lunes, 28 de febrero de 2011

EL LIMONERO DE CALVIN KLEIN

En el patinillo de mi casa cural hay un limonero. Cuando lo vi por primera vez aquel día de junio me pareció bello en su encierro entre las torturadas paredes y al mismo tiempo algo maltrecho. "Hace tiempo que no da limones", me dijeron. Mi vecino José Quesito diagnosticó daño en el tronco, y parecía cierto: el árbol estaba como herido por una especie de abandono o una invasión de silencio.
El limonero lo había plantado veintitantos años atrás Manolo Calvino, que llegó a Santa Ana recién salido del seminario: cura pequeño y vivaracho, que iba en moto de un Valle a otro, aficionado a los pájaros de todo tipo, un zagal lleno de energía y de la ilusión propia de quien pone el pie en su primer pueblo a los veinticinco añitos. Cuatro años aquí y Manolo pasó por sucesivos puestos de responsabilidad: administrador del seminario, párroco de Talavera... y ahora está en Oliva de la Frontera y es mi arcipreste.

Manolo cocina de maravilla (podría patentar el queso de untar), improvisa cenas sin despeinarse, se peina para atrás; se le da bien la decoración y se las ingenia como nadie para obras, reformas, etc. Manolo es muy sagaz y muy largo, a pesar de chiquitito. Cuando tú vas el viene de vuelta, prudentemente hábil, certero, capaz de enredar al más pintado con arte, finura y siempre una sonrisa. Ja, ja, cuando Calvin Klein (así le he puesto con mi afición a "rebautizar" al personal) pasa por mi pueblo que fue el suyo, saluda a todo quisque, conoce aunque no se acuerde de los nombres, sonríe y la gente le quiere. Y para mí éste es el criterio fundamental de calidad y solera.

Porque Manolo es un gran cura. Trabajador incansable, todoterreno, armado con un insuperable sentido común. Número uno en la destreza de plasmar en lo concreto lo grande del ministerio sacerdotal. Al obispo le dije que creo que en nuestro presbiterio diocesano hay compañeros sobradamente capaces de acompañar a los curas, y Calvin es uno de esos maestros de vida. De hecho, yo me siento acompañado por él: me llama cuando sabe que necesito un empujón, me sigue, me valora... aunque me llame "arrendao". Manolo, si lees esto, que sepas que no creas que no me doy cuenta de tus atenciones.

Todos estos años sin dar fruto el limonero sacerdotal... ¡y desde hace varias semanas desbordado de limones, estallando en amarillo! ¡Precioso, como resucitado, rebosante de vida y de agradecimiento! Los limones los cojo yo, pero el árbol lo plantó Manolo. Ésta es nuestra vida: muchas veces sembrar, algunas recoger. Si se cuida con humildad lo que otros inician, el resultado es estupendo; sobre todo si el que siembra es tan excepcional como Manolo. El otro día le regalé una bolsa de limones para su madre.

miércoles, 23 de febrero de 2011

OOOTRO 23-F CON GADAFI

¡Es que este tipo ya estaba hace 30 años! Qué fuerte. En 1981, mientras Tejero hacía el gamba pegando tiros en el Congreso de los Diputados, Gadafi ya era el dueño del petróleo de Libia y de sus 4 millones de habitantes. Ya entonces.

En casa nos hemos acordado hoy de que aquel día yo estaba en la calle, habría acabado los deberes (mates de 6º de EGB) y estaría dando pingallazos por ahí; mi madre me había encargado comprar pilas antes de recogerme, hora límite probable las 7 de la tarde. El intento de golpe de estado se ha hecho un poco de todos, a medio camino entre la tragedia y el esperpento (como cuenta magníficamente Javier Cercas en el prólogo de su novela Anatomía de un instante, que por cierto me estoy leyendo), y por tanto muy español. Todo quisqui cuenta hoy en radios, teles y periódicos qué hizo aquel día, cómo lo pilló el coño de Tejero. Y yo pues igual. Gadafi firmando ya entonces sentencias de muerte mientras come caviar y un niño andando por la calle Santa Eulalia.

Entré en "El Sanatorio de la Radio", tienda histórica emeritense. Mientras la señora me despachaba el paquete de pilas, se paró la música en el transistor que había sobre el mostrador y una voz masculina muy seria debió anunciar algo tremendo porque la dependienta me echó literalmente, con las pilas pero sin la vuelta, venga niño, pa tu casa, y yo, pero... ¡la vuelta, que no me ha dado la vuelta! Gadafi llenando de petrodólares su saca, Tejero haciendo una llave de yudo a Gutiérrez Mellado y un niño preocupado calle arriba: "¿y ahora qué le digo a mi madre de los cinco duros de vuelta?"

No es novedad que Gadafi está como un manojo de vergas. Lleva así décadas, he leído muchas noticias en Jeune Afrique y frecuentes artículos en periódicos africanos que alertaban del extremo de corrupción y de megalomanía de este personaje, asesino de su pueblo antes y hoy. ¿Qué especie de hipocresía hace que sorprenda el abismo de inhumanidad en Libia? Llamo al timbre y, sin dejarme explicar nada, mi madre me jala, ¡venga pa dentro niño, dónde te metes!

Mientras el rey con sus condecoraciones ordena y resuelve, mis hermanas y yo pasamos la mañana viendo la tele, dibujos y pelis; me recuerda lejanamente la mañana de la muerte de Franco, sin cole, en casa. Parece ser que, aparte de Juan Carlos, poca gente hizo nada esa noche, aparte de esconderse, temblar o preparar las maletas. No nos lanzamos a la calle como los egipcios, no hubo muertos, fuimos un pueblo indeciso, paralizado de terror. En Libia hay tanto cansancio, tanto hastío y terror acumulado, que el instinto de supervivencia puede más que el miedo a las balas de los mercenarios. Hace 30 años, en el momento de hervor de nuestra democracia, Gadafi ya estaba en guerra contra su pueblo, o vosotros o yo. ¡Basta ya! ¡Adelante libios a por la libertad! Quizá las lágrimas de hoy y de mañana van a merecer la pena.

jueves, 17 de febrero de 2011

UN BAUTIZO PECULIAR

Es desde luego especial que un joven de 18 años reciba los sacramentos de la iniciación "de un golpe", como los primeros cristianos. Más aún si el chaval en cuestión es saharaui y por tanto musulmán de cuna, ya que es sabido que los seguidores de Mahoma raramente se convierten. La crónica de este particular acontecimiento se puede leer en http://www.periodistadigital.com/religion/otras-confesiones/2011/02/15/religoin-iglesia-espana-merida-arzobispo-bautizo-joven-musulman.shtml

Las primeras veces que vi a Jesús (que así se llama desde el viernes pasado), el verano que llegué al pueblo, me llamaron la atención la morenez y un lunar gigante que le cubre media cara y que me hacía pensar "este zagal está tonto, va por ahí en bici disfrazado de Batman".

Casi desde que nos conocemos Saleh me lleva diciendo que quiere bautizarse; yo le iba dando largas a ver si se le pasaba, pero nada. Sus amigos se confirmaron el año pasado, se apuntó con ellos a la JEC, fue a convivencias, en verano al campamento... y siempre haciendo planes, imaginando el gran momento.

Llegó a España desde el Sáhara con 8 años, y supongo que su niñez, dura al principio y extraña después, ha sido convulsa. Le cuesta estudiar, seguramente tiene problemas con el español... es un chaval como los demás, con sus consumismos y superficialidades, pero posiblemente con alguna dosis más de "cacao mental": ¿cómo debe ser pasar de guardar cabras y buscar agua en el desierto a que te regalen la camiseta oficial de Bojan el del Barça? Sí, de esas que cuestan 60 euracos.

A principio de curso los problemas en casa y en el instituto se recrudecieron; varias trastadas fuera de lugar empeoraron la cosa. Le dimos un ultimátum, le amenacé con suspender el bautizo, los amigos le pusieron las pilas, pareció reaccionar y otra vez se lió; fue el momento crítico. En casa se plantearon devolverlo "de vuelta a los corrales", yo me había convertido en una especie de adulto referente para él, charlamos, habló con su madre, lo pensó... y creo que algo creció dentro de él, dio un hervor, modesto pero suficiente.

Dios ama y ha elegido a Saleh, que no es mejor que nadie, pero ¿acaso habría que exigirle a él algo distinto o algo más de lo que exigimos a los demás jóvenes para confirmarse? ¿Acaso alguno de nosotros, cristianos por tradición, nos merecemos la gracia bautismal y la hacemos verdad con nuestra vida de cada día?

Por eso el otro día todos estábamos felices. El obispo con su gorro y su palo (jerga de los muchachos) un poco estrepitosos en la sencillez de nuestra parroquia; las mujeres del equipo de liturgia eficaces y sabias; los padres con los ojos brillantes; los curas casi divertidos; los de la JEC "que se salían de su pelleja"; y yo con la sonrisa puesta, orgulloso y responsabilizado por ser su padrino. ¡Enhorabuena, cebollo!

lunes, 14 de febrero de 2011

YO QUIERO SER ATEO


Vengo del tanatorio; ha muerto en el pueblo un hombre joven, padre de dos niños. Se lo ha llevado por delante eso innombrable, ante lo que no podemos nada. Su familia está ya bruñida en el crisol del dolor; es el tercer hijo que esta madre pierde. Su esposa lleva luchando varios meses, casi sin separarse de su marido, turnándose con su cuñada, están todos agotados, como aplastados por un sufrimiento que supera sus fuerzas, sepultados bajo las lágrimas, al límite de su resistencia...

Pero esta mañana estaban más alterados. Enfadados. Con Dios. Al llegar he oído algún reproche, como un grito dolorido... "¿Dónde está Dios ahora?". "Cómo lo ha castigado Dios". "Es injusto, inhumano que Dios se lo haya llevado de esta manera". De nuevo el tema que traté en otro post (diciembre de 2009), pero peor, más crudo, más a flor de piel y sangrante; y el cura allí en medio de esa tensión.

Gente "poco creyente" o que "no cree". Preferiría no creer en nada que creer en un Dios así. Un malvado, un asesino que arbitrariamente elige a sus víctimas; un cabrón que asesta los golpes a su capicho, programando diferentes tipos y grados de torturas y padecimientos. Tiene que ser tremendo creer en semejante horror: alguien todopoderoso en la maldad, que castiga a quienes no creen o a quienes se portan mal, o peor aún, a quien le da la gana. Alguien contra el que dirigir la ira y la frustración, que se mienta cuando se necesita echar la culpa a alguien o a algo; de Dios provienen todos los males, pero olvidamos agradecerle los bienes, que a menudo nos parece que nos los ganamos o merecemos por trabajadores, guapos o buenos. Sí que creen, pero esa fe los machaca más, les echa sal en la herida.

Yo quiero ser ateo de ese dios. Conozco muchas personas que han perdido familiares, amigos (algunos jóvenes, con muertes terribles), y no han pensado que Dios los ha eliminado cruelmente; recuerdo un compañero que enterró a su padre y a su hermana joven poco después, y comenzó la celebración diciendo: "yo se que Dios nos quiere inmensamente". Este es el Dios en el que yo creo. El que no resuelve las papeletas de nuestra vida, el que no puede impedir la muerte (ni siquiera la de su propio hijo) a base de milagros, porque no está en su mano dirigir la naturaleza como quien maneja marionetas. Dios que se dedica a acompañarnos y a no abandonarnos, simplemente eso; Dios que está de nuestra parte, no contra nosotros, y cuando no podemos nos sostiene como sostuvo los brazos clavados en la cruz de Jesús; Dios de estar por casa, que es el amor y la solidaridad que somos capaces de darnos, como toda esa gente, el pueblo entero, estaba volcado esta tarde en el tanatorio.

Claro que me siento un poco responsable. ¿Qué le hemos enseñado (los curas, la Iglesia) a la gente sencilla? ¿Qué inercia lleva a tantas personas a pensar que "lo natural" es que Dios se lleva a sus seres queridos? ¿Qué imagen de Dios hemos transmitido con nuestra enseñanza y, quizá peor, con nuestras vidas? Porque, con ídolos así, es mejor no creer; duele menos pensar que no hay Dios, que las cosas son así porque somos frágiles y limitados, y ya está. Así que yo apostato de ese dios sanguinario, me declaro ateo de semejante monstruo; y en días como hoy prometo que me hubiera gustado estudiar para bombero.

miércoles, 9 de febrero de 2011

JOHN BARRY Y LOS ENTRERRÍOS


Hace algunos días que España ganó la medalla de bronce en el mundial de balonmano; a mi me gusta el balonmano porque cuando era niño jugué un par de años con el equipo del colegio hasta que pegué "el estirón" y me pasé al baloncesto.
Resulta que en la selección española juegan dos hermanos, Alberto y Raúl Entrerríos, que, justo un par de semanas antes de empezar el campeonato, perdieron a su madre. La noticia salió en el telediario ("el parte", que diría mi abuela) porque estos chavales, que son dos puntales del equipo nacional, se pensaron mucho si ir o no a competir, supongo que bastante hechos polvo por el fallecimiento de su madre. Al final decidieron jugar.

Unos días muy luchados, un torneo muy intenso, partidos igualados, y al final, el premio del tercer puesto. Nada más terminar el partido los dos hermanos se fueron pitando hacia su padre, que estaba en un lateral de la pista, y él se abrazó ("se abarcó" dicen en mi pueblo) a los hijos, los tres llorando y mirando al cielo, dedicando el triunfo a su madre y esposa. Yo yo en mi casa pelando una naranja y emocionado, con un nudo en la garganta y dando hipíos como un tonto... Lo que realmente importa es la gente que queremos, eso está por encima de todo, eso es lo que permanece y no las medallas. Qué fácil y qué emocionante.

Y al día siguiente me cuentan que John Barry ha muerto; el creador de bandas sonoras inolvidables, como "Bailando con lobos". Cuando ya me había pasado al basket pedía a los Reyes los cassettes de esas músicas de películas, buscaba y encontraba en las carátulas el nombre de John Barry, chiquitito, escondido enre títulos y rótulos de actores estrella. Para mi es ante todo el creador de la melodía de Memorias de África, una de las bandas sonoras de mi vida, bella, serena, majestuosamente emocionante. Música que es paisaje de mis noches senegalesas y nigerinas, de mis sueños y mis sufrimientos más hondos. Notas y acordes que muchas veces se han hecho lágrimas que otros han comprendido y recogido.

Medalla para John Barry y los Entrerríos; pero no de metal, sino de admiración por la hermosura del trabajo hecho por amor y con el peso del amor. El estirón fue sólo por fuera... por dentro sigo siendo un niño con walkman y una melodía en el corazón.

viernes, 4 de febrero de 2011

NECESITO UNA REVOLUCIÓN

Ya me llamó la atención lo ocurrido en Túnez, cosa rara teniendo en cuenta lo mucho que ha caído la política en mi lista de intereses. Pero lo de esta semana en Egipto es alucinante.
Gracias a la magia globalizadora de la tele lo vivimos en tiempo real; hoy viernes era el "día de la despedida" de Mubarak, pero al llegar a casa pongo al canal 24 horas y veo que el rais se resiste a entregar el equipo.

La gente durmiendo en la calle, tomando el país en una especie de levantamiento popular a cámara lenta, un desafío resuelto, pero sin demasiadas estridencias, persistente, un pulso que se quiere ganar agotando al contrario, un combate destinado decantarse por acumulación de puntos o claudicación del presidente, acaso rendido a la evidencia: no es que su pueblo no lo quiera, es que ya no disimula más y se lo dice, con claridad y contundencia tranquila, para obligarlo a marcharse. Lo dice con la invencibilidad de quien está dispuesto a morir antes de continuar sometido, caer de pie mejor que vivir de rodillas.

Esta imagen del helicópetro me recuerda a aquella otra en la plaza de Tianameng, en 1989. Un pueblo que se manifiesta pacíficamente con la fuerza de la razón insuflando energía a su sangre es indomable. Los soldados no son capaces de disparar. ¡Existe la posibilidad de cambiar las cosas! Cuando la pasividad se rompe, cuando la propaganda anestesiante o los packs de "pan y circo" se disipan porque los ojos están abiertos y la gente sale a la calle con la dignidad puesta, entrevemos que las tiranías no son irremediables.

Hace poco leí que es aterrador saber que el poder está concentrado en muy pocas manos; terrible no tanto por los controladores aéreos, sino por las multinacionales y la impunidad de su imperialismo voraz. Viendo a los egipcios vuelvo a creer que el poder está en la sociedad civil. Necesito pensar que las dictaduras están cogidas con alfileres, necesito una revolución para sentirme menos consumidor manipulado, para soñar de nuevo que es cada pueblo quien escribe su historia, cada persona quien es dueña de su destino.

Ya se que advierten que todo puede estar manejado por la oposición (admitimos a los contemporáneos maestros de la sospecha). Pero quiero, necesito creer, saber, que la chispa, que el desencadenante proviene de lo humilde, de los "nadies", de la gente de a pie, de los que no llevan traje sino chanclas. Esa ilusión me hace dormir más reconciliado con la humanidad.

miércoles, 2 de febrero de 2011

VODKA CARAMELIZADO

Al terminar la Eucaristía el sábado por la noche, en vez de irme a la sacristía, me voy, revestido y todo, al fondo de la iglesia para saludar al personal cuando va saliendo. Como se suele hacer en África, o como los protestantes en las películas. Es un momento muy bonito, familiar, espontáneo, que me encanta. Y allí mismo Enrique y Josefa me invitaron el otro día a dar una vuelta.

Aparcamos en la puerta del bar; ellos me van conociendo y saben que me cuesta entrar solo en un sitio así abarrotado (el Barça jugando en la tele), por eso Pepa me anima a entrar los dos juntos. Yo no soy mucho de bares, nunca lo he sido, y es de hecho la primera vez que salgo en sábado por la noche (efeméride); en el "bar de los viejos" se agolpa gente joven (o sea, de mediana edad, o sea, de mi edad), noto el corte de ojos algo sorprendidos que se vuelven hacia mi ("el cura también sale a tomar copas"), pero enseguida me engancho con unos, bromeo con otros, saludo y me encuentro más cómodo. No hay humo, pero sí mucho ruido; al fondo los culés concentrados en lo suyo, en la barra la pareja feliz despachando, varios niños pintando y David, que está de turno en los pisos titulados, en pijama barriendo la puerta.

Con facilidad van cayendo las cervezas. Aquí se viene a beber. Gente que estaba en la iglesia va entrando y nos volvemos a saludar con el vaso en la mano, jersey en vez de estola, este espacio democratiza mágicamente las relaciones: concejal, estanquera, ganadero, albañil, cura, ama de casa, estudiante, mezclados, iguales y a lo mismo. Se bebe y también se encuentra uno con los demás; sí, se bebe en condiciones. Pero el cura es siempre el cura; en un descuido pago una ronda: ¡es la primera vez que logro pagar desde que llegué al pueblo, este sí que es un día histórico! Se lo digo al barman Ramón y se ríe. Realmente la risa prolifera y retumba; la gente está contentilla, alguno con una "chispa", los ojos brillantes.

Llega Fito y saluda. Me explica una persona que, cuando llega, Fito se le acerca, y ella le invita a una cerveza con sus patatas fritas. Es una costumbre, algo casi mecanizado, un cariño sin palabras, una solidaridad menuda, persistente y hermosa que me cautiva. Qué buena es la gente. Messi marca el segundo gol y Fito merece una entrada aparte.

La tarifa plana de cervezas (llegan por todos lados) amenaza con no tener final, así que voy intentando coger por la tangente; un personaje se da cuenta y propone pasar a los chupitos, con lo que en vez de birra ahora me veo echándome al coleto un vaso de vodka caramelizado, "que está muy bueno y entra muy bien, ya verás". Pero bien: uno, otro... Más risas. Fito ya se va. La partida de dominó ahí, cómo se mueve. El viejo de al lado que invita a otra ronda, ay madre. El árbitro pita, los barcelonistas salen en estampida (¿2 o 3-0?).

Y cuando parece que "nos vamos a ir yendo", el último, un vaso doble... Sabe a caramelo la sencillez de esta gente; dulce es que se acuerden de ti "allí tan solo", que te inviten, que quieran incluirte en su círculo de amistad. Dulce, mareante, fragante y adictivo estar simplemente, como uno más, con la gente del pueblo, en sus sitios y en sus cosas. Gracias... y mañana al levantarme una aspirina efervescente como John McKlein.