martes, 26 de septiembre de 2017

TENGO LA TORRE ENCIMA


Llevo viéndola acercarse varios días, cada vez más amenazadora, inexorable en su silencio. Estoy ya bajo su sombra, que emborrona el corazón y le inocula su tristeza característica, la de la despedida. Porque ya me voy.

Estas palabras aparecerán dentro de unos días, cuando ya esté en Iquitos, pero las escribo, como otras veces, en la noche, velando mis maletas a medio cerrar, aprendiendo que marcharse es una rutina que nunca se aprende. Un dolor conocido pero cada vez más temible; una cisura en el corazón, de apariencia pequeña, pero insistente y cruel, por donde la vida palidece y se te marchita.

Estas semanas de vacaciones han sido tremendas. Miro atrás y veo ahora lo cansado que llegué, agotado física y emocionalmente. La principal conclusión es que dos años son demasiado tiempo sin venir a casa. Es necesario regresar con más frecuencia; mi familia lo necesita, mis padres... y yo lo necesito mucho. En dos años te pierdes muchas cosas, mis sobrinos crecen un palmo, ocurren cambios y uno se queda como descolgado.

Dos años después la percepción del paso del tiempo es rotunda y demoledora, de pronto te has hecho más viejo, la vida ha evolucionado, hay un mundo que se te escapa, problemas de los que estás al margen, trechos de camino que no compartes... En dos años puedes perder referencias vitales y afectivas, y acusar más el desgaste de la lejanía y los estragos del aislamiento de aquellos ríos. Tengo que volver antes a beber de la fuente del equilibrio.

De nuevo no me ha dado tiempo a ver a todas las personas que me hubiera gustado, disculpen los que se quedaron esperando y no pudo ser. Solo con su cariño me ayudan en este momento de nostalgia y de miedo. Porque tengo miedo, ¿eh? Creo que porque soy más consciente hoy de lo bonito y lo duro de lo que me espera. La aventura deja paso a la realidad; la ilusión del novato a la lucidez llena de ganas. Y la realidad supera siempre a los sueños.

Sé que no estoy solo. Mientras escribo esto, me llega un whatsapp. Para mí, directamente de Diosito:

Te vas. Te marchas lejos, estarás ausente. Para mí, siempre siempre, muy presente. Esta vez todo será diferente, ya no hay comienzo, no existe el no saber cómo ira todo, aunque existan dudas, miedos...cansancio, NO hay torre.
Hay FE, VALOR, AMOR... hay lucha de sonrisas entre humildad y paciencia, hay estimulo desde lo más profundo del corazón. 
Deberás cuidarte cada segundo, para seguir cumpliendo sueños, destinos… Y a ello le sumo tu misión Yavarí, tú no tienes que hacer nada, solo caminar con ilusión, y ganas de ser feliz.
Todo forma parte de mí. Para ti.
A la vuelta de tu gran pequeñez, espero seguir sintiendo tu sonrisa, cada vez aún más libre de dolor. 
Estoy contigo. A tu lado. Cada instante estaré junto a ti.

jueves, 21 de septiembre de 2017

MISIONERO DE VACACIONES: REPARACIONES


Estar en el terruño le permite a uno someterse a ciertas reparaciones que, con ser necesarias, habitualmente no caben en el ritmo de vida amazónico. Porque no se dan las condiciones o los recursos, no están las personas adecuadas o no se encuentra tiempo... o sea, porque habitualmente soy un dejao más perro que una manta y no le echo cuenta a asuntos que en vacaciones parece que cuadran mejor.

Uno es la salud. Hacerse una analítica completa para comprobar que estoy como una pera. Pasar a revisar algunas caclas leves pero fastidiosas: esa carraspera que me acompaña hace tiempo, algunas manchas en la piel, la visita a la podóloga para que repase mis piececitos y... la cita con el dentista, que temo como una vara verde desde que era niño. Esta vez incluso obligado por la muela rota que ya conté aquí. Una castaña, vaya.

En vacaciones no hay muchas oportunidades para ver a demasiados compañeros, pero se pasa por el obispado y se renueva el sentido diocesano. He conversado un rato con el obispo, que siempre me dice que recuerde que tengo la puerta abierta para regresar a casa; he recibido las atenciones exquisitas de Gabriel Cruz, el delegado de misiones, de Paco Maya y de los capos de la economía, Yolanda Pírez y Julián Peña. A pesar de que me he ido a la selva y no estoy trabajando en las misiones institucionales de Chachapoyas, es refrescante comprobar que somos todos de la misma categoría, ¿eh? Por si alguno piensa divergente, que haberlos haylos.

Resulta muy divertido comprobar que mi equipo de estudio del Evangelio sigue en su camino de reuniones con más o menos quorum, su formación en la metodología de El Prado, las ocurrencias de Pepe Moreno y las habituales bromas y chismes de sobremesa en el Rogelio. Este es un tipo de espacio más relevante de lo que parece y que se echa mucho de menos por aquellas latitudes... los presbíteros del Vicariato somos numéricamente menos que los de mi grupo cuando van todos.

Para ponerse a punto, nada como pasar por mis antiguas parroquias. Celebrar la Eucaristía, saludar a millones de personas (sobre todo si coincide con la fiesta, como en Santa Ana y Valencia), tener presente lo que he vivido y saborear el significado que tienen para mí mis pueblos. Avivar el agradecimiento, que tanto bien nos hace, con la perspectiva de la historia: no sería ahora la persona que soy ni estaría donde estoy si no fuera por tanta gente que me ha modelado. Es tonificante comprobar que la generosidad sigue intacta, la lotería de Navidad que ha hecho la asociación Ardila se ha vendido al toque, incluso en La Lapa y el Valle, adonde en esta ocasión no he podido ir (discúlpenme, por favor).

Muy necesario también restaurarse por dentro, a veces en territorios complejos, y entonces hay que acudir a los expertos como Alfonso López-Fando, para que con su delicadeza y su sabiduría humilde me ayuden a comprenderme, restablecer mis referencias vitales y emocionales, recomponer mis zonas fracturadas y resituarme. Como a todo el mundo, me toca ser a veces como un árbol sin hojas que para rebrotar precisa de cariño, acogida y competencia. En general, junto a personas con un deseo muy grande de que yo esté bien y sea feliz, las reformas son más descansadas y uno mejora con más decisión.

Reajustes, renovaciones, adaptaciones, arreglos, rehabilitaciones. Las vacaciones se hacen tan cortas que parecen un pit stop de fórmula 1: llega Fernando Alonso a los boxes, le cambian las ruedas y le reparan el alerón delantero en 5,8 segundos, y a seguir la carrera como una bala, que pa luego es tarde.

sábado, 16 de septiembre de 2017

MISIONERO DE VACACIONES: AMIGOS


Mi vida cotidiana se desarrolla lejos de mis amigos. Desde esa ausencia se aprecia con nitidez lo primordiales que son en mi vida (tiene razón Khalil Gibrán: "Cuando os separéis de vuestro amigo, no os aflijáis. Pues lo que amáis en él puede tornarse más claro en su ausencia, como para el alpinista aparece la montaña más clara vista desde la planicie"). Por eso, un capítulo central de las vacaciones es el reencuentro con ellos.

Es casi mágico comprobar cómo al toque te sientes en casa y a salvo. Son horas vivas en las que eres completamente tú mismo, con toda tu historia. Están los amigos de siempre, del colegio, de los juegos en la plaza; y también los de la primera juventud, la de los grupos, el teatro y los exámenes de COU. Nos ponemos al día y comprobamos cómo evolucionan los temas de los que hablamos, testigos calibradores del paso del tiempo: de las carreras a los trabajos, de las parejas a los hijos y de acá a la edad de nuestros padres. Aunque hay privacidades que lógicamente no manejamos, disfrutamos de una complicidad inequívoca y única.

Luego están el día de ferreona en Piporra, el pastel de calabacín, el colador en la cabeza y la siesta junto a la piscina con un helado. Los amigos que he encontrado los últimos años, fruto de la vida en mis pueblos, que son más sustanciales para mí de lo que ellos se imaginan. Son como una firma de la bendición de Dios, que me regala nuevas familias allá por donde paso, plantando en mis fibras preciosos tonos de la amistad siempre nuevos. Ellos me siguen ayudando a ser mejor persona.

Con los amigos más íntimos el estar juntos cristaliza en la conversación personal. Ahí caen todas las barreras, no queda ni rastro del personaje y emergen las heridas que todos arrastramos, unas más palpitantes y otras más cicatrizadas. Nos contamos la vida, compartimos experiencias de las que no nos sentimos precisamente orgullosos, y lo hacemos con hambre de silencios comprensivos, miradas capaces de penetrar y sanar, abrazos que regeneran las profundidades a veces erosionadas. Son un seguro para mi corazón "en procura de paz".

Es muy cierto que "vuestro amigo es a la medida de vuestras necesidades", es quien posee el don de trascenderse y reinventarse para ofrecerte lo que tú necesitas, sin juzgarte. Tu amigo sabe que tú eres más importante para él que él mismo, y es feliz por ello. Camina, trabaja y vive en gran medida por ti, y siempre y completamente en ti. Esa sintonía empareja los sueños y permite respirar hacia adelante.Tu corazón continúa escuchando a su corazón todas las horas, y no hay distancia que pueda romper eso, ni marchitarlo, porque este género de amor está conectado directamente con la Fuente.

Por eso estos días es decisivo para mí sembrar este campo, volver a cultivarlo, escuchar los síes y los noes debidos, dar lo que pueda y cosechar con agradecimiento. Así la amistad se reactiva y al mismo tiempo me dispone a seguir enfrentándome a las soledades y a las peripecias que vendrán. Nadie hay más valioso para mí que mi familia y mis amigos. Aspiro a reflejarles algo de lo que de ellos recibo. Y ya tengo la torre encima, porque cuando llega el momento del adiós se paladea lo amargo de marcharse y se teme el desgarrón de la nostalgia. Ahí Khalil Gibrán pide demasiado.

sábado, 9 de septiembre de 2017

MISIONERO DE VACACIONES: CONTACTOS


La primera parte de las vacaciones ha sido un mes de descanso total, tarifa plana de siesta, celular apagado, recuperación corporal con proceso de engorde, conversar con mis padres y mis hermanas, paseos por la playa, algo de lectura y por supuesto trote con mis sobrinos: hacer el burro con barca neumática, tirarnos por los toboganes del parque acuático, ir al pueblo a cenar pizza, jugar al fútbol, etc. La segunda parte de esta estancia en España transcurre en Mérida y alrededores, y en ella disfruto otros encuentros típicos de las vacaciones de un misionero.

Hay que aprovechar la oportunidad para propiciar contactos con personas que puedan ayudar a mi misión de diferentes maneras. En Madrid visité a D. Anastasio Gil, Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias, el hombre clave de las Misiones en nuestro país. Quería conocerlo además porque es el responsable de la OCSHA, el cauce de la Conferencia Episcopal Española a través del cual estoy en Perú, y él es, junto con los obispos, quien firma los contratos que me vinculan con el Vicariato.

Don Anastasio me recibió muy amablemente, y me dijo que ya me conocía por otras referencias y por mis escritos 😳. Hablamos de muchos temas: del Yavarí, de la situación de las vocaciones y los envíos misioneros en España, del Vicariato y de la selva, de la asignación que recibimos los misioneros para nuestro sostenimiento personal, de la organización de la OCSHA y sus miembros en el Perú, de la formación, de cuidarse la salud... No está mal sentirte apoyado "institucionalmente", que alguien se acuerde de que existes aunque sea para enviarte una tarjeta de Navidad o la revistilla Carta de Casa.

Quería informarme de cómo solicitar apoyo económico para la misión y al toque me presentó al director del Fondo Nueva Evangelización. Me explicaron mecanismos y plazos, me dieron formularios y también algunos consejos para que las peticiones lleguen a buen puerto. La sede de la Conferencia, lugar elegante, silencioso y lleno de clergymans, impresiona un poco, pero me atendieron muy bien y salí contento.

Magníficamente me trataron en Religión Digital, la web en la que escribo semanalmente desde hace algunos años. Llamé al timbre de la oficina de la calle Asturias, cerca de Plaza de Castilla, y me abrió la puerta el propio José Manuel Vidal, director de la página. Tomamos un café con Jesús Bastante y Cameron Doody comentando cosas que sabemos que luego no escribiremos (al menos en ese tono, jaja), y al ratito ya estábamos Jesús y yo haciendo la entrevista. Como es la segunda vez, me sentía menos nervioso (creo). Ahí hablamos sobre mi misión, la vida allí, la iglesia en salida, el papa Francisco... Me sigo sorprendiendo de que gente de este nivel piense que tengo algo que contar.

Y más todavía me asombran la generosidad y la delicadeza con la que me dedicaron media mañana ¡a mí! Me invitaron a almorzar en el Robin Hood de Bravo Murillo, genial idea del padre Ángel de Mensajeros de la Paz para que las personas sin hogar coman las mismas cosas que comemos los clientes del restaurante. Pidieron un vinito bueno para brindar, charlamos sobre un montón de temas y me animaron a ponerme el chip de periodista, hacer entrevistas y contar más historias. Fue un rato estupendo de verdad, estoy muy agradecido.

En todo momento, como tanta gente, expresaron su admiración hacia los misioneros. Ya dije que las alabanzas y piropos me incomodan porque sé que me vienen grandes (no soy Robin Hood, conozco bien la pasta de que estoy hecho), pero comprendo que no son a mi persona, sino a lo que represento, y así los recibo. A pesar de que pedimos espinacas de primero, durante la comida se me rompió una muela. Fui al baño y pensé que, a pesar de todo, el cariño y el reconocimiento hacen bien si uno tiene la cabeza en su sitio. Y a mí Diosito me apeó del burro, en la caída perdí varios dientes, algunos se pudieron reconstruir, otros me salieron nuevos, y así tiro palante, pero ya siempre con los pies en el suelo. O en el agua del río.

sábado, 2 de septiembre de 2017

DOMINGO EN LOBÓN


Mi compañero Casimiro me envió un mensaje por twitter: "Guarda un domingo para celebrar en Lobón que tenemos un presente que darte". Yo le llamé el día antes: "¿Cómo es lo de la misa de mañana?" - le pregunté. "No te preocupes, que no es ningún 'pifostio' en plan 'padre misionero', será algo muy sencillo". Menos mal, pensé, mientras conducía un poco a tientas porque era la primera vez que iba a la parroquia de Lobón.

Así que, sin que nadie me conociera, allí me encajé. No había demasiada gente porque la víspera había habido un funeral de mes por una persona joven (las cosas de los pueblos), se trataba de la misa normal del domingo con un par de detallitos: la bendición de una imagen de San Judas Tadeo (con todo y cuerno) y el obsequio prometido. De modo que salí, me presenté en treinta segundos y todo discurrió como de costumbre allí. La homilía trató sobre el evangelio, y fue breve; los lectores, el pequeño coro... como siempre. Me gustó la proyección en una pantalla de las oraciones y cantos de la misa, estaba muy bien hecha y era muy pedagógica, se lo curran. Todo el tiempo me sentí muy cómodo; si acaso sufrí un poco por el seseo (parezco de Fuente del Maestre) o por "el Señor esté con ustedes", que a veces se me escapa.

Llegó el momento final. Casimiro salió a explicar que los críos que este año han hecho la primera comunión, junto con sus padres, habían decidido regalarme la mitad de lo compartido aquel día "para ti, para lo que tú creas conveniente". Un grupo de zagales subió a hacerme entrega de un sobre y yo a mi vez les ofrecí unos llaveros con motivos de la selva para ellos y sus compañeros que no estaban. Luego hablé tres minutos en los que agradecí, conté en una pincelada dónde estoy y cómo es más o menos la misión del Yavarí, y pedí oraciones por los misioneros. Ahí nomás. Sin grandes ceremonias.

Ya en la sacristía, cuando Casi y yo nos estábamos despidiendo, entró una señora a preguntarme si podía esperar una mijita, que ella también quería traerme su colaboración; y luego llegó un pareja, muy serios, de la junta directiva de la Hermandad de la Virgen de la Asunción, patrona del pueblo, diciendo que "hemos sabido que venía usted hoy, y queremos también darle un donativo de parte de la Hermandad". Me pasaron su sobre muy discretamente, casi con rubor, y yo lo recibí con más roche todavía, sin saber apenas qué decir porque no tengo en mis registros palabras adecuadas para estos casos. Y eso que no sabía las cantidades; más tarde descubrí que, entre unos y otros, llevé un pastizal.

¿Tú le zamparías un sobre con dinero a un desconocido? Mientras el carro devoraba los kilómetros yo cavilaba sobre lo que había pasado. Sobre lo que suponen para mucha gente los misioneros, y el hecho de que yo lo soy, aunque no me lo acabe de creer. Sobre la responsabilidad tan enorme de que personas, sin conocerte, confíen en ti hasta el punto de compartir a fondo perdido; y la desproporción sideral entre el signo que llevo puesto y mi verdad, entre la vasija de barro y el tesoro, entre la entretela de mi persona, hecha de limitación y pecado, y la gracia que Dios me ha dado, tan hermosa... y a veces tan pesada.

Si supieran, seguramente no serían tan espléndidos. Pero ellos no me dan a mí, dan a la misión, a la Iglesia en salida, a quienes entienden que intentan comprometerse por los más pobres, y es para ellos esa plata. Mi insignificante persona es un pequeño instrumento que pasaba por allí. Gracias a la gente de Lobón y a su párroco Casimiro. Me encantó su generosidad modesta y eficaz, evangélica hasta las trancas, sigan así. Sin aparatos ni postizos: el protagonista es Diosito lindo y solo Él. Y por cierto, ahora que tienen por allí a San Juditas, intercesor de las causas difíciles, pídanle por mí, que buena falta me hace.