuestra tierra, y sé que quedan muchos momentos por saborear juntos. ¡Felicidades amigo!