sábado, 7 de diciembre de 2024

EL OFICIO DE AGRADECER


“¿Tan lejos has ido? Los misioneros siempre pidiendo” – me escribió alguien el otro día como respuesta a una foto de la catedral de Frankfurt. Y es cierto, la misión necesita tantos recursos, que casi vivimos con la palma extendida; pero esta vez el objetivo primordial era dar las gracias, un trabajo mestizado con el privilegio y el disfrute.

Ya tenemos experiencia de lo positivo que es propiciar el contacto directo con los financiadores, encuentros personales con quienes conocemos a través de pantallas y correos electrónicos. Por eso tenía que aprovechar este tiempo más prolongado de descanso para hacer una escapada a Alemania, donde hay varios organismos que velan por nosotros. Si no fuera por su solidaridad más la de algunos otros, y por Propaganda Fide, simplemente no podría haber misión.

Esta imagen está tomada en las oficinas del arzobispado de Colonia. A la derecha, la doctora Martina Fornet, responsable de Perú dentro del equipo Países Andinos de Adveniat. Recuerdo los primeros mensajes intercambiados con ella hace más de seis años, apenas tanteos para ver si podríamos acceder a una ayuda puntual para el encuentro vicarial de animadores. El Vicariato había perdido buena parte de su credibilidad ante las agencias por el colapso financiero de 2011, pero Martina recibió la solicitud y Adveniat confió en nosotros.

Después hemos ido aumentando la colaboración con proyectos más grandes, y últimamente incluso plurianuales. Adveniat posibilita muchas reuniones de coordinación pastoral, apoya para las visitas a las comunidades, los encuentros de formación de agentes de pastoral, la asamblea vicarial, la pastoral social, los sueldos de la asesora legal y la secretaria de la oficina de Defensa de la vida y de la cultura… de todo. Un aliado de primera categoría.

Martina me fue a recoger a la estación de tren en bicicleta con sus dos hijos María y Rafi, me llevó a su casa con su esposo Tomás, me invitó a cenar, me acompañó a la curia y hasta me hizo de guía turística. Habla perfectamente español. Una ejecutiva con una generosidad y un entusiasmo en sintonía con los principios de su institución: Adveniat recoge pequeños y grandes compartires de los fieles católicos alemanes para que la Iglesia pueda mejorar la vida de los más pobres en países lejanos.

A la derecha de Martina, más chatita y con lentes, tenemos a Silvia Schmitz, encargada de Perú y otros muchos países dentro del Departamento Iglesia Universal de la Arquidiócesis de Colonia. Con ellos tenemos una deuda de más de 100.000 soles, unos 26.000 €, que en su día ellos concedieron, pero que no fueron empleados en el fin para el que se habían pedido. Por tanto, hay que rembolsarlos. Problemón.

Como saben que estamos misios, la manera de subsanar ese bandidaje es que Colonia continúa aprobándonos proyectos, pero en ellos el Vicariato coloca una buena cantidad de aporte propio, que se computa como devolución de la deuda. Es decir, no solo no nos denuncian ni nos borran de su lista de beneficiarios, sino que nos siguen favoreciendo para que nos recuperemos. ¿No es magnífico?

Pasé también por Königstein, un pueblo cercano a Frankfurt donde está la sede de la famosa fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada. Me esperaba el limeño Luis Vildoso, jefe de la sección Lationamérica y nuestro interlocutor habitual. Esta organización tiene una mística especial, se respira fe por los cuatro costados, sus trabajadores suelen ir de retiro como parte de su labor, presidí la Eucaristía que cada día celebran… Están muy comprometidos con la Iglesia martirizada y sufriente, y también con los que pasamos por graves apuros para sostenernos. Pude percibir cuál es la fuente de esa caritativa robustez.

También hubo un café con Bárbara Schirmel, de MISEREOR, que nos amparó y sustentó en el peor momento y sigue siendo uno de nuestros principales socios. Con todas estas personas fue lindo mirarnos a los ojos, apreciar el tono de voz, bromear, y también aclarar puntos, recibir información de primera mano, orientaciones para el futuro, e incluso cerrar algún “negocio”.

Y me falta la guinda: de amarillo, junto a mí, tenemos a Yolanda Luna Rasero, la compañera de Silvia que va asumir sus tareas cuando ella se jubile, y que por tanto será pronto nuestro nuevo enlace con Colonia. Yolanda es alemana, pero sus papás son de Fregenal de la Sierra… ¿Una casualidad, un golpe de fortuna? No: un guiño de bendición. Como cuando veo los bufeos durante un recorrido y siento: “todo va a ir bien”.

sábado, 30 de noviembre de 2024

HACER EJERCICIOS EN UN MONUMENTO


Ni más ni menos. Porque eso es lo que es Loyola: una belleza hecha edificio, una suerte de materialización de la historia y la espiritualidad ignacianas, el emplazamiento de encuentros profundos con Dios de miles de personas durante quinientos años, entre ellas Ignacio, Arrupe y tantos otros. Ha sido un regalo inmenso hacer ejercicios acá; ocho días que recordaré toda mi vida.

Lo necesitaba imperiosamente: no dar ni preparar nada yo, sino que me dieran ejercicios a mí. Y quería no una tanda específica para sacerdotes o religiosos, sino algo abierto, donde pudiera participar cualquier persona, y yo como uno más, discípulo, llegando con mi realidad, atento a escuchar lo que el Señor me quisiera ofrecer, dispuesto a todo.

Estas fechas me cuadraban, y el facilitador era un jesuita llamado Javier Alberdi; pregunté por ahí pero nadie decía conocerlo, de modo que formaba parte de eso de llegar sin nada preconcebido. Javier es ya mayorcito y vasco vasco, solo le faltaría ponerse la txapela, pero ha pasado casi toda su vida en Venezuela. Esa experiencia -que constantemente él traía-, junto con su modo de ser, su manera directa y simple de hablar, su imagen de Dios tan entrañable, y su humor (por momentos parecía un monologuista), han hecho de los puntos ratos únicos. Las carcajadas resonaban en la sala y alguna de las monjitas se escandalizaba un poco.

De hecho el grupo era bien variopinto. Había varios laicos, entre ellos un matrimonio; tres o cuatro sacerdotes, y el resto religiosas. Se apreciaba el fenómeno que creo que es casi general en el personal religioso en España: la gente joven, todos sudamericanos, indios o africanos; los mayores, españoles. Una hermana era peruana, de Cutervo. Y había dos canarias, mamás de familia, Lourdes y Mariella, que son con quienes mejor he conectado. Qué bien han hecho los ejercicios, cómo han entrado, qué bonito ejemplo me han dado.

Me sorprendió de entrada que los puntos fueran antes de almorzar, a las 12:45, y a las 9:45 ¡de la noche! Ahí Javier ofrecía la propuesta para la mañana del día siguiente. Al principio me costó un poco, pero después le encontré el sabor. Durante la noche, mientras duermes, la mente y el corazón rumian lo que has escuchado, y ya te levantas “no dando lugar a unos pensamientos ni a otros”, más bien centrado en “lo que voy a contemplar”, como explica San Ignacio en los números 73 y 74 de los Ejercicios. Y en general Javier daba poco material, de manera que te quedaba mucho tiempo para organizarte y hacer también otras cosas que te apetecían o necesitabas. Incluso dejó todo un día libre. ¡Me ha encantado!


La casa de por sí es la primera ayuda para sintonizar con el Espíritu. Todo está exquisitamente cuidado y decorado con elegancia y gusto: las capillas, las salas, Gogartea, las habitaciones, el solarium… La comida, magnífica: jamón en el desayuno y máquina de café y bebidas variadas todo el día. Lavandería donde se seca la ropa al toque. Hay un inmenso espacio natural para poder pasear, algo esencial en los ejercicios. El jardín es espectacular y subir al monte, saludando a las ovejas, permite disfrutar de un paisaje y de un silencio realmente inigualables. Desde lo alto se ve la veleta de la basílica, una preciosa iglesia redonda construida junto a la casa-torre natal de San Ignacio, el corazón del todo el complejo.

Pero si hay un rincón especialmente impregnado de vida en Dios es la capilla de la conversión, los antiguos aposentos de la casa-torre donde el santo, convaleciente de la herida en la pierna, leyendo libros, descubrió a Jesús. Ha sido el escenario de los instantes más intensos, de mayor intimidad y carga afectiva, al menos para mí. Mirando la leyenda “Aquí se entregó a Dios Íñigo de Loyola” he atesorado las inspiraciones, claridades, reformas que he de consolidar y trabajos interiores necesarios que Diosito me ha inspirado. Y las cuestiones en las que, definitivamente, no me puedo engañar.

La bonita interacción entre los componentes del grupo, en total silencio los ocho días, ha sumado para que todo haya sido redondo. La última noche nos despachamos a gusto compartiendo, y sin darnos cuenta hemos sido importante unos para otros. Con Mariella y Lourdes comentábamos cuánta sed de espiritualidad, tal vez no de “religión”, vemos que hay hoy en día, en medio de la tan cacareada superficialidad… Es esperanzador.

Y por supuesto, como era de esperar, he pasado todos estos días con mi Mamá. Recordando, llorando, aceptando, aprendiendo, y sobre todo agradeciendo. La encontré por todas partes, muy dentro de mí, con dolor, pero con serenidad, y también con orgullo y mucho amor. Amor que “desciende de arriba” (Ejercicios 184 y 237), de ella, de Dios.

domingo, 24 de noviembre de 2024

ENSANCHAR LA VIDA

Ya no recordaba la última vez que fui a una jornada, simposio, congreso o algo así: entrada, acreditaciones, folder, bolsito, escenario, discursos, aparición fugaz de los políticos… Y aunque el comienzo respondió a lo habitual, lo que siguió fue una sorpresa que me rompió muchos esquemas y nos hizo vivir un total carrusel de emociones.

La Asociación Cuidándonos de Badajoz forma parte de una red llamada Compassionate Communities creada en 2016 por profesionales de los cuidados paliativos con el propósito de “sensibilizar, concienciar, formar y capacitar a la comunidad en el acompañamiento y cuidado de las personas con enfermedades avanzadas o en situación de final de vida”.

El origen de este movimiento de ciudades compasivas está en la necesidad de promover los cuidados paliativos, y por eso estábamos mis hermanas y yo allí. La vivencia de acompañar a mi mamá en sus últimos días, y la ayuda que nos prestaron a todos Miguel Ángel y Montaña, nuestros paliativistas, nos han marcado. Semanas antes se habían agotado las inscripciones. El aforo se completó al toque.

Tras los saludos protocolarios, lo primero fue un breve concierto de cuatro violinistas de la Orquesta Barroca de Badajoz. La finura y elegancia de sus melodías concedió a la jornada la belleza y el ornato de sensibilidad que se requiere al abordar el tema de la muerte desde la perspectiva de una vida plena, ensanchada y acompañada hasta el fin.

La ponencia estrella fue la de Enric Benito, una autoridad internacional en cuidados paliativos, con décadas de recorrido en el acompañamiento de enfermos “terminales”, y lo pongo entre comillas porque me impresionó escuchar de un hombre como él que “No somos seres humanos con una dimensión espiritual, sino seres espirituales con una dimensión humana”. Todo está “bien organizado” por una conciencia universal de amor con la que podemos conectar, y el “murimiento” es como el nacimiento, el paso a una realidad de plenitud y bienestar definitivos.

Desde su perspectiva, la muerte como final no existe, y eso inspira para atender a los enfermos con amor y delicadeza, respetando sus decisiones, ayudándoles a aceptar y a soltar, a no resistirse, superando el miedo y venciendo la tristeza con la esperanza y el cariño.  Me impactó profundamente que la práctica vocacional de los cuidados paliativos abre de manera natural a la experiencia creyente o espiritual, la intuición profunda de que “no estamos desamparados”.

Así ocurrió siempre para el ser humano: el misterio de la muerte es una puerta a la pregunta por el sentido de la vida y al presentimiento espontáneo de la Trascendencia. Y por tanto, la llamada silenciosa a la espiritualidad, que se manifiesta en la diversidad de religiones. Javier Melloni expresa esta distinción con precisión y hermosura: “Podríamos decir que las religiones son las copas; la espiritualidad, el vino; las creencias, las denominaciones de origen de cada vino, y la mística es beber de ese vino hasta embriagarse”. Esto me sigue haciendo pensar.

Se fueron sucediendo intervenciones en un tono muy ameno, alejado del academicismo, con formatos ágiles y participativos, incluyendo la música y la danza. Cuando tomaban la palabra los familiares de personas ya fallecidas y contaban cómo habían vivido el proceso de la despedida, nos estremecíamos y nos agarrábamos de las manos, nos volvía todo. Pero también hubo espacio para el humor, la risa y hasta algún bailoteo.

En enfoque de esta asociación pretende ir más allá del mundo de los cuidados paliativos. El proyecto “Badajoz Compasiva” trabaja para promover un modelo de liderazgo colaborativo a través de la inteligencia conectiva para fomentar la participación de familiares, amigos, vecinos, voluntarios, instituciones públicas, empresas, colegios profesionales, escuelas, universidades, asociaciones (…) en la creación de redes de cuidados con el objetivo de formar “Comunidades que Cuidan””. Además de cursos de formación, potencian acciones de sensibilización como los Death Café o Árboles para el recuerdo. Se puede conocer más en su web https://www.badajozciudadcompasiva.com/.

Los cuidados paliativos son un paradigma de la misma vida. Acoger a cada persona con toda su dignidad, acompañar para que pueda concluir su camino en esta tierra sana, serena, sin dolor, con calidad y conciencia, dueña de las circunstancias y los modos de su muerte. Un instrumento clave para ello puede ser el Documento de Voluntades Anticipadas. Lo tengo que estudiar con detenimiento.

Ojalá tengamos la dicha de ultimar esta etapa acompañados por personas que nos cuiden como un privilegio, no como una carga. Que su esmero nos ayude a mirar el tránsito cara a cara, con agradecimiento y lucidez, libres del temor, como un momento espiritual. Que, siendo manos y rostro de la ternura divina, ellos nos faciliten ensanchar la vida hasta su último segundo. Morir rodeados de amor.

viernes, 15 de noviembre de 2024

TAREAS DOMÉSTICAS

 
Este tiempito que paso en España se trata de acompañar a mi papá, estar con mi familia, descansar, ver a los amigos, parar, leer, cuidarme… descansar. Una de las cosas que más disfruto es algo tan sencillo como poder hacer las tareas de la casa. Pa que veas.

En esta vida que llevo, tan repleta de reuniones, trabajos administrativos, y siempre de acá para allá encadenando un viaje con otro, no me da tiempo ni a rascarme el sobaco. Vivo en una casita que la señora Rosa limpia regularmente, entrando en mi cuarto cuando estoy fuera, para que a mi regreso esté presentable. Almuerzo en el comedor común, con los misioneros que estén de paso y el personal de la oficina del Vicariato, de manera que no me tengo que preocupar de la comida.

Salgo a comprar ya cuando no queda de otra: o eso, o no me ducho, ni me afeito, ni voy al baño... Sí que hago la colada, porque eso me encanta (es un gen de mi mamá): pongo la lavadora una vez a la semana y a diario lavo y cuelgo mis trusas y pañuelos. Así las de la ODEC saben que estoy en Iquitos, me tienen controlado, y se burlan.

Pero acá encuentro tiempo y condiciones, por ejemplo, para cocinar, ¡y cuánto hacía que no tenía ese placer! En Islandia había un turno y cada viernes me tocaba arreglar pescado, arroz, ensalada, frejoles… y casi siempre tortilla de papas. Pero estos cinco últimos años, nada de nada. Así que me estoy desquitando guisando garbanzos con espinacas, lentejas con chorizo, o preparando brócoles, acelgas, pasando solomillo, y hasta dorada a la sal.

La cocina me relaja, implica calma, dedicación y cariño. Con la olla destapada y con un partido de Champions en la tele como ruido de fondo, voy condimentando y rectificando de sal, y practico de alguna manera mi profesión de químico. Pruebo con pimienta negra, eneldo, escamas de pimentón de la Vera... Mi papá dice que está “todo bueno”, aunque no sé si fiarme mucho de su criterio, condicionado sin duda por la amabilidad y porque no se hace problema por nada. Y qué gozo comer tu propia sazón.

Aparte de esto, ni que decir tiene que hay que lavar (no “fregar”, que significa “fastidiar” o “j…der”) los cacharros, recoger la cocina, barrer, trapear el piso, componer el sofá del salón, sacar la basura (convenientemente separada, por supuesto) y después poner lavadoras, colgar, secar y juntar la ropa, y alguna vez hasta planchar, aunque ese oficio no tanto me entusiasma, y menos a mis riñones. La compra normalmente la hace mi papá, y el resto de faenas las hacemos entre los dos, con la valiosa ayuda de la señora Isabel, que viene un par de veces a la semana.

Vivir en un departamento y poder realizar las labores domésticas me hace sentirme una persona “normal”, alguien ordinario, “uno de tantos” (Fil 2, 7). Esa fue la experiencia en mis queridos pueblos, donde era simplemente un vecino más, parte de una comunidad humana como todo el mundo. Beleza, dicen los brasileros. A veces los sacerdotes, religiosos o misioneros vivimos en casas que son como castillos, enormes, algunos casi inexpugnables, muy distintos de los hogares de la gente.

Eso, las vestimentas y los símbolos, junto con las costumbres y estilos de vida, en ocasiones nos separan del pueblo menudo, dándonos un halo de excepcionalidad, mitificándonos o directamente haciéndonos raros. Pero no somos diferentes a los demás, ni mejores ni especiales; somos como todos, corrientes y molientes, parte de la humanidad, aunque alguno-a parezca que vive en otro planeta.

Somos pueblo, tenemos la dicha de compartir las vicisitudes y el destino de la inmensa mayoría, como hijos y hermanos. Qué suerte paladear ese “gusto espiritual” (EG 268), sabroso como el bacalao o un buen cocido. Las tareas de casa me igualan y me ayudan a vivirme así. Y esta es la historia de hoy, nada aventurera o exótica, puramente cotidiana.

sábado, 9 de noviembre de 2024

CAMINAR SOBRE UNA MONTAÑA DE BASURA

 
Eso es lo que tiene uno que hacer en los puertos de Iquitos cuando baja el nivel del río. La imagen no es tan buena, pero puede dar idea de lo que ocurre, disculpen si daña la sensibilidad. Pero es un hecho: el Amazonas se ha convertido en un “inmenso depósito de porquería”, en palabras del Papa Francisco en Laudato Si nº 21.

Intento no mirar abajo cuando camino por las maderas o voy por las gradas, porque lo que se ve es una auténtica asquerosidad: una amalgama nauseabunda de plásticos, barro, tela, vidrios, desperdicios… que es inapreciable durante la época de creciente pero que, al secarse el río, emerge amenazante y desoladora.

Es decir, cuando hay mucha agua, ¡toda esa basura está también ahí! Habrá una parte que se mueva y se vaya quedando río abajo, contaminando y ensuciando toda la ribera, incluso seguro que porciones apreciables de cochinada llegan hasta el Atlántico, pero es evidente que la gran ciudad que es Iquitos genera muchísimos residuos que van de frente al Amazonas y allá se depositan.

Hay puertos en que no queda otra que brincar por ese lodo infestado y repugnante, que además hiede más o menos según las zonas. Cuando llego a casa procuro lavarme los pies, si es que llevo sandalias, y si iba en zapatillas, las limpio. Realmente es un espectáculo repulsivo y deprimente.

Más allá de consideraciones acerca de la costumbre de botar todo al río sin pensar, o la necesidad de separar y reciclar, o la urgencia de la educación para el cuidado de la naturaleza etc. etc., me he preguntado mil veces cómo es posible que ocurra esto. ¿Cómo es posible que las autoridades permitan que los puertos estén en esas condiciones?

Son lugares de acceso al río de pasajeros y mercancías indistintamente, mezclados, embarullados. Hay alguna escalera de cemento, pero la mayoría son de madera, precarias, empinadísimas pero medio rotas, resbaladizas cuando llueve, en las que te tienes que apartar si viene un chauchero cargado con un costal, una piña de plátanos o lo que sea. A veces casi no hay espacio, como el otro día que un hombre subía la loma con una lavadora a cuestas.

Eso o el barrizal sucio y atestado de desechos, o ambas cosas, es lo que ven los turistas cuando llegan a Iquitos o zarpan a otros lugares. ¿Las orillas tal vez no son competencia del municipio, y sí de la marina, y por eso no hacen nada…? No lo acabo de entender, y cada año igual o peor, esa agresión a la salud, a la integridad de la creación, a la belleza del Amazonas, al sentido común.