domingo, 30 de agosto de 2015

EL CANTO DEL QUETZAL


Britaldo es un buena gente y un buen agente pastoral en Perlamayo. Él nos esperaba al pie del carro y nos acompañó todo el camino de ida. No fue fácil comunicarse con él, porque tiene que subir media hora más arriba de su casa para pillar línea en el celular, pero Nicko le avisó y allí estaba, puntual, prudente, sereno. Son un tesoro estos hombres, fieles y comprometidos, con la fe grabada a fuego en su corazón.

Con ayuda de su voz de barítono ensayamos algunos cantos. Se nota enseguida que esta comunidad celebra los domingos, llegan los adultos, hombre y mujeres, sus rostros muestran interés, la Eucaristía es una novedad que sacude el pueblo. Pero al mismo tiempo está claro que el personal está en la etapa de "primer anuncio": muchos niños no están bautizados, ninguno ha recibido la Comunión, prácticamente todas las parejas son convivientes (sin matrimonio)... hace falta proceso de iniciación cristiana en generosas dosis, ellos lo necesitan y lo merecen. ¿Cómo hacer?

Al final de la misa llegan los agradecimientos y la promesa de volver. Son casi las dos y media de la tarde y nos esperan de nuevo tres horas de caminata si queremos evitar que la noche nos gane. Nos despedimos, una mujer con tres hijas (a la más pequeña la lleva a la espalda con el paño de manos) nos hacen esta vez de guías. Apenas salimos se pone a llover y casi no parará el resto del sendero.

Nos colocamos los plásticos azules a modo de capa de superman; son más prácticos que el poncho de agua porque no pesan ni ocupan nada, cubren la mochila y dejan el pecho al descubierto, con lo que sudas algo menos. El camino se vuelve impracticable: por momentos nos enfrentamos a pampas de lodo que nos obligan a buscar los linderos, saltar, agarrarnos a raíces y a palos... Aunque a veces lo mejor es meter las botas y palante, con pasos rápidos, sin detenerte porque te quedas clavado y te hundes. Curioso: caminar por el barro es un poco como la vida, como dudes y te pares la has cagao, el fango te traga y hay que llamar a la grúa del ayuntamiento para sacarte.

El palo de trekking juega aquí un papel fundamental (¡gracias, mamá!), pero con todo tengo que hacer verdaderas virguerías para no caerme, y si los del satélite me siguen verán toda una variedad de pasos de baile, jaja. Pero el culazo nunca falta, y a la vuelta de Perlamayo tampoco... Increíblemente, cuando Roberto, el barrito y yo nos quedamos solos, vamos charlando de mil cosas, compartiendo reflexiones profundas sobre la vida, el sentido, la felicidad. Es estupendo encontrar a alguien con quien poder comunicarme a estos niveles, a pesar de la distancia cultural. Me siento comprendido y eso me descansa a pesar de la paliza.

En un momento, el sonido de un pájaro colorea este silencio lluvioso. "Es el quetzal" - dice Roberto, conocedor del campo como nadie. "Un ave muy difícil de ver, de vivos colores y que canta bonito". Son solo tres notas, pi-pi-pi, una delicadísima tonada que se intercala armoniosamente con la quietud vespertina de la ceja de selva. Una canción triste y viva, virtuosa, acaso quebradiza pero tenaz. ¿Es una llamada o un lamento? ¿La acogida del sol que desciende? No lo sabemos, pero sentimos que es una maravilla, la melodía de esta naturaleza, la banda sonora de este día inolvidable.

Y así llegamos, 25 kilómetros después, empapados de belleza y transpirando gratitud por todos los poros. Gracias, Diosito.


miércoles, 26 de agosto de 2015

GALLETAS DE KIWICHA


Perlamayo es un pueblo que hacía casi un año que no visitábamos. Para llegar a él hay que manejar durante un ratito, dejar el carro y caminar unas tres horas subiendo un par de cerros de los que puntúan para el maillot de la montaña del Tour. Cansa, pero vas recibiendo puntos casi desde el primer momento.

Andar con Roberto significa aprender, contemplar y disfrutar del camino de una manera muy peculiar. Los ojos se te inundan de orquídeas, alisos, bellas raíces, flores variadas, tierras fértiles y hasta un alto cedro superviviente de la tala, con aspecto a la vez huérfano y venerable entre los demás arboles.

Al llegar a Perlamayo, enseguida noto que la visita es un acontecimiento, nos están esperando con ilusión. Como estoy empapado en sudor, me cambio de camiseta, me quito las botas de jebe, me planto las chanclas y me tomo un vaso de leche con avena y unas galletas de quinua y de kiwicha que nos ofrece la profe y me saben a gloria; el mismo desayuno kali warma del programa gubernamental de apoyo a la alimentación infantil en las escuelas.

En la escuela será la misa, pero todavía falta un rato. Están todos los niños del pueblo, un montón, más de 25, y otros adultos van llegando. Conmueve el candor de estos críos, sus miradas asombradas (quizá muy pocas veces han visto a un gringo y además cura) y las sonrisas que te devuelven, claras y abiertas. Es una vida al aire libre, sin tele ni celular, y la gente campesina rezuma una sencillez envidiable. Me pongo a jugar al voley y, como no tengo ni idea, cada vez que fallo una pelota las carcajadas escalan hasta la fila de la cordillera. Jeje.

El partido se interrumpe para que almorcemos en la misma escuela; pienso que me va a dar roche (vergüenza) comer con la gente ahí al lado, acudiendo, pero me doy cuenta de que están orgullosos de que nos zampemos el cuy que nos han preparado; las papas están tan buenas que les pido llevarme las que no soy capaz de acabar, y a la señora le asoma una cara de satisfacción que me da por buenos todos los afanes. ¡Qué buena es esta gente! (Y qué rico está el cuysito).

El día va transcurriendo sin apuro, tranquilo. Qué necesario es simplemente "estar", no solo "pasar", celebrar la misa y marcharnos como cohetes. Diáfana es la llamada a “quedarme” y compartir, gratuitamente, no para trabajar, sino simplemente para ser hermano y tocar las cosas cotidianas, aprender los acordes de la vida del pueblo y “conocer la fuerza de la ternura”, como dice el Papa Francisco.

Pero no podíamos quedarnos a pasar la noche. La aventurilla termina en la siguiente entrada.

viernes, 21 de agosto de 2015

LOS DESAYUNOS DE JUAN PALOMO


"¡Buenos días! Son las 7 de la mañana en Rodríguez de Mendoza. Con ustedes nuestro programa `La Hora de la Parroquia` en Radio Studio Paxss". Más o menos así comienza este modesto locutor su espacio en la radio los domingos... Ay Diosito, la de cosas que tendrá uno que hacer.

Llegas al estudio, que es una casa de dos pisos, llamas al timbre, despiertas a Patricia que sale a abrirte en bata y subes las escaleras con el soniquete de las cuñas y los temas musicales que están en el aire. Te encuentras con una mesa, varias sillas, el micrófono, los auriculares, la mesa de mezclas y la computadora. En la pantalla, el programa que produce programas de radio. Tú solito ante la máquina.

Apenas te sientas, lo primero que te llama la atención es que el ratón es tan viejo que hace lo que quiere. los clicks se disparan caprichosa y aleatoriamente, de modo que, a pesar de extremar el cuidado, puede pasar cualquier cosa. Luego está el manejo del programa; tienes que ir eligiendo la música MP3 de unas carpetas e ir pasando los archivos a la secuencia de emisión. Se pueden cortar las canciones, repetirlas, etc. Jugando con los mandos de volumen en pantalla y en la mesa, modulas la música y la voz a medida que vas hablando.

Había hecho otras veces radio, por ejemplo en Monesterio, donde iba a grabar el programa con Rafa Molina, le pasaba la música y nos compenetrábamos bacán, él al control y yo al micro. Pero acá es, como en tantas cosas, otra historia: todo lo tienes que hacer tú. El guión, la locución, la parte técnica, yo me lo guiso, yo me lo como. No existe la figura del realizador en el box, que es el que "te da paso" y se encarga de todo para que tú solo tengas que charlarle a la alcachofa. No hay mampara, ni técnico, tú solo ante el peligro, con tu destreza frente al ordenador... y en directo, o sea, sin margen de error.

Ya puede imaginarse la audiencia que en estos meses, hasta que le he cogido el tranquillo, ha ocurrido de todo: melodías que aparecen inesperadamente, silencios interminables en antena, emisión de ladridos de perro y saludos de la vecina, canciones que se repiten una y otra vez  sin que sepa cómo pararlas, músicas de fondo sin voz por no darle volumen al micro... Una vez, no sé qué hice, pero el programa de hacer radio se cerró entero y un vacío espeso se apoderó de las ondas, jaja.

El espacio tiene varias secciones: oración, "mirada creyente" (que es un comentario o un post sobre algo de la actualidad), canción, noticias, actividades de nuestra parroquia y anuncios de "la programación", o sea, de las visitas que los párrocos haremos a las comunidades la semana que comienza. Es muy útil y a la gente le gusta, pero pa mí se quedan los sudores que he dejado en los mandos de esa mesa, que me parecía un artefacto indescifrable o un instrumento de tortura, las fatigas cuando no acababa de salirme.

Poco a poco voy aprendiendo: ahorita saludo a Nelly o a Wilder, bromeo con los de Santa Rosa y bailo sentado en la silla con los cascos puestos mientras suena "Celebra la vida", "con esta sintonía nos despedimos hasta la semana que viene. Que pasen un bonito domingo, ¡sean felices! `La Hora de la Parroquia` en el 103.50 de nuestras ondas".

PS: Si alguien quiere escuchar el programa del pasado 16 de agosto, que pinche aquí.

sábado, 15 de agosto de 2015

MISIÓN NO TAN IMPOSIBLE


La misión tiene sus oasis y sus treguas, que todo es necesario. Y cuando los pasas con los compañeros de Mérida-Badajoz, pues chévere o bacan. Porque ellos, junto con "las paisanas" (Katy, Glafira, Isabel...) son lo más parecido a mi familia que hay por estos andurriales. Así que, ni corto ni perezoso, me encajé el otro día en Cajamarca.

Me acogió Manolo Vélez en su casa y parroquia de Llacanora, cerquita de la ciudad. Hemos tenido tiempitos para compartir cómo nos va, tomar un café delicioso y tranquilo, disfrutar de las vistas y la serenidad de aquel paraje y hasta ver el telediario de la primera cadena (Diosito, el tiempo que hacía que no ponía la tele). Manolo me ha atendido con todo esmero y generosidad; cuánta sabiduría de la vida late en este compañero, cómo ha aprendido a leer, en los renglones torcidos del deambular de las cosas, la voz de Dios.

Pero sobre todo se trataba de estar con Josely y con su hermano Eulogio, porque a la familia hay que cuidarla. Así que nos juntamos en la urbe y nos dio tiempo a todo: dar una vuelta por el cuarto del rescate, donde Pizarro tuvo preso al inca Atahualpa, visitar la iglesia de Belén repleta de original barroco, almorzar un ceviche de mero que estaba de muerte, saludar a Monseñor Carmelo, mi compañero de partidas de mus en Inquitos, celebrar la misa (incluso)...

Y por la noche... ¡al cine! Sí, habéis oído bien: a ver Misión Imposible 5, toma castaña. Ya ni me acuerdo la última vez que fui al cine, y ha tenido que ser acá en Perú, en un centro comercial grandazo, que bien podría estar en Sevilla sin desentonar. La gran ciudad es otra realidad, a veces olvidas dónde estás. Pero la desigualdad, que es el rasgo más notable de este país, te salta a los ojos a cada paso. Supermercados pitucos junto con gente descalza pidiendo en las veredas; los de los ternos con corbata junto a las de las polleras* y los sombreros.

Josely logró comprarse los zapatos que quería, y nos echamos unas buenas risas tomando pizza: pedimos cerveza helada, y como la chica solo tenía cuatro botellas del tiempo, ¡se fue a enfriarlas a la pizzería de enfrente, jaja! Hubo, por supuesto, momentos para lo más importante: dialogar, compartir, escucharnos, aconsejarnos, ayudarnos. Sentir un pedacito de "casa" en este nuestro otro hogar, que hace mucha falta casi siempre. Y encima las pizzas estaban ricas ricas. Si no fuera por estos ratos...

Poco más, esta es la crónica de unos días de desconexión, asueto, esparcimiento y "descanso del guerrero", como dice mi amiga Ana Muñoz. No todo van a ser aventuras de puentes, barros, caminatas y oroyas (perdón si alguien se decepciona). El agente Ethan Hunt-Tom Cruise volvió a salvar el mundo, como hace de vez en cuando, y por lo tanto no hay por qué preocuparse demasiado y disfrutar de los recreos que la misión te brinda. Y si no te los brinda, pues hay que inventarlos.


* Prenda de vestir, principalmente femenina, que consiste en una tela que se ajusta a la cintura y cubre las piernas o parte de ellas.

domingo, 9 de agosto de 2015

CON VELAS EN LUZ DEL ORIENTE


Mi madre siempre quiere que le diga los pueblos que voy a visitar lejotes, y los busca en google maps o algo así; esta vez me dice: "Hijo, he mirado Luz del Oriente y aparece que no hay ". Y es que realmente es así, no hay casi na. De hecho, cuando llego avanzada la tarde, no veo a nadie y solo se oye el rumor del río, ya en el corazón de esta montaña.

El río Huambo discurre paralelo a la carretera, que siempre te parece peor cuando vas por ella y tus riñones crujen. Luz del Oriente es la punta, donde termina la "trocha carrozable", pero aun hay otros caseríos más adentro: Triángulo, La Unión... Habrá que proponerse ir (Diosito). Las casas están cerradas, pero veo a dos hombres sentados bajo el tejado exterior del salón comunal, que ahorita hace de escuela (la evacuaron por peligro de derrumbes...). Voy y charlo con ellos, pero pronto se marchan y me quedo solito. Y me duermo.

Al rato me despierta la voz de Jonathan, "¡es el carro del padre!". No están avisados de mi visita. Como aquí no hay señal de telefonía móvil, hay que llamar al Gilat, que es el teléfono satelital que tienen los pueblos alejados; y yo llamé, pero por lo visto descuelga cualquiera que pasa por allí, se queda con el recado pero luego no anuncia que hay Eucaristía. Ya hemos quedado en que preguntaré por María, que vive junto a la cabina, y ella sí pasará la voz. Casi lo mismo da: en un rato la gente llegada de trabajar en su chacra se baña, y allí mismo donde eché la siestecita se arma la misa.

El pueblo tiene ya puesta la instalación de la luz, con los medidores y todo, pero todavía nos tenemos que apañar con velas. Somos un grupo de 12-15 personas, refrescados por el sereno de la noche y con linternas para leer. Aquí no hay agente de pastoral, no hay nadie que anime y guíe a la comunidad, y se nota a la legua: apenas saben las respuestas de la misa, los niños, que duermen a pesar de que cuento un cuento (o precisamente por eso), no están bautizados, nomás hay un cancionero, no se conocen los cantos y... comulgo yo solo. Esta es la realidad de los pueblos de los confines, la fe emerge casi únicamente cuando pasan los padres, y no es gran cosa.

Hay también algunos adultos que quieren bautizarse. Me cuentan el caso de una chica que ha vivido en la montaña bien adentro; su madre era esposa de un hombre... ¡que tenía dos mujeres! Las dejaba embarazadas alternativamente, un año una, otro año otra... y así tuvo más de quince hijos, entre ellos esta chica. Muy joven "la juntaron" con un hombre mucho mayor que ella, y ya tiene tres niñas y desea bautizarse. En rigor no puede porque no está casada por la Iglesia, pero... ¿qué hacer? Se la ve creyente, con empeño por recibir el Bautismo, ¿cómo se lo vamos a negar?

"La gente aquí es ignorante, han vivido medio salvajes", dice Rosendo, el agente de pastoral de San Antonio. En sitios como Luz se palpa la dificultad de la misión, lo que cuesta poner en pie una nueva comunidad cristiana, y lo arduo que es para nosotros como pastores acompañar estos nacimientos desde la distancia física y cultural. Se siente uno un poco como San Francisco Javier, que pasó por muchos lugares y simplemente bautizó sin muchas catequesis y menos preguntas, se fue y quizá fue la única vez que algún cura pisó aquella tierra. ¿Es justo poner condiciones que son incomprensibles e intragables para la gente? ¿Pero cómo hacer para no quitar valor al sacramento o reducirlo a algo puntual, mágico o "consumible"?

Jonathan tiene dos hermanas, Cheili y Daian (¿no sobran sus sonrisas para iluminar?). Los tres con su mamá Marilín me han acogido generosamente dándome el mejor cuarto, frazadas nuevas y un desayuno a base de arroz, huevos y plátanos fritos que resucita a un muerto. Falta me hizo para subir la cuesta de Vista Hermosa, donde me esperaba Maribel con cuy para almorzar. Y luego, en esta gira, iré a San José, a casa de Asho, me divertiré con sus hijos y aprenderé a lavar café. Pero eso son otras historias, que contaré en otra entrada, porque si no ésta me queda muy larga y son las 11 de la noche. Gracias, Señor, por esta vida tan abundante.

martes, 4 de agosto de 2015

LAS CHICAS DE HOY EN DÍA


Muchas veces he visitado, como voluntario, a los misioneros, y he pasado algunos días o semanas con ellos. Pero nunca había vivido esa experiencia "desde el otro lado", hasta que el viernes pasado llegaron Mamen, Mariona y Lucía, las "chicas de hoy en día".

Lucía es abogada y devoradora de cereales Smacks, Mariona habla catalán y bebe cerveza Cuzqueña negra, y Mamen... es mi gran amiga Torralba, compañera de fatigas en Cáritas de Zafra, en el programa de Comercio Justo, y compañera de vida. Las tres voluntarias de las Carmelitas Vedrunas, que después de varias semanas en la costa norte de Perú, en Sullana, han pasado por Mendoza para conocer esta tierra (y visitarme a mí, que to hay que decirlo).

Las chicas de hoy en día se han acoplado al ritmo de trabajo de acá sin muchos problemas. Han paseado por el mercado, me han acompañado a un par de caseríos a los que tocaba visitar, han sido testigas de una boda en San Marcos (firmando y todo, eeeh?), han compartido con las hermanas de Huambo, y en Limabamba hasta comunicaron sus experiencias en el momento de la homilía. Todo con gran naturalidad, dejándose llevar y mostrándose en todo momento "ellas mismas".

Es curioso que, al hacer de guía por mi parroquia-provincia, he tenido que mostrar y explicar cosas que hace poco me presentaron a mí. Eso me ha hecho sentir que soy plenamente parte de este mundo que es el Valle de Huayabamba, saborear cuánto voy aprendiendo a querer a esta gente, y apreciar con orgullo que Mendoza es "mío" ya de alguna manera. Como antes lo fueron los Valles o Valencia. A pesar de ser un recién llegado. Y eso es bello como la vista que ellas contemplan desde el mirador camino de Trancahuayco.

Las chicas de hoy en día se pegaron la mañana del sábado enterita con los niños de la aldea: bailando, jugando, cantado, arrancando risas a granel y sin escatimar entusiasmo y alegría. Estaban bien entrenadas de sus clases de apoyo escolar y sus actividades en la ludoteca de un asentamiento humano en Sullana, pero sudaron de lo lindo y se les pegó el solsito. Merecieron su almuerzo, pero les supieron a gloria las sonrisas de los niños, sus ojillos encendidos por sentirse preferidos y cuidados. No hay premio más pletórico ni mas sencillo de lograr.

Les dio tiempo a muchas cosas: aprender a pelar piñas, marcarse unas cumbias en una fiestuki de cumpleaños, gestionar el tránsito intestinal, comprobar que hay proyectos de cooperación que se caen, hacer un poco de funambulismo en un puente de madera, catar el café en la cooperativa, visitar varios enfermos, probar los tamales, montar en moto y hasta aprender a comer cuy y chuparse los dedos. Con 22 añitos uno se bebe la vida a grandes tragos, y el Perú es de los mejores escenarios para ello.

Bueno, Torralbina no es tan chivolita, ya tiene en su diario suficientes heridas, caídas y resurrecciones como para que la madurez vaya macerando. Ha sido un privilegio pasear con ella por Mendoza y conversar, un recreo para mi corazón, un regusto de los cariños de allá, que resisten la distancia y sin saberlo me sustentan. ¡Gracias por venir, Mamen! Aquí te espero...

A estas horas ya están las chicas de hoy en día en Lima, seguramente dormidas después de una dura jornada de viaje. Yo también estoy cansado y, en la tranquilidad de mi despacho, me da por pensar que acaso Dios ha llegado hasta ellas a través de los cerros majestuosos, las miradas limpias y la pobreza de nuestro Perú. Diosito ingeniosamente camuflado en tantas sensaciones y experiencias maravillosas que han vivido, pero haciéndose percibir de verdad. Ya lo dice León Felipe: Para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol... / y un camino virgen / Dios.

¡Viva el Perú!