domingo, 2 de noviembre de 2014

PASEO POR LUYA


Al llegar el lunes por la tarde a Luya, apenas me da tiempo a desalojar una parte de la mochila para agarrar alba, estola, crisma y las cosas de la misa, y enseguida me veo montado de paquete en una moto que me llevará a un pueblecito llamado Nuevo Luya. El chófer es diestro, pero cuando llega el barrito... madre, creo que no pasaba tanto miedo desde que me monté en el jaguar de Isla Mágica.

El pueblito, que no llega a los 200 habitantes, tiene luz y puntos de agua, pero no tiene desagües, solo una fosa séptica donde vierten pilas y servicios comunales. Celebro la misa de vísperas de su fiesta patronal y luego, compartiendo arroz, papas y pollo, Isidro, el catequista del lugar, me cuenta la historia del pueblo, que solo tiene cinco años. Cómo fueron capaces de organizarse para comprar a plazos el terreno, y pedir hasta que lograron que les pusieran el agua. Ahora luchan para lograr que les completen los saneamientos. Y en todo esto, él como cristiano es una pieza clave; me siento varias cosas al mismo tiempo: enano por los logros de mi querido Movimiento Rural, orgulloso de esta gente y deseoso de iniciar el MRC con ellos.

Me instalan en el mejor cuarto: una estancia hecha de quincha (carrizo y barro) revestida de yeso, donde hay una cama con varias mantas y bancos de madera. Ni que decir tiene que no se ven servicios y duchas por los alrdedores ("¿Querías misiones? Pues toma"). Hay en el centro de la plaza una especie de castillo de fuegos artificiales, pero los petardazos son constantes; de hecho, cada vez que alguien colabora con el mayordomo llevando algo para la fiesta, encienden un cohete. Hace frío, me pongo agradecido la ropa térmica que me regaló mi grupo MRC de santa Ana, y a pesar de que la banda machaca con las marineras, me quedo como un tronco.

El desayuno resucita a un muerto: huevo, papas, plátano frito, guisantes y arroz, casi ná. Antes de la misa voy a dar un paseo por el campo. Bajo al fondo de una quebrada y subo una cuesta que me deja sin resuello, pero merece la pena contemplar el paisaje. Al poco rato hago mi primer bautizo en el Perú, una niña que se llama Anaí. Aquí la pobreza se palpa, se ve en la ropa, los semblantes, el calzado, la capilla... Y yo me encuentro entre esta gente humilde, intentando servirles con humildad. Y me siento feliz.

En la tarde regreso a Luya. A mi compañero Jesús le gusta la historia, colecciona algunas antigüedades curiosas y me regala dos monedas de céntimos de inti de plata de 1918. Tiene también ganas de charlar, así que nos contamos muchas cosas, yo le escucho, pregunto... Estos días me sirven también para conocerlos y sentirme parte de un grupo, los sacerdotes de la diócesis. Nos vamos tarde a dormir; veo una araña tamaño XXL correteando por ahí, pero después del pueblecito, ya no me dan miedo, ni las pulgas. Próxima estación: Lamud.

3 comentarios:

Autóctono dijo...

Amigo César, las descripciones que haces de los sitios que visitas nos hace estar un poco más cerca de las gentes de Perú y conocer otras maneras de vivir y sentir. Gracias

Pepa dijo...

César, tus entradas nos hacen compartir algo de lo que estás viviendo. Es posible ser feliz con poco y sentir intensamente. Síguenos contando. Abrazos.

Celia dijo...

Eres increíble lokillo. Me enternecen tus palabras hacía esa gente y como te sientes. Cada palabra tuya nos hace vivir también tu experiencia. Cuidate