miércoles, 27 de febrero de 2019

EL DÍA DE LAS GASEOSAS


¿Cuántas veces hay que “fracasar” para ver una posibilidad de éxito? ¿Cuántos chascos aparentemente inútiles son necesarios para paladear un gramo de victoria? Seguramente varios. Lo vivimos en la última visita a la quebrada Sacambú: hacía un año del último intento, pero las cosas fueron (casi) rodadas, cómo te quedas.

La crónica de este corto viaje destaca que por fin hemos encontrado la manera de entrar. Solo habíamos ido una vez porque sencillamente no encontrábamos motorista que quisiera llevarnos. Uno porque es una zona roja, y dos porque es bien complicadita la geografía, con muchas vueltas y revueltas del río y sus furos, y si uno no conoce bien, se pierde rapidito. Pero increíblemente Michael, el animador de 28 de Julio, se ofreció a llevarnos y traernos en el bote de su hermano Wilder, un deslizador de aluminio con un motor de 60 CV, o sea, un auténtico fórmula 1 fluvial.

De modo que en una hora ya estábamos allí, y nos recibieron con gaseosa y galletas. Mientras iban llegando sus tres hermanos con sus respectivas esposas e hijos, Michael avisaba a la gente. Uno de ellos trajo su guitarra, que cayó obligadamente en mis manos y al toque nos pusimos a ensayar para la celebración. Son muchachos jóvenes criados en el internado de las religiosas del Estrecho y saben muchas canciones, además de nombrar a la madre Lupe a cada rato. Para que pensemos en qué momento se cosecha… a veces años más tarde y lejos. Cantábamos y tomábamos más gaseosa.

Llegaron como 40 niños (no exagero), volaron las láminas de colorear y los caramelos, mientras los adultos teníamos una animada conversación sobre el Bautismo, con muchas preguntas e intervenciones, y después celebración de la Palabra, con guitarra, full cantos y todos los aparejos. Al terminar, por supuesto, gaseosita para todos; “gaseosa” es un concepto general, es cualquier bebida dulce con gas: coca cola, inka cola, guaraná, fanta y similares… De ahí, al toque, a San Mateo, otro pueblo a 10 minutos en el Ferrari acuático.

Allí la cosa se desarrolló de manera similar: gaseosa con galletas, charlita y celebración, igualmente con música pero un poco más sencilla que en la tarde. La clave estuvo después: “¿Qué persona podría ser el animador o animadora de esta comunidad? ¿A quién elegirían ustedes?” – preguntamos. Y votaron a Miller y a su esposa Heidy, una pareja bien valiosa que puede dar mucho juego acá (si hubiera tenido que escoger yo, también hubiera apuntado a ellos). Para celebrarlo, adivinen… gaseosa.

El regreso a 28 de Julio, a las 9 de la noche, lo hacemos lentamente en medio de la oscuridad, por un paraje de belleza enigmática, los árboles enterrados en el agua negra y plateada, el silencio envolvente habitado por infinidad de vidas que se intuyen en esta selva profunda, y todo como captado en su inmovilidad por una frágil luz de luna acechada por inmensos nubarrones. Nos alumbramos con nuestras linternas de mano esperando que los narcos estuvieran ocupados tomando su caldo de gallina.

Cuando en mitad de mi “ducha” a oscuras se descolgó un tremendo aguacero, me sonreí calculando cuántos vasos de gaseosa habría trincado ese día. Luego, acostado ya dentro de mi carpa, recordé las palabras de José Antonio, una lejana noche en Togo: “En la misión, lo que empieza fácil no será muy sólido ni durará mucho; en cambio, lo que comienza con dolor y dificultad, como los partos, probablemente lleve a algo que merezca la pena”. 23 años después de su muerte, él me sigue inspirando.

viernes, 22 de febrero de 2019

ECOLOGÍA DEL REINO


Este año el habitual encuentro teológico de febrero volvió a Chaclacayo, al escenario de la primera vez que viví estos días tan especiales de estudio, reflexión, aprendizaje mutuo y sobre todo mucha, mucha vida. Compartida con creyentes excepcionales, que caminan con el pobre en el centro y Jesús en el horizonte, y construyen una Iglesia samaritana.

El tema: “Cuidado de la creación y desafíos actuales”, en sintonía con el Sínodo amazónico que sigue su proceso y culminará el próximo octubre. Pero desde la mirada de la teología, que con un pie en la realidad y el otro en el Evangelio, repiensa la ecología integral y la hace evolucionar a ecología del reino. Puesto que la crisis es una sola (ambiental y socioeconómica-cultural), los seguidores de Jesús estamos llamados a buscar la justicia guiados por la misericordia preferencial como criterio inequívoco.

Sesudas charlas, reuniones de grupo y plenarios alternaban con momentos de distensión y convivencia. A las 6 de la mañana los fans de la piscina ya nos estábamos dando el chapuzón acostumbrado para comenzar el día, alguna vez precedido de un saludable paseo; los refrigerios, la sobremesa y los ratos libres de la noche eran para conversar sobre lo divino y lo humano, arreglar la Iglesia y el mundo… Hacer circular y reforzar los valores que nos identifican como cristianos que caminan y trabajan con una determinada sensibilidad, enraizada en la liberación de la pobreza en todas sus versiones.

Como participaba por cuarto año, no era ya “nuevo”, y desde el principio me sentí muy a gusto y relajado, sin la mijita roche de otras veces. Uno de los días se dedicó a testimonios de la Amazonía, y a mí me habían pedido que preparara algo sobre la triple frontera y nuestra misión islandesa. Los comentarios, felicitaciones y palabras de ánimo me hicieron pensar en lo distintas que se ven las cosas desde fuera, y el bien que nos hace que nos objetiven. Siempre hay algo excepcional en la vida y tareas de cada persona, pero a menudo, metidos en el día a día, no nos damos cuenta ni lo valoramos porque para nosotros “es natural” y no tiene más mérito.

Salió mucho el deseo de una Iglesia más ecológica: más laical, más participativa, con la mujer en el lugar que le corresponde, menos “sacramentalista” y más comprometida con los débiles, y que haga suyos los clamores de la Amazonía: la deforestación, la trata de personas, la desaparición de culturas ancestrales, los abusos, el narcotráfico, la corrupción, la defensa del territorio de los pueblos indígenas, la minería ilegal… Los temas de los que el Papa habló el año pasado en Puerto Maldonado (porque hubo otros más “intraeclesiales” que no los mencionó, por algo será).

Llegó la noche de la fiesta. Ya no me tocó salir a “aprender a bailar sevillanas”, más bien le aconsejaba a Fernando Asín qué novatos podían dar más juego en la dinámica. En el tradicional powerpoint de Miguel, lleno de fotos y bromas de la semana, sí que aparecí varias veces. Y pensaba: “Es un hecho: soy uno más entre esta gente a la que admiro. ¿Cómo es posible?”. La única explicación que se me ocurre es que Diosito lindo me lo ha concedido. Acá sigue mi anillo, porque Él es fiel.

Con amor pronuncias mi nombre
en cada edad de mi vida.
Vuelves a llamarme
con ternura,
con comprensión
y delicadeza.

Así el propósito de mi existencia se va concretando,
se consolida y a la vez lo redescubro,
me lo presentas con rostro nuevo y permanente en su esencia,
enriquecido continuamente con la sorpresa de tu propuesta.

sábado, 16 de febrero de 2019

POR FIN A BORDO DEL "LAUDATO SI"


Después de levantarnos nos pusimos a conversar; llovía afuera, no estábamos apurados y esperábamos que la señora Luz sirviera algo de desayuno, como siempre hace, antes de continuar el recorrido. Apareció su padre con un termo de café negro y nos invitó, y ahí debí comprender que no habría nada más. Hasta que después de un rato larguísimo, empezamos a despedirnos. Entonces Luz se acercó a Emilia y le dijo bajito: “Disculpen, pero… no tengo nada para ofrecerles”.

Estamos en Buen Jardín, una pequeña comunidad al fondo de la quebrada Callarú, que desde la primera visita nos impresionó por su pobreza. Los perros son el crudo retrato de la miseria y la desolación: cubiertos de sarna, se mueven como esqueletos vivientes o animales-zombis buscando cualquier bocado. Esta última vez había cuatro cachorros debatiéndose entra la vida y la muerte, acercándose inútilmente a los pechos* exhaustos de su madre, que tampoco tenía nada que darles. Los vecinos dicen que la vida es dura, “a veces no tenemos ni para nosotros, imagínese para los perros”.

En la época de creciente el río alaga todito el espacio de la comunidad, de modo que la gente tiene que ir en canoa a ver a los vecinos y los niños remando a la escuela. Pero en los meses de vaciante es peor, porque entonces la quebrada se seca completamente y han de caminar horas para salir al Amazonas grande, cargando sus productos para vender o sus enfermos para llevar a la posta más cercana. Y en todo momento el monte comienza apenas cinco metros más atrás de las casas, con lo que no tienen espacio ni para hacer sus necesidades.

Por eso hicimos con la ONG Misión América un proyecto para construir baños en Buen Jardín, y después de conocer al Padre Ángel en las vacaciones, los va a financiar Mensajeros de la Paz. Esa será otra buena historia que contar cuando sea realidad, porque por el momento todo son cálculos y negociaciones con el albañil para que sea posible que todas las casas tengan su sanitario. La otra noche así conversamos, pero antes de eso contamos y escenificamos el cuento de la vaca que cae en un agujero y solo se puede sacar si todos jalan de la cuerda en la misma dirección. La gente se partía de risa.

Camino de Erené pensaba y casi me daba roche que esta gente no tenga ni dónde hacer pichí, mientras nosotros navegamos con nuestro bote nuevo. Bien es verdad que, igual que a ellos los baños, la canoa nos la han regalado entre la Asociación Ardila de Valencia del Ventoso y el Fondo de Solidaridad de mi diócesis de Mérida-Badajoz. Gracias a su generosidad, y aunque la construcción ha demorado un poco, por fin podemos llegar a estos lugares tan alejados, donde la pobreza arrecia, y tenemos la posibilidad de echar una mano.

El “Laudato Si” no es ningún último modelo: es un sencillo bote de madera similar al que todo el mundo usa por estos lares. Tiene unas bonitas dimensiones para que quepamos los misioneros, los aparejos propios de nuestros periplos y un espacio precisamente para hacer pichí o cambiarnos de ropa. Es más alto para evitar que me golpee la cabeza, pero también tiene algunos defectos: entra un poco de agua más de la cuenta (hay que repasarlo de brea) y el plástico del techo es preciso reforzarlo. Con el motor de 15 CV consume un poco más pero es más rápido que el peque peque y hace que las travesías sean menos eternas.

Y sobre todo, es nuestra propia embarcación, que nos permite movernos más libremente en este confín donde Dios nos ha puesto a trabajar. Nosotros nos esforzamos, pero yo sé que hay detrás mucha gente que jala con nosotros y nos ayuda en la distancia a surcar por las dificultades y las lejanías. Si no fuera por ellos la misión no sería posible, de modo que vivimos en todo momento agraciados y agradecidos, conscientes de que todos vamos en el mismo barco.

* Las "mamas", que dice mi hermana Berta que "pechos" es un término humano, y se ha burlado. 

domingo, 10 de febrero de 2019

DESAPRENDER Y ACOMPAÑAR


Este articulillo ha aparecido en la revista "Signos" del Instituto Bartolomé de las Casas (febrero 2019). Puede ser una buena manera de celebrar la entrada 700 del blog. Y con estas sonrisas, mejor.

Los curas somos formados para la pastoral, es decir, para animar la iniciación en la fe, presidir los sacramentos, fomentar la acción caritativa y social, etc. ¿Pero qué pasa cuando uno llega de misionero a un lugar donde prácticamente no hay Iglesia? Pues que te das un batacazo, te levantas y comienzas a “formatear tu disco duro” como evangelizador.

Porque aunque el Vicariato Apostólico San José del Amazonas fue creado en 1945, en el río Yavarí solo comienza la presencia permanente de los misioneros en 2004, y del sacerdote en 2017… y ese soy yo. Formando equipo con una comunidad intercongregacional de religiosas brasileras, asumimos el reto de acompañar a 35 comunidades junto con la sede, Islandia, un pueblo construido sobre el río, las casas sostenidas por columnas de madera o concreto. Todo es peculiar en esta triple frontera Brasil-Colombia-Perú al noreste de nuestro país.

La lejanía, la débil presencia del Estado y la pobreza extrema configuran esta periferia geográfica y existencial, hermosa y cruel casi a partes iguales, azotada por el narcotráfico, la deforestación, la trata de personas, la violencia contra la mujer, la usurpación y el comercio ilegal de tierras, el abuso de menores, la degradación de la naturaleza… Y todo alimentado por una impunidad asombrosa y vergonzante.

¿Cómo situarse en este panorama? Hay que descalzarse, aceptar la intemperie personal y pastoral y acostumbrarse a la pequeñez y a la lentitud de la misión. No sé cómo se hace el primer anuncio o cómo empezar de cero. Trato de practicar la misericordia preferencial que aprendemos en el curso del Bartolo, con los más pobres en el centro de mi sentir, como interiorizamos y compartimos con Gustavo y con nuestros compañeros.

Una parte fundamental de nuestra tarea es salir a las comunidades. A pesar de que las distancias son enormes (la más alejada está a seis días de navegación río arriba), dedicamos tiempo y energías a acompañar a estos pueblos de forma sencilla, regresando y cultivando el afecto. Intentamos ayudar a crear comunidades cristianas pero no es fácil, y menos que tengan rostro amazónico, un sueño que nos moviliza. En muchos lugares no podemos hablar de nada “religioso” porque son de otros grupos o sectas (evangélicos, israelitas, crucistas…), pero nos reciben y conversamos en torno a temas como los derechos humanos, la educación de los hijos, el cuidado de la Casa Común o los derechos colectivos de los indígenas. Porque en nuestro distrito tenemos bastantes comunidades ticunas, y también alguna cocama y yagua.

Si podemos apoyamos a la gente en servicios básicos (botiquín comunal, construcción de baños…); el Papa en Puerto Maldonado dijo: “Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos”. Hay también gotas de evangelización explícita (Bautismo, catequesis, la Eucaristía alguna vez…). Pero la clave es la presencia. No tanto “hacer” sino “estar”, caminar con este pueblo, siendo uno de ellos, compartiendo la vida cotidiana, entrando de lleno en la “tormenta humana”, como bellamente expresan los números 268-271 de Evangelii Gaudium.

Aquel día hace poco más de un año, en el coliseo Madre de Dios, Francisco llamó al proceso de “moldear culturalmente las iglesias locales amazónicas”. Es también una evolución propia: dejarme moldear y reinventar como persona y como misionero. Complejo pero inspirador.

(Se puede ver el original aquí)

martes, 5 de febrero de 2019

COMO UN PULPO EN UN GARAJE O NO TANTO


¿Que qué hacía yo en un curso sobre nulidades matrimoniales que daban en Huacho el decano y un auditor del tribunal de la Rota Romana? Buena pregunta, ni yo mismo lo sabía mientras  viajaba hacia allá por agua, aire y tierra. “Pero si en la selva no se casa nadie, no hay nada que anular” – le dije  a mi obispo. “Ya, pero es bueno que vaya alguien del Vicariato, etc.”. Total, alea jacta est, que he aprendido mucho latín estos días. En Huacho – costa peruana - me encajé.

Era un encuentro masivo, de más de 800 personas, y mucha gente que se dedica al derecho canónico. El lugar: un seminario de una diócesis de corte más bien tradicional. Los casi 90 curas que estábamos alojados allí íbamos a celebrar la Eucaristía por la mañana, la mayoría más jóvenes que yo, bastantes juristas, todos muy parecidos, bien afeitados, el pelo cortadito y uniformados en diversos tonos entre negro y gris con algún toque de blanco. Toditos los sacerdotes llevaban clergyman menos uno (…). Como dice Pepa, “en este mundo tiene que haber de tó”.

Había también religiosas y muchos laicos. El primer día los avisos fueron un poco desafortunados: los asientos de la parte delantera están reservados para los sacerdotes y religiosas, los laicos atrás; el libro de las ponencias se regala a los sacerdotes; el resto puede adquirirlo a 40 soles. A los laicos llegados de fuera de Huacho también se les daba alojamiento, pero no en el seminario, sino en un hotel; venían a desayunar después de la misa, y el primer día me senté con unas parejas de Morrope (Lambayeque). Al rato un seminarista de negro vino a decirme que podía sentarme en la parte de los curas. “Gracias, acá estoy bien” - le dije. Mirando detenidamente, reparé en la razón: mientras que en la zona del clero desayunaban con platos y tazas de cerámica, donde yo estaba no había platos y los vasos eran de plástico.

“En la Iglesia nadie es más que otro”, se oyó en una de las alocuciones. Luego está la realidad… Estas distinciones son tonterías, de acuerdo, pero en el fondo dañan a la Iglesia y hacen pensar que algo anda torcido en ella. Es cierto que hubo rectificaciones: al segundo día ya podía sentarse cada uno donde deseara, pero entonces la gente no quería pasar adelante (en el pecado tienen la penitencia). Desde mi silla (con los laicos atrás) me sonreí. El calorón era igual para todos; además habían habilitado una carpa enorme de plástico blanco, que funcionaba como una especie de invernadero gigante donde íbamos sancochándonos mientras se desarrollaban las conferencias. Había que estar con el gorro puesto allí debajo y utilizando el abanico sin parar (¡gracias, mamá!). Colocaron tinas de agua a los costados, pero solo a los obispos les daban botellas personales.

Por otra parte, el contenido fue interesante, y el material (entregado a unos y vendido a otros) muy bueno y útil. Monseñor Pio Vito Pinto (el más viejito en la imagen) y Monseñor Alejandro Arellano (el de lentes) resultaron ser dos ponentes de lo más amenos a pesar de la aparente aridez de los temas. Y siempre con el pensamiento del Papa Francisco como trasfondo: el proceso breviore no trata de “regalar nulidades”, sino de servir mejor al pueblo de Dios, aligerar tiempos y posibilitar sanaciones, recuperaciones y nuevos proyectos de vida. Apasionante el comentario acerca del capítulo octavo de Amoris Laetitia: discernir, acompañar e integrar a las personas que sufren fracasos matrimoniales, a los divorciados vueltos a casar, a los convivientes… todos son parte de la Iglesia.

Como siempre, lo mejor son los encuentros con las personas, que disuelven todos los prejuicios. Compañeros excelentes que trabajan en tremendas alturas andinas y caminan de caserío en caserío; otros con bravas pastorales familiares armadas en sus parroquias; alguno formador de seminario o instructor de causas en el tribunal diocesano, gente brillante y llena de energía y futuro. Y los laicos: acompañantes de parejas rotas o en dificultades, catequistas… y también alguna persona herida por estas mismas problemáticas que de pronto te abre el corazón para escuchar un consejo. Y nuevos amigos: Flor, Elma y César, en la foto.

Varios seminaristas y curas se acercaron a preguntarme entre curiosos y admirados: “Usted está en la selva, ¿no?”. Y en un corrillo en el vestíbulo mi oreja alcanzó un comentario: “Se nota que es misionero”. Pues sí. Esta es mi Iglesia, con todas sus contradicciones, y en ella vivo y comparto mi vocación: misionero. Este es mi único “nombramiento”, que además me encanta. Mi traje ¿serán las sandalias?