domingo, 30 de noviembre de 2014

NO TODO ES TAN BONITO


Hace algunos días, un mensaje de mi amiga Lola Ceballos me llamó la atención: "Lo que más me llena de tu blog es que lo escribes como si todo fuese rodado, a pesar del cambio de vida, de situaciones, de mentalidades...". Quizá la otra tarde, mientras iba de camino hacia Chuquibamba, estas palabras pasaron como una ráfaga en mi mente cuando sentía el ataque del soroche.

Ya llevaba varios días con dolor de garganta. El jueves, cuando Katy me vio y pensamos que podía ser faringitis, empecé a tomar antibióticos. Por cierto que cada comprimido de azitromicina costó en InkaFarma 11,01 soles (unos 3 €), más que un menú, un desodorante o un pasaje en combi a Bagua Grande: una auténtica pasta que, estoy seguro, mucha gente aquí no puede permitirse. Ni que decir tiene que no llegué a mi destino, me bajé de la combi en Leymebamba buscando refugio en casa de Juan Andrés, mareado, con el estómago en la boca, la cabeza como un bombo y yéndome de varilla.

Katy diagnostica que es la combinación de antibiótico + soroche (mal de altura) + cansancio. Pues sí. Y es que llevo dos meses (justo se cumplieron ayer, día 29) a tope, en un de acá para allá permanente, llevándome por delante cambios de clima, de altitud, de comidas, arrastrando resfriados y haciendo más kilómetros que Fernando Alonso. Un período de adaptación nada reposado, jejeje. La sopa que me preparó Juanandriu el viernes, en el rato que me levanté de la cama, fue el principio de la curación: qué rica.

Los pantalones me dicen que 4-5 Kg se han ido por ahí con tanto trajín. El hábito intestinal se ha visto completamente trastocado; dicho en cristiano, que durante muchos días no iba al WC ni patrás, y cuando veía los peazo platos de arrozpapaspollo, me entraban las siete cosas. He llegado a contar en mi cuerpecito más 40 picaduras de ¿arañas?, ¿mosquitos?, ¿pulgas? que se llenaban de agua, explotaban y sangraban. Me tuve que comprar una crema antihistamínica (de nuevo a la farmacia, afloja la guita), y también otra hidratante y protectora contra la radiación UV cuando se me quemó la loncha de jamón de york y empezaron a salirme manchitas blancas en la piel. Qué bonito es el Perú.

Y luego están las esperas. Y esta situación de liminalidad (el paso de una cosa a otra), de provisionalidad; mes y medio sin al menos saber dónde voy a dar con mis huesitos (y aún falta otro mes hasta poner el pie en Mendoza), sin nada que hacer, sin responsabilidades, dependiendo de la generosidad de los demás, errante, con una maleta entera sin deshacer en el obispado, sin carnet de extranjería, sin poder abrirme siquiera una cuenta bancaria o una línea telefónica a mi nombre... Sabrá Dios cuándo voy a acabar de llegar a mi sitio, a mi habitación en la que colocar mis cosas, las fotos de mis sobrinos.

Ellos están muy lejos, todos a quienes amo están allá, y cuesta. Las comunicaciones son fáciles, pero me pasa como a la Pantoja, que solo puede hablar con sus visitas a través de una mampara transparente: hay momentos en que necesitaría abrazar y tocar. Como aquella noche en Collonce, como estos últimos días. Menos mal que mis compañeros y las hermanas me cuidan muy bien, y todo el mundo me trata con amabilidad y me hace todo más fácil. Carmen me decía hace unos días: "Estoy admirada de la paciencia que tienes, parece que no te cuesta trabajo". Pues no es tan fácil, ¿eeh? El criterio de descansadamente (Ej 18) no siempre depende de mí.

Estoy muy contento, que quede claro y que nadie se alarme. Pero las cosas no son siempre de color de rosa y... alguna vez me tendré que quejar, ¿no? Aunque desde que descubrí el mate de coca me he quedado tranquilo. Y más con la pitahaya (http://es.wikipedia.org/wiki/Pitahaya): ¡qué fruta! ¡qué cosa más rica! ¡y qué desatascador! Con ella ya no ha miedo a las noches de mierda.

Mi habitación del obispado. A la izquierda, la maleta azul sin abrir
El obispado por dentro. Mi cuarto es el que tiene la escoba en la puerta, a la derecha
Casa de las Formacionistas. Desde aquí escribo y hablo por Skype

La catedral con la corona de Adviento gigante. Los fieles y yo somos ya de familia

martes, 25 de noviembre de 2014

FIN DE SEMANA EN EL CARIBE


Mi viaje, que comenzó el 14 de octubre, continúa hacia Bagua, la capital de la provincia del mismo nombre en la zona más septentrional de la diócesis y por tanto más cercana al ecuador. Durante mucho tiempo se llamó Bagua Chica para distinguirla de su prima hermana Bagua Grande, situada a unos 20 km y donde ya estuve algunos días (ver "Cuy con papas"), pero parece que a sus habitantes no les hace mucha gracia eso de "chica" y ahora la llaman Bagua Capital (lo cual no aclara nada porque la otra Bagua también es capital, aunque de la provincia de Utcubamba). Llamémosle Bagua y santas pascuas.

Si ya en la prima hacía calor, aquí es como estar en el Caribe: 35 grados, los de los mototaxis haciendo la siesta en las calles polvorientas y yo sudando a todas horas y abanicándome como en verano en España. Esta vez también acompaño al obispo, y a la vuelta de La Peca, a mediodía, el carro atraviesa un espectáculo de arrozales inundados donde se bañan entre risas niños desnudos, de chacras de ají, palmeras, papayos y cocoteros, luminosidad de belleza tropical extendida a lo largo de un verde valle donde el río Utcubamba empieza a despedirse antes de fundirse, un poco más abajo, con el Marañón.

Esta parroquia es totalmente diferente a lo conocido hasta ahora: llana, calurosísísima, con unos 40 pueblos, relación comercial con Jaén y no con Chacha y gran presencia de los protestantes. Aquí trabajan los padres Liborio y Magno, uno de los compañeros con más carisma y más experiencia. Experto cocinero entre los fogones y también en la pastoral, con gran capacidad de mover a la gente, de animar y transmitir optimismo. Con él vamos a Copallí y se ve que el personal lo quiere, y él, tan expresivo, reparte abrazos, bromas y besos por todos lados.

Bagua es el paraíso de la fruta. Y como a Magno le encanta, paso el fin de semana encantado jincándome frutas tropicales exquisitas: sandías grandes y picudas, deliciosas piñas, peras, mandarinas, papayas, plátanos de todos los pelajes... y por supuesto mangos de varios tipos, riquísimos, que me devuelven sabores de África; no se si hay algo que me gusta más que los mangos... el bacalao se acerca.

La asombrosa variedad de climas y paisajes se traduce en diversidad de caracteres y modos de ser de la gente. Acá son más abiertos, conversan con facilidad. Casi siempre, cuando viene a confesarse algún joven, empiezo preguntándole cómo se llama, para romper el hielo; pero en estos pueblos, varios, con una sonrisa que enseñaba todos los dientes, me sorprendieron: "¿Y usted cómo se llama?", jeje. Y cuando Monseñor, tras la crismación, les decía a los muchachos "La paz sea contigo", ellos le contestaban "Y con tu espíritu" dándole un abrazo también, jajaja.

Realmente Bagua no es tan chica, tiene más de 20.000 habitantes, y es por tanto enorme para estas latitudes. En la tarde toca Eucaristía en la iglesia parroquial, muy decorada, donde suenan la batería, la guitarra eléctrica y el saxo en una celebración urbana y multitudinaria. Como de costumbre, he de presentarme y decir unas palabras al final, que siempre acaban con aplauso. La acogida es una constante allá por donde voy, un valor central de esta cultura, el la ciudad y en los pueblitos, donde te invitan a almorzar y te llevas los cuyes de postre a tu casa.

Al anochecer, ya en la casa parroquial, se agradece una ducha fresquita (aquí no hace falta la terma) y un jugo de maracuyá que sabe a gloria después de tanta sudadina. Magno aparece con su última ocurrencia para la misa de los niños: dos marionetas para hacer un teatro de guiñol en la homilía. Este es un tipo genial, y cuando la noche avanza y pasamos a las cervecitas, nos reímos con las anécdotas y las historietas de la diócesis, de la que me voy sintiendo parte poco a poco. Magno me enseña a decir en guayacho: "¡Cooooochino!"; porque antes del almuerzo el obispo me ha dicho mi destino: la parroquia de Rodríguez de Mendoza.

jueves, 20 de noviembre de 2014

ASAMBLEA DIOCESANA


- "Damos paso a las hermanas animadoras para que nos despierten" (son unas jóvenes monjitas del asilo de Chacha, que agarran el micro y la guitarra y ya está liado).
- "¡Todos de pie! Vamos a cantar y bailar... He decidido seguir a Cristo... He decidido seguir a Cristo...".
No hay quien se escape de la animación. Así comienza cada sesión de la Asamblea anual de la Diócesis de Chachapoyas, un encuentro especialmente descriptivo de esta iglesia modesta, viva y creciente.

Mirando a los participantes se descubre una diócesis multicolor y en evolución: religiosas y sacerdotes de varias nacionalidades (Madagascar, Colombia, Venezuela, Congo, España, México, Irlanda, Argentina, Polonia...) junto a los más de 20 curas peruanos, la mayoría jóvenes. Y son ellos quienes llevan el peso de la organización de las jornadas y conducen los trabajos en grupo o en plenario.

La Asamblea gira en torno al Plan Pastoral Estratégico Diocesano, que ya cayó en mis manos los primeros días. Es un proyecto que hace tres años hicieron entre todos, partiendo de un análisis de la realidad de las parroquias. Aunque su terminología, tomada del mundo empresarial, puede chocar y es motivo de constantes bromas ("resultados de impacto", "estrategias", "visión", etc.), lo cierto es que poco a poco va calando, va siendo conocido y comprendido, y realmente hace sentir que vamos todos a una.

El Proyecto sirve para elegir en asamblea unas prioridades, una hoja de ruta que luego es la fuente de la programación anual de cada parroquia, el famoso POA ("plan operativo anual"). Cuento esto porque me encanta que acá se intente trabajar con técnica, programando y revisando, evitando en lo posible la improvisación o el "siempre se ha hecho así". Algo que en Santa Ana logramos los últimos años, que en mi diócesis de origen suena en general a chino y que en cambio en Chachapoyas está al orden del día como exigencia de los tiempos, de la comunión y de la eficacia. Ole ahí.

Las sesiones son maratonianas, a veces hay intervenciones muy lentas y muy peruanas, pero la asamblea está viva, hay momentos de crítica y debate, incluyendo ataques de personajes que Castinaldo llama los torpedos, que intentan dinamitar el POA, el PPED y lo que caiga. Me doy cuenta de que el Proyecto Diocesano no es un papel, es un proceso que vamos viviendo todos, haciendo la experiencia de iglesia en salida, en camino, en permanente aprendizaje y cambio, con todas las limitaciones del mundo pero con una estrella en la frente. La participación es el pulso de estas jornadas.

Mis viajes por las parroquias me permiten ahora recoger la cosecha, y tengo ya gente conocida en la asamblea, aunque es fácil relacionarse con todos en los descansos con cafesito y canchitas, en algunos paseos por la plaza de armas o en los momentos de comida, que por cierto está riquísima y no contiene siempre arroz (a Dios gracias). Una de las noches hay una reunión del presbiterio en el Preseminario; Humberto nos invita a torta, conguitos y un vinito, y pasamos un rato muy agradable juntos, riendo y tratando algún tema más serio. Yo solamente escucho y trago, pero me siento feliz como parte de este grupo.

Los torpedos y derrotistas la llevan clara, porque a esta diócesis no hay quien la pare. La van a llevar adelante fundamentalmente gente sencilla de pueblo, igual que mis santaneros tiran con su parroquia. Yo les pienso echar una mano en lo que pueda, como siempre. Por lo pronto, como dice mi animación favorita, "el diablo está pisado": el único que se fastidia es el mal de la rutina aplastante, la imposición y el arribismo estériles. "El diablo está pisado está pisado está pisado...". Jejeje.

PS: canchitas son palomitas, y torta es tarta.

lunes, 17 de noviembre de 2014

TRACCIÓN A LAS 4 RUEDAS


Para ir desde Chacha a la parroquia de Ocallí pago 30 soles:
- ¿A qué hora se sale?
- Entre la 1 y las 3 de la noche.
- ...
- Yo le doy una timbradita y usted baja a la puerta y allí nomás le recogen.

A esta carretera no pueden entrar combis ni carritos bajos, y aunque los trocoleones son finos, mi capacidad de dormir es invencible. Menos mal que despierto justo antes de pasar por el valle de Huaylla Belén (http://pinceladasdeunamicroviajera.wordpress.com/2013/07/05/huaylla-belen-un-paraiso-entre-los-andes/), y esos meandros preciosos e increíbles a casi 2800 metros de altitud me acaban de espabilar el ánimo.

Al rato llegaré a Chuquímal, donde el carro me deja como un saco de papas. Es uno de los primeros pueblos de la parroquia más alejada de la diócesis, una extensión de cerca de 80 kilómetros de longitud sembrada de pueblos que, a diferencia de Bagua o Luya, no están colocados de manera radial en torno a la sede, sino dispuestos de este a oeste en dos ramales de trocha, de manera que cuando se llega a los últimos (Camporredondo, Cocochó, etc.) se ha profundizado la provincia de Luya en dirección al Marañón.

Las distancias, los desniveles brutales (sube al cerro, rodea, baja hasta la quebrada, pasa el río, vuelve a subir...) y sobre todo lo feas que están las carreteras (por llamarlas de alguna manera) hacen que la velocidad media sea de 20 Km/h y vuelven los desplazamientos costosos para el reloj, para el cuerpo y para el bolsillo. Pero nada parece detener a Carlos, Neiser David y Baltasar, que son los compañeros que acá trabajan. Eso sí, quedándose a dormir en las varias habitaciones que tiene la parroquia por el territorio; y así recorremos varios pueblos: Vista Hermosa, El Progreso, Collonce, Yaulicachi, Caldera, Providencia...

Ingenioso sistema de "armario al aire libre"
Hospedarse en casa de la gente tiene su punto. Ellos te dan lo mejor que tienen, y realmente es increíble pensar que todas las comidas (desayuno-almuerzo-cena) de estos días son invitaciones generosas, sazonadas con una amabilidad impresionante. Por otro lado, ha de adaptarse uno a vivir con el estilo de ellos, y aunque cuesta, es sorprendente comprobar qué poquito necesitamos para salir adelante. Un par de días no había agua, así que me fui a duchar a casa de los vecinos, que tenían un tanque; en una especie de caseta hecha con palos y plásticos y sobre unas piedras, allí me enjaboné saludando al que pasaba, porque se me veía medio cuerpo (los peruanos son en general más chatitos que yo, y la ducha me estaba chica, jejeje).

He oído muchas confesiones, ayudando a mis compañeros. Gente muy sencilla, de la chacra; muchachos algunos excepcionales, con una fe y una inteligencia extraordinarias. La mayoría de las personas, al terminar, se arrodillan delante del altar, o del sagrario si lo hay, y rezan en silencio, moviendo levemente los labios; me pregunto cómo será su conversación con Diosito.

En Tactámal, el pueblo de Flor, Juanito (el chófer de Monseñor) y yo nos perdemos un momento y colocamos los calzoncillos y los calcetines a secar dentro del carro. Llevan húmedos todo el lunes, pero el martes ha salido este sol andino implacable. Bajo él llegamos a Ocallí capital, que da un aire a Cuenca, con sus casitas como suspendidas sobre la ladera del cerro. Por la noche descubriré que aquí hay muchos Caro, este pueblito está lleno de primos lejanos, acaso descendientes de algún antepasado común, quizá uno de aquellos extremeños que vinieron a América en busca de fortuna.

En el único teléfono del pueblo logro llamar a mi sobrino Manuel, que cumple 4 años. La comunicaciones son otro tema en este Perú profundo, abarrotado de lugares sin cobertura, donde internet es todavía un lujo o una extravagancia. Y así, cuando en Camporredondo va a comenzar la Eucaristía, se va la luz; pero no pasa un pelo, todo el mundo está acostumbradísimo y la cosa funciona divinamente a voces y con velas.

Dio tiempo también a acercarme a Guadalupe a ver el sitio que tiene dispuesto el padre John Casteli para enterrarse: un jardín en un costadito de la iglesia, adornado en la tarde con los gritos de los jóvenes que juegan al vóley en la plaza. Pienso, mientras Juan mete la doble porque casi nos quedamos clavados en el barro, que el padre Casteli merece otra entrada para él solo, y que en esta parroquia hay que ser un cura todoterreno que cada día use el 4x4 de audacia y de entrega.

jueves, 13 de noviembre de 2014

MARATÓN DE CONFIRMACIONES


La combi me lleva hasta Yerbabuena, y luego me reúno con el obispo en Péngote, que pertenece a la parroquia de La Jalca, atendida por los compañeros Geyner y Noé. Los confirmandos, que son colegiales (aquí el "colegio" es el instituto y la "escuela" es la primaria), llevan un cartelito con su nombre para que D. Emiliano pueda pronunciarlo bien cuando les hace la crismación. Sonrío al comprobar que los nervios son internacionales, pero esos uniformes le dan al momento un tono sencillo y encantador.

Es solo la primera de una carrafilera de celebraciones de la Confirmación en las que acompañaré a Monseñor durante estos días. Por la tarde, en La Jalca, pueblo viejo y cuna del folclore tradicional, admiramos su iglesia parroquial del siglo XVII, de piedra, y con una torre exenta la mar de pituca. La Confirmación es a las 7 de la noche y mientras vamos confesando nos ataca el famoso frío de acá, normal por otra parte a más de 2800 metros de altitud. Pijama térmico al canto.

Al día siguiente vamos a San Martín del Mango. Al entrar pasamos por debajo de tres pancartas con la leyenda "Bienvenido Monseñor", que a mí me hacen mucha gracia y me recuerdan a Bienvenido Mister Marshall. Hay varios petardazos de cohetes aunque no se ve a mucha gente, cosa que nos extraña... hasta que comprobamos que está ¡todo el pueblo parte de los alrededores dentro de la iglesia! Jajaja.

La fiestecita posterior al sacramento es muy bonita porque todo el mundo está invitado: los confirmandos, sus familias, los forasteros, los de los pueblos vecinos... Y todos juntos. El almuerzo estándar (sopa y plato de arroz-papas-pollo) se acompaña con una crema hecha de frejoles y chancaca (azúcar), que estaba deliciosa.


Toca después Leymebamba, nuestra parroquia bandera. El sagrario lleva una inscripción: "Donación de D. Antonio Montero, arzobispo de Mérida-Badajoz, que envió por primera vez sacerdotes a Leymebamba en 1982". Lo que estoy aprendiendo de la liturgia episcopal: ahora con mitra, ahora hay que quitársela, ahora le doy el báculo... Jejeje. A veces, cuando se viene la gente a confesarse antes de las misas, alguno me dice muy serio: "Vengo a confesarme, Monseñor", jaja.

Las hermanas Apostólicas de Leyme nos invitan a comer, y así recuerdo el sabor del jamón, del morcón, ¡y del chocolate! Esa es otra ventaja de viajar con el obispo, que siempre me corresponde una porción de la amabilidad de la gente; en todos sitios hay un aplauso para el padre César. Con Juan Andrés vuelvo a Chacha y ahora, mientras escribo en casa de las hermanas Formacionistas, veo un colibrí planeando sobre las macetas del patio. Vaya hermosura.

jueves, 6 de noviembre de 2014

SANTOS CAMPESINOS


A apenas tres kilómetros de Luya está Lamud, la capital: casonas coloniales, balconadas de madera y preciosas vistas. Un lugar pintoresco que hace de nudo turístico de la provincia de Luya. Voy con Robert, su párroco, un compañero más o menos de mi edad, con inteligencia, experiencia y evidentes cualidades para ser pastor, un auténtico crack. Hay convocado un encuentro de catequistas de toda la parroquia, que tampoco es demasiado grande (tiene unos 12 pueblos), así que nos juntamos unas 25 personas. Enciendo todos mis radares y me dispongo a escuchar y aprender, pero la experiencia desbordará todas mis expectativas.

Los catequistas son los responsables de las comunidades cristianas locales, así que no solamente “dan catequesis”, sino que hacen de referencia eclesial permanente en los pueblos. Reciben y preparan a los padres y padrinos antes del Bautismo, organizan la catequesis de primera comunión y confirmación, convocan a la asamblea y presiden la liturgia del domingo (que muy usualmente fue, es y será sin participación del sacerdote), orientan, ayudan, organizan. Son líderes, representantes de la Iglesia, gente de peso que muchas veces “ponen el pecho” los primeros para sacar adelante a pueblos pequeños y pobres. Robert me dice que “nuestro trabajo de formación y acompañamiento de los catequistas es la clave”.

Son cristianos de una cierta edad (normalmente pasan de los 30 años), a menudo con una fe de raigambre familiar. Campesinos muy humildes, que reciben la comunión en manos callosas, con restos de tierra oscura bajo las uñas. Por momentos el trabajo parece lento, pero a veces, cuando alguno toma la palabra, lo que sale por su boca es la Palabra hecha vida sencilla de la gente del campo.  Sus gestos muestran una peculiar mezcla de candor, respeto y entusiasmo; en las puestas en común, en el diálogo en grupo, en una escenificación o una dinámica, se puede entrever un recorrido, un amor probado al Señor, una fidelidad fraguada en la chacra y convertida en estilo de vivir, orar y creer.

Para llegar a Lamud, casi todos tuvieron que levantarse a las 4 de la mañana para ir a cuidar su ganado. Alguno me cuenta que ser catequista le ha construido como persona, puesto que ni siquiera pudo terminar la escuela primaria. Y constantemente me dan las gracias por la visita, por compartir esta jornada con ellos. Al día siguiente, el sábado por la mañana, es la fiesta de los Tosantos, y en la Eucaristía hablo de que la santidad está a nuestro lado, y no solo en los altares; y al mirar a estos catequistas me parece que los santos son ellos; santos de rasgos andinos, poncho y falda serrana; santos que caminan en sandalias en medio del barro para enseñar y celebrar el Evangelio; santos que experimentan cada día las contradicciones y la dureza de la misión acaso más que los propios curas.
Winnie (con gorra), Irene (con gafas), Nilda, Mary Elisabeth y Robert
No están solos. Tuvieron, en sus comienzos, párrocos que fueron misioneros santos. Ahora cuentan con el gran Robert y con las hermanas del Instituto de la Bienaventurada Virgen María. Irene, Mary Elisabeth y Winnie son tres irlandesas, con muchos años ya en el Perú y los cabellos plateados, que desprenden admiración y cariño por esta gente. Se les nota que creen en ellos y están orgullosas de compartir con los catequistas proyectos y tarea cotidiana. Conmigo son igualmente encantadoras y cercanas. Al terminar el encuentro, nos sentamos a tomar a cup of tea (alguna se queda a cuadros de que me guste, siendo español) con keke y una copita de Oporto. Y ahora, mientras escribo esto en su vieja computadora, Irene me trae un poster de Extremadura; lo miro y, aunque se me hace un nudo en la garganta, me siento feliz. Sigue siendo 1 de noviembre y siento que ellas son también santas.

domingo, 2 de noviembre de 2014

PASEO POR LUYA


Al llegar el lunes por la tarde a Luya, apenas me da tiempo a desalojar una parte de la mochila para agarrar alba, estola, crisma y las cosas de la misa, y enseguida me veo montado de paquete en una moto que me llevará a un pueblecito llamado Nuevo Luya. El chófer es diestro, pero cuando llega el barrito... madre, creo que no pasaba tanto miedo desde que me monté en el jaguar de Isla Mágica.

El pueblito, que no llega a los 200 habitantes, tiene luz y puntos de agua, pero no tiene desagües, solo una fosa séptica donde vierten pilas y servicios comunales. Celebro la misa de vísperas de su fiesta patronal y luego, compartiendo arroz, papas y pollo, Isidro, el catequista del lugar, me cuenta la historia del pueblo, que solo tiene cinco años. Cómo fueron capaces de organizarse para comprar a plazos el terreno, y pedir hasta que lograron que les pusieran el agua. Ahora luchan para lograr que les completen los saneamientos. Y en todo esto, él como cristiano es una pieza clave; me siento varias cosas al mismo tiempo: enano por los logros de mi querido Movimiento Rural, orgulloso de esta gente y deseoso de iniciar el MRC con ellos.

Me instalan en el mejor cuarto: una estancia hecha de quincha (carrizo y barro) revestida de yeso, donde hay una cama con varias mantas y bancos de madera. Ni que decir tiene que no se ven servicios y duchas por los alrdedores ("¿Querías misiones? Pues toma"). Hay en el centro de la plaza una especie de castillo de fuegos artificiales, pero los petardazos son constantes; de hecho, cada vez que alguien colabora con el mayordomo llevando algo para la fiesta, encienden un cohete. Hace frío, me pongo agradecido la ropa térmica que me regaló mi grupo MRC de santa Ana, y a pesar de que la banda machaca con las marineras, me quedo como un tronco.

El desayuno resucita a un muerto: huevo, papas, plátano frito, guisantes y arroz, casi ná. Antes de la misa voy a dar un paseo por el campo. Bajo al fondo de una quebrada y subo una cuesta que me deja sin resuello, pero merece la pena contemplar el paisaje. Al poco rato hago mi primer bautizo en el Perú, una niña que se llama Anaí. Aquí la pobreza se palpa, se ve en la ropa, los semblantes, el calzado, la capilla... Y yo me encuentro entre esta gente humilde, intentando servirles con humildad. Y me siento feliz.

En la tarde regreso a Luya. A mi compañero Jesús le gusta la historia, colecciona algunas antigüedades curiosas y me regala dos monedas de céntimos de inti de plata de 1918. Tiene también ganas de charlar, así que nos contamos muchas cosas, yo le escucho, pregunto... Estos días me sirven también para conocerlos y sentirme parte de un grupo, los sacerdotes de la diócesis. Nos vamos tarde a dormir; veo una araña tamaño XXL correteando por ahí, pero después del pueblecito, ya no me dan miedo, ni las pulgas. Próxima estación: Lamud.