viernes, 31 de agosto de 2018

TRADICIONES PLAYERAS


El otro día me quedé dormido chateando, dejé a mi interlocutora en Perú con el whatsapp en la boca y por la mañana me encontré con varios gritos digitales, avisos y reproches ("ouuuuu! estás? oyeeeee!!!"). "Es que las vacaciones cansan mucho" - le expliqué. Jeje. Sobre todo el día que vamos con mis sobrinos al parque acuático.

Ese es uno de los ritos del verano en Isla Cristina, los días que encontramos (a veces rebuscando mucho) para juntarnos la familia entera y con todos los niños por delante, como decía la sevillana del hiper. Sacamos las entradas por internet, nos vamos a la hora que abren, aparcamos a la sombrita, echamos a correr para agarrar tumbonas y plantamos el hato pertrechados con bocadillos, botellas de agua y latas de Nestea. A partir de ahí, a tirarse por toditos los toboganes con breves pausas para que los huesos se recoloquen. El kamikaze, la cobra, los rápidos, el embudo, esta peña no se cansa, nos reímos, aprovechamos para conversar en las colas, subimos veinte veces las gradas y acabamos hechos mazamorra. 

Claro que las sesiones de playa no se quedan atrás. Después de la ceremonia de plantar sombrillas llegan las batallas de la barca, que este año nos duró como tres minutos, nos la cargamos juntos dejándola sin piso, así que ahora tenemos un rosco y una tabla de surf neumática. Mis sobrinos están esperando a que yo los bote, los ahogue, me meta dentro y no les deje entrar. Como cada vez son más grandes (pero siguen creyendo que yo soy igual que ellos), el esfuerzo físico es mayor. Nos lo pasamos pipa, pero ser tito en verano te deja reventao.

Tiene cuatro estrellas...
o sea que es de antes de que Brasil
ganase su quinto mundial.
Hemos llegado a la conclusión de
que me la trajo mi hermana Berta
de su pasantía en Curitiba en 1996.
¡Diosito!
Hay un par de lugares fijos para salir a cenar: las pizzas del Stromboli, donde invito yo, y el Pepín con sus montaítos de gambas. Normalmente también vamos un día al cine, este año vimos "Alfa", una peli sobre un lobo de la prehistoria que me estuvo todo el rato recordando a mi gata. Lo que más fastidia de salir es tener que vestirse con pantalones (aunque sean cortos), un polito y zapatos, ¡jo! Con lo bien que se está todo el día en bañador, chanclas y camisetas viejas, como la de Brasil.

El paseo por la playa es otro clásico de mis vacaciones. Los ritos, para ser eficaces, han de repetirse siempre de la misma manera, por tanto digo yo que debería copiar literalmente lo que ya escribí:

"Pasear por la playa y conversar con el mar. Él sabe muchas cosas de mí, guarda en su azul mi historia, y promete, cuando miro al horizonte infinito, nuevas aventuras de un futuro salado. Al  regresar, los pies algo hundidos en la arena calada, el sol que ya baja se esfuerza por acariciarme el  rostro, y el viento de poniente sobre el pecho me enseña nuevas formas de respirar y de gozar" (2014).

"Los largos paseos por la playa son tiempos de conversaciones y confidencias y, cuando voy solo, de comprensión y reconciliación, de sueños y proyectos en diálogo con el Mar. La inmensidad siempre distinta e igual a sí misma, como cada persona, como yo. Belleza hecha brisa, marea y sol" (2017).

No queda espacio para hablar de los salmonetes, las partidas de cartas jugando al asesino, las conversaciones en el jardín, una copa de vino tinto, las pulseras, las competiciones de palas, la ducha en el patio... Las vacaciones en Isla Cristina son deliciosas porque están tejidas de pequeñas costumbres que disfrutamos de manera similar a lo largo de los veranos, y que los hacen familiares y a la vez únicos.

sábado, 25 de agosto de 2018

"LIMA ES MÁS SELVA QUE DONDE VIVES HABITUALMENTE"


Eso fue lo que me escribió en el whatsapp Alfonso López-Fando comentando el percance que me sucedió en la capital. Me hizo sonreír en medio de un jet-lag agravado por el sobresalto y el disgusto. Pero no pasa nada: ya estoy en la playa y los chapuzones con mis sobrinos todo lo compensan.

Mi viaje de vacaciones apenas se había iniciado. Tras una intensa semana en Iquitos participando en el encuentro de misioneros de mitad de año, me quedaban tres días en Lima antes de tomar el avión y había pensado aprovechar el tiempo a full: estar con los amigos, hacer visitas, compras... César Valdivieso, chofer de confianza y tocayo, me fue a buscar al aeropuerto y me llevó de frente a San Felipe, a la casa del Vicariato, donde estuve unas horas; de ahí pasaría a las Formacionistas paisanas en la avenida Brasil, donde normalmente me hospedo. El carro que agarré ya me dio mala espina, pero como es un trayecto de menos de 10 minutos, pensé que no había peligro. Error.

El taxista me dejó un poco más arribita de la puerta de la casa (que es la que se ve en la foto, el lugar de los hechos), recogió su sencillo y se fue rápido. Toqué el timbre repetidas veces pero nadie me abría; a veces ocurre cuando las hermanas están en el tercer piso. Estuve allí de pie solo, con mi mochila y mi maleta, unos 7 minutos; es una calle que desemboca en la valla del Colegio de Jesús, y a esa hora recién anochecido, sobre las 6:20 pm, no había nadie.

De pronto pasa una camioneta negra, se detiene en la vereda de enfrente y bajan dos tipos, cada uno con una pistola. En un instante los tengo apuntándome en los costados, tapando con sus cuerpos la visión de carros o personas que pasaran. Levanto las manos instintivamente: "¡Baja los brazos!" - me dice uno con voz imperativa pero susurrante. El otro me cachea y me quita el celular, que estaba en el bolsillo. Me jalan la mochila. Todo transcurre en menos de 10 segundos.

- ¿Qué hay en la maleta?
- Ropa y regalos. Soy sacerdote y voy a visitar a mi familia.
- Sacerdote dice...

Así que la maleta me la dejaron.

Mientras tanto, el vehículo negro ha cuadrado en nuestra acera, a unos tres metros de nosotros. Cuando están subiendo les digo que me devuelvan los documentos, que no se los lleven. "¡Los documentos los botamos a dos cuadras! ¡Mucho cuidado con moverte de acá!". La camioneta acelera violentamente con dirección al mar, Judith abre la puerta (Diosito, ¿qué hubiera pasado si llega un momento antes...?), corro tratando de no perderlos de vista mientras se alejan, pero no he distinguido la placa ni el modelo. Pronto un sereno me ve y se acerca, me pregunta... Al toque llega otro. Llaman a la policía y en diez minutos estoy en la comisaría de Pueblo Libre poniendo la denuncia.

No me pareció en ningún momento que fueran a dispararme, aunque uno de ellos estaba mucho más nervioso que el otro. Cruzó fugazmente por mi mente la idea de lanzar la mochila por encima de la valla, fuera de su alcance, pero eran dos contra uno y armados... El resto de la noche lo pasé anulando tarjetas, el chip telefónico, y cambiando las contraseñas de todo. Solamente ayer, casi dos semanas después, he podido dormir siete horas relajado.

Al día siguiente veo en Facebook que alguien desconocido me ha contactado. Parece que mi mochila la han botado junto a una obra en la avenida del Ejército, los operarios la han encontrado y cuidado, han visto algún documento con mi nombre y me han ubicado. De modo que fui a recogerla y comprobé que los choros me han devuelto algunas cosas: los documentos peruanos, mis lentes, una estola, las tarjetas bancarias, el chip de Movistar, cables, las llaves de la maleta (menos mal), una carpeta... y la funda del teléfono. Se han llevado los documentos españoles, la computadora, el celular, mi ebook, un disco duro donde hago copias de seguridad, dos o tres pendrives, unos 80 € y 60 soles. Y un abanico y la gorra de Perú que me regaló Cristina.

Aparte del susto, lo peor es el trastorno: como me habían robado el DNI y el pasaporte, tuve que ir al Consulado para que me dieran un salvoconducto (como a Miguel Strogoff) y poder viajar. Y ya en Mérida los funcionarios de la policía me hicieron amablemente, sin cita, los duplicados de mis documentos; quedan todavía algunos por recuperar, pero poco a poco lo lograré. Más que los gastos extra que se avecinan, me duele que he perdido mi trabajo del último año y medio, el tiempo que llevo en la selva. Los choros friegan bastante, se arriesgan mucho y a veces sacan poca cosa.

En fin. Esto es Lima. A veces te toca. Para lo que podía haber pasado, una mera anécdota. Cuando estaba sintiendo el shock, unos minutos después del asalto, mientras los agentes informaban por radio, una chica se aproximó y me preguntó: "¿Se encuentra bien?". Esto también es el Perú. Por eso lo sigo amando a pesar de todo. Lo más misterioso no es si los choros estaban compinchados con el primer carro, o con los de la obra, sino... ¿por qué no querrían la funda de mi celular? Era muy chula, 20 lucas en Polvos Azules. Zonzos hay por todas las latitudes.

lunes, 20 de agosto de 2018

LA HISTORIA DE DEISI


Aquellos días en Nueva Esperanza del Mirim, el lugar más lejano, se acercó una mujer a inscribir a sus hijos para el Bautismo. Menuda, con el típico moreno amazónico, y aspecto de ser más vieja de lo que indicaba su edad, como si la vida hubiese acelerado en ella dejando huellas en su cuerpo y oscuridad en su mirada. Nos pusimos a conversar y, aunque le costaba escapar de su habitual silencio, poco a poco me fue contando su historia. “¿Cómo te llamas?” “Deisi”.

Resulta que Deisi es de Yanashi, pueblo del Amazonas a media distancia entre Iquitos y la triple frontera. “Pucha, ¿y cómo es que estás acá, tan lejísimos?” – le pregunto. Como tanta gente, se vino siendo muy chivola a trabajar en la madera, de cocinera de los jornaleros. Era una labor dura, semanas y a veces meses en medio del monte con los hombres, hasta que se gastaban los víveres y debían volver a Esperanza. Llegó sola con 19 años, ahora tiene 28. Sabrá Dios qué la impulsaría a semejante aventura o temeridad.

Una chica joven y medio guapa enseguida quedó embarazada. Me la imagino contenta con su compromiso, que se llama Javier. Fueron llegando más hijos, hasta cuatro en 9 años. Ya no podía irse tan seguido a trabajar a la madera, pero luchó para sacar adelante a los suyos. Se acostumbró a ese lugar remoto y aislado, y prácticamente perdió todo contacto con su familia. Una vida difícil, como la de tanta gente en las quebradas del Mirim.

Hasta que, hace unos meses, su esposo la dejó y se mudó tres casas más allá con una chica más joven y lozana, sin los estragos de los embarazos. De pronto, sin previo aviso, la vida de Deisi se volteó del revés. El hijo mayor, que tendrá 8 años, se quiso marchar con su padre, y ella se quedó compuesta a cargo tres criaturas en una casa casi vacía. Al principio el tal Javier no le daba nada, pero al cabo de unas semanas empezó a pasarle “una miseria que no alcanza ni para comer, y a veces se olvida”. Sin trabajo que Deisi pueda hacer con tres críos, y dada de lado por su familia política (solo una cuñada la apoya en algo), debió de sentirse aplastada por la soledad y la crueldad.

“Tienes que solicitar el programa Juntos, esa platita que da el gobierno como ayuda social” – le digo. “No puedo, padre, porque no tengo DNI”. “¿Quéeeeeeeeeeee? Pero si tus hijos tienen, me lo has mostrado para que yo anote los datos del Bautismo”. “Ellos sí, pero yo no; por eso no puedo acceder a la ayuda”. Diosito lindo. De modo que el mejor servicio que podíamos brindarle es juntar sus documentos para que obtenga su DNI y exista para el Estado. Nada más llegar a Islandia llamé a Yanashi; claro que en la parroquia la conocen, y la señorita Emérita consiguió una copia legalizada del libro de registro de nacimientos, la partida de Bautismo, certificado de estudios primarios, copia del DNI de su papá, etc.

Todo me lo hizo llegar y yo a mi vez le envié a Deisi en un bote una fotocopia de esa página del registro civil de Yanashi diciéndole que ya podía bajar a Islandia a tramitar su DNI. Un mes más tarde se presentó acá con su hija pequeña, las dos agotadas, sucias y muertas de hambre después de cuatro jornadas de navegación; la recibimos en nuestra casa misionera. Al día siguiente dejamos todo resuelto para su carnet, y de ahí fuimos al dentista, que le extrajo una muela, pero la infección era tan grande que hubo que llevarla a la posta para que le pusieran antibióticos. Se compró alguna ropita, fue a pasear con la niña a Benjamin, saludaron a algún conocido de acá… y por una semana Deisi vivió acompañada, protegida, comiendo rico, descansando en una buena cama y disfrutando de baño y ducha con agua.

El DNI, que llegará en octubre, lo recogeré yo y la avisaré. Y ella pasará por aquí en diciembre, con sus hijos, camino de su pueblo, donde su papá y sus hermanos la esperan y dicen que van a apoyarla para que comience una nueva etapa de su vida. Ya no tendrá que soportar las burlas de esa chica que está con su expareja, ni las dentelladas del abandono, ni la presión de cómo sobrevivir hoy. Como además soy el padrino de su hijo mediano, es mi comadre, y este parentesco es una cosa seria en nuestra selvita, me otorga una responsabilidad que es a la vez un privilegio: ayudar a esta mujer que, como tantas otras, pertenece a la estirpe de los más pobres y humillados.

martes, 14 de agosto de 2018

LA VIOLENCIA SERENA E INEXORABLE DEL RÍO


En la mañana del día de la fiesta del aniversario del distrito, un rumor recorre Islandia: “Se ha desbarrancado por donde acaba el cemento en la calle Las Flores”. Al salir de la misa nos escaqueamos de la sesión solemne de las autoridades y nos vamos a ver qué ha ocurrido. El panorama no puede ser más desolador. El río, a pesar de que estamos en la época de vaciante, ha hecho bajar la tierra de la orilla y varias casas han caído.

Bueno, alguna queda en pie, pero por poco tiempo. Entramos en la panadería y encontramos a la gente en medio de una actividad frenética sacando cosas de la casa, horno, estantes, algún mueble. “No pasen más adentro” - nos dicen, está a punto de venirse abajo. Asu. Un poco más allacito, Dignora y su hijo, que se han refugiado en casa de unos familiares, nos cuentan el suceso: “Mi esposo se levantó de madrugada para ir a trabajar y se dio cuenta de lo que estaba pasando. Gritó a los de la balsa, que salieron con lo puesto justo a tiempo de salvarse.

El Yavarí va serpenteando, generando sus vueltas en la sucesión anual de crecidas y bajadas del nivel del agua. Y es especialmente retorcido y caprichoso, comparado con el Amazonas: acá va depositando arena y se forma una playa, y allá golpea y va horadando la tierra del barranco, tumbando árboles que con sus raíces la estabilizan, hasta que hace derrumbarse completamente la orilla. La gente lo llama “desbarrancar”. Es un proceso sosegado pero implacable, disimulado durante buena parte del año, cuando hay mucha agua y no se ve el piso bajo las columnas de madera que sostienen las casas. Las que están más cercanas a la orilla recuerdan el peligro que se cierne sobre ellas, como en cámara lenta, cuando la vaciante desnuda los palos y la tierra precaria y vacilante.

El desastre de palos, calaminas, restos de enseres, ropa, plásticos, basura, es dolorosamente mudo, apenas permanece una sombra o rumor del estruendo de las casas al desplomarse, la balsa hundiéndose, los alaridos de pánico y los llantos en la noche. Todo planea en el aire como un resto sólido que se mezcla con la suciedad del barro y la provisionalidad de la vida de esta gente, la pobreza que da la cara en episodios como el de hoy, que por otro lado son tan paulatinos como recurrentes.


Si preguntas por qué ha ocurrido, te dicen que “la boa se ha movido dando un latigazo, ha hundido la margen del río y derribado las casas”. Un etnorrelato para explicar esta catástrofe, que por otro lado forma parte del discurrir cotidiano de las cosas del hombre amazónico. No conviene tomarlo a broma, porque la boa, esa inmensa serpiente mítica tan enorme que ocupa prácticamente todo el cauce, es el espíritu del río, la vida del río. El río, que permite la existencia humana, es un ser vivo, poderoso, imprevisible, la fuerza de la naturaleza ante la que el ser humano se rinde.

Aunque podría, ya que es una desgracia periódica y predecible, construir unas buenas defensas ribereñas, como hay en Leticia, por ejemplo. De momento el ser humano político municipal peruano ha prometido realojar a las familias afectadas en otros lugares de la población, posiblemente posponiendo soluciones más definitivas hasta después de la siguiente hecatombe. Mientras tanto, aunque ya no existe el puente por donde yo solía mirar, la salida del sol sigue siendo, como siempre, serenamente espectacular. Porque en medio de la ruina y la fatalidad siempre nos queda, como salvación, la belleza.

miércoles, 8 de agosto de 2018

PATRIOTISMO


No es la primera vez que celebro el 28 de julio, Fiesta Nacional (ver la entrada “Fiestas Patrias” http://kpayo.blogspot.com/2015/07/fiestas-patrias.html del 31 de julio de 2015), pero este año ha sido una experiencia distinta, como más desde dentro, sintiéndolo como algo más propio, pero siempre con la curiosidad etnográfica en estado de alerta, de lo contrario no sería yo mismo.

El Perú se encuentra realmente en una situación límite. Que haya corrupción generalizada pues vale, se conoce, se comenta y se soporta, también por aquello de “el que esté libre de pecado…”. Que el Congreso sea escenario de escándalos de todo pelaje, a cada cual más estupefaciente y bochornoso hasta la opereta, ya pues, estamos medio acostumbrados. Pero lo del poder judicial es propio de películas de mafiosos de serie B, qué bárbaro, resulta que los jueces supremos son los socios del crimen organizado, las redes de narcos operan sabiendo que no serán condenados, qué terrorífica impunidad.

Recién salida la noticia, recuerdo que uno de los jueces corruptos aceptó ir a un canal de televisión a dar explicaciones de unos audios terribles en los que se le influenciaba y coimeaba para que manipulase la sentencia a un violador de una niña de 12 años. Se le oía perfectamente preguntar: “¿Qué quieren? ¿Reducción de condena o absolución?”. A pesar de que, con semejante evidencia en la mano, la periodista lo despellejaba, el tío se empleaba a fondo en justificar sus palabras, que reconocía como propias. Vaya cara. Lo que más me fastidió es que encima es mi tocayo el conchudo.

Claro está que  si los responsables de cuidar a los ratones son los gatos, cuando el poder judicial está podrido hasta esos extremos, las bases de la convivencia democrática se tambalean. Se sucedieron renuncias, ceses y órdenes de presión preventiva, pero si a la gente le quedaba una chispa de confianza en los fiscales y jueces, se perdió por completo. Y eso es una herida mortal en la estabilidad institucional. La fecha conmemorativa de la independencia se aproximaba en un clima más de desánimo y tristeza que de indignación. Hubo marchas ciudadanas, se llegó a hablar de “estado fallido” y a decir que iban a suspender incluso los desfiles, y todo envuelto en un sentimiento de fatalidad y depresión colectiva primo hermano de la indiferencia.

Pero sí hubo desfile. El presidente, este pobre al que el cargo se le cayó en la cabeza como una maceta hace cuatro meses, caminó más de veinte cuadras por la avenida Brasil, un paseo bien largo que habitualmente yo hago cuando estoy en Lima. No me esperaba semejante muestra de apoyo popular, la gente estaba encantada con este tipo tan normal, de la mano de su esposa, que es maestra, y al que no se asocia con ningún lobby político limeño ni grupo empresarial, esa es su fortaleza. Cada vez que algún periodista arrimaba el micrófono a alguien, se escuchaba como un mantra: “Que no haya más corrupción”.

El presidente conecta porque representa a tantos ciudadanos anónimos que repiten: “A pesar de todo, podemos”. El país está medio hundido, pero el Día de Fiestas Patrias había miles de banderas nacionales (hay que colocarlas en las ventanas de las casas bajo pena de multa), la marina de guerra desfiló gritando “¡Viva el Perú!”, los carros eran rojiblancos, toditos llevábamos la escarapela en la solapa… estamos hechos mazamorra, pero la gente ama a su país por penosas que sean las circunstancias. Ya hay suficientes disparos al pie, basta de divisiones y nostalgias, ahora se trata de apretarse los machos desde abajo y sacar esto adelante.

No es una emoción meramente cosmética, a pesar de que a los europeos nos pueda parecer folclore o exageración tanto montaje paramilitar. Es un patriotismo forjado a través de muchas derrotas sufridas y remontadas desde hace 500 años. Y es sincero. En cierto modo lo envidio sanamente. Porque a pesar de que necios e intolerantes los hay en los cinco continentes, acá nadie se atreverá jamás a quemar una bandera del Perú o a silbarle al himno nacional en un estadio de fútbol.

jueves, 2 de agosto de 2018

CONTRAPROGRAMACIÓN EN YAHUMA CALLARÚ


Se la ve bonita al pasar por la quebrada: con amplias calles limpias de pasto, un gran campo de fútbol con sus gradas, esbeltas farolas de cemento, los tanques de agua con filtros potabilizadores puestos por una ONG sueca… Grande, de casas ordenadas y pintaditas, con buena calidad de vida. Tal vez sea la comunidad adonde más veces hemos llegado, un total de cinco, y parece que el del otro día fue el último intento por el momento.

La primera vez que bajamos del bote, el año pasado, vimos una enorme “Iglesia Evangélica Dos de Mayo” y no nos extrañó porque es algo habitual en varias poblaciones ticunas de esta zona. Pablo, el agente municipal, simplemente nos cantó lo de “Acá son todos evangélicos”, música ya conocida de sobra. Nos marchamos prometiendo volver, y lo hicimos; en la segunda ocasión fuimos a la escuela, saludamos a los niños y el profe mandó a llamar al teniente gobernador. Éste nos dijo que en el pueblo sí hay católicos, fue a buscar a alguno pero regresó diciendo que todos estaban en su chacra.

La tercera vuelta fue en mayo pasado. De nuevo dimos con Pablo y le explicamos nuestra intención de hacer una reunión invitando a toda la población. “Hay que consultarlo con el pueblo” – nos dijo. “Muy bien. De aquí a un mes estamos retornando para ver la respuesta” – dije yo. De modo que en el último recorrido por esos andurriales paramos de nuevo del bote y esta vez el apu don Teófilo y Pablo nos dijeron que sí, que nos recibirían para un encuentro con la comunidad. Como siempre, les aclaramos que no pretendemos convencer a nadie para que cambie de religión, sino que deseamos proponer otros temas sociales y culturales. Así que quedamos para un par de días más tarde, cuando estuviéramos bajando de Erené.

Kety con una de sus hijas
De modo que aquel viernes por la mañana, sobre las 9, ya estábamos en Yahuma Callarú. Antes de irse a trabajar, Pablo pidió a la señora Kety que nos acogiera en su casa, y ella, muy amablemente, nos preparó el almuerzo con los víveres que le brindamos, y nos invitó a refresco. El día transcurrió apaciblemente, algo aburrido pero sin novedades. Después de una lluvia torrencial, fuimos a pedir al teniente, por indicación de Pablo, que convocase a la reunión por el parlante: a las 7 de la noche en el local comunal. El teniente, que se llama Pedro (son todos apóstoles, qué paradoja), nos dijo que sin problema y que él quedaba encargado de avisar.

No pasaron ni cinco minutos de la conversación con Pedro cuando escuchamos por la megafonía del pueblo una voz que hablaba en español: el pastor principal evangélico, de nombre Fernando esta vez, que llama a toda la comunidad a una reunión en su iglesia ¡a las 7 de la noche! Se ve que el reverendo ha sabido que estamos ahí (todo el mundo comentaría, “esos gringos católicos en casa de Kety”, etc.), que va a haber un encuentro - con sacerdote incluido -, no le ha gustado, ha temido que vienen a robarle su clientela… y ha contraprogramado poniendo “La voz” a la misma hora que el España-Marruecos, jaja.

Tras semejante convocatoria, nada más se escuchó por los altavoces. Pedro debió sufrir un súbito ataque de afonía. Por supuesto nadie acudió al salón, y solo Pablo apareció por la casa casi a las 7, cuando estábamos armando carpas y colchonetas. Estaba extrañado y avergonzado en similares proporciones. Trató de excusarse: “el teniente es la máxima autoridad, él debería haber hablado con el pastor pero ya sabrá por qué no lo ha hecho ni convocado la reunión de ustedes”. Yo lo sé: por miedo.

Es que la “religión oficial” tiene mucho poderío. Aspira a controlar todos los aspectos de la vida, manejar conciencias e imponer valores y prácticas. Igual que en Erené, no todos fueron a aquella reunión (ni mucho menos), y en ella se pidió colaboración para recibir dentro de tres semanas a unos misioneros, que supongo que serían los mismos. Pero la obligatoriedad quedó patente y el grado de coerción me pareció notable, una lástima. Porque creo que un criterio de autenticidad de un sistema religioso es su capacidad de hacer más libres a los creyentes.

Pablo preguntó si podríamos celebrar la reunión a la mañana siguiente. Le agradecimos sus atenciones y le aseguramos que, si nos invitan, volveremos con gusto en otra fecha. Por ahora toca “sacudirse el polvo de los pies” como sugiere Jesús en Mt 10, 14. Bajando por la quebrada, a pesar de que no iba a lomos de Rocinante sino a bordo del bote, me vino la famosa frase de Don Quijote: “¡Con la Iglesia hemos topado, Sancho!” Qué verdad es.