miércoles, 30 de octubre de 2013

DEJARSE CUIDAR CON ELEGANCIA

Le había prometido a Mª Ángeles, la "zagala" de Frasco el Colorao, que escribiría algo sobre su abuelo. Lo fui dejando, dejando... y al final lo tuve que hacer el día que lo despedimos. Lástima que él no lo pueda escuchar. Bueno, ¿cómo que no?


Sabíamos que este día tenía que llegar. Lo comentábamos muchas veces, y él también. Pero… cuando llega, cómo duele. Cuánto sentimos que la vida del abuelo, el padre, se haya apagado. Una vida larga, muy llena, muy bien vivida, una vida que sin duda ha merecido la pena.
 
Me gustaba mucho echar un rato con Frasco. Me lo encontraba sentado en su puerta, bajo la sombrilla, o junto al bar. Cuando me veía, abría sus ojillos y decía: “¡hombre!”. Hablábamos de muchos temas, de las cosas de antes pero también de la actualidad, del paro, de hay que ver lo mal que están las cosas… Hacía sus pausas antes de hablar, y siempre comentaba desde la perspectiva de quien ha pasado por todo, ha sufrido y llorado, ha asistido a cambios asombrosos, ha despedido a muchos familiares y amigos, y por tanto posee la seguridad de la experiencia. Frasco no tenía miedo a nada y recibía cada día como un premio inesperado.
 
“¿Qué pinto yo aquí ya?”, me preguntaba a veces. Delgado, de apariencia frágil pero recia, con su boina, el rostro y las manos como troncones de vides viejas, tostados, venerables. “Pues qué va a ser, tú estás aquí para que tu familia te cuide”. Y así ha sido. Pocas personas he conocido que se hayan puesto en manos de los demás con tanta generosidad, sin dar ruido, con calma. "Ya nos gustaría llegar a su edad con su salud" –decimos siempre-, pero yo preferiría, cuando sea viejo y dependiente, saber abandonarme en los demás como él, con buen humor y discreción. Tu padre se dejó cuidar con mucha elegancia y nos enseñó, desde la cátedra de su bastón, que hay que saber estar y ser agradecido hasta el último día. Eso es ser limpio de corazón. Eso es ver a Dios.
 
Eso es estar sano. ¡Y vaya si lo estuvo! Y repartió salud a sus vecinos, a su familia, a los terremotos de sus bisnietos. Y lo sigues estando, Frasco, amigo, ahora ya sin gafas de respirar ni nada, en el cielo. La próxima cerveza nos la tomamos allí, y hasta voy a probar un peazo tocino de esos que tú te trincas antes del almuerzo.
 
Duele mucho y os acompaño en el sentimiento. Pero, al mismo tiempo, enhorabuena. Él me recordaba mucho a mi abuelo; no se parecían en nada, pero yo siento por mi abuelo lo mismo que vosotros sentís por él. Seguro que allí arriba se han conocido ya los dos. Descansa en paz.

viernes, 25 de octubre de 2013

UN CHAPARRÓN DE SOL

Sales al jardín, caminas 50 metros y esto es lo que te encuentras:


¡Guau! Es la casa de ejercicios del Puerto de Santa María. Con semejante paisaje no hacen falta muchas charlas, pero si además tienes la suerte de que te acompañe Richard Gassis SJ, un sabio salao, el lujazo es doble. Así llevo disfrutando desde el lunes pasado.

Es una tanda de 8 días para jesuitas y algún enchufadillo como yo. La mayoría están jubilados, así que la experiencia está pensada en plan relajado: dos momentos de puntos al día, las comidas y la misa "a palo seco", sin peticiones ni homilías. Ni laudes, ni reuniones ni nada... unos días de "vacaciones con el Señor" en expresión de Richard.

Pero en silencio total. Y se respeta, ¿eh? Al principio cuesta un poco, pero luego te metes y... hasta te molesta alguna conversación susurrante en el pasillo. En el comedor ponen música de fondo y uno sigue a lo suyo, sin desparramarse. Nos pedimos el agua o la sal con gestos, pero no es difícil porque todos tienen mucha práctica.

De hecho, Richard dice que da muchas cosas por supuestas, porque este público ha hecho ejercicios mil veces. Explica los puntos contando anécdotas de la infancia en su pueblo, de su familia, nos habla de su madre, de sus hermanos... Lo hace con humor y finura, y suele terminar las frases con un "joer" muy vasco que le sale como en sordina. Rotundo pero delicado, como el bacalao al pil-pil.

Esta tarde tocaban los tres binarios, los tres tipos de personas. Un ejercicio que he hecho varias veces y que he explicado otras tantas ya. Pues nada, Dios siempre sorprende. Estaba escuchando y noté como una sacudida interior. Tomaba notas y casi me temblaba la mano. Llegué a mi cuarto y me puse a ello... Era como si de repente todas las piezas encajasen, como cuando era niño y descubría quién era el asesino en una novela de Poirot cuando quedaban 50 páginas...

Un poco después, ante el sagrario, me llenó una paz nunca antes sentida, no me salen las palabras para expresarlo. Me cambié y me fui a dar un largo paseo por la playa. Los pies en la arena y en el agua, y mi corazón volando, pero muy suave, planeando, despacito... Hasta que empezó a llover. Una cortina de agua se abrió paso entre los rayos del sol, que seguía luciendo en lo alto. Me quedaban unos metros hasta las escaleras y eché a correr, pero llegué empapado a la balconada con marquesina que hay en el jardín de la casa.

Me senté, mojado por la lluvia y el sudor, y reí mientras el sol se acostaba perezoso. Me sentí alegre y agradecido, como nunca en mi vida. Colmado por un chubasco de claridad. ¿Recuerdas, Morke, lo que hablamos el otro día? La llamada del Señor tiene para cada persona un timbre peculiar. Y hoy Diosito ha querido que mi vida sintonice su voz, y creo que jamás había saboreado una libertad así.

Exultante, paso junto a una plancha que hay en el pasillo, por si se nos arrugan las camisas... y pienso que necesitaría más bien un secador.

miércoles, 23 de octubre de 2013

EL BLOG DE CELENDÍN


Si miráis abajo a la izquierda veréis, en la lista de blogs, el de la Parroquia de Celendín (Perú) (http://parroquiacelendin.blogspot.com.es/). Os lo recomiendo por su variedad, por el diseño y, sobre todo por el contenido. Norma y Soledad -en la foto-  son su bloggers, y además suele contener, como en la última entrada, trozos de vida de Antonio Sáenz. Lo pongo porque es magnífico, porque estamos todavía bajos los efectos del DOMUND y porque habla de lo que esta semana estoy haciendo: ejercicios espirituales.

El pasado fin de semana tuvo en la parroquia un tono multicolor. Personalmente participé en una variedad de encuentros que, aunque me llevaron un poco de cabeza por la marcha de reloj, fueron enriquecedores: Reunión mensual de catequistas rurales, participación en el programa radial semanal de la parroquia “Celebrando la vida”, donde a los sacerdotes se nos invita a compartir la reflexión sobre el evangelio del domingo, visita a los grupos catequéticos de niños y adolescentes, coordinación con los animadores, reflexión con los matrimonios de Bodas de Caná sobre el Concilio Vaticano II, un entierro y varias misas más… A todo ello se unió la participación en una mañana de retiro con el grupo de Laicas Vedrunas.  Sobre esto me quiero detener.

Estuvimos la mañana y parte de la tarde del domingo en Santa Rosa. El recinto de la escuela, donde hay una losa deportiva y la pequeña capilla de esa comunidad, fue nuestro lugar de desierto.  10 mujeres del grupo, laicas y religiosas,  María del Pilar, la hijita de una de ellas (de las primeras, por si acaso), y yo componíamos el grupo. El tema propuesto era ahondar en la Iglesia hoy desde los valores del reino.

La acción en sí ya es positiva desde su origen. Me refiero a que eso de retirarse es no sólo bueno, sino que me atrevería a calificarlo de necesario. Nada hay más importante para la persona que su propia vida. Es el mayor tesoro que poseemos. Hay que cuidarla. Para eso es importante darle la orientación adecuada. Y para los cristianos la orientación viene marcada por una persona: Jesús de Nazaret. Conocerlo a Él “es lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida”, dijeron los obispos en Aparecida. En coherencia con esta afirmación, necesitamos espacios que hagan posible la experiencia de encuentro con Él, la fuente de nuestra vida, donde encontramos sentido a nuestra existencia. Es importante detenernos de vez en cuanto y mirarnos en profundidad para disfrutar con los aciertos y corregir los rumbos equivocados. Es claro que cuando esta experiencia es comunitaria, se produce la magia de la ayuda mutua, pues el otro me permite ver lo que yo  no veo.

Estoy convencido de que quien más se beneficia de estos encuentros es la persona a la que le toca dirigir la reflexión, pues tiene que dedicarle a ello bastante tiempo de preparación. En este caso fui yo el afortunado.

El tema era muy atrayente. Dividimos la mañana en dos momentos. Tras un canto que nos puso en onda y un breve comentario sobre el evangelio del día, abrimos un primer momento de reflexión y oración centrándonos en la ocupación fundamental de Jesús: el reino y sus valores. En un segundo momento pasamos, apoyados en las palabras y el testimonio del papa Francisco (¡vaya regalazo que nos ha tocado!), a compartir qué rasgos deben caracterizar a la Iglesia hoy para que pueda acompañar a las personas en estos momentos de la historia. En seis resumimos nuestros aportes: orante, profética, samaritana, comunitaria, renovada y encarnada. Tomamos conciencia de que construir una Iglesia así es tarea de todos los que la formamos. Llegar a estas conclusiones no fue fruto de un estudio racional o de discusiones intelectuales, sino de un mirar desde el silencio. Éste no es ausencia de palabras, sino el espacio de escucha, de hondura, de encuentro, de acogida, de gratuidad, de compromiso, de asumir otras visiones, de aprender a mirar y vivir como Jesús. El silencio no es huida de la realidad, sino lugar que permite tomar las grandes decisiones.  Así lo experimentó Jesús, así lo vivió María.

Antonio Sáenz

domingo, 20 de octubre de 2013

TÁLIGA


Cuando llegas y abres la puerta, te encuentras con la mesa. Redonda, grande, generosa y sabia. Experimentada en el silencio, pero también en acoger lágrimas y  redoblar risas. No cabe duda: estás en casa de las religiosas de Táliga, un oasis pituco en medio del estruendo y el vértigo por los que transitamos.

Mucha vida impregna las paredes. Una opción decidida por el pueblo sencillo, por el mundo rural pequeño y difícil. “El obispo nos propuso venir aquí porque había habido problemas con algún cura y…”. Hacía falta reparación, así que, ¿quién mejor que las Reparadoras? Especialistas en suturar heridas en el alma, en vendar los desgarros de la soledad, el desamor o la pobreza.

Y aquí siguen, desde hace muchos años, compartiendo vida y camino con la gente del pueblo. Sin “cargos”, sin hacer labores de suplencia, solo echando una mano en la parroquia con los pies metidos en el barro de cada día, a ras de suelo. Los oídos de su mesa  conocen muchas historias: fracasos, encrucijadas, alegrías, decisiones, crecimientos… Todo lo guardan en su corazón misionero para reciclarlo en oración valiente y encarnada junto a su Señor.

De vez en cuando, si alguna tarde dispongo de unas horas libres, voy para allá y es delicioso. Me reciben con grandes sonrisas y me dejan una habitación donde encuentro tranquilidad y paz. Me paro, oro, reviso, reflexiono, paseo por el  jardín… es un escenario de retiro muy bonito. Y además Alandar y Militante están siempre rodando por la casa.

Luego, al anochecer, la mesa es aquella de Emaús. Escuchamos al Maestro y compartimos con el corazón ardiendo. Casi siempre, alguna de ellas se declara agradecida por sus años de vida consagrada con este estilo en medio de la gente. El trato es fluido, y mientras sirven la sopa, les cuento mi momento, en qué ando, cómo estoy. Y como yo muchas personas; incluso un grupo que viene todos los meses.

La tortilla de patatas esta noche está muy rica. A pesar de que te dan todo y más, ellas siempre dicen gracias y sé que les gusta este ratito. Mientras conduzco en la noche, de vuelta a casa, yo también me siento afortunado por vivir en pueblos chicos y pido esa habilidad para hacerme parte de ellos. Y también la generosidad y el arte de escuchar que tienen María, Ángela, Regina y María.

jueves, 17 de octubre de 2013

UNA NOCHE DE MIERDA

Pasar una noche entera en el hospital es algo así como graduarte en paciencia, enguachinarte de soledad y rendirte a la presencia áspera del dolor propio y ajeno. Tarde o temprano te toca, así que hay que estar preparados para aprender a destajo.

Los pijamas y las batas de los sanitarios son como ambulantes trajes de tortura. Ante ellos sentimos un curioso tipo de miedo, aunque los médicos de urgencias sean esta noche zagales de menos de treinta años (definitivamente, me estoy haciendo mayor). Y es como natural pasar por humillaciones como contar delante de tres personas que tienes un estreñimiento del carajo, desnudarte en un box mientras entra y sale gente, y dejarte llevar a un baño sucio para ponerte un enema.

Todo transcurre muy lento, y da tiempo a que te empape el sufrimiento de la gente que allí llega. Un hombre joven con un dolor en el pecho que casi se cae en brazos del celador; una chica en una camilla que finge que bromea con dos amigas; un señor abatido por un repentino derrame cerebral, las lágrimas de su hija que inundan el pasillo.

Horas de espera en esas salas te hacen familiares los rostros, pero la madrugada no anima muchas conversaciones. A veces los enfermos salen de las consultas transformados, embutidos en pijamas azules, sosteniendo en las manos bolsas blancas que contienen sus ropas. Todos iguales, en una especie de democratización de la tristeza o la resignación.

La sala de observación... ¡qué sitio! Una hilera de cuerpos celestes en penumbra, rodeados de goteros y pantallas, el silencio pastoso roto por insistentes pitidos, y acaso por unas lejanas risas médicas que no mezclan con los quejidos y que casi rechinan por irrespetuosas. A esa hora, las cuatro de la mañana, hechas radiografías, análisis y exploraciones, y varios tratamientos ensayados sin resultado, los médicos (Eva y Adrián se llaman los chavales) se miraron sin saber qué más probar y me preguntaron: "¿y a usted qué le parece?". Jodé, macho.

Hacía ya un par de horas que se me había acabado la batería del móvil. No podía avisar a naide. Estaba como Tom Hanks en El náufrago... qué sensación. Menos mal que me prestaron una y puse un mensaje mientras me quedaba dormido. Cuando me desperté estaba allí mi hermana Berta. Me había relajado y fui al baño por fin. Y ya estoy mejor, un poco cansado y a vueltas con mi fecaloma todavía. Con la soledad que se siente en el hospital pegada a la piel. Una noche en la infanta da para mucho.

jueves, 10 de octubre de 2013

EVOLUCIÓN PARROQUIAL

El otro día, en el consejo de pastoral del Valle de Matamoros, repasando la programación que tenemos para este curso que comienza, nos dimos cuenta de cuánto hemos mejorado y avanzado en los últimos cuatro años. Y oyes, fue refrescante.

Que no se vaya naide a pensar que el pueblo ya está evangelizado o algo así. Qué va. Son pasos muy modestos, a la medida de esta comunidad sencilla, compuesta fundamentalmente por gente mayor, que va comprendiendo y viviendo eso de la corresponsabilidad en la misión.

Por ejemplo: cuántas veces he llegado yo los domingos a las 11 (la misa es a las 11:30) y, solito, he abierto la iglesia y he puesto hasta la última vela. Pues ahora, cuando llego a las 11:10, ya hay un grupo de gente que lleva allí un rato y ha preparado todo: las cosas de la misa, las lecturas (mirando primero la epacta, ¿eh?) y los lectores, los cantos... to to to to. Es su Eucaristía y ellas (porque son casi todas mujeres) cuidan que esté todo listo, limpio y ordenado.

¿Y qué decir de los dineros? Pues que yo ni los veo. Ellas los recogen, cuentan e ingresan. Jesús Villafaina accede a la banca electrónica y lleva la contabilidad como un reloj. Cuando nos reunimos en el consejo económico, se nos informa del estado de las cuentas, hacemos y controlamos el presupuesto, decidimos qué hay que arreglar o comprar... Una tarea que recae sobre los laicos en un 90%, porque ellos sienten que es su parroquia.

Tenemos también equipo de Cáritas que empieza a volar con más iniciativa. La semana pasada han tramitado ellas una ayuda al fondo FAOG coordinándose con la trabajadora social; yo tuve que intervenir solamente para dar un par de datos. Ahí, como unas campeonas.

Evidente que hay muchas historias que requieren la presencia del párroco, su empuje y orientación. El proceso continúa, pero la gente del Valle está en disposición de llevar adelante su parroquia sin depender de que el cura esté constantemente encima de todo. De hecho, la fiesta de la Patrona en agosto, con sus misas, procesión y bingos la llevaron adelante sin problema alguno y conmigo en el quinto pimiento.

Como los fórmula 1 evolucionan y, después de unos arreglillos, corren más, pues así mi querida parroquia vallera, con paciencia, buen humor y generosidad, mejora la aerodinámica de su ser comunidad, la fiabilidad evangelizadora y su velocidad punta de construcción del Reino. Y eso me llena de "orgullo y satisfacción", como diría el otro.

lunes, 7 de octubre de 2013

EL SABOR DE LA GELATINA

Hoy hace justo un mes que regresé de mi experiencia en Perú. El jet-lag ya pasó, pero... algo mío se quedó allí y algo de aquello está dentro de mí. Porque, aunque soy el mismo de siempre, nada podrá ya ser igual.

Miro de reojo esos días y siento tranquilidad, la misma que me acompañó pateando los Andes, Trujillo o Celendín, y a la vez una alegría desconocida y especial. Sigo vibrando con todo lo que viví allí, pero sin euforia, al ritmo peruano de "ahorita mismo". Dejo pasar el tiempo para volver sobre las impresiones, los rostros, los colores, las voces, los sentimientos... las "mociones" que diría San Ignacio.

Voy saboreando de nuevo los instantes, los encuentros, las sensaciones; me gusta quedarme solo para paladearlos, como un rumiante que vuelve a masticar la comida que antes tragó. Necesito contemplarlos en silencio y volver a sentir, tanto como hablar de ello.

Uno de los días que pasé en Chachapoyas, al regresar de la visita a Kuelap, Katy me puso una copa de gelatina a la hora de cenar. Hacía mucho tiempo que no la tomaba, y me supo deliciosa, con su dulzor refrescante y las caricias que te hace dentro de la boca. Una vez en casa, estaba deseando ir al Mercadona a comprar gelatina para preparármela; me ha cambiado el gusto como a las embarazadas, pero el entusiasmo por la gelatina permanece.

Así seguiré por ahora: recordando, retornando a lo que experimenté, compartiendo, “sedimentando” lo vivido. Saboreo ahora la gelatina y vuelvo a disfrutar de aquellos momentos, aquellas miradas y Diosito esperándome en cada recodo del camino para hablarme sonriendo y llamarme... despasito.

viernes, 4 de octubre de 2013

PAN Y BRACKETS



Los chavales de 6º de mi parroquia, que hicieron la primera comunión hace dos años y el curso pasado estuvieron en postcomunión, han decidido en bloque que este curso no van a tener catequesis para "descansar". Y punto.

De hecho, no vino ninguno a la fiesta-merienda del primer día. Había que ver la cara de su catequista, pobrecita, ella que ya se había hecho ilusiones y que se iba a atrever a coger a este grupo sola después de dos años de experiencia... Porque estos niños y niñas son realmente estupendos, y el año pasado funcionaron magníficamente con el taller "Navegantes": se divirtieron, hicieron un montón de dinámicas, leyeron el Evangelio, jugaron...

Algunas zagalas de este grupeto aparecieron el sábado pasado en misa. Su lenguaje corporal indicaba que se sentían un poquillo culpables de la desbandada: llegaron un minuto tarde y se fueron pitando, sin dar tiempo ni a saludar. Pero que no se preocupen, porque no estoy enfadado. Solamente me siento algo triste y decepcionado, y desde luego pensativo: le he dado bastantes vueltas al asunto.

Y no lo acabo de comprender. Solo han estado dos cursos en catequesis, pero están cansados. Y el caso es que han sido años de reuniones muy entretenidas, participativas, activas... No me gusta que la catequesis sea como una "clase". No les hemos estado arrancando la piel a tiras precisamente. Quizá están apuntados a tantísimas cosas, que mira, este año nos aligeramos. Y cae aquello a lo que se le da menos valor, no falla. No podemos competir contra el fútbol, las clases particulares, mil actividades. Y duele.

Luego está el método "a la francesa". Ni una sola explicación. Nadie ha tenido valor de venir a decir "adiós" o "hasta luego". Alguna madre anunció algo, como que no había forma de torcer Su Voluntad cuando sus hijos dijeron que "este año no me apunto a catequesis". ¿Y si hubiera sido "este año no me apunto al cole", cómo lo hubieran encajado? Jejeje.

En fin. Hay que tomárselo con deportividad. En la parroquia todo es gratis y libre, no podemos obligar a nadie a nada, y estamos indefensos ante el rechazo de nuestros ofrecimientos. Como cuando vas al dentista y te ves allí, con la boca abierta y solo esperando y temiendo lo que te quieran hacer, impotente. He ido esta mañana y qué miedo.

Me da lástima porque la catequesis es una experiencia preciosa y se la van a perder. Me da pena que su catequista no pueda disfrutar con estos niños, aprender de ellos, compartir la riqueza de la fe y el conocimiento de Jesús con sus palabras. Diosito ya no podrá verlos cada miércoles en el sagrario para que le cuenten "algo personal". No tenemos tiempo para Él.

Esta foto es de Celendín (Perú), de uno de los días que pasé allí. A la hora de la catequesis la parroquia se ponía a reventar de muchachos. Este grupo se había ido al patio porque hacía buena tarde: ¡una catequista y cerca de 30 niños! No daban abasto. Y acá una catequista sin niños. Dios le da pan a quien tiene tantos brackets en los dientes, que no valora el pan.

Quizá el curso que viene nos tomemos un año sabático en la parroquia y no ofertemos 1º de Confirmación... (Jejeje).