jueves, 31 de diciembre de 2020

NAVIDAD EN EL PUTUMAYO

 
- Vamos a avisar a la gente de que ustedes han llegado, para poder empezar – dijo don Rodolfo. Y se dirigió al manguaré que estaba en la entrada de la maloka… ¡y se puso a tocarlo! He visto otras veces estos instrumentos indígenas tradicionales (en Indiana tenemos uno), pero siempre como mera decoración o en museos etnográficos. La llamada se me quedó en la retina, como otras muchas imágenes, sonidos y sabores de estos días de visita al Estrecho, capital del Putumayo.
 
El toque del manguaré retumbaba el día de Nochebuena en Sabaloyacu, una pequeña comunidad Murui a apenas una hora río abajo, en el lado colombiano, a la que fuimos en el bote de la parroquia, tan grande que parece el Titanic. Se reunió la gente de allí y los de Nuevo Horizonte, pueblito de enfrente en la orilla peruana. Mientras los vecinos van acudiendo, los niños rezan el último día de la novena de Navidad, un jirón bien añejo de religiosidad popular colombiana, intercalando villancicos:
 
Tutaina tuturumá
Tutaina tuturumaina…
 
Se trata de celebrar la Eucaristía y de compartir almuerzo y chocolatada. Las grandes ollas humeantes de rico sancocho son la gramática de la hospitalidad y el agradecimiento por la visita, aunque solo viendo las caras de los niños al recibir sus juguetes yo ya me sentí muy bien recompensado. La maloka está repleta de sonrisas, carcajadas y melodías que nos hacen bailar, aunque con una mijita de moderación, habida cuenta la persistente amenaza del virus.

El mantel con las vacas y la estola-fular (porque se me olvidó...), dignos de verse

En El Estrecho también hubo novena, y por supuesto chocolate y juegos, por barrios, para evitar aglomeraciones. Es uno de los puestos de misión más antiguos del Vicariato, que ya conocí cuando llegué, hace algo menos de cuatro años (ver “En el corazón de la selva” – 2 de marzo de 2017). Mi compañero de aquel viaje, Reinaldo Nann, fue enviado poco después a trabajar acá, y yo a Islandia; los del Estrecho estaban contentísimos porque por fin tenían párroco después de bastantes años, pero la alegría apenas les duró tres meses, porque a Reinaldo lo nombraron obispo y tuvo que marcharse. Vaya piña*.
 
La ausencia prolongada del sacerdote ha tenido en este lugar un efecto benéfico, ha propiciado que los laicos den un paso adelante para asumir tareas y responsabilidades. Durante décadas les han estimulado y acompañado las Misioneras Parroquiales, fundadoras de la misión, convencidas de que la Iglesia con rostro amazónico es decididamente laical. De hecho, las celebraciones del domingo las presiden por turno tres ministros seglares locales, y uno de ellos, el señor Félix Sosa, es el responsable de la parroquia desde hace dos años, nombrado por el obispo.
 
Rosita cantando con su hija
Dana en brazos, desmadejá
No está solo. Tiene a un equipo de gente encantadora, con quien he compartido estos días muy buenos ratos: Jorge, Lesly, Florentina, Javier, Rosita (¿se puede cantar y animar el canto con tu hija de tres años dormida en brazos? Se puede), Judith, Yaris, Shirley… además de las hermanas MP Roxana e Isabel, y de Bea, misionera laica polaca que es un puntal en el Putumayo desde hace varios años. Laicos con cualidades, entusiasmo y potencial, muy capaces de sacar adelante su parroquia. En la reunión estuvimos evaluando este año que termina, tan extraño y doloroso, y pensando líneas de trabajo cara al 2021, y salieron cosas muy interesantes: mayor coordinación en el equipo, trabajo con los animadores, visitas más seguidas a las comunidades… De todo el territorio vicarial quizá sea este el puesto misionero más extenso, una enormidad río arriba y río abajo, y por eso tienen el Titanic, un barco donde hay camas, baño, cocina, sala de reunión… todo equipado para recorridos de un mes.
 
Como es habitual, reclamaron cuándo van a tener un cura. “Ustedes no tanto lo necesitan, según he visto”- les dije para fastidiarles, medio en broma medio en serio. Y añadí: “haremos todo lo posible para enviárselo”; y es cierto, pero siempre teniendo en cuenta que la parroquia tiene un proceso, y que quien venga (le agradecemos con el alma su generosidad) está invitado con cariño a formar parte de él, aportando su propio carisma y estimulando la corresponsabilidad y el compromiso cada vez mayores de los laicos.
 
Un paseo por el mercado dominical Murui de Maraidikay donde probamos la kawana y el kasabe, y la celebración del cumpleaños de Chana pusieron el broche de oro a unos días ajetreados (misas, bautismo, reuniones, conversas, encuentros…), enjundiosos y a la vez serenos gracias al silencio del celular, amordazado sin señal 2G ni internet. El soplado de velas de la torta se me antojó el penúltimo festejo de este maldito 2020, que a las horas que publico esto, ya de regreso en Indiana, debe estar acabando por fin. ¡Feliz año nuevo!
 
* “Piña” en lenguaje coloquial significa “mala suerte”.

El equipo parroquial


sábado, 26 de diciembre de 2020

PRESENTAR & CONFIRMAR

Acabo de llegar de un viaje por cuatro puestos de misión en seis días, un periplo que me ha dejado satisfecho y cansadito a partes iguales. Se trataba de administrar la Confirmación a algunas personas que quedaron pendientes del año pasado (puesto que este pandémico 2020 no hubo catequesis) y también de acompañar a dos nuevos párrocos en el comienzo de su servicio. Una experiencia verdaderamente espléndida.

Primero, Yanashi. Allí siempre está todo preparado con esmero. Llegué a las 2 de la tarde y a las 4 tenía cita para la confesión de los confirmandos. Como otras muchas veces, escuchar a los jóvenes fue como sentarme debajo de una catarata de lecciones vitales. Asistir al despegue de vidas palpitantes de expectativas, de fuerza y de futuro. El Espíritu viene como a colmar esa potencialidad, a iluminar esa promesa. Y yo me encuentro en medio de esa donación. Es una sensación única.

De ahí, un viaje de dos horas en canoa sin techo con un motor fuera borda de 15  bajo la warmi lluvia* del Amazonas hasta Pevas. Se trataba de compartir un día de retiro con las religiosas, y como es algo que me encanta, disfruté y me maravillé de lo que Dios es y hace en mis compañeros, los misioneros del Vicariato, y en este caso en ellas. En la madrugada, sin pausa, agarramos la hermana Rosalba y yo el ponguero “Haydee” rumbo a San Pablo; una travesía de miércoles torturados por una atronadora música de kumbia y luces deslumbrantes que no me dejaron pegar ojo.

No me había detenido en San Pablo en la gira del mes pasado, de modo que llegué un día antes de la presentación del nuevo párroco y así pude convivir un poco con la comunidad EMJ y ayudarlas en algunos asuntos de terrenos, que siempre son desabridos. Recibimos con pancarta y guitarra al amanecer del día siguiente al p. Romel García, de la diócesis de Chimbote, que ha venido por dos años para ayudarnos. Pasamos la jornada juntos, conversamos, nos reunimos con el consejo de pastoral… Un hombre humilde y servidor, quechuahablante, cura en la sierra durante seis años; una buena madera para que la misión te modele y Diosito saque lo mejor de ti en forma de don a la gente.

Comienza la misa y se lee el nombramiento, como hicieron conmigo tantas veces. Me siento un poco extraño en el papel contrario, ahora soy yo el que, en nombre del obispo, presenta y entrega al nuevo pastor a la comunidad, que “toma posesión” de él desde ese momento. Les digo que Diosito les ha querido mucho y les ha bendecido con este gran regalo; qué lindo es dar buenas noticias, la autoridad es un símbolo eficaz para insuflar ánimos, para avalar, para unificar. Hoy me toca a mí y mañana le tocará a otro, lo importante es que la Iglesia acredita que Dios llama y envía, que desea y dispone la misión a su manera, en sus tiempos y con quienes Él prefiere.

Un rato más tarde, esa misma noche, esperamos el ferry, que va surcando con apreciable retraso. Unas quince horas después arribo en Indiana, apenas una escala fugaz camino de Orellana, en la boca del Napo. El p. Cristian Terán es misionero claretiano, natural de Bolivia, joven sacerdote que ha aceptado el reto de ese puesto de misión, durante los ocho últimos años sin misioneros. La iglesia está repleta, no sé si las mascarillas sirven de mucho, el coro se supera, el ambiente es vibrante, hay entusiasmo y palmas.

Pido a la comunidad que cuide a su nuevo párroco, que le acompañe, que le ayude a acostumbrarse a esta realidad, “es chibolo, no conoce el suri, el aguaje o la carachupa”, resuenan las carcajadas. “No piensen que ahora que hay el cura podrán tirarse a la hamaca, es momento de comprometerse más, porque la misión es una tarea que el Señor nos da a todos por igual, y la realizamos juntos, como un cuerpo”.

Me encanta que este grupo de mujeres bravas y chamberas, capitaneadas por Mariana, han logrado invitar a toditos los asistentes a arroz con pollo. A esas alturas de la noche pienso que ya casi he aprendido a manejar este tipo de ceremonias. Es una parte de mi servicio bien agradable y preveo que me quedan dos o tres más este año. Jamás me imaginé algo semejante.

* Warmi es mujer. En kichua. La lluvia puede ser hombre (violenta, ruidosa y breve) o mujer: fina, silenciosa y persistente, no para hasta que te empapa, y aún sigue…

sábado, 19 de diciembre de 2020

LA PERLA DEL HUALLAGA

Hace tiempo que tenía ganas de ir a Yurimaguas, mi compañero Vicente Venega me invita siempre, e incluso recuerdo que estuve a punto de escaparme en carro desde Mendoza, pero algo se cruzó en la agenda. Esta vez se trataba de representar al Vicariato en la ordenación de su nuevo obispo, de modo que no podía fallar y realmente el viaje mereció la pena.

Porque oyes, ¡qué bonito es Yurimaguas! Está emplazada en una confluencia de ríos: el majestuoso Huallaga, el Paranapura y el Shanusi. El clima me ha parecido más fresquito que en mi zona, pero tal vez habrá coincidido nomá. Una ciudad grande y genuinamente amazónica, coqueta en el centro y rodeada de invasiones que desvelan la pobreza sin pudor. En una de ellas vive Vicente, que hizo la opción de irse a la periferia, a vivir con y como los más humildes. Me vino bien ir a visitar su casa y su capilla después de la ceremonia para pisar tierra, y nunca mejor dicho.

Con tantos obispos (diez u once), esa preciosa catedral repleta, los diáconos achuar con sus vistosas tawasas (coronas de plumas), como cincuenta sacerdotes, religiosas… al comenzar la celebración tuve un sentimiento de poderío eclesial: “no somos tan pocos ni tan débiles”. Nunca había estado yo en una ordenación episcopal, y me sorprendieron varias cosas. Realmente los símbolos (la mitra, el anillo, la cruz pectoral, el báculo) son tan poderosos que merecería la pena estudiar desde un punto de vista antropológico la impresión que causan en la gente.

Pero lo que más me impactó del rito fue el momento en que al candidato le colocan el Evangelio abierto encima de su cabeza. Me agarró desprevenido semejante hermosura litúrgica: que la Palabra, la vida del Señor, penetre completamente en ti, te impregne de cabeza a pies, que entre por tus oídos y tu mente,  llegue a tu corazón y colme tus entrañas hasta conmoverte y transformarte según el Buen Pastor. Me encantó y así se lo deseo a Mons. Jesús María Aristín*.

Comparar es inevitable, y caminar por Yurimaguas me hizo pensar que nuestro vicariato no tiene “centro”, nuestra sede no está en una ciudad grande como la Perla del Huallaga, donde viven y trabajan muchos misioneros que se encuentran a menudo, donde hay propiedades que se pueden alquilar para ayudar económicamente a la misión. Nosotros tenemos las oficinas en Iquitos, fuera de nuestro territorio, allí solo vamos puntualmente para gestiones y tareas imprescindibles, cada cual está en su lugar, casi siempre lejos; nuestra sede está en Indiana, una chacra donde los terrenos no nos rinden y más bien sufrimos para defenderlos de las invasiones.

Claro que son las únicas que contamos, nada que ver como el barrio donde vive Vicente, de calles sin empistar y electricidad recién puesta, con los fantasmas muy reales de la droga y la marginalidad rondando a diario. Tampoco en nuestro territorio hay cárcel como la de Yurimaguas, donde él trabaja desde hace años. “Con la pandemia, como no hay visitas a los presos, tengo más trabajo” – me dice. “Me paso la vida sacando dinero del banco para llevarles, y otras cosas también”.

Además de palpar el día a día de Vicente y de convivir con los achuar y los salesianos que trabajan con ellos, he podido conocer al cardenal Pedro Barreto, que era el ministro ordenante. Me ha parecido un hombre apasionado por la Amazonía, accesible y sencillo; hubo ocasión de conversar un buen rato y hasta de compartir una partida de mus con el flamante obispo y los de Chota y Chachapoyas. Esta vez me tocó ganar, y además por tres a cero (queda pendiente la revancha).

En fin, unos días diferentes y enriquecedores, que me sirvieron para aprender y comprometerme más con esta Iglesia con rostro amazónico que tratamos de ir modelando entre todos. También me dio tiempo a tomar helados y a descansar, que no viene mal.

* Beatriz García escribe una bella crónica en la página del CAAAP, aquí.

sábado, 12 de diciembre de 2020

ANIMADORES, CATEQUISTAS Y BUFEOS COLORAOS


Después de toda la pandemia sin ningún tipo de reuniones vicariales ni parroquiales, ya teníamos ganas. Y antes de que acabara el año queríamos vernos con los catequistas y animadores para ir reactivando las cosas (no sé si habremos quebrantado alguna norma de seguridad 😬). Ellos también lo agarraron a deseo, me pareció.
 
Tenemos un problema de relevo generacional en los animadores, que son los líderes de las comunidades cristianas. Cada vez hay menos, y los que quedan son mayorcitos; año tras año repetimos los mismos, sin que podamos hacer nuevos fichajes. Las causas que se ventilan son varias: “la gente joven no se quiere comprometer”, “la sociedad cada vez cree menos”, y otros lugares comunes. Pienso que tiene más que ver con la frecuencia de las visitas de los misioneros, y también con la precariedad económica del Vicariato: en los años 80 y 90, época del boom de este modelo pastoral, los animadores recibían su bote, su motorcito…
 
Lo positivo es que ahí siguen como cedros los supervivientes. En Indiana se arma el encuentro junto con los catequistas, que son chivolos, a menudo niños, que están dando sus primeros pasos en asumir algunas tareas en las comunidades. Esa es una línea de trabajo: contar con ellos, meterlos en el saco, darles responsabilidades en la celebración del domingo, en la formación de críos todavía más pequeños. Los chicos y chicas son sangre nueva que a los viejos rockeros les viene muy bien. Y además leen sin necesidad de lentes.
 
Superados los roches iniciales, el ambiente enseguida se relaja gracias a las bromas y las chapas de costumbre. Los pequeños y los grandes están muy acostumbrados a mezclarse, como en sus pueblos, y resulta fácil orar, trabajar, almorzar y celebrar juntos. Hay un habitual tema acerca de la Biblia, sobre cómo comentar la Palabra (“homilía”) en la reunión dominical; un taller enseña a elegir correctamente los cantos según el tiempo; hay una parte dedicada al cuestionario preparatorio del Plan Pastoral Misionero vicarial, que se está empezando a elaborar…
 
Pero el bloque central, al que dedicamos toda una mañana, trata de conectar las creencias y costumbres culturales tradicionales con las verdades y prácticas de la fe cristiana. Se van narrando mitos, como el del bufeo colorao que sale del río transformado en gringo, enamora a las muchachas, se las lleva y las embaraza o las desaparece; o la runamula, un animal mezcla de caballo y yegua en que se convierten los que transgreden prohibiciones sexuales (el tío con la sobrina, el esposo con la cuñada…); o hablamos del yacucheo, las habilidades del shamán o el silbido aterrador del tunchi.
 
“¿Creemos en esto?” – voy lanzando después de cada historia, y es una pregunta que está de más, porque todas las cabezas indefectiblemente asienten. Incluso hay quienes afirman que han visto con sus propios ojos al shapishico o al chullachaqui (versiones del diablo), a la boa o el bufeo (cuyos zapatos son carachamas y su reloj un cangrejo). Y es que, en palabras de don Herman, “todo está lleno de espíritus, la naturaleza y nosotros mismos”. ¿Acaso no es cierto? ¿O es que el Espíritu Santo no lo habita todo, comenzando por nuestros cuerpos (1 Cor 6, 19)?
 
Sí, esta también es nuestra fe. Fe que celebra la vida con el Señor en la comida eucarística, donde muy bien encaja el masato, símbolo de fiesta, acogida y comunidad en estas culturas. Fe que acude a los santos implorando remedio para las enfermedades, igualito que quienes requieren el soplado sanador del shamán. O que predica que Dios está en los más pequeños (Mt 25), y que lo que se le haga a ellos se recibirá multiplicado por cien, como en el cuento del viejo carachoso. Descubrimos que es fácil hilar las creencias ancestrales con el seguimiento de Jesús, creer a nuestra manera selvática, porque Dios está en la Amazonía desde siempre, mucho antes de que llegásemos los misioneros.
 
Al final del encuentro les digo que ellos son el rostro de Jesús en sus lugares, una enorme y hermosa suerte y responsabilidad. Me doy cuenta de que es un rostro plenamente amazónico, y así debe ser. Luego, en el programa de clausura, aparecen tortas para celebrar los cumpleaños atrasados de todos en este 2020. Salimos a hacernos fotos por grupos, cuatro meses por cada torta. Están buenazas, lo mismo que el chocolate. Me figuro que en la Tierra Sin Mal habrá todos los días para desayunar.

sábado, 5 de diciembre de 2020

LA VELADA


Estamos en Santa Cecilia, corazón de la quebrada Manatí, que conmemora su 99 aniversario y a la vez su fiesta patronal. De manera similar a como se hace en la sierra y en muchos lugares del Perú, la víspera da inicio a las actividades centrales del programa, y entre ellas las celebraciones religiosas. Es 21 de noviembre y los vecinos llevan varios días preparando masato en cantidad.

La cosa arranca con la compostura de la capilla. En la tarde se ubica el santo, en este caso Santa Cecilia, que es un cuadro de la patrona de la música tocando el piano, en una especie de templete que se adorna con guirnaldas, espumillón, flores, luces de Navidad (con las tradicionales y desesperantes chicharras) y por supuesto velas. Colocan también la única imagen que tienen, un híbrido entre la Inmaculada y la Virgen del Rosario.

Mientras los decoradores dan los últimos toques, las cocineras ya están en la trastienda acomodando sus grandes ollas, porque un elemento clave en esta fiesta, como en todas, es la comida. De hecho, “a los danzantes se les darán las mejores presas”, van pregonando los organizadores como eslogan o publi para animar a la participación.

Y sí, funciona; en estos lugares donde hay tantas iglesias y sectas sabemos que nunca encontraremos multitudes, pero se reúne un apreciable grupo de personas para la misa. Es “nuestra gente” más los invitados que viajaron para la ocasión, y por supuesto un montón de niños. Me siento muy a gusto y nos divertimos mientras comentamos el texto de las ovejas y las cabras, los de la derecha tienen que hacer “beeeee” y los de la izquierda “muuuuuuh”. Jaja.

Todo el rato estoy viendo, al fondo, cómo va llegando más público que se queda fuera de la capilla, un clásico universal también. Cuando acaba la misa, se retira el altar y las bancas se disponen contra las paredes dejando un gran espacio central para danzar. Me acerco al santo, prendo las velas y da comienzo el evento.

El p. Regan dice que “El acto ritual tradicional por excelencia en la región es la velada, especie de danza religiosa ante la imagen de un santo, que dura toda la noche hasta el amanecer. La danza es una oración, el baile es una actividad secular”*. Es algo espiritual, las personas se persignan antes de empezar a menearse, y lo mismo al final de cada pieza musical.

Tres pasos adelante y tres atrás con el pañuelo entre las manos (que nunca sé qué hacer con ellas), tal vez hasta yo sea capaz de eso, de modo que me animo y salgo; como veo que Daniela, la aspirante a Misionera de la Misericordia, es una experta, me pongo a su lado y la imito. Al principio el personal se muestra tímido, pero al rato se van lanzando y en torno a las 11 de la noche se ven filas de danzantes sincronizados al ritmo de las melodías ancestrales, interpretadas por los maestros contratados para la ocasión.

Son músicas largas y repetitivas: el Galllinacito, el Solterito… al compás del tambor, caja, maracas y quena (falta el violín). Se van intercalando con vasos de chicha, y más tarde café con pan, hasta que llegue el caldo de pollo resucitador de muertos ya en la madrugada. Le presto mi pañuelo a alguien y he de utilizar el purificador de la misa 😬. Hay un danzante que se empeña en sacar a las hermanas, y eso me hace mucha risa, todas mueven el esqueleto. Los niños me invitan a chicle y me llenan los brazos de calcomanías que me regresan a tiempos de la infancia.

Volando van pasando las horas. Se crea un  clima muy bonito. La orquesta hace un intermedio y es sustituida al toque por equipo con parlantes. Como es natural, se va uno cansando. “¿Cuánto dura esta canción, quince minutos?” – le pregunto a Dani. “¡Media hora!” – me contesta. Diosito. Miro por el rabillo del ojo que ya están sirviendo la sopa, pero no puedo ir a mi sitio porque la tonada no termina, dale que te dale. Entonces hay una pequeña pausa en la música y le digo a Dani: “¡Ahora!”, y me voy flechado a sentarme para recibir mi plato, escuchando las carcajadas de la concurrencia. Luego me preguntarán si quiero repetir; “pero poquito”, le digo a la seño, y me trae un plato más lleno con y con una presa más grande.

Al final, a la 1.30 de la noche, quedamos cuatro danzantes que pedimos la última, pero llegan los habituales borrachos y me voy a dormir. Tenemos que levantarnos a las 4:30 para regresar a casa, y veo que las religiosas se han acostado en el piso sobre las carpas sin desplegar. Me sonrío y hago lo mismo, no hay zancudos. Aunque, después de lo que he disfrutado, todo me da igual. ¡Viva Santa Cecilia!

* Regan, J., “Hacia la Tierra Sin Mal. La religión del pueblo en la Amazonía”, CAAAP-CETA Lima 20113, p. 259.

sábado, 28 de noviembre de 2020

EL GRAN SIGNO ES LLEGAR


Volver al río por varios días: plan perfecto, aventuras misioneras en perspectiva, que empiezo a disfrutar días antes de partir, como dice el Principito (“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”). Esta vez toca la parte alta de Manatí, “Manití” como la llama la gente, la región más remota de nuestra parroquia. De nuevo lejos… por fin.
 
Ya la paso chévere preparando el equipo, el de siempre: mochila, colchoneta, carpa, linterna, sábanas, zapatillas, sombrero… Cosas que me recuerdan a quienes me las regalaron, mi familia y mis amigos, las personas de las que jamás me separo aunque me adentre en lo profundo de la selva y no haya señal de ningún tipo, ni teléfono ni internet.
 
Y eso que esta vez casi me quedo en tierra por urgencias vicariales en la oficina de Iquitos, me dieron ganas de llorar cuando comprendí que el viaje peligraba. De hecho me perdí los dos primeros días de travesía. Por eso aún me relamía más cuando esperaba la movilidad que me llevaría desde Indiana hasta Santa Cecilia, en el corazón de la quebrada: “El Chino”. Un bote de carga y pasajeros de unos veinticinco metros y dos pisos donde nos apretamos ochenta personas alrededor de cualquier clase de mercadería: abarrotes, calaminas, cemento, bolsas de pan, fierros, hasta un saco de hielo. Toda una experiencia.
 
Al día siguiente me llevan desde Santa Cecilia hasta un pueblo llamado 11 de Diciembre, donde hemos acordado que me reuniré con mis compañeros. Es una surcada de cuatro horas en una canoa de tres plazas y sin techo, de modo que, cuando nos agarra el aguacero, la sombrilla se transforma en paraguas y sirve de poco, me empapo casi de pies a cabeza con todo y mochila. Al fin veo nuestro bote, el San Martín, mando encostar y allí están las religiosas y Toño. Me cuentan que un rato antes, al arribar, preguntaron a los niños si “ya ha llegado el gringo”. Les dijeron que sí, que “se ha ido con una tía*” (…). A fecha de hoy seguimos sin saber de quién se trataba…
 
Hace años que los misioneros no visitan esta zona, hemos colocado avisos en la radio (en algunos casos han resultado) y la gente nos recibe con expectación salpicada de sorpresa. Todo fluye, la acogida es la mejor que pueden ofrecer, nos facilitan la preparación de los alimentos, dormimos en las escuelitas, que a veces tienen luz con panel solar, un tanque de agua o incluso baño (aunque nunca todo a la vez). En varias casas nos invitan a masato, signo inequívoco de simpatía y hospitalidad. Incluso una pareja de una comunidad por donde no hemos programado pasar se acerca a donde estamos para pedirnos que por favor sí vayamos.
 
Las bromas, el buen humor y las risas van generando con naturalidad un buen ambiente, una linda conexión que se repite en cada lugar
. Wilmer nos dice que “cuando era joven pescaba arawanas con lanza”; “¿cuántos años tienes? – le pregunto; “treinta y uno”: carcajada general. En otro sitio comentan que hay varios solteros, y al decirles “yo también soy soltero” se escachurran. Dayana, que tendrá unos dos años, duda en si darme la mano o no; se quiere acercar, me sonríe, me compromete, pero a la vez no se decide... Al final me pregunta con un hilo de voz: “¿vacunas?” Jeje, nooooo (ojalá llegue pronto la vacuna contra el coronavirus, y que sea para todos por igual). Al toque amigos para siempre.
 
Porque realmente hay críos por todas partes, no deja de impresionarme. Nada más poner pie en tierra nos vemos envueltos en una nube de niños, miradas curiosas cargadas de estupor y terror en los más yuyitos. La vida incontenible es un rasgo amazónico tan característico como el silencio, que recobro durante estos días y que gozo de manera íntima en las tonalidades del cielo al caer la tarde: “Aquí está mi Dios” (Is 25, 9).
 
De modo que el recorrido incluyó todos los ingredientes: lejanía, lluvia, barro, resbalones, caminar, madrugar, reuniones (sin mascarilla, nadies la lleva), arroz, pies mojados, galletas… Se da también la posibilidad de apoyar a una comunidad con su agua potable, y haremos lo que podamos. Pero una vez más constato que el gran signo es simplemente llegar, ir hasta allí a verlos, eso es lo que a la gente le impacta y lo que me hace feliz a mí, la quintaesencia de mi vocación.
 
Regresamos a Santa Cecilia para la fiesta patronal con la velada. Pero ese es el siguiente capítulo.
 
* “Tía” y “tío” en Perú designan a personas adultas, mayorcitos. “Estás tío”, se dice: “estás mayor”.

domingo, 22 de noviembre de 2020

AGUA PARA UNIÓN FAMILIAR


Unión Familiar es una comunidad pequeñita situada al comienzo del tramo medio del Yavarí, apenas un grupo de casas que reúnen a unas 25 familias bastante pobres, en su mayoría kokamas emigrados de otras partes de Loreto. Desde la primera visita nos llamó la atención cómo sufren para acceder al agua en la época de vaciante del río.
 
La mujer líder, la señora Emérita, explicó que hay un “ojo de agua” a unos 500 metros de la loma en dirección contraria al río, pero a la gente se hace difícil acarrear por la distancia y el desnivel. Prefieren la caminata por el cauce del Yavarí hasta media pierna, donde se pueda llenar un balde de agua no demasiado embarrada. ¿Cómo se podría subir el agua hasta el pueblo para que al menos tuvieran para beber sin depender del ciclo fluvial?
 
Hace dos años, en diciembre de 2018, estábamos por allí con los dos teólogos jesuitas, Beto y Gonzalo, que es ingeniero.  Pedimos a Emérita y al teniente gobernador Quitín que nos mostrasen el lugar del manantial. Nos llevaron a través de un sembrío de coca (ver Zona Roja – 25 de enero de 2019) sin decir ni pío, hasta que llegamos. Después de darle algunas vueltas, Gonzalo explicó que una simple motobomba podría jalar el agua potable hacia arriba hasta un par de tanques colocados en el centro de la población. Así de sencillo.
 
Recordé que, en las vacaciones de ese año, un grupo de personas de Monesterio había hecho una colecta rápida y me habían entregado un dinero “para lo que veas que se necesite”. De modo que fuimos a la Municipalidad y les hicimos esta propuesta: nosotros aportaríamos la motobomba y los tanques y ellos se encargarían de diseñar la acometida, montaje, canalización y distribución, y ejecutar la obra. Estuvieron de acuerdo.
 
Poco tiempo después el arquitecto municipal me hizo ver el proyecto. Pensé que la cosa iba en serio, pero transcurrió un año y no pasó nada. Normalmente no quiero tener en mi poder una ayuda tanto tiempo sin ultilizarla e informar a los donantes de en qué se ha empleado, de modo que le dije al alcalde que, o eso avanzaba, o yo iba a destinar los fondos a otros menesteres; no quería hacerlo, porque me ilusionaba que los de Unión Familiar tuvieran su agua, pero debía presionar de alguna manera.
 
Llegó la hora de despedirme de Islandia, sin aparentes progresos. Y se echó encima la pandemia, que lo paralizó todo. Pero en junio los de la Muni me contactaron preguntándome si seguía en pie la oferta. Les dije que sí y ellos compraron la bomba y la caja (al final solo una), me enviaron las facturas y yo les transferí el importe. Para que alcanzase le añadí una buena parte de algo que me brindaron en la parroquia de Salvatierra en el verano de 2019, un año después de lo de Monesterio.
 
En agosto se concluyó el trabajo y se inauguró la nueva instalación de agua de Unión Familiar, con la presencia de las religiosas misioneras de Islandia. La electrobomba funciona con panel solar y hace remontar el agua desde la quebrada hasta un depósito de 2000 litros situado sobre columnas de concreto. De ahí pasa al caño de la imagen, emplazado en la parte baja del pueblo, donde la gente puede juntar cómodamente su agua y llevarla a la casa.
 
Por tanto gracias al talento de Gonzalo, a la generosidad de Salvatierra de los Barros, su hermandad y su párroco Manolo Cintas, y al cariño y la capacidad de compartir de la gente de Monesterio (Ascensión Mestre, Isabel de los Santos, M. Antonia Camacho, Tere Lancharro, Basi Torres, Manoli Bautista, Carmen Llimona, Evaristo Moreno y Manoli la maestra), esta remota y diminuta comunidad indígena del Yavarí puede tener agua limpia y saludable para tomar todo el año. Qué hermoso, ¿no?
 
Gracias por cumplir Mt 25, 35: “Tuve sed y ustedes me dieron de beber”. Además, recuerden que “Quien, como discípulo mío, dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, les aseguro que no se quedará sin recompensa” (Mt 10, 26). Él les pagará con cataratas de salud y vida, ahora y en la eternidad.

domingo, 15 de noviembre de 2020

ES URGENTE RECTIFICAR


Amanece este domingo con la noticia, según RPP, de dos muertos, 94 heridos y 63 hospitalizados anoche en Lima durante la segunda gran marcha nacional en contra de la encargatura de Manuel Merino de Lama y las acciones del Congreso de la República y el recién nombrado gobierno de transición. Se imponen decisiones apremiantes.

No puedo salir a la plaza de San Martín con mi cacerola, pero puedo unirme a todos los peruanos que hoy exigen que esta situación termine cuanto antes. No se puede ignorar el clamor del pueblo, que con su sentido común comprende perfectamente que dos de los tres poderes del Estado han sido usurpados y aglutinados en una maniobra ilegal por parte de un grupo que aúna intereses económicos y empresariales con ambiciones de poder.

Hago mías las palabras de Mons. Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, que ayer dijo ayer 14 de noviembre en entrevista concedida a RPP: “No es ético decir que la gente es ignorante o es utilizada. Debe encontrarse una salida escuchando la visión y preocupación de un pueblo en estas manifestaciones; un pueblo que lo que quiere es resucitar”.

Desde Indiana, en el corazón de la Amazonía peruana, hago oír mi voz cibernética y pido que se rectifique. Que acabe inmediatamente la represión y cese la violencia. Que no haya más disparos desde ninguno de los frentes. La vida de nuestro pueblo debe ser defendida por encima de toda idea política o pretensión personal o partidista. Los derechos humanos son inalienables en toda situación, y espacialmente en momentos de crisis como éste.

Pido a las instituciones del Estado que rectifiquen el error que ha llevado a esta explosión de indignación popular. Pido al señor Manuel Merino que renuncie, y lo mismo al gobierno interino con su primer ministro a la cabeza. Pido que la destitución del presidente Martín Vizcarra sea revocada y él, junto con su gobierno, restituidos en sus cargos al menos cautelarmente.

Pido que el Tribunal Constitucional se pronuncie inmediata e inequívocamente sobre el carácter, constitucional o no, de las dos mociones de vacancia realizadas contra el presidente Martín Vizcarra y, en consecuencia, sobre la validez legal o no de las consecuencias de la segunda. Asimismo, que emita un dictamen legal claro y transparente sobre la figura de “incapacidad moral permanente”. Luego de lo ocurrido es inexcusable precisar su contenido y/o, eventualmente, proponer eliminarla de la Constitución a fin de evitar futuros abusos y arbitrariedades.

Pido también que se active una reforma constitucional a fin de asegurar que en todo momento, y especialmente en situaciones de crisis y debilitamiento de las instituciones como la que vive el país, se respete la separación de poderes, que es pilar fundamental de la democracia y el estado de derecho. Se han de evitar en el futuro circunstancias marcadas por una concentración de poderes como la actual.

Pido también que las instituciones del Estado aseguren que el calendario electoral se mantiene y que, por tanto, se celebrarán elecciones presidenciales y legislativas el próximo 11 de abril, como marca la Ley.

Como afirman los Obispos del Perú en su reciente comunicado, “Es urgente también, continuar y promover la lucha contra todos los rostros de la corrupción que ha revelado un cáncer social que definitivamente hay que curar; por ello, no debemos detenernos. El compromiso y la responsabilidad de las autoridades debe reafirmar esta lucha para lograr un Perú más transparente y más justo; porque “para hacer posible el desarrollo de una comunidad, … hace falta la mejor política al servicio del bien común””. (Fratelli Tutti 154)

Logremos una salida entre todos, como pide Mons. Castillo. “Si el edificio está mal construido se debe comenzar desde la base. Necesitamos una ancha base” para recrear la democracia, y para ello busquemos “a las mejores personas para asumir responsabilidades”. El Espíritu de Jesús vibra en nosotros, se expresa en el sentir del pueblo y en su deseo de hacer un nuevo camino a través del diálogo. Rectificar es de sabios.

domingo, 8 de noviembre de 2020

FIESTA DE LOS DIFUNTOS EN PEVAS


¿A quién se le ocurre ir a visitar Pevas en el fin de semana de los Tosantos y Difuntos? Si se trata de relajarte y descansar, al que asó la manteca. Pero si es para sentirte cura de pueblo, a mí. Porque Pevas es lo más parecido a Valencia o a Santa Ana que he encontrado por estos selváticos andurriales.
 
La misión de Pevas es antigua, data del año 1735 nada menos. Igual que Caballo Cocha, fue “heredada” por el Vicariato cuando se creó, desgajado del de Iquitos, en 1945. Es pues una iglesia con tradición de siglos y eso se nota en muchos detalles, algunos más intangibles que otros. Uno de ellos es lo arraigada que está la celebración del día de los Difuntos y el estilo popular de celebrarla.
 
No es uno, sino dos días: el primero dedicado a los niños y bebés difuntos (lo que da idea del habitual altísimo índice de mortalidad infantil en la selva), y el segundo a los adultos. La gente se va al cementerio a partir de mediodía, aunque este año se retrasaron un poco a causa del fuerte calor. Las hermanas Erika Santiago, Dolores Gómez y Rosalba Soto, religiosas Esclavas Misioneras de Jesús, y yo comenzamos el recorrido orando en la tumba del jesuita Adam Whitman, justamente el fundador del puesto de misión en el siglo XVIII. Sepultura que por cierto está pidiendo a gritos (en sentido figurado, claro, si no qué susto...) adecentamiento y mejora.
 
Cada familia va llegando donde reposan sus seres queridos. Como acá se conserva la costumbre de sepultar en la tierra, se ven machetes para arreglar y limpiar de hierba los lugares. Nos van llamando para que vayamos a orar por sus muertitos, y desde el principio observo bastante comida: melón, gaseosa, caramelos, chicha, pan, gusanitos, bocaditos… Parece que el hábito de comer junto a los difuntos, que ya tenían los romanos, es bastante universal.
 
Vamos armando una pequeña celebración con un cantito, evangelio, peticiones, padrenuestro, oraciones de despedida, bendición y canto final. De pie bajo el implacable sol de las dos de la tarde hemos de cubrirnos con la sombrilla además de echarnos bloqueador. A la quinta o sexta parada voy comprendiendo el porqué de las diferencias de tarifas en los antiguos responsos: cuanto más largos y profusos, más caros los cobraban. Nosotros vamos haciéndoles liftings a medida que nos vamos cansando, porque esto es una chamba completa.

Menos mal que en cada estación invitan a tomar alguito a todo el que se acerque. A menudo los refrigerios se colocan justito encima de las tumbas, y cuando voy con el agua para bendecirlas me encuentro con rajas de sandía o jarras de refresco que he de esquivar. Hay niños por todas partes a ver qué pillan, y ahí hallamos algunos ayudantes eficaces como Luis Alfredi y Ángeles, y otros terribles como Alexia y Mateo que nos aturden y nos hacen reír a partes iguales.
 
Estando en plena faena responsorial resulta que acontece un entierro, traen el féretro con un señor que había fallecido repentinamente el día anterior. Me vienen a buscar, “¿padre, por favor, pueden hacer unas oraciones?”. Nos acercamos al hueco recién cavado, rodeado de una muchedumbre con cara de circunstancias. Tras el ritual, los llantos rasgan el silencio, una hija pierde los nervios y grita, y muchas manos agarran terrones de tierra húmeda y los lanzan sobre la caja mientras la van bajando con sogas. Y yo agarro a Mateo que ya se va a botar al hoyo también.
 
Me impresiona toda la escena. Me hace bien el contacto con la fe sencilla de este pueblo, heredada de sus antepasados y transmitida con naturalidad, a su manera. En ratos libres voy con la hermana Erika a visitar a varios abuelitos y enfermitos,  cristianos viejos. Doy la comunión y revivo tantas otras veces en el Valle, Atalaya, Valverde o La Lapa, esa piedad humilde pero profunda que queda en mi corazón sosegándolo e instruyéndolo.
 
Es doloroso que Pevas no tenga sacerdote. Si existiera la lámpara de Aladino, pediría al genio ser el párroco de todo el Vicariato para poder estar en todos los sitios a la vez. De momento me debo conformar con visitar y agradecer el cariño de los pevanos. Cuando acabe esta historia de vicario general, me apunto para ser allí cura de pueblo, que es lo que soy.

martes, 3 de noviembre de 2020

EL DESEO DE LO YA VIVIDO


Qué agradable volver a Islandia, a la frontera, siete meses después
. Todo me es sumamente familiar, como si siguiera viviendo acá, y al mismo tiempo han pasado tantas cosas pandemia por medio que parece que ha transcurrido una eternidad.

Escribo en mi cuarto de misionero recién llegado a la selva, ahora vacío porque nadie me ha reemplazado, y es el mismo donde oré, descansé, reflexioné y escribí, pero a la vez es otro. Puedo sopesar con algo de perspectiva las experiencias vividas en este confín amazónico, observar cómo se han constituido en decisivas para el tramo del camino que ahora toca y que el tipo que durmió entre estas paredes de madera jamás sospechó; su tunchi todavía merodea por acá.

De madrugada mi gata entra, como tantas veces, a reclamar su desayuno, y tengo que atenderla inmediatamente, claro. Hemos jugado al juego de la pata bajo la puerta, exclusivo entre ella y yo, y eso me dice que me ha reconocido. A pesar de la mascarilla, igual que la gente que me ha saludado con cariño al cruzarse por esos puentes; un par de personas incluso me han preguntado que si ya me reincorporo después de la pandemia.

El caso es que el virus no ha terminado, y de hecho las actividades habituales de la fiesta patronal están reducidas a la mínima expresión: celebración comunitaria de la reconciliación, misa y recorrido de la imagen del Señor de los Milagros por el pueblo con un grupito de seguidores. Nos vamos deteniendo en distintas casas, donde noto que se ora con reverencia, en silencio. Todo el mundo es más consciente que otros años de que necesitamos mucho la bendición y la protección de Dios, y ahí no hay religiones que valgan, “el Señor de los Milagros une diferencias”.

Con el mismo gusto que recibo agradecimientos por haber venido, verifico que realmente mi presencia no es tan necesaria: todas las tareas que yo realizaba han pasado con naturalidad a las hermanas, que han asumido las responsabilidades con decisión y a su manera. Todos sumamos, pero nadie es imprescindible, y cuando toca mudanza los pájaros siguen cantando a la vida que sigue, sin dramas ni miedo.

Guardo un día para saludar a diferentes misioneros en Leticia y Tabatinga: los jesuitas (solo estaba Valerio), el obispo Adolfo Zon, Verónica, Marta, los hermanos de la Salle… Sentados a la mesa o con un helado en el sitio que nos gusta, compartimos lo vivido este último tiempo, conversamos de mil cosas, el corazón se solaza, nos sentimos en casa. Son auténticos compañeros y amigos forjados por la misión en la frontera.

Verónica me lleva en su moto a Umariaçú, el pueblo tikuna con el que hace un tiempito que trabaja y que dentro de poco pasará de ser su tarea a ser su familia, porque se va a ir a vivir con ellos. Me quedo impactado de cómo todo fluye entre ella y estos indígenas a los que yo también conozco de las comunidades del Bajo Amazonas que visitábamos (Yahuma, Barranco…). Confieso que me da envidia sana; la posibilidad de dedicarse a ellos, como una vecina más, tratando de hacer carne y huesos las tan cacareadas inserción e inculturación… La misión pura y sosegada, sin más cargos ni obligaciones administrativas. Qué diferente es mi vida ahora mismo, qué ajetreo, qué montón de cosas (“con lo bien que estaba, para qué me tendré que haber metido en estos berenjenales”, me susurra el tunchi).

Admiro y extraño a estos misioneros y misioneras. Soy un privilegiado por haber podido navegar hombro con hombro con ellos. Emilia está próxima a regresar a Brasil después de cuatro años en Islandia; cuando llegó el momento de decirnos adiós, se me hizo un nudo en la garganta. Soy un perfecto inútil para las despedidas, querida Emilia, discúlpame. Guardo como un tesoro todo lo que me has enseñado y te deseo felicidad en tu próxima misión. Cuenta siempre conmigo.

Y así, con una mijita de nostalgia por lo que quedó atrás, me subo al deslizador que me llevará a Caballo Cocha. Ojalá sea verdad esta cita de Teresa de Lisieux que Verónica me ha refrescado: “Dios pone en tu corazón el deseo de lo que te quiere dar”. Estoy en ello.

miércoles, 28 de octubre de 2020

CONOCER A ALEXIA ES UNA EXPERIENCIA TOTALMENTE SHOCK

Estamos en Manatí II zona, un lugar grande del distrito, hay hasta capilla. Su animador, don Otoniel, ya mayorcito, se ha ido a vivir con sus hijos a Mazán. Es la primera vez que me encuentro ante este grupo de gente. “¿Quién abre ahora la capilla? ¿Quién hace la celebración del domingo?” – pregunto. “Yo” – es una voz menuda, femenina, infantil. Miro y no encuentro, hasta que se levanta una niña: Alexia.

“Cuido la llave de la capilla y hago la celebración”. Tiene 14 años y va a segundo grado de secundaria. Eso me cuenta intercalado con el relato de los domingos mientras no salgo de mi asombro: “Cantamos algunas canciones, leemos la lectura y alabamos a Dios”. Va con sus amigos, que están con ella también hoy: Tiler (el de la foto), Joana, Nely y Jimena, todos de edades parecidas. Yo me quedo a cuadros.

Los jabones y las lejías de la campaña de sensibilización están preparados, pero hay que ir a invitar a la reunión a más vecinos, de modo que Alexia, Tiler y yo recorremos un amplio sector del pueblo, a lo largo de la orilla del río, entrando en las casas. Mientras tanto, conversamos: “El tío Otoniel siempre nos enseñaba por las tardes”. Iban varios niños con el viejo animador y aprendían canciones, el padrenuestro, a manejar la Biblia. Él tuvo la finura de ver en ellos lo que todavía no eran pero podían llegar a ser.

Y diría que tuvo ojo clínico, porque me admira la madurez de esta chiquilla, su soltura ante los mayores, su liderazgo. Cómo avisa a las familias de que va a haber ahora encuentro en la iglesia; aunque está el padre, es ella la que habla. Y yo, más que dejarla, la observo maravillado y aprendo. Y se me amontonan dentro las preguntas, que pugnan por salir: ¿Va ser verdad eso de que si no somos como niños el Reino no es cosa nuestra? ¿Tal vez los evangélicos de acá se burlarán de nosotros porque la responsable de la Iglesia Católica es una colegiala? ¿Cómo es posible que los adultos escuchen y sigan a esta huambrilla?

Compruebo poco después, ya con la capillita más completa, que así es. Alexia se ha sentado entre el público, con los otros chicos, pero a cada pregunta que planteo veo cómo los rostros de padres, madres y abuelos se vuelven hacia ella, me deja de piedra. De modo que: “Nombramos a Alexia animadora de la comunidad, junto con Joana, Jimena, Tiler y Nely como ayudantes”. Para que ya no quede duda en manos de quién dejamos los trastes los misioneros, a quién encargamos la tarea.

Mientras se suceden las intervenciones de mis compañeros me planteo si no estamos siendo imprudentes, si acaso una adolescente puede ejercer razonablemente la coordinación de una comunidad cristiana, aunque sea pequeña y rural o precisamente por eso. Me percato de que no hay remedio, en el rato que hemos pasado juntos ella me ha impactado, me ha convencido, me ha enamorado. Tal vez ese entusiasmo inocente y esa determinación solo pueden hallarse en los niños, y en Alexia a eso se suma su inusual responsabilidad. Es una misionera en potencia. Escribo esto el día de la beatificación del quinceañero Carlo Acutis, y como que me cuadra más. 

“¿Ustedes han hecho la primera comunión?”. “Solo yo” – contesta Jimena, que es algo más mayor, unos 17 años. De modo que Alexia notovía… Entonces habrá que programar más visitas para que se vayan preparando, de pronto quedarnos unos días, y que estos chavales reciban a Jesús. Que para eso son los que mantienen viva la fe en este lugar, a su manera y con todas las apostillas por la excepcionalidad del caso, por supuesto.

El bote zarpa y mientras reclamo mis galletas siento que hacía tiempo que nadie me impresionaba tanto como Alexia, estoy prendado y templado. Lo que Dios es capaz de hacer en cada persona es un misterio inagotable, y en los niños eso sobrecoge aún más. Ojalá mi capacidad de sorpresa nunca envejezca, para no perderme portentos como este; que me pasman, me fascinan y me conmueven tanto como me hacen mejor persona.

viernes, 23 de octubre de 2020

PARA LLEGAR A YANASHI HAY QUE VARAR

En esta época del año, claro. Porque el Amazonas está apenas comenzando a crecer y la quebrada donde queda este pueblo está medio seca todavía. Resulta tan laborioso llegar como gratificante estar; una vez que tocas tierra con tu pie, todo va como sobre ruedas. O deslizando, que es más propio.

El ponguero es un bote grande, con asientos simples de forja y plástico clavados al tabladillo, un transporte popular, una especie de combi del río; más lento y por tanto más barato que los rápidos, menos pituco, más destartalado, un caos flotante donde se acoplan amontonados y revueltos pasajeros, mochilas, cajas de pollos, bolsas de plástico a cuadros y todo tipo de carga. De hecho las primeras horas he de cuadrar mis piernas con un par de sacos de cemento, pero tengo tanto sueño que no me importa nada.

Por supuesto, el único de las -calculo- 70 u 80 personas a bordo que lleva mascarilla soy yo. Tanto en Iquitos capital como en las chacras la gente ha decretado espontáneamente el fin del peligro y punto en paz; con la misma naturalidad con la que todos saben que, apenas lleguemos al brazo del río que entra a Yanashi, habrá dificultades para avanzar por el exiguo nivel del agua.

Al arribar a Orán baja mucha gente y suben muchas mujeres y niñas a vender (agua, galletas, juane, gelatina, refresco en bolsa que se muerde por un pico, gaseosa, almuerzo en descartable…). Encuentro un sitio mejor en la proa y puedo asistir de cerca al manejo de los muchachos cuando el cauce escasea. La velocidad se ralentiza, con habilidad el huambro va midiendo la profundidad con la vara larga indicando al chofer hacia dónde virar para no quedar encallados en la playa. También varios pasajeros, se ve que con muchas horas de vuelo por allí, sugieren de viva voz: “por la derecha, no, cuidado, dale ahí, endereza…”.

Con cautela y paciencia, para no tener que mojarnos los pies empujando, llegamos al destino. Como otras veces que ya conté (“Yanashi” – 15 de junio de 2019), es un gusto visitar este puesto de misión, todo fluye y se siente uno como en casa. Las religiosas ursulinas son las responsables del colegio de convenio y de la parroquia (acá no hay sacerdote), y me han acogido con cariño y un montón de atenciones y delicadezas. Han preparado almuerzos ricos, crêpes y hasta pisco sour; he compartido momentos de oración, agradables conversaciones, bromas y risas. Hubo también una reunión más “formal” como equipo misionero, y esta  vez entre los consejos al vicario general novato estaba que “tomes tu tiempo para descansar”.

La sugerencia le cae como un guante a mi ajetreada vida. Aproveché para celebrar la misa el domingo, con el culto reanudado hace apenas tres semanas, la gente deseosa, la iglesia repleta. Tocaba eso de “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, y como me acompañaba de ayudante don César Atac, a cada momento lo señalaba, la gente coreaba su nombre y asomaban las carcajadas. Qué gusto la Eucaristía parroquial, es como una segunda piel que me regenera el corazón.

Al terminar, una pequeña reunión con los animadores, catequistas y algún joven, unas quince personas. Hemos conversado acerca de la experiencia vivida estos meses tan extraños, cómo se han sentido. Y también sobre el próximo año, de qué maneras se podría armar la catequesis en estas circunstancias, los grupos, la formación de animadores. Acá los laicos mueven, aunque es cierto que algunos ya van siendo viejitos y no se atisba relevo. Precisamente para los más mayores quieren hacer una rampita de acceso a la iglesia, y me comprometen para enviarles el cemento.

Pero lo que más solicitan, con diferencia, es un sacerdote. “Ojalá fuera tan fácil como el cemento” – me digo. Solo les puedo prometer que pediré, que intentaré. Para todo en nuestro Vicariato hay que remar, y casi a diario varar. Con energía, ánimo y mucho esfuerzo; a base de pura intuición, porque a menudo no sé por dónde hay más agua. Así es la misión, y así es la vida normalmente: trabajo duro, procesos difíciles y lentos, artesanía, como dice el Papa (Fratelli Tutti 217). Pero las recompensas son aún mejores que una copa de pisco sour. Doy fe.

sábado, 17 de octubre de 2020

DOMUND EN EL VICARIATO SAN JOSÉ DEL AMAZONAS: NO TENEMOS PRESBÍTERO EN 10 DE NUESTROS 16 PUESTOS DE MISIÓN


Llega la fiesta del DOMUND y encuentra a nuestro Vicariato Apostólico en una situación tan crítica que amenaza la continuidad de la misión. Y como hoy es la jornada mundial de reconocimiento y apoyo a las misiones, he pensado lanzar un grito de auxilio en forma de artículo por si alguien (incluidas las autoridades competentes) se decide a ayudarnos, porque lo necesitamos mucho.

Como tierra de misión o iglesia en formación, estamos en los inicios del proceso de evangelización. No contamos con suficientes católicos, ni estructuras pastorales, ni personal, ni recursos ni concienciación para soñar remotamente con el auto-sostenimiento, como les pasó en sus comienzos a muchas diócesis que hoy se valen por sí mismas. Por lo tanto, dependemos de la ayuda externa para mantenernos en pie. Esto lo ha entendido la Iglesia universal desde siempre y por eso existe el DOMUND.

¿Cuál es el problema? Pues simplemente que el cauce previsto por la Santa Sede para la provisión de misioneros y financiación, la famosa “commissio”, de hecho no está funcionando desde hace varios años, como ya expliqué acá mismo en anteriores líneas (“75 años del VicariatoSan José del Amazonas -19 de julio de 2020”). Pero el caso es que oficialmente ese mecanismo sigue vigente, de modo que nos encontramos en un callejón sin salida, sin nadie que mire por nosotros de manera efectiva.

Los datos, más que cantar, lloran. De los 16 puestos de misión de nuestro territorio, solo hay presbítero en 6. Y entre esos 10 lugares sin presencia sacerdotal registramos 3 donde no hay absolutamente ningún misionero, ni religioso, ni laico ni ordenado. En todo el río Putumayo (dos puestos de misión y 1220 km) contamos un presbítero; en el Napo (cinco puestos y 619 km) tenemos dos; en el Yavarí (un puesto y 716 km) ninguno; y en el Amazonas (598 km) hay cuatro sacerdotes para ocho puestos misioneros. Así están las cosas.

La situación económica no es menos triste. Necesitamos del orden de 360.000 dólares al año para “sobrevivir”, es decir, para afrontar los gastos mínimos indispensables: alimentación y salud de los misioneros (unos 82,000 USD anuales), electricidad, agua y mantenimiento básico de los puestos (137,000 USD), pago a los trabajadores, actividades pastorales, formación de agentes, etc. Propaganda Fidei nos da como subsidio ordinario anual unos 30.000 dólares, es decir, menos del 10% de lo preciso. Les agradecemos pero evidentemente no nos alcanza.

Como no existe la financiación estable que debería haber, tenemos que estar pidiendo y pidiendo, molestando a obispos por aquí y por allá; y desde varias diócesis nos han apoyado, pero por supuesto no es suficiente. Vivimos permanentemente al borde del alambre, siempre a punto de tener que echar el cierre por quiebra técnica. Desazona, desanima y desgasta mucho.

Por lo tanto, en esta celebración del DOMUND me gustaría hacer un llamamiento a Roma para que por favor resuelva esta situación completamente anómala y designe una fuente sólida y eficaz de recursos humanos y económicos. En este sentido, sé que los obispos del Perú están conversando acerca de cómo poder auxiliar a los vicariatos de la selva articulando la solidaridad entre circunscripciones dentro de nuestro mismo país, y sería algo excelente.

No es bonito tratar este asunto, pero esta es nuestra realidad hoy día. La Amazonía es un tema recurrente en todo tipo de foros, se habla mucho de ella, “pulmón del mundo”, “campo de pruebas para la Iglesia”, y bla bla, pero ¿quién está dispuesto a venirse a vivir acá, a compartir las causas de estos pueblos? ¿Quién se comprometerá con estas iglesias nacientes, todavía pequeñas y débiles? ¿Quién amará la misión hasta el punto de compartir algo de lo poco que haya?¿Quién quiere separarse de los suyos, soportar este clima, hacerse insignificante, renunciar a las comodidades, trabajar a full y ganar nomás las sonrisas de estas gentes?

sábado, 10 de octubre de 2020

POR FIN, LA MISA DEL DOMINGO


A mediados de septiembre el Vicariato permitió la reapertura de las iglesias para la Eucaristía, por supuesto con todas las cautelas, restricciones de aforo, distancias y protocolos de seguridad establecidos. En Indiana las autoridades habíamos acordado que solo habría cultos de las diferentes religiones una vez por semana, de modo que seis meses después llegó el momento de la misa dominical. Qué alivio y qué nervios.

Un buen rato antes de los toques (en Indiana, el templo es la catedral del Vicariato, y tenemos hasta campana), me encontré a mí mismo de acá para allá, registrando el misal como un gato juega con su cola, masticando una mezcla de ansiedad, euforia y curiosidad. Era mi presentación a la comunidad, la primera vez que presidía la Eucaristía del domingo en mi nueva parroquia, y por tanto era “nuevo” a pesar de todo lo que hemos vivido desde que llegué acá hace medio año.

¿Cómo es posible, con las horas de vuelo que uno ya va acumulando, que sintiera ese gusanillo más propio de debutantes? Creo que lo que asomaba era el deseo, o más bien la necesidad apremiante de reencontrarme como pastor, de verme en medio de mi gente, de conocer a quienes he prometido cuidar y servir, aunque no hubiera ceremonias de “toma de posesión” ni vainas por el estilo.

Y llegaron, vaya que sí. Quizás empujados por un afán gemelo al mío, cuánto tiempo sin poder gustar la compañía en la fe de los otros, sin poder expresar como una comunidad el cariño al Señor. En la entrada se tomaba la temperatura y se ofrecía alcohol para las manos; luego, un acomodador iba ubicando a las personas. Curiosamente, como las familias suelen siempre sentarse juntas, el resultado visual de la asamblea no fue muy diferente a épocas sin virus… salvo por los tapabocas, claro.

Inevitablemente salió pedir ayuda a Dios, agarrarnos juntos a Él en medio de esta triste pandemia. También recordar a los que se marcharon tan rápido que no cupieron las adecuadas despedidas. Pero definitivamente campeaba la emoción de recobrar algo nuestro, una rutina que nos ayuda con simplicidad a ir viviendo el seguimiento de Jesús, un signo de identidad de los católicos, un momento de encuentro con vecinos, parientes y amigos.

Como en un flash-back, regresé a mis queridos pueblos de Extremadura, a esa experiencia de juntarnos la comunidad parroquial cada domingo, casi siempre las mismas personas. En el frío invierno de Santa Ana con las estufas o en el verano de Valencia cuando el campo amarillea para la siega, ahí, una y otra vez, cuajando una hermosa familiaridad. Poder llamar a cada persona por su nombre, ser parte de sus vidas, gozar de confianza, sentir el corazón amigablemente abrigado.

También en Indiana a todos fui saludando cuando ya estaban sentados esperando el inicio de la celebración. Bromeando, preguntando cómo te llamas, tratando de arrancar una sonrisa bajo la mascarilla. Y caramba, qué feo es presidir la misa con esa cosa. La capacidad gestual de tu rostro queda mermada, a trompicones te haces escuchar y entender, y peor con mi español de España que la gente a duras penas comprende…

Queda establecer y potenciar el contacto visual durante la homilía, utilizar el cuerpo, los brazos, las inflexiones de la voz. Los asentimientos de cabeza me valían como feed-back, parece que les llegaba la versión amazónica del cuento de los trabajadores en la viña-chacra de yucas. En la comunión, sin que pueda haber canto y todos en la mano (ventajas de la pandemia), algunos recibían y recién se daban cuenta de que con la emoción no se habían levantado el tapabocas, y ahora ¿qué?

Llevamos tres domingos, mañana el cuarto. Disfrutando de la sensación de ser cura de pueblo, en mi piel, coincidiendo conmigo mismo. Y dejando que tome posesión de mí esta gente sencilla y selvática, aprendiendo a quererlos y procurando hacerme querer.

domingo, 4 de octubre de 2020

DE GESTIONES EN LIMA

Sin pensarlo mucho, casi de un día para otro, nos hemos encajado en Lima. “Y pa k?”, diría alguno de mis sobrinos por whatsapp. Pues para trámites, encuentros, contactos y reuniones en torno a la microred de salud del Napo. Y ya de paso se procuran algunas otras conversaciones y visitas, ver a los amigos aunque sea en la pantalla, aterradores arreglos de dientes y pasear, que tampoco viene mal.

Pasear es obligatorio en domingo, día en que está prohibido el tránsito rodado. Lima parecería una ciudad fantasma si no fuera por los ciclistas que han colonizado la avenida Salaverry. Por ahí caminamos Glafira y yo mientras nos vamos contando las aventuras y desventuras de estos meses de pandemia, 32 cuadras de verbalizar traumas e impactos. Todo el mundo archiva su historia con el virus como una experiencia inédita imposible de olvidar. La caída de la tarde nos sorprende sentados frente al Pacífico.

Escribo como si la pandemia estuviera remitiendo, pero la ministra de salud nos dijo bien claro en su oficina, tras sus lentes y mascarilla y rodeada de asesores, que se están preparando para una segunda ola en noviembre o diciembre. La entrevista con la doctora Mazzetti era el auténtico propósito de nuestro viaje, y de pronto cambié el río, el barro, las sandalias y la pobreza por la elegancia, los cuadros antiguos, la tirilla clerical y el olor a recién pintado. Nos recibieron con puntualidad y cordialidad, pero nos gustó más comprobar que habían leído el documento que enviamos y estaban preparados para la reunión.

Monseñor Javier, Anna y yo nos expresamos con libertad, claridad y calma. Nos escucharon bastante rato. Luego comentaron, matizaron, ilustraron. Nos prometieron que harán lo posible por ayudarnos a continuar nuestro servicio de salud en el río Napo. Se quedaron a cuadros cuando les explicamos que no hay presupuesto para tener un médico estable en Santa Clotilde, que estamos ahora mejor de personal a causa de (o gracias a) la emergencia y sus contratos por dos meses. Manifestaron estar abiertos a firmar un convenio con el Vicariato. Y nos invitaron a un café que trajo un asistente mientras conversábamos.

Las anotaciones en la agenda de mi estancia se fueron estibando. Un salto a La Molina para agradecer a las Camilas su apoyo, que está siendo fundamental en la lucha contra el coronavirus. Encuentros de trabajo con Eduardo Salas, con la asesora legal de la Conferencia Episcopal, con socios de EsSalud y con Henry Vásquez, aunque este último fue derivando a un desahogo verbal en torno unas Cuzqueñas. Saludar a un par de amigos, a unos desde la puerta de la casa y a otros por videollamada (el asunto es serio y conviene no frivolizar). También virtual fue la reunión con gente del Ministerio de Cultura, y bien fructífera por cierto. Una fugaz pasada por el Rimac para ver a los padres Louis y Jaime; un ceviche con Bea, la comunicadora del CAAAP; una oración-entrevista-testimonio por facebook para el colegio Reina del Mundo;  un café con Humberto Ortiz y una visita e interesantísima conversación con el arzobispo de Lima, Monseñor Carlos Castillo.

Entreveradas con tamaña vida social se incrustaban dolorosamente las citas con mi dentista, verdadera razón por la cual no regresé a Iquitos al día siguiente de la audiencia en el ministerio. No quedaba de otra, porque llevaba desde Semana Santa con una muela rota, masticando en el vacío. La doctora María es muy habilidosa, profesional y delicada, pero eso no evitó que me sintiera aterrorizado, sudara a chorros y terminara casi con una contractura en el cuello por la tremenda tensión. Una corona y cuatro curaciones (en España empastes) después, estoy a salvo para una larga temporada, espero.

El destrozo en la economía nacional es evidente. Lima está como alicaída, gris y desmejorada. Con más gente apostada en las veredas mendigando. Las oficinas vacías, muchos locales cerrados y la ausencia de los niños en parques y espacios libres. En la noche, cuando el tránsito remite en San Felipe, llegan personas que se paran frente a los bloques y gritan pidiendo algo: una frazada vieja, un poco de comida, un sencillo. Las súplicas me golpean, me intimidan. La miseria y la desgracia nunca son virtuales, duelen y amargan.

martes, 29 de septiembre de 2020

PROBLEMAS CON EL SUBJUNTIVO


Hay maneras de hablar populares, más peruanas que idiomáticas, que me chirrían cuando me las topo. Lo peor es que detecto que, seis años después (porque hoy 29 de septiembre hace seis años que llegué al Perú), irremediablemente se me van pegando. ¿Será como para preocuparse?

Uno de los usos que más me llamó la atención desde el principio es el del subjuntivo. El imperfecto causa verdaderas dificultades cuando se trata de combinarlo en una frase compuesta con un verbo indicativo en pretérito indefinido, como en esta foto que es un pantallazo de un telediario de una cadena nacional: “Anciano de 77 años cargó en su espalda a su esposa de 81 años para que pueda cobrar su pensión 65”. (“Pensión 65” es un programa de ayuda social implantado por el gobierno de Ollanta Humala, un pequeño subsidio que el Estado da a los mayores de 65 años que no gozan de ninguna otra prestación, que son la inmensa mayoría en un país sin sistema de seguridad social). El viejito carga a su mujer para que pueda cobrar -presente de indicativo con presente de subjuntivo-; en cambio, el hombre cargó a su esposa para que pudiera cobrar” -indefinido, es decir, acción acabada, con imperfecto de subjuntivo.

Y es que este imperfecto de subjuntivo queda disuelto prácticamente siempre en el presente, de un plumazo y sin contemplaciones. Un amigo limeño, periodista de gran destreza, escribió en su muro de Facebook: “El viernes tendré una exposición sobre San Martín. Una vez me pidieron que escriba un artículo sobre él”. Fffff… una vez me pidieron que escribiera (o escribiese) un artículo etc. O también es sustituido sin ambages por el condicional: "Si yo vendría a Lima te llamaría", y eso me suena de España, ¿eh?

Pero el presente de subjuntivo no se libra, el asunto se agrava porque mucha gente no es capaz de conjugarlo. Por ejemplo: “Quiero que la gente sepe en lugar de “Quiero que la gente sepa. Esto lo he escuchado yo con estas orejas, y más de una vez. “Te aviso para que vengues”  o “para que vienes”, y así se resuelve la cuestión por las bravas 😬.

Otro tema es la concordancia del género del pronombre objeto directo lo-la: se tiende a colocar el masculino para todo, en un abuso callejero del lenguaje inclusivo, que dicho sea de paso está bajo sospechas pseudo-feministas. Por ejemplo, una mamá quiere que otra persona coja en brazos (por seguir con algo parecido a la imagen) a su bebita, y le dice: “Por favor, cárgalo”. Y así él “lo cargó a su hija”, dirá un vecino. También lo oigo muy a menudo, pero de momento no se me ha contagiado. Se aprecia muy bien en este recordatorio de una difuntita que encontré en las redes sociales:


Falta la tilde en llevó

Más chistosos son los conflictos con la j y la f, que se intercambian alegremente. En Mendoza nos reíamos mucho con el “cajué”, porque no sale la f con soltura: “Padrecito, ¿quieres tomar un cajué?”. O también prender “juego” en vez de “fuego”. Y al contrario: “Fuan” en vez de “Juan”. O “yo juí” en lugar de “yo fui”, pero esto último debió llegar en las carabelas porque se lo he escuchado varias veces a gente mayor en mis pueblos extremeños.

Otras expresiones que me hacen gracia las comienzo a escribir en el whatsapp o a decir como una broma y al final las acabo adoptando. Por ejemplo: “Notovía”, que es una contracción que economiza “no todavía”, de la misma familia que los geniales “vamya” (vamos ya) y “on tas” (dónde estás), que son lo máximo.  También cuando alguien dice: “Eran las siete y no había nadies”. Nadies, con ese, es que me chifla. O el último: “Te llamo más un rato”, es decir, que te llamo dentro de un rato.

Aay Diosito. Mi inculturación involuntaria (¿o no?) del idioma me hace sonreír y me deja perplejo en proporciones parejas. Finalmente ni hablo en español de España ni hablo en peruano, sino en un chapo mixturado y estrafalario… ¡Chau yo! ¡Qué tal los dialectos! Y los tonos ni hablemos… el loretano es como para hacer una maestría. “Hasta más un rato”, o sea, hasta luego.