jueves, 21 de septiembre de 2017

MISIONERO DE VACACIONES: REPARACIONES


Estar en el terruño le permite a uno someterse a ciertas reparaciones que, con ser necesarias, habitualmente no caben en el ritmo de vida amazónico. Porque no se dan las condiciones o los recursos, no están las personas adecuadas o no se encuentra tiempo... o sea, porque habitualmente soy un dejao más perro que una manta y no le echo cuenta a asuntos que en vacaciones parece que cuadran mejor.

Uno es la salud. Hacerse una analítica completa para comprobar que estoy como una pera. Pasar a revisar algunas caclas leves pero fastidiosas: esa carraspera que me acompaña hace tiempo, algunas manchas en la piel, la visita a la podóloga para que repase mis piececitos y... la cita con el dentista, que temo como una vara verde desde que era niño. Esta vez incluso obligado por la muela rota que ya conté aquí. Una castaña, vaya.

En vacaciones no hay muchas oportunidades para ver a demasiados compañeros, pero se pasa por el obispado y se renueva el sentido diocesano. He conversado un rato con el obispo, que siempre me dice que recuerde que tengo la puerta abierta para regresar a casa; he recibido las atenciones exquisitas de Gabriel Cruz, el delegado de misiones, de Paco Maya y de los capos de la economía, Yolanda Pírez y Julián Peña. A pesar de que me he ido a la selva y no estoy trabajando en las misiones institucionales de Chachapoyas, es refrescante comprobar que somos todos de la misma categoría, ¿eh? Por si alguno piensa divergente, que haberlos haylos.

Resulta muy divertido comprobar que mi equipo de estudio del Evangelio sigue en su camino de reuniones con más o menos quorum, su formación en la metodología de El Prado, las ocurrencias de Pepe Moreno y las habituales bromas y chismes de sobremesa en el Rogelio. Este es un tipo de espacio más relevante de lo que parece y que se echa mucho de menos por aquellas latitudes... los presbíteros del Vicariato somos numéricamente menos que los de mi grupo cuando van todos.

Para ponerse a punto, nada como pasar por mis antiguas parroquias. Celebrar la Eucaristía, saludar a millones de personas (sobre todo si coincide con la fiesta, como en Santa Ana y Valencia), tener presente lo que he vivido y saborear el significado que tienen para mí mis pueblos. Avivar el agradecimiento, que tanto bien nos hace, con la perspectiva de la historia: no sería ahora la persona que soy ni estaría donde estoy si no fuera por tanta gente que me ha modelado. Es tonificante comprobar que la generosidad sigue intacta, la lotería de Navidad que ha hecho la asociación Ardila se ha vendido al toque, incluso en La Lapa y el Valle, adonde en esta ocasión no he podido ir (discúlpenme, por favor).

Muy necesario también restaurarse por dentro, a veces en territorios complejos, y entonces hay que acudir a los expertos como Alfonso López-Fando, para que con su delicadeza y su sabiduría humilde me ayuden a comprenderme, restablecer mis referencias vitales y emocionales, recomponer mis zonas fracturadas y resituarme. Como a todo el mundo, me toca ser a veces como un árbol sin hojas que para rebrotar precisa de cariño, acogida y competencia. En general, junto a personas con un deseo muy grande de que yo esté bien y sea feliz, las reformas son más descansadas y uno mejora con más decisión.

Reajustes, renovaciones, adaptaciones, arreglos, rehabilitaciones. Las vacaciones se hacen tan cortas que parecen un pit stop de fórmula 1: llega Fernando Alonso a los boxes, le cambian las ruedas y le reparan el alerón delantero en 5,8 segundos, y a seguir la carrera como una bala, que pa luego es tarde.

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