martes, 25 de noviembre de 2014

FIN DE SEMANA EN EL CARIBE


Mi viaje, que comenzó el 14 de octubre, continúa hacia Bagua, la capital de la provincia del mismo nombre en la zona más septentrional de la diócesis y por tanto más cercana al ecuador. Durante mucho tiempo se llamó Bagua Chica para distinguirla de su prima hermana Bagua Grande, situada a unos 20 km y donde ya estuve algunos días (ver "Cuy con papas"), pero parece que a sus habitantes no les hace mucha gracia eso de "chica" y ahora la llaman Bagua Capital (lo cual no aclara nada porque la otra Bagua también es capital, aunque de la provincia de Utcubamba). Llamémosle Bagua y santas pascuas.

Si ya en la prima hacía calor, aquí es como estar en el Caribe: 35 grados, los de los mototaxis haciendo la siesta en las calles polvorientas y yo sudando a todas horas y abanicándome como en verano en España. Esta vez también acompaño al obispo, y a la vuelta de La Peca, a mediodía, el carro atraviesa un espectáculo de arrozales inundados donde se bañan entre risas niños desnudos, de chacras de ají, palmeras, papayos y cocoteros, luminosidad de belleza tropical extendida a lo largo de un verde valle donde el río Utcubamba empieza a despedirse antes de fundirse, un poco más abajo, con el Marañón.

Esta parroquia es totalmente diferente a lo conocido hasta ahora: llana, calurosísísima, con unos 40 pueblos, relación comercial con Jaén y no con Chacha y gran presencia de los protestantes. Aquí trabajan los padres Liborio y Magno, uno de los compañeros con más carisma y más experiencia. Experto cocinero entre los fogones y también en la pastoral, con gran capacidad de mover a la gente, de animar y transmitir optimismo. Con él vamos a Copallí y se ve que el personal lo quiere, y él, tan expresivo, reparte abrazos, bromas y besos por todos lados.

Bagua es el paraíso de la fruta. Y como a Magno le encanta, paso el fin de semana encantado jincándome frutas tropicales exquisitas: sandías grandes y picudas, deliciosas piñas, peras, mandarinas, papayas, plátanos de todos los pelajes... y por supuesto mangos de varios tipos, riquísimos, que me devuelven sabores de África; no se si hay algo que me gusta más que los mangos... el bacalao se acerca.

La asombrosa variedad de climas y paisajes se traduce en diversidad de caracteres y modos de ser de la gente. Acá son más abiertos, conversan con facilidad. Casi siempre, cuando viene a confesarse algún joven, empiezo preguntándole cómo se llama, para romper el hielo; pero en estos pueblos, varios, con una sonrisa que enseñaba todos los dientes, me sorprendieron: "¿Y usted cómo se llama?", jeje. Y cuando Monseñor, tras la crismación, les decía a los muchachos "La paz sea contigo", ellos le contestaban "Y con tu espíritu" dándole un abrazo también, jajaja.

Realmente Bagua no es tan chica, tiene más de 20.000 habitantes, y es por tanto enorme para estas latitudes. En la tarde toca Eucaristía en la iglesia parroquial, muy decorada, donde suenan la batería, la guitarra eléctrica y el saxo en una celebración urbana y multitudinaria. Como de costumbre, he de presentarme y decir unas palabras al final, que siempre acaban con aplauso. La acogida es una constante allá por donde voy, un valor central de esta cultura, el la ciudad y en los pueblitos, donde te invitan a almorzar y te llevas los cuyes de postre a tu casa.

Al anochecer, ya en la casa parroquial, se agradece una ducha fresquita (aquí no hace falta la terma) y un jugo de maracuyá que sabe a gloria después de tanta sudadina. Magno aparece con su última ocurrencia para la misa de los niños: dos marionetas para hacer un teatro de guiñol en la homilía. Este es un tipo genial, y cuando la noche avanza y pasamos a las cervecitas, nos reímos con las anécdotas y las historietas de la diócesis, de la que me voy sintiendo parte poco a poco. Magno me enseña a decir en guayacho: "¡Cooooochino!"; porque antes del almuerzo el obispo me ha dicho mi destino: la parroquia de Rodríguez de Mendoza.

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