miércoles, 29 de noviembre de 2017

TODO ESTÁ CONECTADO


Cuando el deslizador está acostando en Iquitos hay que irse preparando para obligatorias contemplaciones de la fealdad que desfigura el río Amazonas, convertido en un “inmenso depósito de porquería” en palabras del papa Francisco en el número 21 de Laudato Si. Sería mejor no saber qué consecuencias tendrá esta abusiva y despiadada acumulación de basura, pero desgraciadamente se tiene la costumbre de leer y estudiar, de modo que a “ojos que ven” se le añaden “datos científicos que se conocen”, y así el corazón siente más impotencia y tristeza.

El agua del río que está siendo masivamente contaminada por la estupidez humana proviene de la lluvia. Y esta lluvia proviene del bosque, que mantiene el aire húmedo a través del reciclado de la humedad. Cuando las nubes precipitan su precioso líquido sobre el bosque, gran parte del agua se infiltra en el permeable suelo forestal. El agua del suelo inicia su regreso a la atmósfera absorbida por las raíces; luego sube, desafiando la fuerza de la gravedad, 40, 60 metros o más, por los troncos hasta las hojas, versátiles paneles solares químicos capaces de absorber la energía del sol y aprovechar la caricia de los vientos para transpirar y transferir copiosos volúmenes de agua vaporosa a la atmósfera, completando así el retorno del ciclo vertical iniciado con la lluvia.

Un árbol grande puede bombear del suelo y transpirar más de mil litros de agua en un solo día. La Amazonía sustenta cientos de miles de millones de árboles en sus bosques. Veinte mil millones de toneladas de agua por día son transpiradas por todos los árboles en la cuenca amazónica, un río vertical de vapor más caudaloso que el río Amazonas, que vierte cada día en el océano Atlántico 17.000 millones de toneladas de agua*. Vivimos dentro de una enorme cantidad de vapor, ¿cómo no voy a sudar? Aunque tal vez sea de terror al saberme rodeado de agua envenenada por los residuos, que contamina los árboles antes de intoxicarme a mí.

Para que el vapor vertido al aire se convierta en lluvia, los árboles tienen el ingenio de emitir sustancias volátiles, perfumes precursores de “semillas” que permiten la nucleación del vapor del agua, la formación de las nubes y su condensación. Es una maravilla. El bosque amazónico cumple un papel clave como generador de humedad del subcontinente y regulador del clima global, verdadero aire acondicionado del planeta. La deforestación, que ya se acerca al 20%, tendrá consecuencias dramáticas y será un punto sin retorno. En San Francisco de Yahúma vi el otro día dos lanchas cargaditas de enormes palos vendidos a 30 o 40 soles la unidad. Una insensatez más en la larga historia de depredación de la selva.

Cuando Francisco de Orellana llegó en 1542 había en la Amazonía en torno a 20 millones de habitantes que vivían en la abundancia de pesca, frutas y carne de caza; de hecho la zona en la que me encuentro es la de más alta diversidad de especies del mundo. Hoy, más del 55% de niños en la región Loreto sufren de desnutrición crónica. En cualquier conversación por las comunidades la gente te cuenta que ya no se ven paiches, sábalos, gamitanas o tucunares, y que hay que caminar dos o tres días monte adentro para encontrar algo de mitayo, alguna sachavaca o sajino. Los niños comen arroz, plátano y yuca, y una vez al día tal vez un trocito de pescado, con las consiguientes consecuencias en su desarrollo completo.

Y el panorama no parece apuntar mejorías por la amenaza de megaproyectos extractivos y carreteras por donde llegarán narcos y madereros sin escrúpulos. El bosque se acaba, el agua se ensucia, los recursos son sobreexplotados, el clima se altera y la pobre gente cada vez es más pobre. Todo está conectado (Laudato Si 117). Los desiertos interiores se extienden y hacen que se multipliquen los desiertos exteriores (LS 217). Hay que empeñarse pues en regar y refrescar nuestros adentros para que alrededor brote la vida; se hace en contacto con el Manantial y la Raíz, y también exhalando la pizca mágica que hace llover la alegría y da esperanza: la sonrisa.

* Los datos están tomados del libro “El Futuro Climático de la Amazonía”, de Antonio Donato Nobre. Se descarga fácilmente en internet.

lunes, 20 de noviembre de 2017

EN LA MISIÓN NO HAY FRONTERAS


Desde hace algún tiempo los religiosos presentes en la triple frontera Perú-Colombia-Brasil tienen la inquietud de encontrarse para acompañarse, sintonizar, converger y simplemente disfrutar del gusto de estar juntos. Lo venían haciendo en reuniones breves de media jornada, pero esta vez prepararon tres días de formación, retiro y reflexión en Tabatinga del 6 al 9 de noviembre. A mí me invitaron también porque, aunque no soy religioso, formo parte de esta comunidad peculiar de Islandia con mis cinco compañeras.

Son más de cincuenta, pero a la casa de formación diocesana llegamos unas veinticinco personas de todas las edades, carismas, estilos y pelajes. Uno de ellos el obispo de Alto Solimoes, Adolfo Zon, que es misionero javeriano. Parte importante del encuentro es conocerse, convivir y compartir experiencias, vicisitudes y caminho misionero saltando barreras idiomáticas (una mayoría es brasilera) y generacionales, sumando mentalidades, criterios y sueños. Echo de menos estos espacios, que en España sí tenía, así que aproveché mucho la oportunidad.

Normalmente, los análisis de la realidad suelen aventar bastantes quejas y lamentos, puesto que la situación social, económica y ecológica de esta zona está salpicada de graves problemas en los que todos nos vemos envueltos de alguna manera. Pero superada esta fase (que es como la primera avalancha hacia la mesa en la comida de un día de campo, voraz y decidida), un ramillete de textos del Evangelio y de Laudato Si nos ayudaron a enfocar la mirada trocando las dificultades en retos y poniendo en juego los activos de la esperanza.

Las reuniones de grupo, los plenarios, las intervenciones estuvieron sembradas de compromiso con los indígenas, lucha por la defensa de la naturaleza amazónica frente al acecho de los megaproyectos, cuestionamientos en torno a salir de la propia zona de confort, la inculturación, la fidelidad creativa a los carismas, la conciencia de la propia debilidad y al mismo tiempo de participar de la misión de Dios, no la nuestra. Siempre en un clima de entusiasmo a pesar de todo, sintiendo como un privilegio estar en esta hermosa selva y poder seguir a Jesús como misioneros sirviendo a esta gente, especialmente los más abandonados.

“¿Cuál es nuestra misión?”. Buena pregunta. ¿Cómo responder a los desafíos de nuestra triple frontera? ¿Qué significa tomar realmente en serio la inculturación, como proceso personal y pastoral que comienza por renunciar a la inercia de implantar esquemas, tradiciones y formas de religiosidad occidentales que los misioneros traemos de serie? ¿Qué pasos dar para ayudar a que vaya surgiendo una iglesia con verdadero rostro amazónico? Fueron preguntas que sobrevolaron el grupo y, aunque por supuesto no encontraron respuestas acabadas, fecundaron planteamientos y desataron pistas que iluminaron y enriquecieron.

Muy presentes estuvieron el próximo sínodo panamazónico como horizonte ilusionante, y también la REPAM como inspiración y modo nuevo de ser iglesia en esta región del planeta. El jesuita Alfredo Ferro, con sus aportaciones atinadas y clarificadoras, colaboró en centrar y dar perspectiva de conjunto al amplio abanico de temas que fueron desfilando. Se trataba también de concretar algunas acciones que pudieran surgir de esta sinergia amazónica, y salieron iniciativas de coordinación en el trabajo con los jóvenes y de formación permanente con el apoyo de la Universidad Javeriana de Bogotá.

Dos religiosas jóvenes especiales había entre nosotros: una postulante ticuna y una juniora cocama. Durante la Eucaristía final, una de ellas manejaba el proyector y la otra tocaba la guitarra. Imaginaba su andadura vocacional mientras Monseñor Adolfo comentaba aquel evangelio de “el que no renuncia a todas su cosas no puede ser discípulo mío” (Mt 14, 33). “Estas liberaciones y desapegos no son un fin en sí mismos – decía en su portugués aliñado de gallego-, solo tienen sentido en función de la misión, para que estemos totalmente disponibles para realizar la misión de Dios”. Esto se quedó meciéndose en mi mente, como un bote amarrado a la balsa en la noche. Libre… para la misión; porque el centro es la gente, los indígenas, la Amazonía, esta vida preciosa y compleja que cada día rebosa abundancia y adonde he venido a dar con mis huesos.

sábado, 11 de noviembre de 2017

LLUVIA


Hay días que hace un calor insoportable. No tanto porque la temperatura sea excepcionalmente alta (rara vez llega a 35º) sino porque la humedad y la fuerza de este sol tan rotundo y tan plano, que te aplasta más que quemarte, hacen que el ambiente se vuelva sofocante. Me pongo a sudar a chorros y no soy capaz de concentrarme en nada, ocupado en abanicarme o secarme con una toalla.

En la siesta más o menos la cosa se sobrelleva porque cuelgo la hamaca en mi habitación, que está hacia dentro, al lado contrario de la orientación del sol, y logro dormir un rato (en la cama a esas horas yo no puedo, soy un charco de sudor). Pero a partir de las 2:30 más o menos el sol asoma detrás del edificio de enfrente y pega directo en la pared de mi despacho… todo mi depa se convierte en un horno del que he de escapar obligadamente si no quiero derretirme.

A veces el calor tiene una cualidad como de interior de olla cociendo sin tregua, y entonces la gente dice que pronto va a llover; en cuanto se aprecian dos pellizcos súbitos de viento recortados contra una manta en tonos grises que de pronto ha colonizado el cielo, hay que prepararse para un lluvión como el de esta tarde. No se puede decir que fuese una tormenta, no: era una tempestad con genes de huracán que trastocó en un instante colores y temperaturas y rodeó de agua todos los costados, redentora del Yavarí abrasado.

A Eunice y a mí nos pilló bajando a la balsa camino de Benjamin. No había literalmente posibilidad de resguardarse, porque las oleadas de temporal golpeaban en todas las direcciones, borrando del horizonte casas, embarcaciones y sonidos, como se difumina con el dedo un dibujo al carboncillo. Qué bárbaro. El río se retorcía bravísimo y el bote avanzaba en medio de una cortina de agua, aunque hacía rato que estábamos completamente empapados sin remedio. Pero qué rica lluvia.

La brasilera población vecina no tiene alcantarillas ni desagüe, de modo que para cuando nuestro peque logró acostar, las calles ya eran sucursales del Amazonas por donde solo los motoristas más audaces (que por cierto son bastantes) se atrevían a aventurarse haciendo escorzos con el agua a media llanta. Compras y gestiones resultaron mojadas esta tarde, aunque la borrasca concedió un rato de tregua.

Al regreso, a medida que poníamos rumbo a Islandia se sucedían los relámpagos más enormes que jamás he visto, encendiendo todito el cielo de tonos metálicos realmente espectaculares. Siempre impresiona navegar por la noche, pero en este río encabritado y doliente de intermitencias aterradoras te salen espontaneas oraciones en varios idiomas. Por más que se bajen los plásticos laterales del bote, cuando llueve con semejante tenacidad no hay manera de librarse del remojón, y estas son las aguas que corresponden a la creciente del río, que se empezará a apreciar en serio dentro de un mes.

En mi cuarto la lluvia violenta horizontal se filtra por entre las rendijas de las maderas y hay que retirar los cuatro libros para mantenerlos secos. A pesar de que el termómetro marca 27,5º, el aire es deliciosamente fresco y empiezo con antelación a disfrutar de una noche agradable, sin sofoquinas; me pongo las gafas y no se me caen porque no transpiro, veo un rato la tele tomando un sándwich con un café calentito que me apetece, puedo hasta escribir una mijita, relajado, con la perspectiva de descansar rico mecido por el aguacero que por cierto está arreciando.

Ya en la cama tendré hasta que arroparme con la sábana, como muchas madrugadas, y eso me encanta. El diluvio desatado atiza sin contemplaciones a las calaminas del tejado creando un rumor que me sirve de nana. Hay algunas gotas que saltan por la ventana alta y me rozan como pequeñas cosquillas de lluvia. Recuerdo que José Antonio siempre decía que cuando llueve se duerme mejor; hoy es 7 de noviembre y hace 22 años que nos dejó, pero siempre está ahí, y en esta misión lo percibo aún con más nitidez. Hasta mañana.

sábado, 4 de noviembre de 2017

CHICHARRÓN PARA UN BEBE Y MONDAS DE PAPAS


Tras un mes entero sin salir de Islandia a causa de la fiesta patronal, el Señor de los Milagros, se impone reflexionar y escribir sobre esta experiencia. Pues ha sido en partes proporcionales un impacto con la realidad, un buscar en mis registros algo con que responder y no encontrar nada, una masticación de expectativa, desconocimiento, confusión, estoesloquehay, decepción, sorpresa y la sensación de estar tocando el violín y no saber por dónde meter cabeza.

Lo primero que hay que comprender es que aquí la fiesta patronal no es la fiesta del pueblo. Esa función la cumple el aniversario del distrito (2 de julio), ahí se arman los grandes festejos típicos: deporte, fuegos artificiales, orquesta, reinado, bailes regionales, concursos varios… la municipalidad se pone las pilas, organiza, moviliza a todos, con un gran ambiente. Es una celebración laica. La identidad de Islandia no está en el Señor de los Milagros, su raíz no es católica como por ejemplo en Mendoza, donde el argumento de la fiesta sí es religioso (el patrón San Nicolás hasta le da el nombre al distrito). Y mucho menos desde hace unos 20 años con la llegada de un montón de religiones y sectas, especialmente los israelitas.

Por lo tanto, la fiesta “patronal” es algo prácticamente solo de la “parroquia”, pero curiosamente, le queda adherido algo del triunfalismo católico de los años 40, cuando se inició en Islandia la devoción. Aunque el Perú es un estado aconfesional, la Iglesia conserva una cierta posición de poder institucional incluso cuando está en minoría, como acá. Así que se invitó oficialmente a las instituciones a la novena (la municipalidad, el colegio, el jardín, la policía, el centro de salud…), siguiendo el libreto nacional-católico como en Mendoza. Y sí llegaron y participaron, salieron a leer, trajeron sus ofrendas y algunos incluso invitaron a un lonche, como allí. La diferencia es que cada noche, exceptuando los novenantes de turno, la iglesia estaba prácticamente vacía.

Es decir: no existe algo como una gran devoción en un pueblo mayoritariamente católico que cada noche se vuelca con su patrón llenando la iglesia en el novenario; ni siquiera una comunidad cristiana que, aunque pequeña, celebra a su patrón con entusiasmo en una novena viva, concurrida y participada. Lo que hay es una especie de rotación en la que cada noche aparece un grupo diferente, todos como un poco fuera de lugar (es la única vez que van a la iglesia), sin saber cómo ponerse y qué hacer, la mayoría obligados por el alcalde, el director, el gerente o el superior… y apenas una muestra de los católicos de acá, que no llegarán a veinte, cada vez distintos (tan solo dos personas creo que han hecho la novena completa).

Nos reímos diciendo que hemos preparado 9 temas siguiendo Laudato Si muy bien hechos (las homilías nos las repartimos entre dos compañeras y yo), pero que podríamos haber repetido 9 veces lo mismo porque el público era siempre diferente. Eso sí, la iglesia estuvo varios días llena de gente, pero no nos dejamos llevar por esa falsa impresión de “éxito”, muchos eran de otras religiones y fueron por cumplir con un mandato o una tradición. Podemos seguir autoengañándonos programando más historias así, restos de religiosidad popular que corresponden a épocas pasadas que dan un cierto resultado numérico.

Como en el comic de Luky Luke “El séptimo de caballería”: en el oeste americano, en un fuerte de caballería hay un coronel muy estricto que revisa los uniformes de los jinetes por la mañana y castiga a los que no los lleven impolutos a pelar papas, y tienen que hacer las mondas tan finas que el sargento las revisará mirando al trasluz. Entre sus subordinados está su hijo, y con él este coronel es más duro que con el resto. Resulta que los indios atacan y asedian el fuerte, cortando los abastecimientos; los de la caballería se quedan sin alimentos y casi sin agua. Pero el coronel sigue con sus rutinas, a primera hora pasa revista detenidamente a los soldados, que tienen cara de hambre y sin afeitar; cuando llega a su hijo y le encuentra una mota de polvo en una bota, le castiga como de costumbre a fingir pelar papas (claro, fingir porque de hecho no hay papas), “¡Y fingirá hacer las mondas muy finas! ¡El sargento fingirá examinarlas!”. Jaja genial, me río al escribirlo.

En la Iglesia somos muy dados a instalarnos en la ficción para quedarnos tranquilos, no es la primera vez que lo veo. Vendemos humo. Somos como los de los anuncios de juguetes en Navidad, miras un robot vacanazo en la tele y luego, cuando lo ves en la tienda, te parece que ha encogido. En la pastoral hay mucho de publi, logramos un montón de cosas (la catequesis de Confirmación, los animadores de las comunidades, el consejo de pastoral, ¡la escuela de formación!…) a las que en el día a día hay que hacerles la raíz cuadrada. Y la fiesta del Señor de los Milagros es también un bluff; por supuesto que es positivo que la gente venga, y estoy seguro que a muchos les ha gustado, pero con pim-pam-pums se entretiene, aunque no se evangeliza.

La realidad de esta misión es que no creo que haya comunidad como tal. La Eucaristía del domingo es algo igualmente anecdótico para la gente, un rótulo sin miga, siempre a punto de desmoronarse, nadie es asiduo, unos días vienen unos y otros días otros en un templo siempre despoblado, no consigo saber quién forma parte de la Iglesia católica de verdad, en serio. Por eso pretender que los cristianos acudan durante nueve días seguidos a la novena, cuando no son capaces ni de ir a la misa del domingo es como dar de comer chicharrón de chancho a un bebe.