lunes, 25 de noviembre de 2019

UN HOMBRE SOLO. CON UN MICRÓFONO


Ahí estaba el tío. De pie en las gradas que hay frente al hotel municipal. Con su micro en la mano. Y más nadie. Solo frente al mundo. Pero quién dijo miedo. Si él lo hace por el Señor, para que los pecadores se conviertan. Éste es el hombre.

Eran las siete de la noche, uno de los días de la novena de la fiesta patronal. De camino a la iglesia me llegó el ruido, y algunos pasos más adelante lo vi. Uno de esos pastores evangélicos, hay muchas marcas pero podría ser del Movimiento Misionero Mundial. Predicando. A voz en grito, sin miramientos, sin anestesia. La hora de la cena, la gente recogiéndose, y qué. ¡Hay que escuchar la Palabra de Dios hermanos!

Y escuchamos queramos o no queramos, qué joé. Muchos días, temprano en la mañana, se ponen en el mercado con sus parlantes. Implacables. Histriónicos. También lo he visto en Iquitos, en el puerto de Productores, en medio de esa barahúnda de gentes que vienen y van, de cargas, puestos de verduras, desayunos al paso: ahí, el predicador, a todo volumen, sin roche, sin vacilar, dando duro.

En el muelle también, de preferencia los domingos. Siempre vestidos impecablemente con terno y corbata, con zapatos, pulcros, peinados. Inasequibles al desaliento. Con un método oratorio estridente, pastores que abusan de las inflexiones de la voz sin jamás retraerse, a potentes bramidos, intercalando muletillas como “¡aleluya!” o “¡gloria a Dios!”. Y un contenido entre amenazador y falsamente sentimentalista, hay que cambiar de vida hermanos porque si no vamos a ir toditos al infierno, aleluya.

Recuerdo la “noche de oración con Dios” de la fiesta del distrito hace dos años. A pesar de que supuestamente las intervenciones solo eran para presentar las canciones que cada grupo interpretaba, uno de los pastores apareció con un tremendo altavoz y se marcó un sermón de media hora que los representantes de las iglesias y el público al completo nos tuvimos que tragar (con esta gente parece que todo es obligatorio). Con ese mismo estilo desgarrado, llegando a un clímax, clamó: “Jesucristo es la solución de todos los problemas”.

Va a ser que Marx no andaba tan desencaminado, hay unas formas de religión que son realmente como el opio, adormecedoras y paralizadoras: vayámonos a alabar a Dios y que las cosas sigan tal y como están. Cada vez que hemos intentado impulsar alguna iniciativa de carácter social, una reivindicación… la única que está ahí es la Iglesia Católica. Menos cantar y más compromiso con las heridas de la realidad, hermanos.

El pata al que no pude resistir la tentación de fotografiar aquella noche no parecía gozar de mucha aceptación; su único seguidor estaba dormido o borracho, como se aprecia en un ángulo de la imagen. Seguro que no le importaba demasiado y más bien está acostumbrado; ¿sería colombiano en misión internacional? Tal vez no había elegido un buen momento, pero oyes, a mí me impactó. Aleluya.

domingo, 17 de noviembre de 2019

CUATRO MARÍAS PARADAS


Cuando la procesión llegó a casa de doña Olga, se me escapó una carcajada. Allí estaban las cuatro, serias, firmes, como escoltando el altarcito del Señor de los Milagros que había alistado su abuela. Qué graciosas, tan solemnes, y qué precioso día de fiesta en Santa Rosa. Por fin buenas noticias.

Habíamos programado celebrar la misa mañanera el domingo. Donde tantas veces han acudido tres o cuatro personas, recibimos con sorpresa a más de treinta feligreses, incluido un grupo grande de niños que se preparan para el Bautismo y algunos jóvenes para la primera comunión. Todo se debe al buen hacer de Marco Salazar, un hermano de la Salle que vive en Tabatinga y que desde hace algunos meses se ha hecho cargo de la coordinación de esta comunidad tan difícil en plena triple frontera.

El hermano cruza el Amazonas varias veces a la semana y está logrando resucitar a esta gente. Los domingos arma su proyector, el parlante nuevo que ha resuelto (por decirlo en cubano), y va desarrollando una celebración interactiva de lo más interesante: niños y mayores siguen los cantos, las lecturas, las respuestas, aparecen imágenes en las que se apoya para explicar... Hay algunos profesores que ayudan, la iglesia está pintada, las colectas han pasado de 2,5 a 47 soles, y a nosotros nos hacen los ojos chiribitas.

Al finalizar la misa, empieza la catequesis, y eso sí que es un espectáculo. Derrochando pedagogía y creatividad, Marco mueve a los críos por toda la capilla, les repasa los hitos de la historia sagrada clavando nombres y fechas con chinches, es un actor que interpreta a Abraham, a José, al faraón, a Moisés, a Esaú y Jacob, a los profetas… Juega con los gestos y los tonos de voz, nos tiene a todos entretenidos y embobados, reímos y aprendemos. Les da a los catequizandos unos cuadernos donde van pegando y coloreando las diferentes escenas, y procura que retengan una idea fundamental de cada una. Es un educador experto y carismático, pleno de recursos y con mucha habilidad con los niños. No cabe duda: hemos dado con un crack.

A la derecha, de azul, el hermano Marco Salazar
Llega la tarde y aparecen los decoradores del paso del Cristo Moreno. Con ingenio acomodan el cuadro, lo aseguran y lo ornamentan usando maderas viejas, telas que encuentran, cintas de por ahí, botellas de plástico, flores naturales… Nosotros casi no intervenimos, no hace falta, es algo de ellos, su procesión, no necesitan cura ni monjas. Me digo que contemplar en vivo la iniciativa de la gente sencilla es reconfortante y “sinodal”, y especialmente en este sitio donde casi no habíamos dado una hasta ahora.

Salimos a la hora señalada (¡!) con el himno al Señor de los Milagros a todo volumen por el altavoz y Marco armado de megáfono invitando y bendiciendo a diestro y siniestro. Nos vamos deteniendo donde algunas familias han preparado su altar; en el colegio han formado una paloma de sal; en el centro de salud el personal sale a recibir el agua bendita con la que voy regando a cualquiera que se pone a tiro, porque lo del agua le encanta a todo el mundo.

La procesión no pierde unidades, es agradable y participada. Cuando retornamos a la iglesia continúa el show, hay unas oraciones, cantos que palmeamos, y finalmente a las cuatro marías les permiten agarrar al Cristo después de estar todo el camino reclamando y haciéndome risa a mí. ¿Existen misas, catequesis y procesiones dinámicas y divertidas? ¡Sí!

La gente se despide muy cariñosa de nosotros. Pasamos a la casa de la misión, que se ha alquilado a una familia y un profesor que la tienen bien cuidada. Nos permiten usar el baño y la ducha. Ya no podemos disponer de la maloka de invitados porque algún chalado la incendió hace unas semanas, así que dormimos en la capilla. Estamos cansados después de un día de un calor asfixiante, pero satisfechos y serenos: por fin parece que Santa Rosa empieza a carburar.

sábado, 9 de noviembre de 2019

POSESIONES DIABÓLICAS


Hace algunas semanas nos llegaron noticias de posesiones diabólicas en Puerto Alegría, una comunidad de apreciable población situada a orillas del Amazonas grande, a una hora río arriba de la triple frontera. El profesor de religión llamó acá sobrepasado por la situación, preguntando qué podía hacer. Hace pocos días, durante la visita allí, tuve ocasión de conocer, comprender y entristecerme. Va a ser que el demonio sí que existe.

Fui a buscar al profe a su casa y me lo encontré como una piedra en su hamaca. Lo desperté y comenzamos a conversar. Me contó que la cosa sucedió de pronto un día de clases; las poseídas son de varios grados de secundaria, es decir, de entre 12 y 16 años, todas chicas. Este dato ya me hizo pensar. Por lo visto apareció un libro “encantado” o “hechizado”, unas versiones dicen que alguien lo llevó y otras que estaba enterrado bajo el colegio. El caso es que la maldad provenía de ese objeto.

Las niñas, seis o siete, estaban en el baño de mujeres. Salieron corriendo, dando fuertes gritos y moviendo los brazos, “convulsionando”. A algunas no se las entendía. Una de ellas es nieta de Homar, el animador, y se llama Genina; me contó más tarde que no podía respirar, notaba que había “algo” dentro de ella. “Mi abuelo se puso a rezar sobre mí y estuve más tranquila, ya no chillaba y eso se fue”. Me confirmó lo del libro maléfico.

Le pregunté al profesor, bajando la voz, si tal vez él sabía si algunas de las muchachas padecen episodios de abuso sexual. El abuso dentro de la familia es un mal muy extendido en el Perú, y sobre todo en zonas alejadas de sierra o selva donde la presencia del Estado es precaria y la impunidad queda amplificada por una losa de silencio y vergüenza. Tras mirar de reojo alrededor, corroboró que hay al menos tres casos, y además un aborto: “Esa es justamente la chica que gritaba que Satanás le decía que se matase”.

En ocasiones, durante la confesión de jóvenes previa a la Confirmación, he escuchado de chicas cosas horribles. Al encontrarse seguras en un ámbito donde saben que impera el secreto, no aguantaban más y se derrumbaban en llanto: “Mi papá… mi tío… mi primo…”. En viviendas mínimas donde duermen tantas personas,  no podían evitar las violaciones sistemáticas, las amenazas si se atrevían a contarlo, muchas veces la complicidad muda de sus mamás.

No me hago a la idea de la tensión a la que estas adolescentes están sometidas, cómo deben sentirse: sucias, usadas, despreciadas… Una chivola a la que embarazan de esa manera y llevan a abortar clandestinamente seguro que tiene ganas de morirse. No me extrañaría que hubieran hablado en el baño, necesitarían desahogarse y habrían oído o supuesto que “tal vez tú también…”. A esa violencia soportada con la boca cerrada durante semanas y meses, a ese miedo reprimido, corresponde un estallido emocional, un desbordamiento de ansiedad, una llamada de atención, un grito de auxilio desgarrado.

Llamaron a varios pastores evangélicos, que estuvieron orando para expulsar al enemigo. Uno de ellos, al ver el rosario que Geni llevaba al cuello, se lo arrebató y se lo llevó diciendo que “en los católicos es todo mentira”. Otro, de otra iglesia, llevó allí a dos de las sanadas, consiguiendo así nuevas adeptas. De estas chivolas se aprovechan todos para sus propios intereses, es normal que sientan que no valen nada y deseen desaparecer para dejar de sufrir.

En nuestro mundo amazónico, habitado por espíritus de todo tipo, su manera de narrar este dolor es un etnorrelato: el diablo ha entrado en ellas. Ya no son ellas mismas, son constantemente utilizadas, han perdido su personalidad; y lo que las obliga y las gobierna las empuja a la angustia, a la aflicción… a la muerte. Soy occidental y considero que por supuesto que están poseídas. Pero en un sueño se me ha revelado que hay que cuidarlas, y de momento tengo localizado un rosario nuevo para Geni.

domingo, 3 de noviembre de 2019

EL APAPACHO DE TREYCI


Era uno de esos días que se hacen cuesta arriba desde por la mañana, que duelen sin motivo definido; días en los que se instala un gusto amargo en tu corazón, un pesar difuso, una neblina de desasosiego amordazadora de sonrisas.

Hay laceraciones en el alma que te aplastan sin violencia, te arrastran hacia mareas de amargura de baja intensidad sin que lo adviertas, como la vaciante imperceptible del río. Y así estaba yo, recién llegado a Islandia pero con mis sentidos en España, trabajando a full seguramente para mantener ocupada mi mente, en uno de esos intentos de huir hacia adelante tan torpes como estériles.

Sentado en mi mesa, silencioso, la penumbra de la tarde cayendo; de pronto sentí unos pequeños brazos que me abarcaban, un abrazo claro, el cariño ofrecido sin fisuras y con nitidez de una niña. Treyci no dijo nada, su rostro contra mi costado, solo me abrazó con tal eficacia que algún dique dentro de mí cedió y varias oscuridades se derritieron. Ella en realidad me apapachó.

“Apapacho” es una palabra de origen indígena náhuatl (México) que la Real Academia Española incorporó y que define como: “Palmadita cariñosa o abrazo”. Proviene del vocablo papachoa, que en su significado original quiere decir “ablandar algo con los dedos” o “dar cariño”. Sin embargo, hay un sentido más profundo que la clase culta de los aztecas le daba: “abrazar o acariciar con el alma”.

Apapachar es dar cariño, amor, apoyo a una persona querida o que tú sientes que lo necesita sinceramente y de la manera más pura. Un apapacho puede ser un abrazo, un beso, una caricia tierna, una acción para curar una herida, o todos ellos juntos.

Un apapacho le da una madre a un hijo que se ha caído de la bicicleta y se ha raspado.
Un apapacho te lo da el amigo cuando tu pareja te ha dejado.
El apapacho puede ser físico, emocional o espiritual. Es un abrazo mucho más cariñoso, más cálido; es alivio, consuelo, ánimo, aliento… amor físico delicadamente comunicado.
Eso es un apapacho, una de las palabras más bellas del castellano*.

Solo tiene cinco años y no pudo ver mi rostro al entrar en la casa, pero posiblemente intuyó mi desazón; no en vano somos energía que titila, y la ternura de un niño es clarividente. Treyci llegó con decisión y, tras un par de meses sin vernos, me apapachó. Ella no se imagina el bien que me hizo; el poder sanador del contacto físico sincero es portentoso, penetra hasta las entrañas y calma, conforta y suaviza. Qué maravilla.

Todo va a ir bien si alguien como Tracy puede apapacharte así. En este mundo lleno de desdén donde la indiferencia es regla, las muestras corporales de amor puro restañan mi fe en que Diosito vive realmente en las personas y el bien es posible. 

* Se puede ver en http://www.vigilangel.com.mx/announcements/el-apapacho-profundo-concepto-de-origen-nahuatl